21.01.12

 

Antes de entrar a analizar la realidad, conviene contarla sin manipularla. Juan Antonio Molina no ha sido suspendido a divinis por entrar en el programa Gran Hermano sino por desobedecer una orden directa del superior de su orden religiosa. Que dicha orden estuviera relacionada con su presencia en ese espectáculo mediático no es cosa menor, pero sí razón secundaria de lo acontecido.

Por tanto, lo primero que cabe preguntarse es si la desobediencia a un superior es razón suficiente para proceder a un castigo canónico tan importante. Es obvio que toda desobediencia en una comunidad religiosa a la que se entra conociendo sus normas y sus reglas supone una falta a la comunión interna. Pero es claro que no es igual desobedecer en un tema menor que en algo realmente grave.

¿Es grave que un religioso se preste a ser parte del circo mediático de Gran Hermano? Pues para los responsables de los Misioneros del Sagrado Corazón sí lo es. Lo quiera o no el P. Molina, su presencia en ese programa afectaría a la imagen de toda su congregación religiosa. Y de paso, a la de toda la Iglesia. Es decir, él no es un señor particular cualquiera que decide encerrarse en una casa con otros concursantes. No, él es sacerdote y religioso, y por tanto no puede hacer lo que le venga en gana contra el criterio de la Iglesia y su orden. Como ciudadano es libre para entrar ahí o donde sea. Como presbítero y siervo de Cristo y de su Iglesia, está sujeto a quienes están en autoridad sobre él. Y si no se sujeta, ha de afrontar las consecuencias.

De hecho, lo que realmente me sorprende de lo ocurrido es que el superior de esa orden haya decidido ser tan contundente a la hora de tratar este caso. Todos sabemos que las órdenes religiosas no se han caracterizado en las últimas décadas por luchar a brazo partido contra la laxitud en el cumplimiento de sus reglas. Sospecho que si en vez de ser de esa congregación, el P. Molina fuera franciscano o incluso jesuita, esto no habría pasado.

Por cierto, ayer asistimos en InfoCatólica a un hecho curioso. Resulta que Kiko Hernández, colaborador habitual de Sálvame, el programa de más audiencia de la televisión española en su horario -4 a 8 de la tarde-, dio la noticia de la suspensión citando como fuente a nuestro portal. Eso provocó que ayer triplicáramos el número de visitas habituales y que tuviéramos que emplearnos a conciencia en la moderación de los comentarios a dicha noticia. Cualquiera que los lea, verá que sólo hemos censurado aquellos con contenidos ofensivos y no los que critican de forma razonable la suspensión del religioso.

Entre las críticas más habituales está la de que la Iglesia no se sabe adaptar al mundo moderno, que con esta medida se aleja cada vez más de la gente, etc. También están los que conocen personalmente al P. Molina y dicen que es un cura magnífico, cercano y calificativos similares. O sea, nada nuevo bajo el sol. Es lo mismo que se dice cada vez que la Iglesia es noticia cuando decide aplicar algo de disciplina a sus miembros. Da igual que el mismo sea un cura que paga abortos, como el caso de Pousa -al que no se suspendió-, o que quiera entrar en Gran Hermano. Los argumentos de los críticos serán los mismos. Aunque me reconocerán ustedes que es bastante más grave que un cura financie el asesinato de un ser inocente a que se arriesgue a ser achuchado por Mercedes Milá, dicho sea esto con humor y respeto hacia ella.

Acabo dando mi opinión sobre la presencia de un cura, religioso o diocesano, en ese programa. Es claramente contraria a la misma. Se podría entender, aunque yo jamás lo haría, que un seglar católico practicante bien preparado accediera a entrar allí para dar testimonio de su fe, aunque lo primero que le preguntaría es cómo se las piensa arreglar para cumplir con el precepto dominical. Pero un sacerdote no está para ser carne de cañón en ese tipo de concursos. Ni aunque vaya con la mejor de las intenciones. Yo solo seguí la primera edición de Gran Hermano y creo que no hace falta ser doctor en la Iglesia para discernir que ese no es el sitio idóneo para un cura. Como tampoco lo es un programa de variedades, de prensa del corazón, etc. Con un padre Apeles tuvimos suficiente.

Por último, señalar que a pesar de lo que se dijo ayer desde la archidiócesis de Barcelona, la suspensión no tendrá efecto solo mientras el P. Juan Antonio esté dentro del programa, sino “hasta que sea oficialmente revocada por decreto contrario“. Veremos lo que ocurre. Yo desde luego no pienso prestar más atención a Gran Hermano porque dentro esté un sacerdote suspendido. Lo que tenía que ver de ese programa, ya lo vi. Y me interesa más bien poco, por no decir nada. Pero allá cada cual con sus querencias televisivas.

Luis Fernando Pérez Bustamante