4.03.12

Nueva datación del Nuevo Testamento (1)

A las 3:22 PM, por Daniel Iglesias
Categorías : Biblia

 

Comentario de: John A. T. Robinson, Redating the New Testament, 1976.
Edición en línea: www.preteristarchive.com/Books/1976_robinson_redating-testament.html

Al comienzo del Capítulo I (“Fechas y datos”) el autor explica que, como en la arqueología, la cronología del Nuevo Testamento (NT) está basada en una combinación de fechas absolutas y relativas. Hay un número limitado de puntos más o menos fijos, y los fenómenos restantes son fechados de acuerdo con los supuestos requerimientos de dependencia, difusión y desarrollo. Las nuevas fechas absolutas obligan a reconsiderar las fechas relativas. Eventualmente las antiguas hipótesis sobre los patrones de dependencia, difusión y desarrollo pueden ser perturbadas o incluso radicalmente cuestionadas.

Robinson muestra cómo esto ocurrió en el caso del estudio del origen y el desarrollo de la civilización en Europa. A partir de 1949 se produjo la “revolución del carbono radioactivo”, que obligó a extender de 500 a 1.500 años el período en cuestión. Y en 1966, debido a la dendro-cronología, se produjo una segunda “revolución”. Esta vez no sólo hubo que extender de nuevo el período analizado, sino que el patrón de relaciones entre los fenómenos cambió profundamente.

Robinson afirma que la cronología del Nuevo Testamento depende más de supuestos que de hechos. No se trata de que en este caso hayan aparecido nuevos hechos, nuevas fechas absolutas que no puedan ser cuestionadas –ellas aún son extraordinariamente escasas. Se trata de que ciertos cuestionamientos obstinados me han llevado a preguntar simplemente qué base hay en verdad para ciertas hipótesis cuyo cuestionamiento parecería haberse vuelto arriesgado o incluso impertinente, según el consenso predominante de la ortodoxia crítica. Sin embargo uno toma coraje al ver cómo, en su propio campo o en otro cualquiera, las posiciones establecidas, súbita o sutilmente, pueden llegar a ser vistas como las precarias construcciones que son. Las que parecían ser dataciones firmes basadas en la evidencia científica se revelan como deducciones que se apoyan sobre otras deducciones. El patrón es coherente pero circular. Si se cuestiona alguna de las hipótesis incorporadas, el edificio entero parece mucho menos seguro.” (p. 6).

Luego el autor presenta una visión sintética de la historia de la cronología del NT, indicando las posiciones predominantes a intervalos de 50 años. En general, hacia 1800 se consideraba que la composición del NT había abarcado un período de 50 años: del año 50 al año 100. Hacia 1850 ese período se había más que duplicado, extendiéndose ahora entre los años 50 y 170. Hacia 1900, aunque el período considerado seguía siendo aproximadamente el mismo, cambió la datación de los distintos libros del NT, quedando con dataciones tardías sólo unos pocos, generalmente algunas de las cartas. Hacia 1950 la brecha entre las posiciones radicales y conservadoras se había achicado bastante, alcanzándose un grado notable de consenso. El período de composición se redujo a unos 60 años (50-110), con la única excepción de 2 Pedro (ca. 150).

Robinson opina que “lo que uno busca en vano en gran parte de los estudios recientes es cualquier lucha seria con la evidencia interna o externa para la datación de los libros individuales… más que un patrón apriorístico del desarrollo teológico dentro del cual luego se los hace encajar.” (p. 11).

Para el autor, la pieza clave fue el Evangelio de Juan. Por diversas razones, poco a poco Robinson se convenció de que ese Evangelio fue escrito en Palestina y antes del año 70, lo que contradice la tesis predominante de que fue escrito en Asia Menor y hacia fines del siglo I. Pero la re-datación de Juan lleva necesariamente a replantear la cronología de todo el NT.

 

“Fue en este punto –explica Robinson– que comencé a preguntarme simplemente por qué cualquiera de los libros del Nuevo Testamento debía ser ubicado después de la caída de Jerusalén en el 70. Al comenzar a considerarlos, y en particular la epístola a los Hebreos, los Hechos y el Apocalipsis, ¿no era extraño que este cataclismo no fuera mencionado o aludido ni una sola vez? Así, como poco más que una broma teológica, pensé ver hasta dónde uno podía llegar con la hipótesis de que todo el Nuevo Testamento fue escrito antes del 70. (…) Pero lo que comenzó como una broma se convirtió durante el proceso en una preocupación seria.” (p. 12).

A continuación el autor enumera las limitaciones de su obra: no se ha introducido en las bases teóricas de la cronología en sí misma, ni en cálculos astronómicos, ni en las complejas relaciones entre los sistemas cronológicos antiguos; tampoco ha entrado en la cronología del nacimiento, el ministerio y la muerte de Jesús, ni en la historia del canon del NT, ni en el vasto campo de la literatura no canónica, salvo en los casos en que ésta es directamente relevante al tema analizado.

Robinson concluye este capítulo diciendo: Mi posición probablemente parecerá sorprendentemente conservadora –especialmente a aquellos que me consideran radical en otros temas. (…) No reclamo ninguna gran originalidad –casi cada conclusión individual, como se verá, ha sido previamente discutida por alguien, a menudo en verdad por hombres grandes y olvidados–, aunque pienso que el patrón global es nuevo y, eso confío, coherente. Lo que menos quiero es cerrar cualquier discusión. En realidad me alegra anteponer a mi trabajo las palabras con las cuales, según se dice, Niels Bohr comenzó sus cursos de conferencias: “Cada frase que yo emita debería ser tomada por ustedes no como una afirmación sino como una pregunta”.” (p. 14).

Daniel Iglesias Grèzes