7.01.12

 

El presidente de la República francesa acaba de alabar la figura de Santa Juana de Arco. Y lo ha hecho en unos términos inequívocos: “Es la encarnación de las más bellas virtudes francesas". Por supuesto, Sarkozy no ha escondido el hecho de que la joven es reconocida como santa por la Iglesia. Es decir, ha sido propuesta a los fieles como modelo a seguir. Si como dice el presidente galo, Santa Juana de Arco salvó a la nación francesa de desaparecer por el sumidero de la historia, es evidente que la actual república debe su existencia al alma católica de una muchacha.

No es precisamente el país vecino una nación sospechosa de connivencia entre la Iglesia y el Estado. La separación entre ambos es evidente, notoria, palpable e incluso radicalmente buscada e impuesta. Y no se ve en lontananza la más mínima posibilidad de que tal hecho cambie. Pero Francia es bien consciente de dónde están sus raíces. Al menos lo es quien ocupa su más alta magistratura en estos momentos. Puede que muchos piensen que todo es mero discurso efectista, pero el patriotismo francés entiende poco de fuegos de artificio. Y Sarkozy ha sido muy inteligente al “canonizar civilmente” a la santa católica para evitar que se apropien de su figura desde la extrema derecha lepenista.

En España la relación entre la Iglesia y el Estado ha transcurrido por otras veredas en los últimos siglos. Ha sido una relación de amor-odio que en estos momentos se encuentra en una especie de impasse que sólo puede calificarse de históricamente extraño. Los españoles siguen declarándose católicos pero practican la fe católica menos de un veinte por ciento. Puede parecer poco pero seguramente es bastante más que el porcentaje de franceses que son católicos practicantes.

Ahora bien, España tiene como sistema político una monarquía parlamentaria, cuya cabeza fue designada a dedo por Francisco Franco, aunque luego fue refrendada por la inmensa mayoría del pueblo español. Si las monarquías europeas tienen sentido hoy, será por razones de orden histórico. Y la española no va a ser menos. Ahora bien, si hablamos de la historia de este país, el maridaje entre la monarquía y la Iglesia Católica ha sido parte de su naturaleza. Y no me refiero solo a los tiempos de Isabel y Fernando sino desde que Recadero decidió abjurar de la herejía arriana. En mi opinión, la existencia de una monarquía que no tenga claro la necesidad de mantener puentes con su historia no tiene el menor de los sentidos en pleno siglo XXI.

En ese sentido, creo que el actual Jefe del Estado francés ha dado una soberana lección -nunca mejor dicho lo de soberana- al Jefe del Estado español, al que no se le recuerda un encendido elogio de ningún santo católico español -y mira que hay- o cosa que se le parezca. Aquí hemos pasado de tener un Rey que dice esto

“Venga, pues, a nosotros tu Santísimo Reino, que es Reino de justicia y de amor. Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la ciencia y de las letras y en nuestras leyes e instituciones patrias".

… a tener un Rey que firma, sin que se le conozca el menor cargo de conciencia, leyes que dan vía libre para el asesinato de inocentes en el seno materno y otras que implican el repudio y el quebranto de la institución familiar. Y entre ambos reyes solo han pasado dos generaciones. Las que van de un abuelo a su nieto.

En mi opinión, bien haría el futuro monarca español en retomar lo que forma parte esencial de la monarquía de este país. Más vale un rey verdaderamente católico de una España en crisis que un rey pagano de una nación que se suicida renunciando a sus raíces cristianas. Quien no sirve y dobla su rodilla ante el Rey de Reyes no merece reinar en España.

Luis Fernando Pérez Bustamante