9.01.12

Serie Mandamientos de la Ley de Dios - 4º.- Honrarás a tu padre y a tu madre

A las 12:27 AM, por Eleuterio
Categorías : General
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Diez Mandamientos

RAZÓN DE LA SERIE:

Los Mandamientos de la Ley de Dios vienen siendo, desde que le fueron entregados a Moisés (Éxodo 20, 1-17) en aquella tierra inhóspita por la que deambulaban hacia otra mejor que los esperaba, una guía, no sólo espiritual, que el ser humano ha seguido y debe seguir. Quien quiera ser llamado hijo del Creador ha de responder afirmativa a Cristo cuando le diga, como al joven rico (Mc 10, 19) “ya sabes los mandamientos…” y ha de saber que todo se resumen en aquel “Quien ama, ha cumplido toda la ley” que dejara escrito San Pablo en su Epístola a los Romanos (13,8).

Por otra parte, los Mandamientos, doctrinalmente así se entiende, están divididos, o podemos así entenderlo, en dos grandes grupos: el primero de ellos abarca los tres primeros que son referidos, directamente a Dios y que se resumen en el “amarás a Dios sobre todas las cosas”; el segundo abarca el resto, 7, referidos, exactamente, a nuestra relación con el prójimo y que se resumen en el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Tenemos, pues, que traer a nuestra vida ordinaria, el espíritu y el sentido exacto de los 10 Mandamientos de la Ley de Dios para no caer en lo que San Josemaría refiere en “Amar a la Iglesia” (El fin sobrenatural de la Iglesia, 11) cuando escribe que “Se rechaza la doctrina de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, se tergiversa el contenido de las bienaventuranzas poniéndolo en clave político-social: y el que se esfuerza por ser humilde, manso, limpio de corazón, es tratado como un ignorante o un atávico sostenedor de cosas pasadas. No se soporta el yugo de la castidad, y se inventan mil maneras de burlar los preceptos divinos de Cristo.

Seamos, pues, de los que son llamados humildes, mansos y limpios de corazón y traigamos, aquí, el sentido que la norma divina tiene para nosotros, hijos del Creador. Sabemos lo que nos espera, en la vida eterna, en tal caso.

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Honrarás a tu padre y a tu madre

4º.- Honrarás a tu padre y a tu madre

A mí que soy vuestro padre escuchadme, hijos, y obrad así para salvaros. Pues el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre: como a su Señor sirve a los que le engendraron. En obra y palabra honra a tu padre, para que te alcance su bendición. Pues la bendición del padre afianza la casa de los hijos, y la maldición de la madre destruye los cimientos. No te gloríes en la deshonra de tu padre, que la deshonra de tu padre no es gloria para ti. Pues la gloria del hombre procede de la honra de su padre, y baldón de los hijos es la madre en desdoro. Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor. Pues el servicio hecho al padre no quedará en olvido, será para ti restauración en lugar de tus pecados. El día de tu tribulación se acordará El de ti; como hielo en buen tiempo, se disolverán tus pecados. Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre

Este texto del Eclesiástico (3, 1-16) nos muestra el sentido exacto de lo que el Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios ha de significar para un hijo de Dios.

Pues bien, como este mandato de Dios tiene múltiple contenido, baste con plantearnos lo siguiente:

¿Has desobedecido a tus padres en cosas justas:
no trabajando o no estudiando cuando y como te lo mandaban,
llegando tarde a tus obligaciones,
andando con malos compañeros,
no apartándote de espectáculos y diversiones malas,
no retirándote por la noche a la hora debida,
no siguiendo sus consejos en lo referente a matrimonio,
no cumpliendo su testamento y ultima voluntad?
¿Los has tratado con dureza y sin respeto, de palabra y de obra?: (Insultar, amenazar, maltratar…)
¿Has hecho llorar a tu madre?
¿Te has avergonzado de tus padres ante los demás?
¿Los socorres en sus necesidades?
¿Les ocultas parte de lo que ganas?
Pero también hemos de tener en cuenta que el respeto que debemos a nuestros padres tiene una extensión, por decirlo así, en el mundo del trabajo. Entonces…
Como subordinado: ¿has obedecido y respetado a tus superiores? (Profesores, jefes, abuelos, etc.).
¿Has trabajado todo lo que debías?
¿Has sido cómplice o encubridor de pecados de los superiores?
¿Eres fiel a ellos o has descubierto sus secretos y has contado chismes?

Pero es que aún hay más. También como padres, quienes lo seamos, tenemos que estar atentos a lo que dejó escrito el Beato Juan Pablo II en su Carta a las Familias (1994) cuando dijo que

Podemos hablar también de la «honra» que los padres deben a los hijos. ‘Honra’ quiere decir: reconoce, o sea, déjate guiar por el reconocimiento convencido de la persona, de la del padre y de la madre ante todo, y también de la de todos los demás miembros de la familia. La honra es una actitud esencialmente desinteresada. Podría decirse que es «una entrega sincera de la persona a la persona» y, en este sentido, la honra coincide con el amor. Si el cuarto mandamiento exige honrar al padre y a la madre, lo hace por el bien de la familia; pero, precisamente por esto, presenta unas exigencias a los mismos padres. ¡Padres —parece recordarles el precepto divino—, actuad de modo que vuestro comportamiento merezca la honra (y el amor) por parte de vuestros hijos! ¡No dejéis caer en un «vacío moral» la exigencia divina de honra para vosotros! En definitiva, se trata pues de una honra recíproca. El mandamiento ‘honra a tu padre y a tu madre’ dice indirectamente a los padres: Honrad a vuestros hijos e hijas. Lo merecen porque existen, porque son lo que son: esto es válido desde el primer momento de su concepción. Así, este mandamiento, expresando el vínculo íntimo de la familia, manifiesta el fundamento de su cohesión interior.

Entonces, como padres no podemos hacer dejación del honrar a nuestros hijos porque es, también, mandato divino. Esto mismo lo escribe el P. Jorge Loring, SI en su Para Salvarte al decir que (63,3) que “En este mandamiento se contienen también las obligaciones de los padres para con sus hijos, que son, además de amarlos: alimentarlos, vestirlos, instruirlos en religión y en cultura, vigilarlos, corregirlos, darles buen ejemplo y procurarles un porvenir humano proporcionado a su estado y condición social. Es decir, educarlos física, intelectual, humana, espiritual y moralmente; y protegerlos de los peligros de alma y cuerpo.

En esto abunda el Catecismo de la Iglesia católica cuando dice, sus números 2221, 2222 y 2223 que

“La fecundidad del amor conyugal no se reduce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a su formación espiritual. El papel de los padres en la educación ‘tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse’ (GE 3). El derecho y el deber de la educación son para los padres primordiales e inalienables (cf FC 36).

Los padres deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios y respetarlos como a personas humanas. Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedientes a la voluntad del Padre de los cielos.

Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Testimonian esta responsabilidad ante todo por la creación de un hogar, donde la ternura, el perdón, el respeto, la fidelidad y el servicio desinteresado son norma. La familia es un lugar apropiado para la educación de las virtudes. Esta requiere el aprendizaje de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Los padres han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones ‘materiales e instintivas a las interiores y espirituales’ (CA 36). Es una grave responsabilidad para los padres dar buenos ejemplos a sus hijos. Sabiendo reconocer ante sus hijos sus propios defectos, se hacen más aptos para guiarlos y corregirlos:
‘El que ama a su hijo, le corrige sin cesar […] el que enseña a su hijo, sacará provecho de él’ (Si 30, 1-2). ‘Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor’ (Ef 6, 4).

De lo apenas visto hasta aquí, el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios prescribe una serie de conductas positivas (es decir, que hay que hacer), una serie de personas sobre las que debe recaer el honor que se les debe y, también, unas conductas negativas que no se pueden llevar a cabo por parte del hijo, del subordinado en el trabajo o de quien, en general, se encuentra bajo la tutela o la jerarquía personal.

Así, por ejemplo, como ya se ha dicho en la “Razón de la serie” este mandamiento, el cuarto, encabeza la segunda tabla de las de la Ley de Dios. Es, por lo tanto, el punto de partida hacia el amor y la caridad que hemos de demostrar al prójimo. ¡Qué mejor empezar por los propios padres! para quererlos y honrarlos sin olvidar a los que, de una forma o de otra, ha investido Dios de autoridad. Y es que por eso mismo en el Éxodo (20, 12; cf Dt 5,16) se dice “Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar” que recoge, exactamente, el cómo proceder y el qué del actuar de Dios en tal caso.

Nos recuerdan, a este respecto, los evangelistas, que Jesús “Vivía sujeto a ellos” (Lc 2, 51) o esto otro dicho por San Pablo en su Epístola a los Efesios (6, 1-3) cuando escribió “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, tal es el primer mandamiento que lleva consigo una promesa: para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra”.

Y abundan las Sagradas Escrituras en la importancia que tiene para quien debe honrar que así lo haga:

Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no desprecies la lección de tu madre… (Prov. 1, 8).

Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no despreciéis la lección de tu madre (Prov. 6, 20).

Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo (Ef. 6, 1).

Hijos, obedeced en todos a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor (Col. 3, 20).

Honor, afecto y reconocimiento merecen, pues, los padres, a los que debemos honrar. Y también nuestros antepasados que nos precedieron en el tiempo y que no podemos preterir ni hacer de menos.

Honrarás a tu padre y a tu madre

También, como contenido esencial de este mandamiento, no podemos olvidar la ayuda material y moral que merecen los padres cuando, sobre todo, en sus años de vejez o en aquellos momentos difíciles de enfermedad necesiten sobrellevar la soledad y el abatimiento que pudieran caer sobre sus personas. Y es que, además, no podemos olvidar aquel “Soportaos unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” que San Pablo dejó escrito, con gran sabiduría en Efesios 4,2. 8 ni tampoco esto otro: “En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes” que en su Primera Epístola dejó (3,8) escrito San Pedro.

Y como no conviene ser políticamente correctos en temas tan importantes como el que prescribe el cuarto Mandamiento de la Ley de Dios, el Antiguo Testamento dice lo que sigue al respecto de una falta de respeto hacia los padres:

El que pegue a su padre o a su madre morirá (Ex. 21, 15).
El que trate sin respeto a su padre o a su madre, morirá (Ex. 21, 17).
Maldito aquel que desprecia a su padre o a su madre (Deut. 27, 16).
El que despoja a su padre y expulsa a su madre, es hijo que cubre de vergüenza e ignominia (Prov. 19, 26).
Al que maldice a su padre y a su madre, se le extinguirá su lámpara en medio de tinieblas (Prov. 20, 20).
Al ojo del que se ríe del padre y desprecia los muchos años de una madre, le picotearán los cuervos del torrente, los aguiluchos le devorarán (Prov. 30, 17).

Y, por último, Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre (Si. 3, 16), no sin olvidar que “El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre” (Si 3, 2-6) y reconocer la importancia de la siguiente recomendación: “Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor” (Si 12-13).
Honrar, pues, a nuestros padres y, en general, a nuestros superiores (civiles o religiosos) es un deber, primero de la caridad con el prójimo, que siempre deberíamos tener presente.

Leer Primer Mandamiento: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Leer Segundo Mandamiento: No tomárás el nombre de Dios en vano.

Leer Tercer Mandamiento: Santificarás las fiestas.

Eleuterio Fernández Guzmán