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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 6 de enero de 2012

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Santa Sede

Jesús es el sol de la humanidad, dijo el papa

Benedicto XVI nombrará a veintidós nuevos cardenales

Epifanía en el Vaticano: Hombres de todas las culturas y pueblos

Mundo

Benedicto XVI llegará a México el 23 de marzo

Benedicto XVI en Cuba en la Fiesta de la Anunciación de María

En la escuela de san Pablo...

Creer en Cristo, como "aquél que ha de venir" (Bautismo del Señor, ciclo B)

El espíritu de la liturgia

¿Por qué la liturgia? Comentarios al Catecismo nn. 1066-1070

Espiritualidad

El éxodo de los sabios de Oriente


Santa Sede


Jesús es el sol de la humanidad, dijo el papa
Oración del Ángelus en San Pedro
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Al final de la Santa Misa, celebrada con el rito de la consagración episcopal en la basílica vaticana, con ocasión de la solemnidad de la Epifanía del Señor, el santo padre Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio del Palacio Apostólico Vaticano para recitar la oración mariana del Ángelus con los fieles y peregrinos que concurrieron a la plaza de San Pedro. 

“Celebramos hoy la solemnidad de la Epifanía del Señor. Es una fiesta muy antigua, que tiene su origen en el Oriente cristiano y pone de relieve  el misterio de la manifestación de Jesucristo a todas las gentes, representados en los Magos que vinieron a adorar al Rey de los Judíos recién nacido en Belén, como narra el Evangelio de Mateo (cfr 2,1-12)”, dijo Benedicto XVI, antes de la oración mariana.

“Esa ‘nueva luz’ que se ha encendido en la noche de Navidad comienza hoy a resplandecer sobre el mundo, como lo sugiere la imagen de la estrella, una señal celeste que atrajo la atención de los Magos y que los guió en su viaje hacia la Judea”, añadió.
El santo padre precisó que “todo el periodo de Navidad y Epifanía se caracteriza por el tema de la luz, unido también al hecho de que, en el hemisferio norte, después del solsticio de invierno, el día empieza a extenderse con respecto a la noche”.

Pero, más allá de su posición geográfica, explicó el santo padre, “para todos los pueblos vale la palabra de Cristo: ‘Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida’. Jesús es el sol que aparece  en el horizonte de la humanidad para iluminar la existencia personal de cada uno de nosotros, y para guiarnos a todos juntos hacia la meta de nuestro peregrinar, hacia la tierra de la libertad y de la paz, en la cual viviremos por siempre en plena comunión con Dios y entre nosotros”.

El anuncio de este misterio de salvación, señaló el papa, “ha sido confiado por Cristo a su Iglesia”: “Esto –escribe san Pablo--,  ha sido ahora revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio”. La invitación que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén, se puede aplicar a la Iglesia: ‘¡Álzate y brilla, que llega tu luz, la gloria de Yahvé amanece sobre ti! Mira: la oscuridad cubre la tierra, y una espesa nube a los pueblos, mas sobre ti amanece Yahvé y su gloria sobre ti aparece!’”.

Así el mundo, explicó el pontífice, “con todos sus recursos, no está en grado de dar a la humanidad una luz para orientar su camino”.

Sobre todo, dijo, en nuestros días: “la civilización occidental parece que ha perdido la orientación, navega sin rumbo. Pero la Iglesia, gracias a la Palabra de Dios, ve a través de esta neblina. No posee soluciones técnicas, pero no pierde de vista la meta, y ofrece la luz del Evangelio a todos los hombres de buena voluntad, de toda nación y cultura”.

Pasó luego el papa a alegrarse por la consagración episcopal en este día de dos embajadores suyos. La luz del Evangelio que ilumina el rumbo es también, añadió, “la misión de los representantes pontificios ante los estados y las organizaciones internacionales. Justamente esta mañana he tenido el gozo de conferir la consagración episcopal a dos nuevos nuncios apostólicos. Confiemos a la Virgen María su servicio y la obra evangelizadora de toda la Iglesia”.

Tras recitar el Ángelus, el papa se dirigió a los peregrinos de lengua española con estas palabras: “En esta solemnidad de la Epifanía del Señor, saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española aquí presentes y a cuantos participan en el rezo delÁngelus a través de la radio y la televisión. Con el fervor y la humildad de los Magos de oriente, abramos nuestros corazones ante el Niño Dios y presentémosle lo mejor que haya en nosotros mismos, sobre todo el deseo de acoger su Evangelio y, a su luz, edificar un mundo en el que brille la solidaridad, la concordia y la justicia. Que Dios os bendiga”.

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Benedicto XVI nombrará a veintidós nuevos cardenales
En la lista, el exnuncio en España Monteiro y el arcipreste de Santa María la Mayor Abril
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- En el curso del Ángelus de hoy 6 de enero, festividad de la Epifanía, Benedicto XVI anunció para el próximo 18 de febrero un consistorio, en el que procederá a nombrar a veintidós nuevos cardenales. Entre los futuros cardenales, numerosos arzobispos de sedes destacadas del mundo, hombres de la curia vaticana, y ex nuncios, como el español Santos Abril, arcipreste de la basílica de Santa María la Mayor, muy ligada a la historia de España, y el portugués Manuel Monteiro, nuncio en España de 2000 a 2009.

“Y, ahora, con gran alegría, anuncio que el próximo 18 de febrero tendré un consistorio en el que nombraré a veintidós nuevos miembros del colegio cardenalicio”, dijo Benedicto XVI.
“Como se sabe –añadió--, los cardenales tienen la tarea de ayudar al sucesor del apóstol Pedro en el desempeño de su ministerio de confirmar a los hermanos en la fe y de ser principio y fundamento de la unidad y de la comunión en la Iglesia”.

Los nuevos consejeros papales

He aquí los nombres de los nuevos purpurados, los monseñores y beatitudes: Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Manuel Monteiro de Castro, penitenciario mayor; Santos Abril y Castelló, arcipreste de la basílica papal de Santa María la Mayor; Antonio María Vegliò, presidente del Consejo Pontificio de la Pastoral para los  Migrantes e Itinerantes; Giuseppe Bertello, presidente de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano y presidente del Gobernatorado del mismo Estado; Francesco Coccopalmerio, presidente del Consejo Pontificio para los Textos Legislativos; João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica; Edwin Frederick O'Brien, pro-gran maestre de la orden Ecuestre del Santo Sepulcro de Jerusalén; Domenico Calcagno, presidente de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica; Giuseppe Versaldi, presidente de la prefectura de los Asuntos Económicos de la Santa Sede; George Alencherry, arzobispo mayor de Ernakulam-Angamaly de los siromalabares, India; Thomas Christopher Collins, arzobispo de Toronto, Canadá; Dominik Duka, arzobispo de Praga, República Checa; Willem Jacobus Eijk, arzobispo de Utrecht, Países Bajos; Giuseppe Betori, arzobispo de Florencia, Italia; Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York, Estados Unidos;  Rainer María Woelki, arzobispo de Berlín, República Federal de Alemania; John Tong Hon, obispo de Hong Kong, República Popular China.

“He decidido --prosiguió Benedicto XVI- elevar a la dignidad cardenalicia a un venerado prelado, que desempeña su ministerio de pastor y padre de una Iglesia, y a tres beneméritos eclesiásticos, que se han distinguido por su empeño en el servicio de la Iglesia”.

Estos son: su beatitud Lucian Mureşan, arzobispo mayor de Făgăraş y Alba Iulia de los rumanos, Rumanía; Julien Ries, sacerdote de la diócesis de Namur y profesor emérito de historia de las religiones de la Universidad Católica de Lovaina; Prosper Grech OSA, docente emérito de varias universidades romanas y consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Karl Becker SJ, docente emérito de la Universidad Pontificia Gregoriana, y durante largos años consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El papa precisó también que “los nuevos cardenales provienen de diversas partes del mundo y desempeñan diversos ministerios al servicio de la Santa Sede o en contacto directo con los fieles como padres y pastores de Iglesias particulares”.

Concluyó Benedicto XVI invitando a todos “a orar por los nuevos elegidos, pidiendo la intercesión de la beata Virgen María, madre de la Iglesia, para que sepan testimoniar siempre con valentía y dedicación su amor por Cristo y por su Iglesia”.

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Epifanía en el Vaticano: Hombres de todas las culturas y pueblos
Homilía de Benedicto XVI en la eucaristía
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Este viernes por la mañana, a las 9,30 horas, festividad de la Epifanía del Señor, Benedicto XVI presidió la celebración de la eucaristía en la basílica de San Pedro. En el curso de la misma, el santo padre confirió la ordenación episcopal a los presbíteros Charles John Brown, elegido arzobispo titular de Aquileia y nombrado nuncio apostólico en Irlanda, y monseñor Marek Solczyński, elegido arzobispo titular de Cesarea de Mauritania y nombrado nuncio apostólico en Georgia y Armenia.

Concelebraron con el papa los obispos coordenantes: cardenal Tarcisio Bertone SDB,  el cardenal William Joseph Levada, y los dos obispos elegidos.

El rito de la ordenación tuvo lugar tras la proclamación del Evangelio y el anuncio del día de la Pascua, que este año se celebrará el 8 de abril.

Ofrecemos a los lectores el texto íntegro de la homilía pronunciada por el papa en esta celebración.

*****
Queridos hermanos y hermanas:
La Epifanía es una fiesta de la luz. «¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (Is 60,1). Con estas palabras del profeta Isaías, la Iglesia describe el contenido de la fiesta. Sí, ha venido al mundo aquél que es la luz verdadera, aquél que hace que los hombres sean luz. Él les da el poder de ser hijos de Dios (cf. Jn 1,9.12). Para la liturgia, el camino de los Magos de Oriente es sólo el comienzo de una gran procesión que continúa en la historia. Con estos hombres comienza la peregrinación de la humanidad hacia Jesucristo, hacia ese Dios que nació en un pesebre, que murió en la cruz y que, resucitado, está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20). La Iglesia lee la narración del evangelio de Mateo junto con la visión del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: el camino de estos hombres es solo un comienzo.

Antes habían llegado los pastores, las almas sencillas que estaban más cerca del Dios que se ha hecho niño y que con más facilidad podían «ir allí» (cf. Lc 2, 15) hacia él y reconocerlo como Señor. Ahora, en cambio, también se acercan los sabios de este mundo. Vienen grandes y pequeños, reyes y siervos, hombres de todas las culturas y pueblos. Los hombres de Oriente son los primeros, a través de los siglos les seguirán muchos más. Después de la gran visión de Isaías, la lectura de la carta a los Efesios expresa lo mismo con sobriedad y sencillez: que también los gentiles son coherederos (cf. Ef 3, 6). El salmo 2 lo formula así: «Te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra» (Sal 2,8).

Los Magos de Oriente van delante. Inauguran el camino de los pueblos hacia Cristo. Durante esta santa Misa conferiré a dos sacerdotes la ordenación episcopal, los consagraré pastores del pueblo de Dios. Según las palabras de Jesús, ir delante del rebaño pertenece a la misión del pastor (cf. Jn 10,4). Por tanto, en estos personajes que, como los primeros de entre los paganos, encontraron el camino hacia Cristo, podemos encontrar tal vez algunas indicaciones para la misión de los obispos, a pesar de las diferencias en las vocaciones y en las tareas. ¿Qué tipo de hombres eran ellos? Los expertos nos dicen que pertenecían a la gran tradición astronómica que se había desarrollado en Mesopotamia a lo largo de los siglos y que todavía era floreciente. Pero esta información no basta por sí sola. Es probable que hubiera muchos astrónomos en la antigua Babilonia, pero sólo estos pocos se encaminaron y siguieron la estrella que habían reconocido como la de la promesa, que muestra el camino hacia el verdadero Rey y Salvador. Podemos decir que eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. Querían saber cuál es la importancia de ser hombre. Posiblemente habían oído hablar de la profecía del profeta pagano Balaán: «Avanza la constelación de Jacob, y sube el cetro de Israel» (Nm 24,17).

Ellos profundizaron en esa promesa. Eran personas con un corazón inquieto, que no se conformaban con lo que es aparente o habitual. Eran hombres en busca de la promesa, en busca de Dios. Y eran hombres vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y perseverante. Pero eran también hombres valientes a la vez que humildes: podemos imaginar las burlas que debieron sufrir por encaminarse hacia el Rey de los Judíos, enfrentándose por eso a grandes dificultades. No consideraban decisivo lo que algunos, incluso personas influyentes e inteligentes, pudieran pensar o decir de ellos. Lo que les importaba era la verdad misma, no la opinión de los hombres. Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior.

Queridos amigos, en todo esto podemos ver algunas características esenciales del ministerio episcopal. El obispo debe de ser también un hombre de corazón inquieto, que no se conforma con las cosas habituales de este mundo sino que sigue la inquietud del corazón que lo empuja a acercarse interiormente a Dios, a buscar su rostro, a conocerlo mejor para poder amarlo cada vez más. El obispo debe de ser también un hombre de corazón vigilante que perciba el lenguaje callado de Dios y sepa discernir lo verdadero de lo aparente. El obispo debe de estar lleno también de una valiente humildad, que no se interese por lo que la opinión dominante diga de él, sino que sigua como criterio la verdad de Dios, comprometiéndose por ella: «opportune-importune». Debe de ser capaz de ir por delante y señalar el camino. Ha de ir por delante siguiendo a aquel que nos ha precedido a todos, porque es el verdadero pastor, la verdadera estrella de la promesa: Jesucristo. Y debe de tener la humildad de postrarse ante ese Dios que haciéndose tan concreto y sencillo contradice la necedad de nuestro orgullo, que no quiere ver a Dios tan cerca y tan pequeño. Debe de vivir la adoración del Hijo de Dios hecho hombre, aquella adoración que siempre le muestra el camino.

La liturgia de la ordenación episcopal recoge lo esencial de este ministerio con ocho preguntas dirigidas a los que van a ser consagrados, y que comienzan siempre con la palabra: «Vultis?-¿queréis?». Las preguntas orientan a la voluntad mostrándole el camino a seguir. Quisiera aquí mencionar brevemente algunas de las palabras clave de esa orientación, y en las que se concreta lo que poco antes hemos reflexionado sobre los Magos en la fiesta de hoy. La misión de los obispos es «predicare Evangelium Christi», custodire y dirigere, «pauperibus se misericordes praebere» e «indesinenter orare». El anuncio del evangelio de Jesucristo, el ir delante y dirigir, custodiar el patrimonio sagrado de nuestra fe, la misericordia y la caridad hacia los necesitados y pobres, en la que se refleja el amor misericordioso de Dios por nosotros y, en fin, la oración constante son características fundamentales del ministerio episcopal. La oración constante significa no perder nunca el contacto con Dios; sentirlo en la intimidad del corazón y ser así inundados por su luz. Solo el que conoce personalmente a Dios puede guiar a los demás hacia él. Solo el que guía a los hombres hacia Dios, los lleva por el camino de la vida.

El corazón inquieto, del que hemos hablado evocando a san Agustín, es el corazón que no se conforma en definitiva con nada que no sea Dios, convirtiéndose así en un corazón que ama. Nuestro corazón está inquieto con relación a Dios y no deja de estarlo aun cuando hoy se busque, con «narcóticos» muy eficaces, liberar al hombre de esta inquietud. Pero no solo estamos inquietos nosotros, los seres humanos, con relación a Dios. El corazón de Dios está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco él descansa hasta dar con nosotros. El corazón de Dios está inquieto, y por eso se ha puesto en camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y hasta los confines de la tierra. Dios está inquieto por nosotros, busca personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros. Personas que lleven consigo esa búsqueda que hay en sus corazones y, al mismo tiempo, que dejan que sus corazones sean tocados por la búsqueda de Dios por nosotros. Queridos amigos, esta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar a Dios mismo a los hombres. Y esta es vuestra misión siguiendo las huellas de los apóstoles: dejaros tocar por la inquietud de Dios, para que el deseo de Dios por el hombre se satisfaga.

Los Magos siguieron la estrella. A través del lenguaje de la creación encontraron al Dios de la historia. Ciertamente, el lenguaje de la creación no es suficiente por sí mismo. Solo la palabra de Dios, que encontramos en la sagrada Escritura, les podía mostrar definitivamente el camino. Creación y Escritura, razón y fe han de ir juntas para conducirnos al Dios vivo. Se ha discutido mucho sobre qué clase de estrella fue la que guió a los Magos. Se piensa en una conjunción de planetas, en una supernova, es decir, una de esas estrellas muy débiles al principio pero que debido a una explosión interna produce durante un tiempo un inmenso resplandor; en un cometa, y así sucesivamente. Que los científicos sigan discutiéndolo. La gran estrella, la verdadera supernova que nos guía es el mismo Cristo. Él es, por decirlo así, la explosión del amor de Dios, que hace brillar en el mundo el enorme resplandor de su corazón. Y podemos añadir: los Magos de Oriente, de los que habla el evangelio de hoy, así como generalmente los santos, se han convertido ellos mismos poco a poco en constelaciones de Dios, que nos muestran el camino. En todas estas personas, el contacto con la palabra de Dios ha provocado, por decirlo así, una explosión de luz, a través de la cual el resplandor de Dios ilumina nuestro mundo y nos muestra el camino. Los santos son estrellas de Dios, que dejamos que nos guíen hacia aquel que anhela nuestro ser. Queridos amigos, cuando habéis dado vuestro «sí» al sacerdocio y al ministerio episcopal, habéis seguido la estrella Jesucristo. Y ciertamente han brillado también para vosotros estrellas menores, que os han ayudado a no perder el camino. En las letanías de los santos invocamos a todas estas estrellas de Dios, para que brillen siempre para vosotros y os muestren el camino. Al ser ordenados obispos estáis llamados a ser vosotros mismos estrellas de Dios para los hombres, a guiarlos en el camino hacia la verdadera luz, hacia Cristo. Recemos por tanto en este momento a todos los santos para que siempre podáis cumplir vuestra misión mostrando a los hombres la luz de Dios. Amén.

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Mundo


Benedicto XVI llegará a México el 23 de marzo
El domingo 25 de marzo, misa multitudinaria en el Parque Bicentenario
CIUDAD DE MEXICO, viernes 6 enero 2011 (ZENIT.org).- El pasado 1 de enero, la Conferencia Episcopal de México (CEM) hizo público el programa de la primera visita apostólica de Benedicto XVI al país norteamericano.

En su nota, los obispos mexicanos informaban de que, tras el anuncio oficial del viaje, hecho por el mismo papa el 12 de diciembre de 2011, al término de las consultas llevadas a cabo con el gobierno de los Estados Unidos Mexicanos y de la Conferencia Episcopal --que lo habían invitado--, y luego del detallado estudio realizado por los responsables de los viajes del papa, conjuntamente con autoridades federales y miembros del gobierno de Guanajuato, el santo padre aprobó el programa que le fue sometido.

Este programa, informa la CEM, es el siguiente:El santo padre llegará, proveniente de la ciudad de Roma, al aeropuerto de León, Guanajuato, (Bajío), la tarde del viernes 23 de marzo de 2012, en donde será recibido oficialmente por el presidente de los Estados Unidos Mexicanos Felipe Calderón, por la Conferencia Episcopal y por el arzobispo de León.

Durante su permanencia en México, el papa se hospedará en la residencia de las Religiosas del Colegio Miraflores, de León, Guanajuato.

La tarde del sábado 24 de marzo, se trasladará a la Casa del Conde Rul, sede de representación del gobierno del estado de Guanajuato, para un encuentro oficial con el presidente de la República Felipe Calderón y su delegación. Al final, el santo padre saludará y bendecirá a los niños y fieles que se encontrarán reunidos en la plaza de la Paz, de la ciudad de Guanajuato.

Durante la mañana del domingo 25 de marzo, el papa presidirá una misa multitudinaria en el Parque Bicentenario, municipio de Silao, al pie del Cerro del Cubilete que en su cima alberga el monumento a Cristo Rey. En tal circunstancia, encontrará a los fieles de todas las diócesis de México.

Por la tarde del mismo día 25, Benedicto XVI, en la catedral de León, se reunirá para el rezo de Vísperas y dirigirá su mensaje a todos los obispos de México y a los representantes de los demás episcopados de América Latina y del Caribe.

El 26 de marzo por la mañana, desde el mismo aeropuerto de León, Guanajuato, el papa proseguirá su viaje hacia Santiago de Cuba. Ahí será despedido por las más altas autoridades civiles y religiosas de México.

La nota informativa, firmada por el arzobispo de Tlalnepantla y presidente de la CEM Carlos Aguiar y el obispo auxiliar de Texcoco Víctor René Rodríguez, concluye invitando a orar “junto a Santa María de Guadalupe por el santo padre Benedicto XVI, por su primera visita apostólica a México que es motivo de esperanza y de confirmación de la fe en el Señor”.

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Benedicto XVI en Cuba en la Fiesta de la Anunciación de María
Pernoctará en una residencia junto al Santuario del Cobre
SANTIAGO DE CUBA, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Como se ha confirmado hace unos días: Benedicto XVI estará en el Santuario de la Caridad del Cobre, Cuba, en la festividad de la Anunciación de la Virgen María que conmemora la Encarnación del Hijo de Dios. La festividad litúrgica se ha trasladado al lunes 26 de marzo, dado que el 25 es domingo.

Aunque el papa pasará la noche en una residencia sacerdotal cercana al santuario, no presidirá ningún acto público. Orará ante la imagen en la mañana del día 27 de marzo

Una nota de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba dió a conocer, el 1 de enero, que el papa llegará a Santiago de Cuba en horas tempranas de la tarde, desde México el mismo día 26, y será recibido oficialmente por el presidente Raúl Castro Ruz, por la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba y por el arzobispo de esta ciudad el 26 de marzo en horas tempranas de la tarde. Se trasladará en auto panorámico al Arzobispado de Santiago de Cuba.

El mismo día, al atardecer, celebrará, en la fiesta de la Anunciación de la Virgen María, una eucaristía en la plaza de la Revolución Antonio Maceo. Es la misma plaza en la que Juan Pablo II celebró una eucaristía de campaña en su viaje de 1998, aunque esta vez pudiera ser del otro lado del monumento.

Al concluir la misa, el santo padre se trasladará al santuario del Cobre, a unos quince kilómetros de Santiago. Se hospedará en la residencia para sacerdotes.

Temprano en la mañana del día 27, el papa hará una visita privada al santuario para orar ante la venerada imagen de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba.

Concluida su visita, el santo padre se dirigirá al aeropuerto de Santiago de Cuba para partir hacia La Habana.

Hacia mediodía, Benedicto XVI llegará al aeropuerto “José Martí” de La Habana, donde será acogido por el cardenal Jaime Ortega Alamino, arzobispo de La Habana, los obispos auxiliares y otras autoridades religiosas y civiles. Desde el aeropuerto se dirigirá en auto cerrado hacia la Nunciatura Apostólica donde se hospedará.

Por la tarde, el papa visitará al presidente de la República Raúl Castro Ruz para un encuentro oficial. Al atardecer, sostendrá en la Nunciatura Apostólica un encuentro con todos los obispos católicos de Cuba.

Por la mañana del día 28 de marzo, el papa presidirá la Santa Misa en la plaza de la Revolución “José Martí”. Finalizada la celebración, regresará a la Nunciatura Apostólica para partir, desde allí, en horas de la tarde en auto panorámico, hacia el aeropuerto “José Martí” donde tendrá lugar la despedida oficial.

Benedicto XVI viaja a Cuba con motivo del Jubileo Mariano por el 400 aniversario del hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad, un jubileo que se ha estado preparando durante tres años, bajo el lema: A Jesús por Maria: La Caridad nos une, y ha culminado con el recorrido de la imagen de la Virgen por toda la Isla.

La nota de la Iglesia cubana es el resultado de la visita del enviado del Vaticano, Alberto Gasbarri, que estuvo en Santiago de Cuba, El Cobre y La Habana, y sostuvo conversaciones con los obispos de cada lugar sobre los preparativos de la visita. Una anterior nota de prensa de la Conferencia de Obispos Cubanos indicó, el día 19 de diciembre, que la delegación de la Santa Sede junto con la del gobierno cubano y los dos arzobispos, cardenal Jaime Ortega y monseñor Dionisio García, fueron recibidos por el presidente Raúl Castro en la tarde del 18 de diciembre.

En una entrevista, monseñor Emilio Aranguren, obispo de Holguín, Cuba, explicó que dentro de los preparativos de la Iglesia cubana para el Jubileo Mariano, se incluye el trazado de una ruta para los peregrinos, que se ha llamado El Camino de la Virgen y que va desde la bahía de Nipe, en la diócesis de Holguín, al santuario de El Cobre, en la diócesis de Santiago de Cuba, con varios hitos en los lugares por donde pasó la imagen en 1612. Varios grupos han hecho ya este camino de 124 kilómetros a pie. (http://youtu.be/NZOpr2GTjWw)

El obispo indicó que, según los historiadores, el camino por el que transitó la imagen en el siglo XVII, coincide con la ruta por la que los mercaderes trasladaban a los esclavos que entraban por la zona norte de lo que hoy es Banes y Mayarí, en la provincia de Holguín, para evitar los muchos naufragios que se producían por El Paso de los Vientos, un estrecho entre el extremo oriental de la isla de Cuba y la isla La Española, en la que hoy se sitúan los países de República Dominicana y Haití.

Sobre el programa del papa en su visita a Cuba, monseñor Emilio Aranguren expresó su satisfacción y recordó que el magisterio de Benedicto XVI ha estado marcado por la caridad y la fe, con sus cartas: Dios es caridad, La caridad en la verdad y últimamente La puerta de la fe.

“Estamos dentro del proceso del magisterio de Benedicto XVI”, subrayó el obispo de Holguín. “El papa viene como peregrino de la caridad y peregrino de la fe”.

Para el obispo, el momento de esta visita es distinto al de Juan Pablo II en 1998. “Es otro papa y es otra Cuba,” dijo. Añadió que “a fin de cuentas la visita actualiza lo que le dijo Jesús a Pedro: ‘confirma a tus hermanos en la fe”.

Por Araceli Cantero Guibert

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En la escuela de san Pablo...


Creer en Cristo, como "aquél que ha de venir" (Bautismo del Señor, ciclo B)
Comentarios a la segunda lectura dominical
ROMA, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Dado que la segunda lectura de la fiesta del Bautismo del Señor corresponde a un pasaje de la I Carta de san Juan, en esta ocasión nuestra columna "En la escuela de san Pablo..." ofrece el comentario y la aplicación correspondiente de ella.

*****

Pedro Mendoza LC

 "Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha nacido de Él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, pues éste es el testimonio de Dios, que ha testimoniado acerca de su Hijo". 1Jn 5,1-9

Comentario

El pasaje, que sirve de segunda lectura en la fiesta del Bautismo del Señor, está tomado de la 1ª carta de san Juan. Podemos distinguir dos partes: en la primera predomina el tema de la fe y, en la segunda, se habla de quién es el destinatario de esta fe, Jesucristo, y de su testimonio.

La primera parte del texto (vv.1-5a) habla sobre la "fe". Uno de los principales objetivos del autor de la carta es definir mejor la fe cristiana, a partir de una contestación polémica. Por ello indicará que la fe no es una colección de doctrinas que creer; la fe es una marcha. Coloca la fe en relación con lo siguientes aspectos: amar - conocer - mandamientos - nacer - vencer.

En primer lugar se habla del "creyente": en los vv.1-5a tenemos una especie de retrato del creyente: nacido de Dios, ama y practica los mandamientos; es vencedor. Es interesante constatar cómo, según su uso, las palabras "amar" y "conocer" resultan equivalentes a "creer". Igualmente, "guardar el mandamiento" equivale a "amar como amó Cristo". La obediencia del Hijo al mandamiento recibido del Padre se convierte en el modelo y en el dinamismo del cristiano, es decir, en el fundamento mismo de la actitud de fe. Por otra parte, la fe es presentada en un contexto de combate contra las fuerzas hostiles del mundo (cf. 2,13.14 y 4,4). El que ha nacido de Dios se convierte, como el Hijo, en un "vencedor del mundo": "Tal es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe" (5,4). ¿Quiere decir esto que el cristiano no tiene que luchar ya contra las fuerzas del mal en este mundo? De ninguna manera nos dirá el autor de la carta. El cristiano tiene la seguridad de la victoria, puesto que cree que Jesucristo es el salvador del mundo. Pero, puesto que la fe pertenece al orden de la respuesta, es preciso que intervenga la libertad humana. En consecuencia, si la fe es una victoria (5,4), supone un combate, un discernimiento.

En segundo lugar, podemos constatar la importancia de las confesiones de fe en la carta. Fijémonos en las dos confesiones de fe, propuestas (5,1 y 5,5b). Empecemos por la segunda: "El que cree que Jesús es el Hijo de Dios" (5,5b). Esta fórmula tiene su correspondiente en 4,15: "El que confiesa...". Hay una equivalencia entre "confesar" y "creer". En cambio, la primera fórmula: "El que cree que Jesús es el mesías, ha nacido de Dios" (5,1) tiene su correspondiente negativo en 2,22: "El que niega que Jesús es el mesías". Contra una fe en Cristo truncada o deformada, el autor de la carta confiesa que "Jesús es el mesías". Creer corresponde a una marcha personal, pero le conviene a la comunidad creyente confesar a un solo y mismo Jesucristo: la exactitud de la formulación teológica no perjudica a la dinámica de la fe, sino que la sostiene y le confiere una dimensión eclesial; se convierte en un "símbolo " en el que se reconoce cada creyente.

La segunda parte del texto (vv.5b-9) habla de la venida de Cristo y de su testimonio. En el v. 6, Jesucristo es designado como "el que viene"; el autor afirma que Jesucristo ha venido en carne. Pero, como sucede a menudo en la escritura joánica, una palabra llama a otra, un símbolo se precisa por otro. El término "agua" remite a lo que es carnal y también a las tradiciones del bautista en el evangelio. Juan bautista anuncia un bautismo que será no solamente de agua, sino de agua y de Espíritu (Jn 1,33). El autor de la carta sabe que el Espíritu vino a la cruz. Hace alusión al golpe de la lanza: "salió sangre y agua" (Jn 19,34); conoce también la larga espera del Espíritu, característica del evangelio de Juan: los discípulos no comprenden hasta recibir el Espíritu, hasta que "Jesús no fue glorificado" (Jn 7,38-39).

Con todo este simbolismo como trasfondo, el autor precisa por tanto en 5,6: "no sólo por el agua, sino por la sangre". Y afirma más adelante que el Espíritu es "el que da testimonio". La referencia al episodio de la lanzada prosigue de forma muy hábil; el que atestigua, en el evangelio, es el discípulo amado al pie de la cruz (cf. Jn 19,34-35). Decir que "el Espíritu da testimonio" es decir que el autor y su comunidad dan este testimonio en el Espíritu, en la verdad. Finalmente, el tema del testimonio alude a la oposición entre el testimonio que procede de los hombres y el que procede de Dios: cf. Jn 5,31-47. El testimonio que viene de Dios es el del Padre "en favor de su Hijo" (v.9).

Aplicación

Creer en Cristo, como "aquél que ha de venir".

 En la fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad, la liturgia de la Palabra nos recuerda este acontecimiento singular de la vida de Cristo y también nuestro.

La 1ª lectura del libro del profeta Isaías (55,1-11) nos habla de las disposiciones que Dios requiere por parte del hombre para poder visitarlo: "buscar al Señor e invocarlo; abandonar el camino del mal y convertirse al Señor". Acojamos estas palabras y llevémoslas a la práctica en nuestra vida diaria: estas son las disposiciones necesarias para que la gracia de Dios pueda obrar en nuestras vidas. Buscar al Señor significa abrirle nuestro corazón y abrazar su voluntad en lo concreto de nuestro peregrinar diario; abandonar el camino del mal quiere decir no dejar lugar en nuestra vida al pecado en cualquiera de sus formas; convertirnos al Señor consiste en acudir una y otra vez a las fuentes de su misericordia para recibir su perdón y continuar avanzando por el camino del bien.

 Las disposiciones señaladas en la 1ª lectura son las mismas con que debía ser recibido el bautismo de Juan, como nos refiere el evangelio (Mc 1,7-11). Admiremos el ejemplo de Cristo en el evangelio. Acude a recibir el bautismo de Juan, sin necesidad personal de ello. Pero lo hace, consciente de que era necesario para cumplir su misión, esto es era necesario que se colocara entre los pecadores, haciendo, en cierto sentido, causa común con ellos, mostrándose solidario con ellos. Agradezcamos a Cristo que ha venido, no sólo para estar entre nosotros, para consolarnos con su presencia, sino para estar en medio de nosotros pecadores, para compartir nuestra suerte y transformarla, gracias a su solidaridad, en camino de salvación. Y, finalmente, reavivemos una vez más cuanto sucedió en nuestro bautismo: la inmersión en las aguas que simbolizan nuestra muerte al pecado, y la emersión de ellas, que señalan nuestra condición de vida nueva en Cristo.

 Como nos recuerda la segunda lectura (1Jn 5,1-9), comentada anteriormente, Jesús ha venido "no sólo por el agua" sino también "por la sangre", indicando los dos bautismos que Él recibió: en el Jordán y en el Calvario. De este modo, conscientes de la unión estrecha entre el agua de nuestro bautismo y la sangre de Jesús, valoremos lo que significa el don de nuestro bautismo: la purificación que nos ha ofrecido no sólo con el agua, sino con la sangre que Jesús ha derramado por cada uno de nosotros. Este don requiere que avivemos y confesemos nuestra fe en Cristo, quien es "aquél que ha de venir". Confesemos la fe en Cristo reconociendo en Él al mesías de Dios, a nuestro salvador y rindamos también nosotros a los demás fiel testimonio de lo que significa ser seguidores de Cristo.

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El espíritu de la liturgia


¿Por qué la liturgia? Comentarios al Catecismo nn. 1066-1070
Columna de teología litúrgica a cargo del padre Mauro Gagliardi
ROMA, viernes 6 enero 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a los lectores la habitual columna de liturgia, que cuida el padre Mauro Gagliardi. Esta vez, se centra en los números del Catecismo de la Iglesia Católica que abordan precisamente la liturgia.

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Por Juan José Silvestre*

En el Catecismo de la Iglesia Católica a la profesión de fe, desarrollada en su primera parte, sigue la explicación de la vida sacramental, en la que Cristo está presente y actúa, y continúa la edificación de su Iglesia. De hecho, si en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana, que depende totalmente del Señor y es sostenida por su presencia.

Así pues, existe una relación intrínseca entre fe y liturgia, ambas están íntimamente unidas. En realidad, sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos. Y, “por otra parte, la acción litúrgica nunca puede ser considerada genéricamente, prescindiendo del misterio de la fe. En efecto, la fuente de nuestra fe y de la liturgia eucarística es el mismo acontecimiento: el don que Cristo ha hecho de sí mismo en el Misterio pascual” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 34).

Si abrimos el Catecismo por su segunda parte leemos que la palabra “liturgia” significa originariamente “servicio de parte y en favor del pueblo”. En la tradición cristiana quiere significar que el Pueblo de Dios toma parte en la “obra de Dios” (CEC, 1069).

¿En qué consiste esta obra de Dios en la que tomamos parte? La respuesta del Catecismo es clara y nos permite descubrir la íntima conexión que existe entre fe y liturgia: “En el Símbolo de la fe, la Iglesia confiesa el misterio de la Santísima Trinidad y su designio benevolente (Ef 1,9) sobre toda la creación: El Padre realiza el "misterio de su voluntad" dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre” (CEC, 1066).

De hecho, “Cristo el Señor realizó esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación, preparada por las maravillas que Dios hizo en el pueblo de la Antigua Alianza, principalmente por el Misterio pascual de su bienaventurada pasión, de la resurrección de entre los muertos y de su gloriosa ascensión” (CEC, 1067). Es este el Misterio de Cristo, que la Iglesia “anuncia y celebra en su liturgia a fin de que los fieles vivan de él y den testimonio del mismo en el mundo” (CEC, 1068).

Por medio de la liturgia “se ejerce la obra de nuestra redención” (Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 2). Así como fue enviado por el Padre, Cristo envió a los Apóstoles a anunciar la redención y “a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica” (ibidem, 6).

Vemos así que el Catecismo sintetiza la obra de Cristo, en el Misterio pascual que es su núcleo esencial. Y el nexo con la liturgia resulta obvio pues “por la liturgia, Cristo, nuestro Redentor y Sumo Sacerdote, continúa en su Iglesia, con ella y por ella, la obra de nuestra redención” (CEC, 1069). Así pues, esta “obra de Jesucristo”, perfecta glorificación de Dios y santificación de los hombres, es el verdadero contenido de la liturgia.

Es este un punto importante pues, aunque la expresión y el contenido teológico-litúrgico del Misterio pascual debían inspirar el estudio teológico y la celebración litúrgica, no siempre ha sido así. De hecho, “la mayor parte de los problemas ligados a las aplicaciones concretas de la reforma litúrgica tienen que ver con el hecho de que no se ha tenido suficientemente presente que el punto de partida del Concilio es la Pascua [...]. Y Pascua significa inseparabilidad de Cruz y Resurrección [...]. La Cruz está en el centro de la liturgia cristiana, con toda su seriedad: un optimismo banal, que niega el sufrimiento y la injusticia del mundo y reduce el ser cristianos al ser educados, no tiene nada que ver con la liturgia de la Cruz. La redención ha costado a Dios el sufrimiento de su Hijo y su muerte. De ahí que su “exercitium”, que según el texto conciliar es la liturgia, no puede tener lugar sin la purificación y la maduración que provienen del seguimiento de la cruz” (J. Ratzinger/Benedetto XVI, Teologia della Liturgia, LEV, Città del Vaticano 2010, pp. 775-776).

Este lenguaje choca con aquella mentalidad incapaz de aceptar la posibilidad de una intervención divina real en este mundo en socorro del hombre. Por eso, “quienes comparten una visión deísta consideran integrista la confesión de una intervención redentora de Dios para cambiar la situación de alienación y de pecado, y se emite el mismo juicio a propósito de un signo sacramental que hace presente el sacrificio redentor. Más aceptable, a sus ojos, sería la celebración de un signo que correspondiera a un vago sentimiento de comunidad. Pero el culto no puede nacer de nuestra fantasía; sería un grito en la oscuridad o una simple autoafirmación. La verdadera liturgia supone que Dios responda y nos muestre cómo podemos adorarlo. «La Iglesia puede celebrar y adorar el misterio de Cristo presente en la Eucaristía precisamente porque el mismo Cristo se entregó antes a ella en el sacrificio de la cruz» (Sacramentum Caritatis, 14). La Iglesia vive de esta presencia y tiene como razón de ser y de existir difundir esta presencia en el mundo entero” (Benedicto XVI, Discurso del 15.04.2010).

Esta es la maravilla de la liturgia que, como recuerda el Catecismo, es culto divino, anuncio del Evangelio y caridad en acto (cf. CEC, 1070).  Es Dios mismo el que actúa y nosotros nos sentimos atraídos hacia esa acción suya, para así ser transformados en Él.

* Juan José Silvestre es profesor de Liturgia en la Pontificia Universidad de la Santa Croce y Consultor de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, además de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice.

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Espiritualidad


El éxodo de los sabios de Oriente
Los caminos de Dios
MADRID, viernes 6 de enero 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores la firma del arzobispo castrense de España Juan del Río Martín, quien aborda en este artículo la figura de los Reyes Mayos, según la tradición cristiana y el itinerario espiritual de estos personajes tan queridos por los niños en la Navidad hispana.

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+ Juan del Río Martín

“Los caminos de Dios no son los de los hombres” (Is 55,8), esto se ha revelado de una manera inaudita en la encarnación del Verbo. El nacimiento del Mesías es causa de alegría para unos y de preocupación para Herodes y las autoridades judías del momento. Vino a “los suyos y estos no lo recibieron” (Jn 1,11), serán unos gentiles (los Magos) quienes los buscan, lo encuentran, lo adoran y le ofrecen sus dones.

En la tradición popular hispánica, estos personajes representan el gozo, la ilusión y la generosidad con nuestros niños. Sus gritos de regocijo y sus sonrisas viendo “las cabalgatas de reyes” por las calles de  ciudades y pueblos de España, son signos de aquella “inmensa alegría” que inundó los corazones de estos astrólogos paganos que, según la narración del evangelista Mateo (cf. Mt 2,1-12), llegaron hasta Belén y encontraron “al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron los regalos: oro, incienso y mirra” (Mt 2, 11).

Desde la Ilustración se viene preconizando la desaparición de la religión y más en concreto la disolución del catolicismo, ante los avances de la secularización, los adelantos de la ciencia y el poder de la técnica. El tiempo y los hechos están demostrando que estamos ante una pura fantasía. La religión vuelve a veces de forma inesperada, el catolicismo no va en detrimento, sino todo lo contrario, se ha convertido en “la gran voz profética” ante el concurso de las naciones. Podemos decir con Th. Luckmann que: “la estructura social se ha secularizado, el individuo no”. La secularización total equivaldría simplemente a la deshumanización. Tanto en el pasado como en la actualidad, los hombres siguen siendo buscadores de Dios como lo fueron los Magos.   

La historia de la Navidad fue una manifestación de Dios discreta, limitada a unos pocos, como  fueron  los pastores (cf. Lc 2,15-20) y los “sabios de Oriente”. A menudo sucede que son los conversos y los inesperados, los que abren caminos nuevos y fecundos a la Iglesia y a la sociedad (cf. Hch 9,26-30).

La celebración de la Epifanía de Dios a todos los pueblos es el paso del particularismo judío al universalismo cristiano. Con ellos, el discurso de Dios se hace accesible a cualquier ser humano, se han roto las barreras de la raza, nación, condición social o política. El Dios Humanado pertenece a todos, ha superado cualquier división, ha traído una misión universal de salvación para todos los hombres de buena voluntad.  

¿Cómo vivir la existencia en actitud de “éxodo” como lo hicieron los Magos? ¿Cómo hallar entre tantos regalos al Regalo por excelencia que es Jesús? ¿Qué camino tomar? ¿El qué sugieren las pasiones o el qué indica la estrella que brilla en la conciencia?

Dios se revela a aquellos que lo buscan. Él se hace el encontradizo ante el más mínimo deseo del hombre. Si dices no encontrar a Dios por ninguna parte, ¿no será que has perdido la capacidad de asombro y estás cómodamente instalado en ti mismo y prefieres adorar a “otros dioses” aparentemente menos exigentes que el nacido en Belén? La fe en Dios supone una opción clara hacia una Meta. Es un “éxodo” de nuestro pequeño mundo para hallar el horizonte de lo Infinito. Es humildad de corazón para poder adorar a Aquel que nos sobrepasa.

Es necesario que alcemos la mirada de lo puramente terrenal y caduco, y busquemos los bienes del cielo que son imperecederos, que poseen luces suficientes para iluminar el sendero verdadero, y dar respuesta satisfactoria a los anhelos del corazón humano. Porque como diría san Agustín: “nos hiciste Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones, I, 1, 1). ¡Este fue el recorrido espiritual de los Magos!

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