20.12.11

Darwin a juicio (10)

A las 11:08 AM, por Daniel Iglesias
Categorías : Existencia de Dios, Creación y Evolución, Libros
 

Comentario de: Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, InterVarsity Press, Downers Grove – Illinois, 2010, 3rd edition; foreword by Michael Behe.

El Capítulo 7 se titula “La evidencia molecular”. A continuación citaré un párrafo de este capítulo que ayuda a distinguir los tres sentidos principales de la palabra “evolución” y que me permitirá explicar mi mayor discrepancia con Johnson.

“El propósito de esta revisión ha sido aclarar qué tendríamos que encontrar en la evidencia molecular… antes de que estuviéramos justificados para concluir que el darwinismo es probablemente verdadero. Necesitaríamos encontrar evidencia de que los ancestros comunes y los intermediarios transicionales existieron realmente en el mundo viviente del pasado, y de que la selección natural en combinación con cambios genéticos aleatorios realmente tiene el tipo de poder creativo que se le atribuye. No será suficiente encontrar que los organismos comparten una base bioquímica común, o que sus moléculas, tanto como sus características visibles, pueden ser clasificadas en un patrón de grupos dentro de grupos. La afirmación importante del darwinismo no es que las relaciones existen, sino que esas relaciones fueron producidas por un proceso naturalista en el cual las especies progenitoras fueron gradualmente transformadas en formas descendientes bastante diferentes a través de largas ramas… de intermediarios transicionales, sin intervención de ningún Creador u otro mecanismo no naturalista.” (pp. 116-117).

En este texto podemos distinguir: primero, una referencia a la evolución en sentido amplio; segundo, una referencia a la evolución darwinista; tercero, una referencia a la evolución materialista o naturalista. Estas tres nociones, según Johnson (y en esto concuerdo con él), se relacionan entre sí de la siguiente manera: la evolución materialista es una de las posibles nociones de la evolución; y la evolución darwinista es una de las formas de la evolución materialista.

Después de evaluar la evidencia molecular, Johnson mantiene su postura escéptica con respecto a estas tres formas de la teoría de la evolución. En cambio yo, aunque concuerdo con Johnson en que la evidencia molecular no proporciona una demostración estricta de la evolución en sentido amplio, pienso que permite considerarla como una hipótesis sumamente razonable; pero coincido con Johnson en que la evidencia molecular (al igual que la evidencia fósil) no otorga credibilidad a la evolución materialista ni a la evolución darwinista. Por el contrario, la inmensa (e inesperada, para Darwin y sus primeros discípulos) complejidad de los seres vivos en el nivel molecular vuelve aún menos creíble la teoría darwinista, presentándole problemas insuperables.

 


 

El Capítulo 8 se titula “Evolución prebiológica”. Muchos científicos incluyen en el término “evolución” no sólo la evolución biológica sino también la evolución prebiológica, que busca explicar cómo la vida habría surgido a partir de sustancias químicas sin vida. La evolución biológica es sólo una parte, aunque muy importante, del gran proyecto del naturalismo científico, que pretende explicar todo, desde el origen del cosmos hasta el presente, sin permitir ningún rol al Creador. Para esto los darwinistas necesitan una explicación naturalista del origen de la vida. Sus dificultades básicas son dos: la extrema complejidad de todos los seres vivos y el hecho de que la evolución darwinista no puede operar antes de la existencia del primer ser vivo.

El estudio del origen de la vida alcanzó su éxito principal en la década de 1950, con el experimento de Miller y Urey, quienes obtuvieron varios aminoácidos a partir de una mezcla de gases que pretendía simular la atmósfera de la Tierra temprana. Sin embargo, la década de 1980 fue un período de reevaluación negativa, en el que los especialistas cuestionaron todas las premisas del modelo según el cual de algún modo la vida emergió a partir de una “sopa prebiótica” primordial. Hasta el día de hoy esta hipótesis sigue siendo lo que era en tiempos de Darwin: una mera especulación basada en prejuicios materialistas. Una famosa metáfora de Fred Hoyle expresa vívidamente la magnitud del problema: que un organismo vivo emerja por azar de una sopa prebiótica es más o menos tan probable como que un tornado que atraviesa un depósito de chatarra ensamble un Boeing 747 con materiales del depósito. El ensamble aleatorio de la vida sería un “milagro” materialista.

“Una explicación científica de este milagro no es absolutamente necesaria, porque in extremis los darwinistas pueden manejar el problema con un argumento filosófico. La vida obviamente existe, y si un proceso naturalista es la única explicación concebible de su existencia, entonces las dificultades no deben de ser tan insuperables como parecen. Incluso los aspectos más desalentadores de la situación pueden convertirse en ventajas cuando son vistos con el ojo de la fe.” (p. 133).


El Capítulo 9 se titula “Las reglas de la ciencia”. Su contenido principal es sintetizado de la siguiente manera en el prólogo de Michael J. Behe:

“Johnson sostiene que la teoría de la evolución de Darwin depende en gran medida de la hipótesis altamente tendenciosa y usualmente implícita del materialismo: la idea de que las únicas cosas que realmente existen son la materia y la energía del universo físico. Si uno comienza con esta hipótesis, entonces uno se ha librado elegantemente del principal rival de la evolución, que ha parecido mucho más plausible a las más grandes mentes a través de la historia: que una entidad sobrenatural, Dios, poseedora de un gran poder e inteligencia, diseñó el cosmos y la vida que éste contiene. Si, por postulado, no existe tal Ser, entonces algo parecido a la evolución tiene que ser verdad. Sólo el universo existe, por lo tanto el universo solo ha producido la vida. Un lindo truquito, que ahorra una horrible cantidad de trabajo científico.” (p. 11).

En este texto de Behe, “evolución” significa en realidad “evolución materialista”.


“Si el naturalismo científico ha de ocupar una posición cultural dominante, debe hacer más que proveer información sobre el universo físico. Debe extraer las implicaciones espirituales y éticas de su historia de la creación. En pocas palabras, la evolución debe convertirse en una religión.” (p. 153). Éste es el tema del Capítulo 10, “La religión darwinista”.

Según el cientificismo darwinista, el mayor descubrimiento científico es aquel que permite a los humanos modernos aprender que ellos son productos de un proceso natural ciego que no tiene ningún propósito ni se preocupa en absoluto de ellos.

Explica Johnson: “La resultante “muerte de Dios” es experimentada por algunos como una pérdida profunda, y por otros como una liberación. ¿Pero liberación de qué? Si la naturaleza ciega ha producido de algún modo una especie humana con la capacidad de gobernar la tierra sabiamente, y si esa capacidad ha sido previamente invisible sólo porque estaba ahogada por la superstición, entonces las perspectivas para la libertad y la felicidad humanas son ilimitadas. Éste era el mensaje del Manifiesto Humanista de 1933.” (p. 163).


“Ya sea que un darwinista asuma la visión optimista o la pesimista, es imperativo enseñar al público a entender el mundo como lo entienden los naturalistas científicos. Los ciudadanos deben aprender a ver a la ciencia como la única fuente confiable de conocimiento, y el único poder capaz de mejorar (o incluso preservar) la condición humana. Esto implica, como veremos, un programa de adoctrinamiento en el nombre de la educación pública.” (p. 164). Éste es el tema del Capítulo 11, “La educación darwinista”.


El capítulo 12, “Ciencia y Pseudo-ciencia” analiza la calificación del darwinismo (junto con el marxismo y el psicoanálisis freudiano) como “pseudo-ciencia” de parte del famoso epistemólogo Karl Popper.

En el Epílogo Johnson responde extensamente a los argumentos de los críticos de su libro.

Por último, el libro contiene unas Research Notes (Notas de Investigación) que no sólo indican las fuentes de los textos citados sino que profundizan en diversos puntos.

En resumen, se trata de un libro altamente recomendable, una excelente crítica del darwinismo, cuya principal limitación es un excesivo escepticismo con respecto a la evolución en sentido amplio. A mi juicio, en algunas partes del libro sería conveniente distinguir mejor entre “evolución” y “evolución darwinista”, evaluando de un modo diferente la plausibilidad de ambos conceptos. (Fin).

Daniel Iglesias Grèzes


Nota: Los textos citados han sido traducidos por mí.