27.12.11

Los santos anónimos

A las 11:43 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General

 

No todos los santos están, ni estarán, en el Martirologio. A muchos santos solo los habrán conocido, en la tierra, quienes han convivido con ellos. Y tengo la convicción de que todos, más o menos, hemos conocido a santos. No a personas perfectísimas, no. A personas limitadas que, a su modo, según sus posibilidades, han respondido a la gracia de Dios. Personas que nos han querido, que se han sacrificado por nosotros y que, a pesar de sus límites, han sido íntegras, coherentes, fieles a sí mismas y, sobre todo, fieles a Dios.

Recuerdo a un familiar que, cuando ya la muerte se aproximaba, decía: “Tengo ganas de abrazar a mi madre”. Para él, y para muchos otros que la habían conocido, su madre era una santa. El deseo del cielo se encarnaba de ese modo tan cercano y próximo. Ver a Dios se traducía en abrazar de nuevo a su madre. Y no me parece una idea disparatada. Solo Dios puede lograr que, en Él, volvamos a encontrarnos unos a otros. Si Dios nos ama – y de esta verdad no podemos dudar – amará también a quienes amamos. Y los amará con una fuerza capaz de hacer lo que nosotros no podemos hacer: mantenerlos en vida; es más, darles vida.

Cuando irrumpe la tremenda separación de la muerte nos hacemos conscientes de nuestra debilidad y de nuestra dependencia. Por más que queramos no podemos preservar la vida de los seres queridos, de nuestros amigos, de aquellas personas a las que debemos tanto. Solo Dios puede hacerlo. Y no cabe duda de que lo hace.

Hoy he leído un texto de J. Maritain que me ha consolado e iluminado: Los santos ocultos, dice, “se han llevado al cielo el recuerdo de sus amigos”. “Siguen amándolos como los amaban”, “los aman también con amor humano”, “prosiguen en la visión el cuidado que se tomaban de ellos en la tierra, y la oración que por ellos hacían”. Nosotros, por nuestra parte, podemos invocarles.

A través del recuerdo de muchos santos nuestro nombre está ya en el cielo. Su memoria es como un reflejo de la memoria de Dios, que no se olvida de nosotros. Benedicto XVI ha hablado de ellos, de los santos, como de “luces cercanas” que nos ayudan a llegar a Cristo, Luz por antonomasia.

Cada cual está invitado a elaborar su propia “Letanía de los santos”. Y, en los límites de la devoción privada, creo que es lícito añadir, después del Nombre de la Bienaventurada Virgen María, del de los Apóstoles y del de los Mártires, los nombres de quienes conocemos y que, a nuestro entender, están ya en Dios.

Nos preceden, se adelantan. Ninguno de nosotros es Adán o Eva. Hemos venido al mundo tras una larga genealogía. Tampoco en el mundo nuevo vamos a ser los primeros. Nos están esperando y no dejan de ocuparse de nuestros asuntos.

Los necesitamos, a los santos, más que a nadie.

Guillermo Juan Morado.