7.02.12

¿El Papa ha muerto?

A las 9:05 AM, por Luis Santamaría
Categorías : General

 

Si al leer el título han pensado –como es natural, por otra parte– que me refiero a Benedicto XVI, no se preocupen, porque no voy a hablar de él. El mes pasado recibí por correo electrónico una noticia que me sorprendió porque hablaba de la muerte del Papa. Leyendo la información descubrí que sí hablaba de un fallecimiento reciente, pero de lo que en la Historia de la Iglesia se ha llamado, técnicamente, un “antipapa”. El Diccionario de la RAE nos resume así el concepto: se trata de un “hombre que no está canónicamente elegido Papa y pretende ser reconocido como tal”. Y una de dos: o nos referimos a épocas pasadas en las que algunos disputaban al obispo legítimo de Roma su potestad (como nuestro Pedro Martínez de Luna allá a finales de la Edad Media, que se mantenía “en sus trece” ya fuera en Aviñón o en Peñíscola), o hablamos de ciertos personajes contemporáneos que de forma más o menos estrafalaria montan su propio “vaticano” autodeclarándose sumos pontífices (y por seguir con los ejemplos del solar patrio, pensamos en el cisma del Palmar de Troya y el solio ocupado por el célebre “Papa Clemente” y su línea sucesoria).

El último antipapa que el pasado 31 de diciembre de 2011 ha sido devuelto a la tierra de la que fue formado se llamaba Jean-Gaston Tremblay de toda la vida (en el siglo, como dicen los religiosos), aunque ha sido conocido después como Juan Gregorio de la Trinidad y, con la tiara puesta, Gregorio XVII. Un nombre papal, por cierto, utilizado también por Clemente Domínguez en el Palmar de Troya, pero que curiosamente no han coincidido en usurpar otros integrantes de la docena larga de antipapas que campan por el mundo a día de hoy. Pero para evitar malentendidos con el español, Jean-Gaston cambió su nombre y se autodenominó Juan Gregorio XVII. Tremblay nació en Quebec en 1928 y en su juventud fue hermano de San Juan de Dios, orden que dejó cuando empezó a planear la fundación de una nueva congregación, aunque más tarde, en 1961 abandonó también la Iglesia católica para hacerse seguidor de un grupo cismático peculiar, la Iglesia Renovada de Cristo.

Por eso de las genealogías, y para entender mejor de dónde vienen las cosas, no sobrará aquí una aclaración sobre esa Iglesia Renovada de Cristo, fundada en 1963 por Michel-Auguste-Marie Collin (1905-1974). Este personaje, siguiendo una trayectoria similar a la de todos estos conventículos de antipapas, después de llevar excomulgado unos años (porque había sido ordenado presbítero con normalidad, pero más tarde dijo haber sido consagrado obispo en una Misa presidida por el mismo Jesucristo) se declaró sucesor de San Pedro a la muerte de Juan XXIII, y montó su propio vaticano en Francia, en su tierra, Lorena. Elegido para el ministerio pontificio por el Señor, según sus propias declaraciones, tomó el nombre de Clemente XV. Consiguió reunir en torno a su comunidad cismática a varios miles de adeptos, basando su doctrina tradicionalista en algunas apariciones de la Virgen, y exagerando los aspectos marianos y apocalípticos de la fe cristiana hasta extremos inadmisibles para un católico (llegando a incluir temas extraterrestres, nada menos). Ya antes de la muerte de Collin, que supuso la división definitiva de sus seguidores, uno de los miembros de su “colegio cardenalicio”, Jean-Gaston Tremblay, se fue con parte del grupo a Canadá. Allí fundó la Iglesia de los Apóstoles del Amor Infinito de los Últimos Tiempos, también conocida como Iglesia del Magnificat, y ha sido reconocido como Papa por la mayor parte de los seguidores de su antecesor lorenés.

De nuevo con nuestro protagonista, Tremblay, que desde su paso por la vida religiosa tenía visiones, audiciones y otras experiencias sobrenaturales, se supo escogido por Dios para una misión extraordinaria. Cuando dejó la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios para fundar su “Comunidad de Jesús y María”, fue amparado por las autoridades eclesiásticas católicas, que veían con buenos ojos una iniciativa piadosa que vivía con rigor la pobreza evangélica, como los primeros franciscanos. Pero más tarde, como hemos dicho, se unió a Collin, por entonces sacerdote, y cuando en 1963 éste se convirtió en el antipapa Clemente XV, ordenó a Jean-Gaston presbítero y, poco después, obispo. El canadiense se encargó de revitalizar la secta mortecina que lideraba el nuevo pontífice, y que fue calificada por la Santa Sede –la de Roma, la de verdad– como un estado de “desobediencia contumaz”, incurriendo en excomunión reafirmada más de una vez.

Durante la década de los 60 fue abriéndose un amplio espacio entre ambos líderes, y las revelaciones divinas le mostraron con claridad a Tremblay que debía apartarse de un movimiento cuyas derivas doctrinales –ufológicas entre otras– no podía aceptar. En 1971 el quebequés fue elegido Papa por ocho obispos –que él mismo había nombrado antes, cómo no–, y formó un colegio cardenalicio formado por doce hermanos de su comunidad. Además de sus centros en Canadá, la secta ha logrado extenderse por los Estados Unidos e Iberoamérica, llegando a tener también presencia en Europa y África. La vida austera, el trabajo y el culto marcaban la cotidianidad de este grupo, que ha destacado por su importante labor editorial, y que sorprendentemente instauró una especie de sacerdocio femenino, algo difícil de imaginar en un medio tradicionalista como éste.

Y el movimiento cismático que nació, según Tremblay, inspirado por la Virgen María aparecida en La Salette para conservar la fe verdadera, acabar con la decadencia del clero y sus devastadores efectos, recuperar la cristiandad y lograr la unión de los creyentes, acabó siendo un grupo muy controvertido. Siempre hubo acusaciones contra los Apóstoles del Amor Infinito por parte de ex-adeptos y familiares de los miembros, por manipulación, detención ilegal, secuestro y malos tratos físicos y psicológicos. Juan Gregorio XVII estuvo en prisión y la policía lo investigó por presuntos abusos sexuales de menores.

El nombre oficial que presentan en su página de Internet actual es el de “los Apóstoles del Amor Infinito de la Orden del Magníficat de la Madre de Dios”. Publicitan sus libros y calendarios, pero en ningún lugar citan expresamente al antipapa fallecido hace un mes. Asimismo, explican que “la Orden consta de sacerdotes, religiosos y religiosas. Algunos de éstos conservan la identidad y los fines propios de sus congregaciones respectivas, aunque todos se conforman a una regla común dictada por la Madre de Dios en La Salette (1846) y aprobada por León XIII en 1879. La Orden también cuenta con discípulos, laicos (célibes o casados) que viven en comunidad con los religiosos y comparten sus labores. Asimismo hay terciarios, seglares que viven en el mundo en hogares cenáculos”.

Del sacerdocio femenino no dicen nada, por supuesto. Aunque, quien lea con atención, se dará cuenta de su estatus cismático, ya que afirman que la orden “forma parte de la Iglesia Católica de los Apóstoles de los Últimos Tiempos. Esta Iglesia es autónoma y universal, existe y opera bajo su propia Jerarquía. La fe, doctrina, tradición y prácticas de esta Iglesia son católicas. Al mismo tiempo que se propone resueltamente volver a la sencillez y pureza evangélicas de los primeros siglos de la cristiandad, la Iglesia Católica de los Apóstoles de los Últimos Tiempos se esfuerza en guardar intactas las enseñanzas doctrinales y dogmáticas impartidas con admirable continuidad, a través de los siglos, por los Santos y Doctores de la Iglesia Católica Romana”.

Jean-Gaston Tremblay murió en Nochevieja a los 83 años en un hospital canadiense, y los medios de comunicación se han hecho eco de su fallecimiento, haciendo un balance de su trayectoria y desempolvando también las acusaciones de algunos ex-adeptos. Uno de ellos escribía en una carta, citada por The Gazette de Montreal: “algunos de los que finalmente decidimos dejar el grupo tardamos años en superarlo. Algunos nunca lo han hecho. Otros se suicidaron”. Un experto canadiense en sectas ha mostrado su esperanza de que la muerte del antipapa signifique la desintegración de la comunidad que fundó, pero tenemos muchos ejemplos de supervivencia de la secta tras la muerte del líder. Sin ir más lejos, en otros grupos cismáticos, más o menos serios, como nuestro Palmar de Troya (que ya va por el tercer Papa, llamado Gregorio XVIII). Seguiremos esperando la sucesión en la “Santa Sede” de Santa Jovita en Canadá. El Papa ha muerto… ¿viva el Papa?

Luis Santamaría del Río
En Acción Digital, 2/02/12