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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 25 de diciembre de 2011

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Santa Sede

Navidad es Epifanía, dijo el santo padre en Nochebuena

Felicitación navideña del papa a las naciones

Donde Dios llora

Monseñor Kasonde: "Somos felices en medio de la miseria"

Mundo

Edición Minor de la Biblia oficial española

Cita con la familia europea, signo de gratitud filial

Flash

El antiguo himno de la Calenda

Espiritualidad

La verdad de la Navidad

Recomenzar desde el principio: la oleada de evangelización en marcha

Documentación

Benedicto XVI: El Príncipe de la paz conceda paz y estabilidad a la Tierra


Santa Sede


Navidad es Epifanía, dijo el santo padre en Nochebuena
Solemne celebración de la Natividad del Señor en el Vaticano
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 25 diciembre 2012 (ZENIT.org).- Benedicto XVI presidió esta Nochebuena la “Misa del Gallo” en la basílica vaticana, con numerosa asistencia de fieles de todo el mundo. Durante la misma, pronunció una homilía en la que comentó las lecturas litúrgicas de esta solemnidad. Se centró el papa en la espiritualidad de Francisco de Asís a la hora de representar el misterio navideño porque, dijo el papa, “Navidad es Epifanía”.

Una misa solemne que inició recordando la antigua tradición de los albores de la Iglesia de Roma, cuando los cristianos conmemoraban la Navidad en silencio y en el corazón de la noche. Motivo por el cual la celebración partió antes de la misa con el oficio en gregoriano y el canto por un solista del antiguo texto de la Kalenda.

Benedicto XVI se desplazó por la basílica en una plataforma móvil, precedido por el cortejo de los cardenales, y después de incensar el altar de la confesión, situado en cima de la sepultura del apostol Pedro, la misa fue celebrada en medio de un crescendo de luz y sonido, que en el Gloria in Excelsis y en la consagración trasmitió a los presentes el júbilo de la Navidad.

Los guardias suizos se arrodillaron, el coro de la capilla Sixtina interpretó el Adeste Fideles y los bronces tocaban mientras repicaban las enormes campanas de la basílica.

Tras las lecturas, Benedicto XVI pronunció la homilía, centrada en comentar los textos bíblicos y recalando en una contemplación de la devoción navideña del apóstol de la paz, el “poverello” de Asís, creador de la representación viva del Nacimiento.

El papa dijo estas palabras:

“Queridos hermanos y hermanas: La lectura que acabamos de escuchar, tomada de la Carta de san Pablo Apóstol a Tito, comienza solemnemente con la palabra apparuit, que también encontramos en la lectura de la Misa de la aurora: apparuit – ha aparecido. Esta es una palabra programática, con la cual la Iglesia quiere expresar de manera sintética la esencia de la Navidad. Antes, los hombres habían hablado y creado imágenes humanas de Dios de muchas maneras. Dios mismo había hablado a los hombres de diferentes modos (cf. Hb 1,1: Lectura de la Misa del día). Pero ahora ha sucedido algo más: Él ha aparecido. Se ha mostrado. Ha salido de la luz inaccesible en la que habita. Él mismo ha venido entre nosotros. Para la Iglesia antigua, esta era la gran alegría de la Navidad: Dios se ha manifestado. Ya no es sólo una idea, algo que se ha de intuir a partir de las palabras. Él «ha aparecido». Pero ahora nos preguntamos: ¿Cómo ha aparecido? ¿Quién es él realmente? La lectura de la Misa de la aurora dice a este respecto: «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre» (Tt 3,4). Para los hombres de la época precristiana, que ante los horrores y las contradicciones del mundo temían que Dios no fuera bueno del todo, sino que podría ser sin duda también cruel y arbitrario, esto era una verdadera «epifanía», la gran luz que se nos ha aparecido: Dios es pura bondad. Y también hoy, quienes ya no son capaces de reconocer a Dios en la fe se preguntan si el último poder que funda y sostiene el mundo es verdaderamente bueno, o si acaso el mal es tan potente y originario como el bien y lo bello, que en algunos momentos luminosos encontramos en nuestro cosmos. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: ésta es una nueva y consoladora certidumbre que se nos da en Navidad.

En las tres misas de Navidad, la liturgia cita un pasaje del libro del profeta Isaías, que describe más concretamente aún la epifanía que se produjo en Navidad: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado, y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de la paz. Para dilatar el principado con una paz sin límites» (Is 9,5s). No sabemos si el profeta pensaba con esta palabra en algún niño nacido en su época. Pero parece imposible. Este es el único texto en el Antiguo Testamento en el que se dice de un niño, de un ser humano, que su nombre será Dios fuerte, Padre para siempre. Nos encontramos ante una visión que va, mucho más allá del momento histórico, hacia algo misterioso que pertenece al futuro. Un niño, en toda su debilidad, es Dios poderoso. Un niño, en toda su indigencia y dependencia, es Padre perpetuo. Y la paz será «sin límites». El profeta se había referido antes a esto hablando de «una luz grande» y, a propósito de la paz venidera, había dicho que la vara del opresor, la bota que pisa con estrépito y la túnica empapada de sangre serían pasto del fuego (cf. Is 9,1.3-4).

Dios se ha manifestado. Lo ha hecho como niño. Precisamente así se contrapone a toda violencia y lleva un mensaje que es paz. En este momento en que el mundo está constantemente amenazado por la violencia en muchos lugares y de diversas maneras; en el que siempre hay de nuevo varas del opresor y túnicas ensangrentadas, clamemos al Señor: Tú, el Dios poderoso, has venido como niño y te has mostrado a nosotros como el que nos ama y mediante el cual el amor vencerá. Y nos has hecho comprender que, junto a ti, debemos ser constructores de paz. Amamos tu ser niño, tu no-violencia, pero sufrimos porque la violencia continúa en el mundo, y por eso también te rogamos: Demuestra tu poder, ¡oh Dios! En este nuestro tiempo, en este mundo nuestro, haz que las varas del opresor, las túnicas llenas de sangre y las botas estrepitosas de los soldados sean arrojadas al fuego, de manera que tu paz venza en este mundo nuestro.

La Navidad es Epifanía: la manifestación de Dios y de su gran luz en un niño que ha nacido para nosotros. Nacido en un establo en Belén, no en los palacios de los reyes. Cuando Francisco de Asís celebró la Navidad en Greccio, en 1223, con un buey y una mula y un pesebre con paja, se hizo visible una nueva dimensión del misterio de la Navidad. Francisco de Asís llamó a la Navidad «la fiesta de las fiestas» – más que todas las demás solemnidades – y la celebró con «inefable fervor» (2 Celano, 199: Fonti Francescane, 787). Besaba con gran devoción las imágenes del Niño Jesús y balbuceaba palabras de dulzura como hacen los niños, nos dice Tomás de Celano (ibíd.). Para la Iglesia antigua, la fiesta de las fiestas era la Pascua: en la resurrección, Cristo había abatido las puertas de la muerte y, de este modo, había cambiado radicalmente el mundo: había creado para el hombre un lugar en Dios mismo. Pues bien, Francisco no ha cambiado, no ha querido cambiar esta jerarquía objetiva de las fiestas, la estructura interna de la fe con su centro en el misterio pascual. Sin embargo, por él y por su manera de creer, ha sucedido algo nuevo: Francisco ha descubierto la humanidad de Jesús con una profundidad completamente nueva. Este ser hombre por parte de Dios se le hizo del todo evidente en el momento en que el Hijo de Dios, nacido de la Virgen María, fue envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La resurrección presupone la encarnación. El Hijo de Dios como niño, como un verdadero hijo de hombre, es lo que conmovió profundamente el corazón del Santo de Asís, transformando la fe en amor. «Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre»: esta frase de san Pablo adquiría así una hondura del todo nueva. En el niño en el establo de Belén, se puede, por decirlo así, tocar a Dios y acariciarlo. De este modo, el año litúrgico ha recibido un segundo centro en una fiesta que es, ante todo, una fiesta del corazón.

Todo eso no tiene nada de sensiblería. Precisamente en la nueva experiencia de la realidad de la humanidad de Jesús se revela el gran misterio de la fe. Francisco amaba a Jesús, al niño, porque en este ser niño se le hizo clara la humildad de Dios. Dios se ha hecho pobre. Su Hijo ha nacido en la pobreza del establo. En el niño Jesús, Dios se ha hecho dependiente, necesitado del amor de personas humanas, a las que ahora puede pedir su amor, nuestro amor. La Navidad se ha convertido hoy en una fiesta de los comercios, cuyas luces destellantes esconden el misterio de la humildad de Dios, que nos invita a la humildad y a la sencillez. Roguemos al Señor que nos ayude a atravesar con la mirada las fachadas deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.

Francisco hacía celebrar la santa Eucaristía sobre el pesebre que estaba entre el buey y la mula (cf. 1 Celano, 85: Fonti, 469). Posteriormente, sobre este pesebre se construyó un altar para que, allí dónde un tiempo los animales comían paja, los hombres pudieran ahora recibir, para la salvación del alma y del cuerpo, la carne del Cordero inmaculado, Jesucristo, como relata Celano (cf. 1 Celano, 87: Fonti, 471). En la Noche santa de Greccio, Francisco cantaba personalmente en cuanto diácono con voz sonora el Evangelio de Navidad. Gracias a los espléndidos cantos navideños de los frailes, la celebración parecía toda una explosión de alegría (cf. 1 Celano, 85 y 86: Fonti, 469 y 470). Precisamente el encuentro con la humildad de Dios se transformaba en alegría: su bondad crea la verdadera fiesta.

Quien quiere entrar hoy en la iglesia de la Natividad de Jesús, en Belén, descubre que el portal, que un tiempo tenía cinco metros y medio de altura, y por el que los emperadores y los califas entraban al edificio, ha sido en gran parte tapiado. Ha quedado solamente una pequeña abertura de un metro y medio. La intención fue probablemente proteger mejor la iglesia contra eventuales asaltos pero, sobre todo, evitar que se entrara a caballo en la casa de Dios. Quien desea entrar en el lugar del nacimiento de Jesús, tiene que inclinarse.

Me parece que en eso se manifiesta una cercanía más profunda, de la cual queremos dejarnos conmover en esta Noche santa: si queremos encontrar al Dios que ha aparecido como niño, hemos de apearnos del caballo de nuestra razón «ilustrada». Debemos deponer nuestras falsas certezas, nuestra soberbia intelectual, que nos impide percibir la proximidad de Dios. Hemos de seguir el camino interior de san Francisco: el camino hacia esa extrema sencillez exterior e interior que hace al corazón capaz de ver. Debemos bajarnos, ir espiritualmente a pie, por decirlo así, para poder entrar por el portal de la fe y encontrar a Dios, que es diferente de nuestros prejuicios y nuestras opiniones: el Dios que se oculta en la humildad de un niño recién nacido. Celebremos así la liturgia de esta Noche santa y renunciemos a la obsesión por lo que es material, mensurable y tangible. Dejemos que nos haga sencillos ese Dios que se manifiesta al corazón que se ha hecho sencillo. Y pidamos también en esta hora ante todo por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor, en la condición de emigrantes, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios; para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo, ha querido traer al mundo. Amén”.

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Felicitación navideña del papa a las naciones
 
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).-Este domingo, el papa hizo su tradicional felicitación navideña a las naciones.

A los fieles reunidos en la plaza de San Pedro y a cuantos le escuchaban a través de la radio y la televisión, tras el mensaje natalicio urbi e orbi, desde el balcón central de la basílica vaticana, Benedicto XVI hizo su felicitación navideña en 65 lenguas.

A los hispanohablantes dijo: “¡Feliz Navidad! Que la Paz de Cristo reine en vuestros corazones, en la familias y en todos los pueblos”.

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Donde Dios llora


Monseñor Kasonde: "Somos felices en medio de la miseria"
Ser obispo en una diócesis que vive en situación de pobreza extrema
ROMA, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Navidad es también compartir. Es justicia y solidaridad. Recordamos aquí a ciudadanos de uno de los países más pobres de la tierra. Y a los fieles de una diócesis, Solwezi, que vive en la pobreza extrema: cincuenta céntimos al día. Allí, donde Dios llora, está presente la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada.

La diócesis de Solwezi en la archidiócesis de Lusaka, Zambia, tiene un área de 88.300 kilómetros y una población de 750.000 habitantes, de los que 80.000 son católicos. Marie Pauline Meyer de Where God Weeps, para Ayuda a la Iglesia Necesitada, entrevistó al obispo de la diócesis de Solwezi, monseñor Charles Kasonde, el cuarto sacerdote encargado de la tarea de velar por Solwezi desde que fue proclamada diócesis en 1976.

Usted ha sido nombrado obispo recientemente. ¿Esta tarea es muy difícil?

--Monseñor Kasonde: Sí y no. Es difícil ya que es una tarea que tengo que realizar y que exige una cantidad de experiencia, experiencia que todavía no tengo. Una vez eres ordenado sacerdote permaneces abierto a la acción del Espíritu en tu vida y también a lo que la Iglesia quiera de ti. Así que como sacerdotes tenemos el espíritu misionero preparado para ser enviado a cualquier lado y a aceptar cualquier tarea; no es una promoción para nosotros sino una petición a la que respondemos con un “sí” y seguimos adelante. Yo confío en que la Gracia de Dios me ayude a llevar a cabo mis actividades con el apoyo de los cristianos, mis hermanos sacerdotes, diáconos obispos y toda la fraternidad dentro de la Iglesia.

¿Cuál es su proyecto más urgente en este momento?

--Monseñor Kasonde: Creo que está reflejado en mi lema que es “La Evangelización del Pueblo de Dios”, por lo tanto estoy proyectando muchos proyectos que tiene que ver con la evangelización de la gente, haciéndoles llegar a Cristo; permitir que se encuentren con Él. No voy a una diócesis nueva; voy a una diócesis que fue fundada en 1976. Voy con gente que ya ha tenido contacto con Cristo. Voy a contarles lo que ya han escuchado. Es una diócesis muy rural y bastante pobre. Se necesitan infraestructuras. Muchas iglesias se han construido con barro y necesitamos iglesias que sean capaces de soportar el paso del tiempo. Esta es una razón más por la que debo ir a la zona, para que el Pueblo de Dios pueda dar culto al Señor en una casa bella, que ellos consideren como “su casa”, la casa de Dios. Esta es mi preocupación.

He oído que hay muchas sectas que se están estableciendo en Zambia. ¿Usted ha tenido algún contacto?

--Monseñor Kasonde: Mi diócesis es particular en el sentido que de las diez diócesis es la única que fue ocupada, durante mucho tiempo, por los protestantes. Aquí nuestros hermanos y hermanas se prodigaron en la proclamación de la Palabra de Dios. El catolicismo aquí es extranjero todavía, lentamente se ha ido introduciendo y la gente ya lo conoce cada vez más, tenemos más iglesias aunque algunas de estructuras muy flojas. En toda la provincia nordoccidental, que coincide prácticamente con mi área canónica, la población total es de 900.000 y la presencia católica es de 90.000, es decir el 10% de la población total. En otras partes los católicos constituyen en 70 u 80 %, tengo mucho camino que recorrer.

Usted dice que su diócesis es mayoritariamente rural lo que significa que es muy pobre. ¿Se sienten los pobres atraídos a otras Iglesias porque se les provee de comida y de otros medios para la vida cotidiana?

--Monseñor Kasonde: Sí. No lo hacen intencionadamente, pero realmente sufren carencias de las necesidades básicas. Hablamos de una pobreza extrema.

¿Podría describirla?

--Monseñor Kasonde: La pobreza significa menos de un dólar diario. Ellos cuentan con cincuenta céntimos al día, eso es todo. Es realmente poco. Nuestra gente trabaja muchísimo y dependen de lo que producen en el campo. Dependen de la lluvia porque no tienen sistemas de riego, solo los privilegiados cuentan con ellos, pero la mayoría depende de la lluvia. Sin lluvia viene la sequía, lo que significa que la gente ya no es capaz de cubrir las necesidades diarias de sus hogares y para los colegios de los niños. Es una situación muy mala, pero gracias a la Gracia de Dios estamos sobreviviendo y somos felices en medio de tanta pobreza.

¿Qué espera la gente de usted?

--Monseñor Kasonde: La gente espera que les lleve a Cristo; ser una persona que se identifique y que viva con ellos y que les lleve la Buena Nueva del Señor Resucitado. Puedes ver a mucha gente que dentro de la miseria en la que vive son felices. Compartimos la Palabra de Dios. Rezamos juntos. Partimos el pan juntos en la Comida Eucarística y eso es lo que quieren.

Cuando uno busca información en Internet sobre Zambia, la mayor parte de los resultados hablan del SIDA y de los problemas relacionados con la pobreza. ¿Usted comparte esta visión?

--Monseñor Kasonde: Veo esto pero no es lo único que se ve en Zambia. Zambia es un país pacífico y bello. Los medios de comunicación retratan Zambia de esta manera pero este país no es solo pobreza, sida o corrupción. Obviamente tenemos estos problemas, pero cuando te mueves un poco por el país puedes observar a habitantes ricos, otros que son pobres, la mayoría contenta y satisfecha con lo que realiza. Los habitantes de Zambia son moderados y están muy mezclados. La razón por la que se pone de relieve el sida, la pobreza y la corrupción es que muchos zambianos se oponen a ello.

¿Es el SIDA un problema todavía?

--Monseñor Kasonde:El sida es ciertamente un gran problema en la zona subsahariana de África y Zambia es parte de esta región. No hay tratamiento cuando uno se infecta, se esparce. Hemos podido ver esto en personas de edad mediana, los que están en edad de trabajar son los que mueren de sida y los mayores, los ancianos y los débiles -abuelos y abuelas- son los que tienen que asumir el papel de padres para atender a sus nietos huérfanos, porque sus hijos están muriéndose o ya están muertos.

¿Puede ofrecer una solución?

--Monseñor Kasonde: Creo que una de las soluciones es invertir en educación. Hubo una época en que era la Iglesia Católica la que proveía de educación y entonces el gobierno llegó y nacionalizó todo, algo que en sí era positivo pero pronto se vieron sobrepasados e incapaces de ofrecer una educación de calidad. Ahora quieren volver a cargar este peso en la Iglesia, ahora que las escuelas no están en buenas condiciones o han sido destruidas. La Iglesia tiene sus dudas pero sabemos que la educación es una prioridad. Si queremos ayudar a nuestra gente, se ha de hacer a través de la educación porque una persona educada sufre menos que una analfabeta. La educación es la clave y la potenciación de la generación que está creciendo: si estos son educados son capaces de encontrar los medios para poder sobrevivir. Es un ámbito que tenemos que tener en cuenta, volver a las escuelas. Si tenemos el dinero y podemos invertir en este, podríamos renovarlo todo y atraer a los profesores que podrían educar a nuestros hijos.

¿Qué esperanza hay para su país?

--Monseñor Kasonde: Zambia es muy rico en minerales y en recursos naturales. Todo lo que necesitamos es un líder que sea capaz de interpretar los signos de los tiempos; un líder que sea capaz de sacrificarse por su pueblo, un líder que sea sincero y honesto. No podemos ser tan pobres porque haya donde vas hay recursos naturales y vivimos en zona de lluvias. Cada temporada tenemos una época de lluvias y esta es la razón por la que la gente no ha invertido en sistemas de riego porque tenemos suficiente lluvia para que crezcan las cosechas. La pobreza en Zambia es exagerada. Toda Zambia necesita un liderazgo que obtenga respeto y que ponga las cosas en orden y así podremos estar sanos y salvos en casa.

* * * * *

Esta entrevista ha sido realizada por Marie-Pauline Meyer para "Where God Weeps" un programa semanal de radio y TV producido por Catholic Radio and Television Network con la colaboración de la organización de caridad católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.

Para más información: www.WhereGodWeeps.org.

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Mundo


Edición Minor de la Biblia oficial española
Las Escrituras en formato asequible
MADRID, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- En el primer aniversario de la publicación de La Sagrada Biblia. Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española ve la luz la edición popular o Minor. Al igual que la primera, se publica en la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) y ofrece el mismo texto bíblico, en un formato más accesible y económico.

La edición popular incluye la traducción de los textos originales; introducciones a los libros más abreviadas, redactadas a partir de las anteriores; una selección de notas complementarias de carácter histórico, teológico y literario; indicaciones de citas paralelas a cada uno de los pasajes; mapas históricos y un índice litúrgico de todas las lecturas de las misas del año. Se trata de un formato reducido, con el que se pretende divulgar el texto íntegro de la Biblia en un formato más cómodo y facilitar que la piedad popular siga encontrando en las palabras de la Sagrada Escritura una fuente inagotable de inspiración. Sale a la venta a un precio de 17 euros, en edición de tapa dura en geltex, con medidas de 12,5 por 18,5 cm., y un total de 1620 páginas (la edición típica contaba con 2.160).

Durante el año 2011, además de la edición típica o Maior, se han publicado otros dos libros en los que se recogen diversas partes de la Versión Oficial: uno, el Nuevo Testamento y otro, losEvangelios – Hechos de los Apóstoles. Ahora se añade esta edición popular, con el texto íntegro de toda la Biblia, cuyo objetivo es que Sagrada Escritura llegue más fácilmente a muchos hogares, parroquias, colegios, comunidades religiosas, centros universitarios, de espiritualidad y de pastoral.

Un año de la Sagrada Biblia. Versión Oficial de la CEE

En este año se han vendido más de 45.000 ejemplares de la Sagrada Biblia. Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española. Poco a poco, se va convirtiendo en la versión bíblica de referencia para la vida litúrgica y espiritual, para la catequesis y la enseñanza escolar de la religión católica y, en general, para la acción pastoral de la iglesia. Está previsto que, a partir del año litúrgico 2012/2013 comiencen a publicarse los nuevos libros litúrgicos con el texto de la versión oficial.

La publicación de la Sagrada Biblia, versión oficial de la Conferencia Episcopal Española respondió al deseo de contar con un intrumento común de referencia para la labor evangelizadora de la Iglesia. Fue el fruto de un largo trabajo impulsado por la CEE y llevado a cabo por especialistas de diversos centros de estudios superiores de España y Roma. El texto de esta versión fue aprobado por la Asamblea Plenaria en noviembre de 2008 con la mayoría cualificada necesaria para que pudiera ser utilizado en el futuro en los libros litúrgicos, y recibió la recognitio de la Congregación para el Culto Divino el 29 de junio de 2010.

Precisamente, con motivo de su publicación, el pasado mes de febrero se celebró en Madrid un Congreso sobre “La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia” y se abrió un sitio web (www.sagradabibliacee.com) con diversa documentación sobre la Biblia de la CEE.

Como ha recordado Benedicto XVI, la Biblia es “un gran código para las culturas”, “que contiene valores antropológicos y filosóficos que han influido positivamente en toda la humanidad”. Sin ella no se puede entender en toda su amplitud la cultura española ni la occidental.

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Cita con la familia europea, signo de gratitud filial
Madrid será una fiesta el 30 de diciembre
MADRID, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Este año, la fiesta de la Sagrada Familia que se celebra después de la Jornada Mundial de la Juventud, que trajo a España alrededor de dos millones de jóvenes, será el núcleo de la celebración del próximo 30 de diciembre en Madrid, querida por el cardenal arzobispo Antonio María Rouco.

El encuentro de este año girará en torno a la gratitud de jóvenes hacia sus padres, que les dieron la vida y les transmitieron la fe en Cristo.

En la onda del mandamiento divino, honrar padre y madre, el encuentro anima no sólo al respeto a los padres a la gratitud por los dones recibidos de ellos que les convierte en signos del amor creador y benevolente de Dios.

Como recordó Benedicto XVI, en una de sus audiencias de este año, Europa necesita de la familia y no es posible la regeneración del viejo continente si no pasa por la realidad de la familia tal y como Dios la pensó. Afirma el papa que: “en la Europa de hoy, las naciones de sólida tradición cristiana tienen una especial responsabilidad en la defensa y promoción del valor de la familia, fundada en el matrimonio que, por lo demás, es decisiva tanto en el ámbito educativo como en el social”.

El encuentro de Madrid es un hito en la preparación del Encuentro Mundial de Familias con Benedicto XVI en Milán, en la primavera de 2012. Y ahí están las catequesis para esa cumbre mundial titulada «La Familia: el trabajo y la fiesta».

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Flash


El antiguo himno de la Calenda
 
ROMA, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- En la Liturgia Romana se anuncia la Natividad de Jesucristo mediante el llamado pregón o Calenda de Navidad, que se canta en el coro a la hora canónica de Prima al comenzar el Martirologio del día 24 de diciembre (ya que cada día se leen los elogios de los santos del día siguiente). La Calenda tal como figura en la edición tradicional del Martirologio parece tener como antecesora la mención que hace del Nacimiento de Cristo el manuscrito del Chalki de Hipólito (que, es auténtico, supone ya la celebración romana de la Navidad a comienzos del siglo III).

El himno en latín dice así: Anno a creatione mundi, quando in principio Deus creavit caelum et terram, quinquies millesimo centesimo nonagesimo nono; a diluvio autem, anno bis millesimo nongentesimo quinquagesimo septimo; a nativitate Abrahae, anno bis millesimo quintodecimo; a Moyse et egressu populi Israel de Aegypto, anno millesimo quingentesimo decimo; ab unctione David in Regem, anno millesimo trigesimo secundo; Hebdomada sexagesima quinta, juxta Danielis prophetiam; Olympiade centesima nonagesima quarta; ab urbe Roma condita, anno septingentesimo quinquagesimo secundo; anno Imperii Octaviani Augusti quadragesimo secundo, toto Orbe in pace composito, sexta mundi aetate, Jesus Christus, aeternus Deus aeternique Patris Filius, mundum volens adventu suo piissimo consecrare, de Spiritu Sancto conceptus, novemque post conceptionem decursis mensibus, in Bethlehem Judae nascitur ex Maria Virgine factus Homo. Nativitas Domini nostri Jesu Christi secundum carnem.

En el año cinco mil ciento noventa y nueve de la creación del mundo, cuando Dios hizo el cielo y la tierra; en el dos mil novecientos cincuenta y siete desde el Diluvio; en el año dos mil quince desde el nacimiento de Abraham; en el año mil quinientos diez desde Moisés y el éxodo de Egipto del pueblo de Israel; en el año mil treinta y dos desde la unción del rey David; en la semana sexagésimoquinta según la profecía de Daniel; en la centésimononagésima Olimpíada; en el año setecientos cincuenta y dos desde la fundación de Roma; en el año cuadragésimo segundo del imperio de Octaviano Augusto, estando todo el mundo en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, queriendo santificar la creación por su advenimiento, concebido por obra del Espíritu Santo y transcurridos nueve meses después de ser engendrado, nace hecho Hombre de María Virgen en Belén de Judá. Natividad de Nuestro Señor Jesucristo según la carne.

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Espiritualidad


La verdad de la Navidad
Por el arzobispo castrense de España
MADRID, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores una carta pastoral del arzobispo castrense de España Juan del Río Martín, quien aborda en este artículo la Navidad como hecho histórico y también como tiempo de ilusión: “el sueño más hermoso que año tras año vive la humanidad”.

*****

+ Juan del Río Martín

El sueño es: bruma del descanso, espacio libre para la mente, tiempo que restaura las fuerzas desgastadas, signo que anuncia el sepulcro. La noche de los sueños es historia de salvación. Sucedió que el acontecimiento de Belén comienza cuando el hombre justo llamado José dormía y el ángel del Señor le dijo “no tengas reparo en recibir a María como esposa tuya, pues el hijo que espera viene del Espíritu Santo… se despertó del sueño e hizo lo que el ángel le había mandado” (Mt 1, 21.24). Los pastores pasaban la noche velando sus rebaños (Lc 2, 8). Los Magos fueron advertidos en sueño de que no volvieran donde estaba Herodes (Mt 2, 12). La huida y el regreso de Egipto de la Familia de Nazaret fue anunciada en sueños (Mt 2, 13.19). La nocturnidad y los sueños son figuras de la fragilidad de la naturaleza humana y lenguaje para aproximarnos lo sagrado y lo inabarcable del Misterio: Dios humanado. La Palabra hecha carne. La Luz que ilumina las tinieblas. El cristianismo está basado en un hecho histórico (Lc 2, 1-7) que sobre pasa toda mente, no es producto de la invención humana, de la fantasía o de la mitología. Es un realismo nuevo, inusitado, insólito ¿Quién es el sabio que podrá descifrar los secretos del amor divino manifestado en Cristo Jesús? Únicamente pueden acceder a ellos los “mansos de corazón” (Mt 5, 8). Por eso, la verdad de la Navidad la podemos encontrar en los sencillos, en los que no cuentan ante los ojos del mundo, en los que piensan y obran en humildad. Sin embargo, José, los Magos, los pastores fueron asistido en sus sueños, en sus temores, mediante signos eficaces de la ayuda divina: “la voz del ángel”, la luz de una “estrella”, la envoltura de la “gloria divina”.

También nosotros somos ayudados por la gracia de la fe y los sacramentos de la Iglesia para encontrar como los pastores y los Magos a “María, a José y al niño acostado en un pesebre” (Lc 2, 16), y descubrir la seducción salvadora del Misterio del Emmanuel-“Dios con nosotros”- Así, con la sola fuerza de nuestra razón lo único que encontramos en el portal es una injusticia social “no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2, 7). El historiador tropezará con las peripecias de un matrimonio por salvar a su hijo “porque Herodes buscaba al niño para matarlo” (Mt 2, 13).

Igualmente otras ramas del saber irán haciendo sus lecturas parciales. Pero únicamente, la mirada de fe nos dará la clave de lo sucedido hace veinte siglos en Belén donde: “apareció la benignidad y el amor a los hombres de Dios nuestro Salvador” (Tit 2, 11). El realismo del Misterio del Dios que se hace hombre para salvarnos, posee tal fascinación, que el pueblo cristiano ha creado una cultura navideña, con sus expresiones en la gastronomía, en la música de los villancicos, en la pintura y escultura de los nacimientos. Esto no hay que verlo como una vulgarización del Misterio, sino todo lo contrario, nos habla de cómo la encarnación de la fe cristiana crea cultura y engendra valores que ennoblecen a los pueblos y a sus gentes, potenciando una memoria colectiva de paz, amor y familia. Es necesario sacudirnos de la frivolidad de la cultura dominante que quiere vaciar de contenido cristiano estas Fiestas. Ellas son el sueño más hermoso que año tras año vive la humanidad. Cada Nochebuena es distinta, completamente nueva, llena de sorpresas salvadora, porque el Misterio que celebramos en inabarcable y a la vez tan cercano e innegable como que nos ha nacido un Redentor que lleva por nombre: “Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo”; y su reino no tendrá fin (cf. Is 9, 2.6; Lc 1, 33) ¡Sólo el Señor Jesús es nuestra Navidad! ¡Felicidades a toda la gran familia castrense, especialmente para aquellos militares que por servir a España se encontrarán lejos de sus hogares!

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Recomenzar desde el principio: la oleada de evangelización en marcha
Cuarta meditación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores la cuarta meditación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, realizada el viernes 23 de diciembre en la basílica vaticana de San Pedro, en presencia de Benedicto XVI.

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1. Un nuevo destinatario del anuncio

“Prope est iam Dominus: venite, adoremus”: El Señor está cerca: venid adoremos. Iniciamos esta meditación como empieza la Liturgia de las horas en estos días que preceden a la Navidad, de modo que sea también ella parte de nuestra preparación a la solemnidad.
He buscado reconstruir, en la meditación anterior, tres grandes oleadas evangelizadoras en la historia de la Iglesia. Ciertamente, se podrían recordar otros grandes empeños misioneros, como aquel iniciado por San Francisco Xavier en el siglo XVI en Oriente – la India, la China y el Japón-, así como la evangelización del continente africano, en el siglo XIX, a cargo de Daniel Comboni, del cardenal Guillermo Massaia y tantos otros… Hay sin embargo razón más para la elección hecha, la que espero haya surgido del desarrollo de estas reflexiones.

Lo que cambia y distingue las diversas oleadas evangelizadoras de las que hemos hecho memoria, no es el objeto del anuncio –“la fe, que ha sido transmitida a los santos de una vez para siempre”, como lo llama la carta de san Judas-, sino los destinatarios de la misma, es decir, el mundo grecorromano, el mundo bárbaro y el nuevo mundo, o sea el continente americano.

Nos preguntamos entonces: ¿quién es el nuevo destinatario de la cuarta oleada de evangelización en acto hoy? La respuesta es el mundo occidental secularizado y en algunos aspectos postcristiano. Esta especificación que aparecía ya en los documentos del beato Juan Pablo II, se ha vuelto explícita en el magisterio del santo padre Benedicto XVI. En el motu proprio con el cual ha instituido el “Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización”, habla de “muchos países de antigua tradición cristiana, que se han vuelto reacios al mensaje evangélico”¹.

En el Adviento del año pasado, traté de indicar aquello que caracteriza a este nuevo destinatario del anuncio, resumiéndolo en tres puntos: el cientificismo, el secularismo y el racionalismo. Tres tendencias que llevan a un resultado común: el relativismo.

De forma paralela a la aparición sobre la escena, de un nuevo mundo por evangelizar, hemos asistido a la vez a la aparición de una nueva categoría de anunciadores: los obispos en los tres primeros siglos (sobre todo en el tercero), los monjes en la segunda oleada y los frailes en la tercera. También hoy asistimos a la aparición de una nueva categoría de protagonistas de la evangelización: los laicos. Evidentemente, no se trata de la sustitución de una categoría por otra, sino de un nuevo componente del pueblo de Dios que se une al otro, permaneciendo siempre los obispos, con el papa a la cabeza, como guías autorizados y responsables en última instancia, de la tarea misionera de la Iglesia.
 

2. Como la estela de un buque

He dicho que a través de los siglos han cambiado los destinatarios del anuncio, pero no el anuncio mismo. Pero debo precisar mejor esta última afirmación. Es verdad que no puede cambiar lo esencial del anuncio, pero puede y debe cambiar el modo de presentarlo, la prioridad, el punto desde el cual parte el anuncio.

Resumamos el camino recorrido por el anuncio evangélico para llegar hasta nosotros. Hay primero el anuncio hecho por Jesús, que tiene por objeto central una noticia: “Ha llegado a ustedes el Reino de Dios”. A esta etapa única e irrepetible que llamamos “el tiempo de Jesús”, le sigue, después de la Pascua, “el tiempo de la Iglesia”. En él, Jesús no es ya el anunciador, sino el anunciado; la palabra “Evangelio” no significa ya “la buena noticia portada por Jesús", sino la buena noticia sobre Jesús, es decir, que tiene por objeto a Jesús y, en particular, su muerte y resurrección. Esto es lo que significa siempre para san Pablo, la palabra “Evangelio”.

Conviene sin embargo, estar atentos y no separar demasiado los dos momentos y los dos anuncios, aquel de Jesús y el de la Iglesia, o como se viene usando hace tiempo, el “Jesús histórico” del “Cristo de la fe”. Jesús no es solo el objeto del anuncio de la Iglesia, lo anunciado. ¡Ay con reducirlo solo a esto! Significaría olvidar la resurrección. En el anuncio de la Iglesia, es el Cristo resucitado quien, con su Espíritu, sigue hablando; él es también la persona que anuncia. Como dice un texto del concilio: “Cristo está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla”2.

Partiendo del anuncio inicial de la Iglesia, es decir del kerygma, podemos resumir con una imagen el desarrollo sucesivo de la predicación de la Iglesia. Pensemos en la estela de una nave. Se inicia en un punto, la punta de la proa de la nave, que va ampliándose más, hasta perderse en el horizonte y tocar las dos orillas del mar. Eso es lo que pasó en el anuncio de la Iglesia; comenzó con un extremo: el kerygma “Cristo murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación” (cf. Rom. 4,25; 1 Cor. 15,1-3); y aún más conciso: “Jesús es el Señor” (Hch. 2, 36; Rom. 10,9).

Una primera expansión de esta estela se da con el nacimiento de los cuatro evangelios, escritos para explicar ese eslabón inicial, y con el resto del Nuevo Testamento; después de eso viene la tradición de la Iglesia, con su magisterio, teología, instituciones, leyes y espiritualidad. El resultado final es un inmenso legado que hace pensar justamente en la estela de la nave en su máxima expansión.

A este punto, si se quiere reevangelizar el mundo secularizado, se impone una elección. ¿De dónde empezar? De cualquier punto de la estela, o de la punta? La inmensa riqueza de la doctrina y de las instituciones pueden convertirse en un handicap si queremos presentarnos con eso al hombre, quien ha perdido todo contacto con la Iglesia y ya no sabe quién es Jesús. Sería como ponerle de repente a un niño, una de esas enormes y pesadas capas pluviales de brocado.

Se necesita ayudar a este hombre a establecer una relación con Jesús; hacer con el hombre moderno aquello que hizo Pedro el día de Pentecostés con las treinta mil personas allí presentes: hablarle de Jesús, a quien nosotros hemos crucificado y que Dios lo ha resucitado, llevarlo al punto en que también él, tocado en el corazón, pregunte: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” y nosotros responderemos, como respondió Pedro: “Arrepiéntanse, háganse bautizar si no lo son aún, o confiésense si ya son bautizados”.

Aquellos que responderán al anuncio se unirán, también hoy, como entonces, a la comunidad de los creyentes, escucharán las enseñanzas de los apóstoles y participarán en la fracción del pan; según la llamada y la respuesta de cada uno, podrán apodrarse poco a poco, de todo aquel inmenso patrimonio nacido del kerygma. No se acepta a Jesús por la palabra de la Iglesia sino que se acepta a la Iglesia por la palabra de Jesús.

Tenemos un aliado en este esfuerzo: el fracaso de todos los intentos realizados por el mundo secularizado para sustituir al kerygma cristiano con otros “gritos” y otros “carteles”. Comúnmente presento el ejemplo de la célebre obra del pintor noruego Edvard Munch, titulado El Grito. Un hombre sobre un puente, ante un fondo rojizo y con las manos alrededor de la boca abierta emite un grito que –se entiende inmediatamente-, es un grito de angustia, un grito vacío, sin palabras, solo sonido. Me parece que es la descripción más eficaz de la situación del hombre moderno que, habiendo olvidado el grito lleno de contenido que es el kerygma, debe gritar al vacío su propia angustia existencial.
 

3. Cristo, contemporáneo nuestro

Ahora, me gustaría tratar de explicar por qué es posible, en el cristianismo, recomenzar, en cada momento, desde el extremo de la nave, sin que esto sea una ficción de la mente o una simple operación de arqueología. El motivo es simple: aquella nave sigue surcando el mar y la estela ¡empieza otra vez desde un punto!

Hay un punto en el cual no estoy de acuerdo con el filósofo Kierkegaard que ha dicho también cosas bellísimas sobre la fe y sobre Jesús. Uno de sus temas preferidos es el de la contemporaneidad de Cristo. Pero él concibe tal contemporaneidad, como un hacernos contemporáneos de Cristo. “Aquel que cree en Cristo –escribe--, está obligado a hacerse su contemporáneo en el abajamiento”3. Su idea es que para creer verdaderamente, con la misma fe exigida a los apóstoles, hay que prescindir de los dos mil años de historia de confirmaciones sobre Jesús y meterse en los zapatos de aquellos a quienes Jesús dirigía la palabra: “Vengan a mí, todos ustedes que están fatigados y sobrecargados, y yo les daré descanso” (Mt. 11,28). ¡Justamente él, un hombre que no tenía una piedra dónde reposar la cabeza!

La verdadera contemporaneidad de Cristo es otra cosa; es Él quien se hace nuestro contemporáneo, porque habiendo resucitado, vive en el Espíritu de la Iglesia. Si nosotros tuviéramos que hacernos contemporáneos de Cristo, sería una contemporaneidad solamente intencional; si es Cristo el que se hace nuestro contemporáneo, es una contemporaneidad real. Según un pensamiento osado de la espiritualidad ortodoxa, “la anamnesis es un recuerdo gozoso que hace el pasado aún más presente hoy de cuando fue vivido”. No es una exageración. En la celebración litúrgica de la Misa, el evento de la muerte y resurrección de Cristo se convierte en algo más real para mí, de cuanto lo fue para aquellos que asistieron de hecho y materialmente al acontecimiento, porque entonces era una presencia “según la carne”, y ahora se trata de una presencia “según el Espíritu”.

Lo mismo sucede cuando uno proclama con fe: “Cristo ha muerto por mis pecados, ha resucitado por mi justificación, él es el Señor”. Un autor del siglo IV escribió: “Para cada hombre, el principio de la vida es cuando Cristo se ha inmolado por él. Pero Cristo se ha inmolado por él en el momento en que él reconoce la gracia y se vuelve consciente de la vida que obtuvo de aquella inmolación”4.

Me doy cuenta de que no es fácil y quizás ni siquiera posible decir estas cosas a la gente, menos aún al mundo secularizado de hoy; más bien es lo que debemos tener bien claro nosotros, evangelizadores, para sacar de él coraje y creer en la palabra del evangelista Juan que dice: “Aquél que está en ustedes es más fuerte que el que está en el mundo”. (1 Jn. 4,4).
 

4. Los laicos, protagonistas de la evangelización

Decía al inicio que, desde el punto de vista de los protagonistas, la novedad en el periodo moderno de la evangelización son los laicos. Su papel ha sido tratado por el concilio en la “Apostolicam Actuositatem”, por Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi” y por el beato Juan Pablo II en la “Christifidelis Laici”.

Los antecedentes de esta llamada universal a la misión se encuentran ya en el Evangelio. Después del primer envío de los apóstoles a la misión, Jesús, se lee en el evangelio de Lucas, “designó a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir” (Lc. 10,1). Estos setenta y dos discípulos, probablemente eran todos aquellos que el había reunido hasta aquel momento, o al menos todos aquellos que estaban dispuestos a comprometerse seriamente por él. Por tanto, Jesús envía a todos sus discípulos.

He conocido a un laico de los Estados Unidos, un padre de familia que junto a su profesión desarrolla también una intensa evangelización. Es una persona llena de sentido del humor y evangeliza al son de las carcajadas, como sólo los estadounidenses saben hacerlo. Cuando va a un lugar nuevo, empieza diciendo muy serio: “Dos mil quinientos obispos, reunidos en el Vaticano, me han pedido que venga a anunciarles el evangelio”. Naturalmente, la gente siente curiosidad. A continuación, él explica que los dos mil quinientos obispos son los que participaron en el concilio Vaticano II y escribieron el decreto sobre el apostolado de los laicos, en el cual se exhorta a cada laico cristiano a participar de la misión evangelizadora de la Iglesia. Tenía perfecta razón de decir “me lo han pedido”. No son palabras al viento, a todos y a ninguno, están dirigidas de modo personal a cada laico católico.

Hoy conocemos la energía nuclear que se libera de la “fisión” del átomo. Un átomo de uranio viene bombardeado y “partido” en dos por la colisión de una partícula llamada neutrón, liberando en este proceso energía. Se inicia desde allí una reacción en cadena. Los dos nuevos elementos fisionan, es decir, rompen a su vez otros dos átomos, estos otros cuatro y así sucesivamente en miles de millones de átomos; así, al final, la energía “liberada” es enorme. Y no necesariamente es energía destructiva, porque la energía nuclear puede ser usada también para fines pacíficos, a favor del hombre.

En este sentido, podemos decir que los laicos son una especie de energía nuclear de la Iglesia en lo espiritual. Un laico alcanzado por el Evangelio, viviendo junto a otros, puede “contagiar” a otros dos, estos a otros cuatro, y ya que los laicos no son solo algunas decenas de miles como el clero, sino centenares de millones, ellos pueden desempeñar un papel de veras decisivo en la propagación de la luz beneficiosa del evangelio en el mundo.
Del apostolado de los laicos no se ha comenzado a hablar solo con el concilio Vaticano II, se hablaba de ellos ya hacía tiempo. Pero lo que el concilio ha aportado de nuevo en este campo, se refiere al título con el cual los laicos contribuyen al apostolado de la jerarquía. Ellos no son simples colaboradores llamados a dar su aporte profesional, su tiempo y recursos: son portadores de carismas, con los cuales, dice la Lumen Gentium, “son aptos y están prontos para ejercer las diversas obras y tareas que sean útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia”5.

Jesús quiso que sus apóstoles fueran pastores de ovejas y pescadores de hombres. Para nosotros, pertenecientes al clero, es más fácil ser pastores que pescadores; es decir, nutrir con la palabra y los sacramentos a aquellos que vienen a la iglesia, que no ir a la búsqueda de los alejados, en los  ambientes más dispares de la vida. La parábola de la ovejita extraviada se presenta hoy invertida: noventa y nueve ovejas se han alejado y una ha quedado en el redil. El peligro es pasar todo el tiempo alimentando a la única que quedó y no tener tiempo, también por la escasez de clero, de ir a la búsqueda de las extraviadas. En esto, la aportación de los laicos se revela providencial.

Los llamados movimientos eclesiales postconciliares son una expresión de esta novedad y debemos reconocer que están a la vanguardia en la obra de la evangelización. Muchas conversiones de personas adultas y el retorno a la práctica religiosa de los cristianos nominales, se producen hoy en el ámbito de estos movimientos.

Recientemente, el santo padre Benedicto XVI volvió sobre la importancia de la familia en vista de la evangelización, hablando de un “protagonismo de la familia cristiana” en este terreno. “Y del mismo modo que están en relación el eclipse de Dios y la crisis de la familia, así la nueva evangelización es inseparable de la familia cristiana”6.

Comentando el texto de Lucas, donde se dice que Jesús “designó a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir” (Lc. 10,1), san Gregorio Magno escribe que los manda de dos en dos “porque menos que entre dos no puede haber amor”, y el amor es aquello por lo que los hombres podrán reconocer que somos discípulos de Cristo. Esto vale para todos, pero en modo especial para los padres de familia. Si no pueden hacer nada más para ayudar a sus hijos en la fe, ya sería mucho si, viéndolos, ellos pudiesen decir entre sí: “Mira cómo se aman papá y mamá”. “El amor es de Dios”, dice la Escritura (1 Jn. 4,7) y esto explica por qué, donde sea que haya un poco de amor, allí siempre será anunciado Dios.

La primera evangelización comienza dentro de las paredes de la casa. A un joven que se preguntaba qué cosa debía hacer para salvarse, Jesús le respondió un día: “Anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres…, después ven y sígueme” (Mc. 10, 21); pero a otro joven que quería dejar todo y seguirlo, no se lo permitió, sino le dijo: “Vete a tu casa, con los tuyos, y cuéntales lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido misericordia de ti” (Mc. 5,19).

Existe un famoso canto espiritual negro titulado “There is a balm in Gilead” “Hay un bálsamo en Gilead”. Algunas de sus palabras podrían alentar a los laicos, y no solamente a ellos, en la tarea de una evangelización de persona a persona, de puerta a puerta.
Dice así: “If you cannot preach like Peter, if you cannot preach like Paul, go home and tell your neighbor: He died to save us all”. (Si no sabes predicar como Pedro; si no sabes predicar como Pablo, anda a tu casa y diles a tus vecinos: Jesús ha muerto para salvarnos a todos”.

Dentro de dos días será Navidad. Resulta reconfortante para los hermanos laicos, recordar que alrededor de la cuna de Jesús, además de María y José, estaban solo sus representantes, los pastores y los magos.

La Navidad nos trae de nuevo a la punta de la proa que inicia la estela de la nave, porque todo comenzó a partir de allí, de aquel Niño en el pesebre. En la liturgia escucharemos proclamar “Hodie Christus natus est, hodie Salvator apparuit”, “Hoy ha nacido Cristo, hoy apareció el Salvador”. Escuchándolo, recordemos aquello que habíamos dicho de la anamnesis, “que hace el pasado aún más presente de cuando fue vivido”. Sí, Cristo nace hoy, porque él nace de verdad para mí en el momento en el cual reconozco y creo en el misterio. “¿De qué me sirve que Cristo haya nacido una vez de Maria en Belén, si no nace de nuevo por la fe en mi corazón?”; son palabras pronunciadas por Orígenes y repetidas por san Agustín y por san Bernardo7.

Hagamos nuestra la invocación elegida por nuestro santo padre para su saludo natalicio de este año, y repitámosla con todo el anhelo de nuestro corazón: “Veni ad salvandum nos”, “¡Ven, Señor, y sálvanos!”.

Notas

1 Benedicto XVI, motu proprio “Ubicunque et Semper”.

2 Sacrosanctum concilium, n. 7.

3 S. Kierkegaard, Esercizio del cristianesimo, I, E (L’arresto) (in Opere, a cura di C. Fabro, Firenze 1972, p. 708).

4 Homilía Pascual del año 387 (SCh 36, p. 59 s.)

5 L.G., 12.

6 Benedicto XVI, Discurso a la Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, en “L’Osservatore Romano”, 2 Dicembre, p.8.

7 Orígenes, Comentario al Evangelio de Lucas, 22,3 (SCh. 87, p. 302).

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Documentación


Benedicto XVI: El Príncipe de la paz conceda paz y estabilidad a la Tierra
Mensaje papal por Navidad
CIUDAD DEL VATICANO, domingo 25 diciembre 2011 (ZENIT.org).- A las doce de mediodía de este domingo 25 de diciembre, solemnidad de la Natividad del Señor, desde el balcón de la Bendición de la basílica vaticana, Benedicto XVI dirigió el tradicional mensaje navideño a los fieles presentes en la plaza de San Pedro y a cuantos los escuchaban por la radio y la televisión. Sigue el texto del mensaje del papa para la Navidad 2011.

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Queridos hermanos y hermanas de Roma y del mundo entero:

Cristo nos ha nacido. Gloria a Dios en el cielo, y paz a los hombres que él ama. Que llegue a todos el eco del anuncio de Belén, que la Iglesia católica hace resonar en todos los continentes, más allá de todo confín de nacionalidad, lengua y cultura. El Hijo de la Virgen María ha nacido para todos, es el Salvador de todos.

Así lo invoca una antigua antífona litúrgica: «Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Veni ad salvandum nos. Este es el clamor del hombre de todos los tiempos, que siente no saber superar por sí solo las dificultades y peligros. Que necesita poner su mano en otra más grande y fuerte, una mano tendida hacia él desde lo alto. Queridos hermanos y hermanas, esta mano es Cristo, nacido en Belén de la Virgen María. Él es la mano que Dios ha tendido a la humanidad, para hacerla salir de las arenas movedizas del pecado y ponerla en pie sobre la roca, la roca firme de su verdad y de su amor (cf. Sal 40,3).

Sí, esto significa el nombre de aquel niño, el nombre que, por voluntad de Dios, le dieron María y José: se llama Jesús, que significa «Salvador» (cf. Mt 1,21; Lc 1,31). Él fue enviado por Dios Padre para salvarnos sobre todo del mal profundo arraigado en el hombre y en la historia: ese mal de la separación de Dios, del orgullo presuntuoso de actuar por sí solo, del ponerse en concurrencia con Dios y ocupar su puesto, del decidir lo que es bueno y es malo, del ser el dueño de la vida y de la muerte (cf. Gn 3,1-7). Este es el gran mal, el gran pecado, del cual nosotros los hombres no podemos salvarnos si no es encomendándonos a la ayuda de Dios, si no es implorándole: «Veni ad salvandum nos - Ven a salvarnos».

Ya el mero hecho de esta súplica al cielo nos pone en la posición justa, nos adentra en la verdad de nosotros mismos: nosotros, en efecto, somos los que clamaron a Dios y han sido salvados (cf. Est 10,3f [griego]). Dios es el Salvador, nosotros, los que estamos en peligro. Él es el médico, nosotros, los enfermos. Reconocerlo es el primer paso hacia la salvación, hacia la salida del laberinto en el que nosotros mismos nos encerramos con nuestro orgullo. Levantar los ojos al cielo, extender las manos e invocar ayuda, es la vía de salida, siempre y cuando haya Alguien que escucha, y que pueda venir en nuestro auxilio.

Jesucristo es la prueba de que Dios ha escuchado nuestro clamor. Y, no sólo. Dios tiene un amor tan fuerte por nosotros, que no puede permanecer en sí mismo, que sale de sí mismo y viene entre nosotros, compartiendo nuestra condición hasta el final (cf. Ex 3,7-12). La respuesta que Dios ha dado en Jesús al clamor del hombre supera infinitamente nuestras expectativas, llegando a una solidaridad tal, que no puede ser sólo humana, sino divina. Sólo el Dios que es amor y el amor que es Dios podía optar por salvarnos por esta vía, que es sin duda la más larga, pero es la que respeta su verdad y la nuestra: la vía de la reconciliación, el diálogo y la colaboración.

Por tanto, queridos hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo, dirijámonos en esta Navidad 2011 al Niño de Belén, al Hijo de la Virgen María, y digamos: «Ven a salvarnos». Lo reiteramos unidos espiritualmente tantas personas que viven situaciones difíciles, y haciéndonos voz de los que no tienen voz.

Invoquemos juntos el auxilio divino para los pueblos del Cuerno de África, que sufren a causa del hambre y la carestía, a veces agravada por un persistente estado de inseguridad. Que la comunidad internacional no haga faltar su ayuda a los muchos prófugos de esta región, duramente probados en su dignidad.

Que el Señor conceda consuelo a la población del sureste asiático, especialmente de Tailandia y Filipinas, que se encuentran aún en grave situación de dificultad a causa de las recientes inundaciones.

Y que socorra a la humanidad afligida por tantos conflictos que todavía hoy ensangrientan el planeta. Él, que es el Príncipe de la paz, conceda la paz y la estabilidad a la Tierra en la que ha decidido entrar en el mundo, alentando a la reanudación del diálogo entre israelíes y palestinos. Que haga cesar la violencia en Siria, donde ya se ha derramado tanta sangre. Que favorezca la plena reconciliación y la estabilidad en Irak y Afganistán. Que dé un renovado vigor a la construcción del bien común en todos los sectores de la sociedad en los países del norte de África y Oriente Medio.

Que el nacimiento del Salvador afiance las perspectivas de diálogo y la colaboración en Myanmar, en la búsqueda de soluciones compartidas. Que el nacimiento del Redentor asegure estabilidad política en los países de la región africana de los Grandes Lagos y fortalezca el compromiso de los habitantes de Sudán del Sur para proteger los derechos de todos los ciudadanos

Queridos hermanos y hermanas, volvamos la vista a la gruta de Belén: el niño que contemplamos es nuestra salvación. Él ha traído al mundo un mensaje universal de reconciliación y de paz. Abrámosle nuestros corazones, démosle la bienvenida en nuestras vidas. Repitámosle con confianza y esperanza: «Veni ad salvandum nos».

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