1.03.12

 

Mucho revuelvo ha provocado el artículo publicado en el Journal of Medical Ethics dedicado a defender la “moralidad” del asesinato de los niños recién nacidos, bajo el argumento de que son seres humanos pero no personas. Los autores son un tal Alberto Giubilini y una tal Francesca Minerva, que seguramente eran conscientes del escándalo mediático que iban a causar. El editor del medio, Julian Savulescu, va por ahí rasgándose las vestiduras porque a Alberto y a Francesca les han dicho de todo menos guapos. Dice incluso que les han amenazado de muerte. Algo que, de ser cierto, es condenable. Pero no es condenable que toda persona de bien sienta el mayor de los desprecios hacia gentuza capaz de apoyar la legitimidad del asesinato de bebés recién nacidos.

Ahora bien, es necesario que la sociedad sea coherente. Si acepta que se puede matar a un ser humano antes de nacer, ¿por qué no aceptar que se le puede quitar la vida nada más salir del seno materno? ¿cuál es la diferencia esencial entre un no nacido y un recién nacido? Ya lo digo yo: ninguna. Ambos necesitan de su madre para sobrevivir. Ambos son incapaces de valerse por sí mismos. Ambos tienen la misma identidad biológica. Y por supuesto, aunque esto es un argumento que ignoran los impíos e incrédulos, ambos tienen la misma dignidad como seres creados a imagen y semejanza de Dios.

Es una cuestión de hipocresía. Al recién nacido se le ve y por eso cuesta más matarle. Al que apenas mide unos centímetros no se le ve a menos que se le haga una ecografía, y puede ser eliminado sin que se note mucho. Pero es exactamente el mismo acto. Se quita la vida a un ser humano. Porque a estas alturas de la película, no creo que haya tan necio como cierta política que defendía la tesis de que los embriones humanos eran seres vivos pero no seres humanos.

¿Llegará esa tesis a nuestras leyes? Instintivamente creemos que no, pero si a nuestros abuelos les hubieran preguntado hace 60 años si pensaban que el aborto, la eutanasia, el matrimonio gay y el repudio podrían legalizarse, lo más seguro es que instintivamente habrían respondido que no. Cuando una sociedad cristiana se lanza por la pendiente de la apostasía, cualquier salvajada puede ser legalizada.

En una sociedad civilizada, los autores de ese artículo serían, como mínimo, expulsados de cualquier tipo de actividad profesional relacionado con la medicina, la ética y la enseñanza. Y no tendría nada de particular que acabaran en la cárcel por apologistas del asesinato de inocentes. En la nuestra, la cosa llega como mucho a provocar un cierto revuelo mediático. Es la sociedad modelo “vacas del paisaje". Miran, pero no ven. Y da igual lo que pase por delante de ellas. Siguen mirando igual. Siguen sin ver nada. Sociedad ciega. Sociedad muerta. Sociedad suicida. Sociedad que merece desaparecer por la letrina. Su única salvación vendrá del arrepentimiento. O sigue el ejemplo de Nínive, que hizo caso al mensaje que le llegó del profeta Jonás, o será aniquilada. La nueva evangelización no es solo una obligación espiritual. Es una cuestión de supervivencia.

Luis Fernando Pérez Bustamante