31.01.12

Don Bosco, otra gozosa vez

A las 12:23 AM, por Eleuterio
Categorías : General
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Don Bosco

El 31 de enero de 1888, tras una vida en defensa del futuro más necesitado, subió a la Casa del Padre Juan Bosco, más conocido como Don Bosco, pronunciando unas palabras que definían, a la perfección, su vida, peregrina hacia el definitivo Reino de Dios: “Quereos como hermanos. Haced el bien a todos, el mal a nadie… Decid a mis muchachos que los espero a todos en el Paraíso”.

Así, podemos decir que fueron 3 los ejes a través de los cuales pasó la vida del que sería nombrado, en 1998 (a los 100 años de su muerte), por el Beato Juan Pablo II Magno, “Padre y Maestro de la Juventud”: el Amor, la Bondad y la Juventud.

El Amor

Si el Amor, la Caridad, es la primera Ley del Reino de Dios, Don Bosco fue un representante digno de su cumplimiento. Cuando trata de que la vida de los jóvenes de Turín mejore, siempre llama su atención haciéndoles ver que, a pesar de ser pobre como ellos, compartiría su escaso pan con aquella juventud necesitada de tantas cosas materiales y, sobre todo, de tantas maravillas espirituales desconocidas por ella.

El Amor lo refleja Don Bosco cuando, en una ocasión, tras pedirle a los jóvenes que manifiesten, escribiendo, cuál es el regalo que desean, les ofrece (a ellos y a nosotros, también) una llamada “receta de santidad”:

1.-Alegría
2.-Hacer bien los deberes, los del colegio y los del buen cristiano
3.-Hacer bien a los demás.

Mediante la alegría, Don Bosco, se relaciona con aquellos jóvenes desfavorecidos de la sociedad Italiana y mediante la alegría, manifiesta que la Iglesia católica puede ser nexo de unión entre ellos y Dios.

Por otra parte, llevar a cabo lo que a cada cristiano corresponde, y hacerlo de forma adecuada y correcta, es buen índice de comportamiento querido por Dios.

Por último, el hacer bien a los demás, era, exactamente, la respuesta del amor del cristiano que Don Bosco recomendó a sus jóvenes pero que, por extensión, a todos nosotros nos llega.

La bondad

La segunda recomendación que, en el lecho de muerte, hace Don Bosco es doble:

1.-Hacer el bien a todos
2.-Hacer el mal… a nadie

Y eso fue lo que, exactamente, hizo a lo largo de su vida, siguiendo el consejo que le diera su director espiritual, don José Cafasso: “Camina y mira a tu alrededor”.

Así, hizo el bien en los suburbios de Turín; en las cárceles que visitó; en los lugares donde al juventud se echaba a perder en la molicie y la falta de formación; fundando el Oratorio y siguiendo sus directrices que se resumían en “Nosotros buscamos hacer de estos muchachos honrados ciudadanos y buenos cristianos”; hizo el bien al dar lugar a la Congregación Salesiana… y así hasta un largo etcétera de entrega a quien mucho necesitaba de su amor y de su bondad, de su compasión y del abrazo de un hermano.

La juventud

Don Bosco

Si por algo se le conoce y reconoce a Don Bosco es por su especial entrega a la juventud de su tiempo. Perdidos, muchos de sus miembros, en los arrabales de la miseria, encontraron en aquel cura entusiasta, el amigo que tanto necesitaban tener y, a la vez, al guía espiritual que les diera fuerza para seguir adelante y esperanza ante su falta de mañana.

Cuando finalizada las meditaciones que impartía a los muchachos, siempre acababa las mismas recomendándoles dirigirse a Dios diciendo: “Señor mío, desde este momento yo me convierto a ti; yo te amo, y quiero servirte con alegría y hasta la muerte. Virgen Santa, Madre mía, ayúdame a ser siempre fiel”.

¿No es, éste, un buen plan de vida para un cristiano?: convertirse, amar, servir…

La dedicación a la juventud (especial carisma del salesiano) la manifestó cuando, tras una enfermedad (la cual fue demandada su curación por grandes rezos de los jóvenes) dijera que “Mi vida es vuestra, os la debo. La voy a dedicar enteramente a vosotros”.

Así, decir Don Bosco y decir amigo, para un joven (y, por correspondencia con nuestra filiación divina, para todo cristiano) viene a ser la misma cosa y reconocer, en la persona de aquel sacerdote que se encontró entre los que encontraban a nadie, la imagen privilegiada del que se sabe hijo de Dios, es causa más que suficiente para, ahora que vuelve, de nuevo, al recordarlo, a la vida de la Iglesia católica, dar gracias a Dios por haber suscitado un alma tan limpia y tan buena.

Por eso, como dijera el que fuera Arzobispo de Valencia, monseñor Marcelino Olaechea,

“Dotado de extraordinario talento y fina distinción, pudo ser un gran orador, una gran historiador, un gran estadista…pudo ser…lo que se hubiera propuesto. Pero se quedó en ser…lo que Dios quiso que fuera…el hombre que supo amar a todos y hacerse amar por todos”.

 

Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán