17.02.12

Eppur si muove - ¿Por qué atraen tanto Cristo y su Iglesia?

A las 12:31 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove
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Son bastantes los casos de personas que han dado un giro radical a sus vidas porque han abrazado la fe de una forma más intensa. No es que antes no fueran, por ejemplo, cristianos sino que, por las razones personales que sean, han tomado la determinación de que, a partir de determinado momento, su “ahora mismo”, va a discurrir su existencia por otros derroteros, caminos o vías muy distintos a los de antes.

Ejemplos tenemos muchos: modelos que han tomado la decisión de dejar tal trabajo para solicitar su ingreso en una orden religiosa; futbolistas que, de repente, se les reconoce como seminaristas; otras modelos que han decido abandonar tal labor porque creen que ofenden a Dios haciéndola; una futbolista que entra en el convento para quedarse…, etc.

Algo, como se dice, ha de tener el agua cuando la bendicen. Y, en este caso, algo ha de tener Cristo y su Iglesia cuando hay personas que dejan de ser lo que eran para venir a ser otro tipo de personas.

¿Pero… qué es eso que produce cambios tan grandes?

El camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios puede estar rodeado de todo lo bueno y de todo lo malo porque tanto de uno como de otro nos encontramos a lo largo de la vida. A lo mejor atrae el hecho de saber que se camina con Cristo y que nunca nos abandona y que eso es más que cierto.

Lo mejor, sin duda, para un discípulo de Cristo, es comprender y entender que lo bueno para su espíritu y, así, para su vida, es tener, en el camino, un empedrado gozoso donde cada paso sea, en verdad, una iluminación para nuestra vida y que, seguirlo, es garantía de alcanzar la vida eterna y que tal ganancia sólo se alcanza en el seno de la Iglesia.

Sin embargo, tampoco es poco cierto que la esperanza que tenemos en nuestra fe debería erradicar, de nuestro corazón, los pensamientos de pesimismo al respecto de la misma porque, al fin y al cabo, Dios es nuestro Pastor y a nadie ni nada podemos temer. Por eso, a lo mejor, muchos creyentes (o que no lo eran) vienen a la Iglesia: por su Pastor Bueno.

Por eso el camino que recorremos ha de ser uno que lo sea gozoso y por tal gozo muchas personas cambian su vida por ésta.

En primer lugar siempre surgen, o mejor, deberían surgir, aquellas grandes preguntas que sólo las personas con visión escatológica suelen hacerse: ¿Cuál es el sentido de la vida y de la muerte? O ¿Qué es del más allá?; incluso por todo aquello relacionado con nuestra naturaleza humana creada a imagen y semejanza de Dios o, también, la relación horizontal que debemos mantener con nuestro común Padre. Razones más que suficientes para que ciertos espíritus despierten de la modorra que el mundo les proporciona y quieran saber y, sabiendo, creen y vienen para quedarse ya para siempre, siempre, siempre.

Pues para responder a estas preguntas no resulta de poca importancia la fe que decimos seguir, que decimos tener y que, de hecho, practicamos.

¿Qué papel juega la fe en todo esto?

Resulta, del todo esencial, porque, a partir de la misma se descubren implicaciones para nuestra vida que, llevadas por la voluntad de Dios, nos sitúan ante nuestra vida, ante nuestros semejantes y, también, ante Dios, de una forma, digamos, mejorada para nuestro espíritu y comportamiento. Y esto lo que, en resumidas cuentas, quiere decir es que encontramos en la fe cumplida respuestas a las preguntas arriba planteadas y que la respuesta llena nuestro corazón de gozo. Y por eso atrae tanto Cristo y su Iglesia.

También nos ha de producir gozo saber que tenemos una visión particular de la vida que, como cristianos, hace que la veamos de forma diferente al resto de hijos de Dios que, a lo mejor, no conocen tal filiación o si la conocen no la quieren llevar a la práctica de sus vidas. Y eso también se busca y trata de encontrar.

Así, tal visión de las cosas nos hace alegrarnos de sentirnos hijos de Dios porque tal situación nos permite administrar nuestra vida de una forma distinta a como lo hace otra persona que no tenga tal fe ni tal visión de la realidad de lo que nos rodea. Y esto es muy gratificante y gozoso.

Por ejemplo, si sabemos, como cristianos, que es mejor dar que recibir o, en este sentido, servir a ser servido (tal cosa ya la dijo el Maestro Jesucristo) nada mejor para nosotros que llevar, a la vida ordinaria, tal idea y transformarla en comportamientos adecuados a una doctrina que es buena porque es santa. Y es más que posible que se trata de actuar así de parte de muchas personas que dejan las seguridades del mundo para seguir algunas “ciertas” inseguridades como, por ejemplo, la de no ser comprendidos por la mundanidad.

Y, también, los problemas que nos encontramos en la vida no deberían ser fuente de amargura aunque es entendible que nos pueden resultar preocupantes porque, sobre todo, confiamos en la Providencia de Dios con la que nos reconocemos serenos de cara al presente y seguros de tener un futuro adecuado a la voluntad del Creador. Y tal Providencia, cuando es descubierta, atrae hacia Cristo y hacia su Iglesia.

Y eso ha de ser más que suficiente para nosotros y para todos los que vienen, más o menos alejados, hacia este redil de Cristo. Nada más nos falta ni nos hace falta porque de la seguridad en la fe ha de resultar confianza en nuestro ser y estar.

Pero el gozo supone, también, responsabilidad. Y la misma no se rehúye por parte de quien se siente atraído hacia Cristo de una forma más profunda y quiere saberse en Su Iglesia, junto a Dios y a cubierto de las asechanzas del Maligno.

Gozar con el hecho de ser cristianos y, por lo tanto, hijos de Dios, y tener en nuestro camino tal sentimiento de corazón va más allá de lo que es el mero disfrute con tal realidad porque no ha de ser voluntad de Dios que escondamos la fe bajo el celemín sino que, al contrario, la hagamos patente en nuestra vida común. Y tal vida común, fraterna, es querida por los que vienen a Cristo y a su Iglesia.

Ser responsables con nuestra fe y, por tanto, gozar con ella, ha de ser, por ejemplo, ejercer con generosidad nuestra existencia de cara a nuestros semejantes que, a lo mejor, tienen necesidad de ella. Y tal necesidad es percibida como propia por quienes dejan de estar en el mundo para ser en Dios y en Jesucristo.

Ser responsables con nuestra fe y, por tanto, gozar con ella, ha de ser, por ejemplo, sabernos en mundo difícil (también, por eso, lo llamamos valle de lágrimas) que, por eso mismo, necesita de la esperanza del cristiano y de la misericordia de Dios. Y tal esperanza y tal misericordia es ansiada por los que dejan de estar en el mundo para ser en Dios y en Jesucristo y lo hacen conscientes de lo que eso supone para sus vidas.

Quizá se entiendan, ahora, las razones por las que hay muchas personas que se sienten atraídas por Cristo después de haberlo rechazado o, también, después de haberlo tenido como un hermano a quien se le reclama ayuda cuando se necesita.

Por eso es una pena, y produce gran tristeza, que haya creyentes que, dentro de la Iglesia que fundó Cristo, se dediquen a tratar de hundir la barca en la que los discípulos del Mesías han decidido ir embarcados hacia la salvación eterna.

Y, mientras, otros, llamando a las puertas…

Eleuterio Fernández Guzmán