El legado de Benjamín Forcano

 

A lo largo de estos años, ciertos teólogos cuestionados por la Iglesia han conseguido editar sus obras al margen del nihil obstat y convertir sus conferencias en púlpitos de pago. Al mismo tiempo que el pensamiento laicista les elogiaba y proporcionaba medios de vida en Universidades civiles, lejos del control de la Iglesia.

02/01/12 2:14 PM


 

Tras leer el opúsculo de Benjamín Forcano publicado en Religión Digital bajo el epígrafe: “Colón pensamiento integrista sobre la familia cristiana”, me he quedado unos días pensando si vale la pena responder. Hay numerosas pistas en la red para calificar a este exclaretiano de iluminado de la Nueva Era. Un señor que ha hecho un daño irreparable en la Iglesia, ayudando a deformar numerosas conciencias católicas. Este señor se ha lanzado sin paracaídas contra la Iglesia y sigue comiendo de ella. Cada una de sus afirmaciones es una puñalada en el Cuerpo de Cristo. No hay nada más zafio que intentar vender un producto adulterado como auténtica teología. Y no quiero cuestionar su persona, sino su trayectoria cada vez más escorada y radical.

En realidad se trata de pensamientos propios hilvanados a lo largo de una larga metamorfosis que se materializa en publicaciones heterodoxas llenas de frustración contra las normas de la Iglesia. Yo no tengo nada que objetar a que este señor viva de acuerdo con lo que él estime o considere oportuno. Pero me parece alucinante que intente pasar por cristiano y católico todo lo que a él se le ocurra decir. Y que tenga el atrevimiento de calificar a la Iglesia de integrista.

Hay numerosas muestras de que la Iglesia nunca ha sido “integrista”. Ha sabido evolucionar con los tiempos y adaptarse a todas las épocas. Pero se ha mantenido fiel a unos principios que no se pueden adulterar de manera zafia al estilo Forcano. Resulta que la doctrina de la Iglesia puede calificarse de “integra”, porque está asistida por el Espíritu Santo. Naturalmente tiene muchos fallos al estar compuesta por personas humanas, basta leer a Forcano en su época de claretiano ortodoxo para darse cuenta de que dentro de la Iglesia se puede dar cualquier aberración. Ahora bien, también se establecen filtros para que no se mezcle cualquier cosa. Y cuando se dictamina que lo publicado no se corresponde con la doctrina de la Iglesia sólo hay un camino: rectificar y asumir con humildad que se ha errado. Pero es obvio que el Sr. Forcano no sigue ese camino, sino más bien el de cuanto más daño peor.

Le reconozco en su escrito un tono de amargura que le tiene envenenado. Utilizar el encuentro de Colón para reivindicar sus peregrinas ideas sobre la masturbación, los anticonceptivos y la homosexualidad, me parece de una zafiedad fuera de lo común. Porque reivindicar la familia y buscar orar por la unidad de la misma, no debe llevar a salirse fuera de tiesto y poner en el tapete lo que a uno le apetezca. Reivindicar la libertad de conciencia me parece correcto. Siempre que no se trate de colar lo propio como fetén y lo que dice la Iglesia como caduco. Y el caso que nos ocupa trata precisamente de eso.

Y para rematar sigue con la matraca del Concilio Vaticano II como si fuera dueño del mismo. Lo cierto es que Benedicto XVI ha manifestado que estamos dentro de la continuidad del Concilio Vaticano II, de manera que basta ya de dar la vara. A lo largo de estos años, ciertos teólogos cuestionados por la Iglesia han conseguido editar sus obras al margen del nihil obstat y convertir sus conferencias en púlpitos de pago. Al mismo tiempo que el pensamiento laicista les elogiaba y proporcionaba medios de vida en Universidades civiles, lejos del control de la Iglesia.

Esto ha dado lugar a una gran pluralidad de opiniones, todas ellas respetables. Lo malo es cuando intentan venderse como pioneras de derechos que la Iglesia se resiste a conceder. Lo siento señor Forcano, su tesis forma parte de la historia larga de infiltraciones laicistas dentro de la Iglesia. Le recomendaría la lectura del Cementerio de Praga de Umberto Eco. Tal vez así, pueda entender que su postura no es ninguna novedad. Se dio en el pasado y le auguro un porvenir oscuro. Lo suyo caerá en el olvido, no le quepa la menor duda. Y la Iglesia continuará evolucionando al mismo tiempo que se mantiene fiel a su origen.

El hecho de que algunos de ustedes estén formando un lobby bajo el paraguas de ese eufemismo que denominan “fe adulta”, caerá en el ostracismo dentro de unos pocos años. No serán necesarios muchos, dado que ustedes ya son respetables caballeros que viven en la ancianidad. Y sus obras dejarán de editarse porque habrá pasado el momento de la contestación chulesca. Sobrevivirá únicamente lo que aporte algo a la fe, dentro de la más estricta ortodoxia. Lo demás, pelillos a la mar, por mucho que sus amigos les ofrezcan publicar sus opúsculos. En realidad ninguno de ellos hace crecer en una fe adulta que lleve hacia la santidad, sino precisamente, muy al contrario, en una actitud que nos hace pensar que no necesitamos ni a la Iglesia ni mucho menos a Cristo como Señor de nuestra vida. Esa ha sido su herencia, ese es su legado. Y ciertamente es motivo de vergüenza ajena.

 

Carmen Bellver

Publicado originalmente en el blog Diálogo sin fronteras