12.03.12

 

En repetidas ocasiones he dicho que pasar de ser protestante a católico no es algo que pueda alcanzarse sin la gracia de Dios operando en el alma. Y no lo digo solo porque yo mismo haya recibido ese regalo de lo alto. Basta con leer los relatos de los grandes conversos, como el del Beato Newman, para captar que dicho “cambio” no se produce sin intervención divina. A muchos les puede parecer raro que se hable de conversión debido a que en esos casos el converso ya era cristiano. Es decir, no hablamos de personas que antes no tuvieran fe cristiana y pasen a tenerla. Hablamos de aquellos que siendo ya creyentes en Cristo pasan a ser verdaderos discípulos de su Iglesia.

Aunque pueden ser muchas y muy variadas las razones “humanas” por las que un protestante pasa a ser católico, las espirituales son las únicas que sirven para discernir si la conversión es real o meramente interesada. En mi opinión, si hay algo que separa radicalmente al protestantismo del catolicismo es la cuestión del libre examen. El protestante no tiene por qué someterse a ningún magisterio eclesiástico. Muchos lo hacen en la práctica, pero nada les impide pasar de una denominación a otra si creen que aquella a la que van tiene una interpretación de la Biblia más acorde con su parecer personal. Y dicho cambio no hace que dejen de ser protestantes. Sin embargo, el católico sabe que la interpretación de la Palabra de Dios corresponde al Magisterio:

Pero el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo.
Dei Verbum 10

Ni que decir tiene que ser católico es mucho más que aceptar la autoridad del Magisterio. Pero no hay manera de ser católico sin aceptar dicha autoridad. Y aunque los pronunciamientos del mismo requieren de diferentes grados de aceptación por parte de los fieles, es un grave error creer que un católico debe aceptar solo aquello que ha sido definido dogmáticamente. Ya lo dijo el Concilio Vaticano II:

Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.
Lumen Gentium 25

Ya hemos explicado con anterioridad que aquello que creemos es decisivo a la hora de determinar como nos comportamos. Podemos pecar haciendo aquello que sabemos que no debemos hacer, pero en ese caso tenemos la puerta abierta al arrepentimiento. Ahora bien, si nos negamos a aceptar que es pecado aquello que objetivamente sí lo es, entre otras razones porque la Iglesia dice que lo es, ¿cómo podremos arrepentirnos?

Tenemos hoy dos noticias que indican la necesidad de que los católicos asuman de una vez por todas lo que implica pertenecer a la Iglesia de Cristo. Un obispo suizo tiene revolucionada a su diócesis porque ha osado recordar que los divorciados vueltos a casar no pueden comulgar. No sé si ha llegado a decir las palabras de Cristo, que no tuvo el mayor inconveniente en llamarles adúlteros, pero sí que se ha mantenido fiel al evangelio y a lo que la Iglesia enseña sobre esa materia. Sin embargo, varios sacerdotes de su diócesis se niegan a leer a sus fieles la carta del pastoral. Y al parecer, Mons. Huonder ha afirmado que espera que algunos fieles abandonen la Iglesia por sus palabras. Esos sacerdotes podrían seguir el mismo camino. Nos harían un favor a todos. Si a Jesucristo le abandonaron algunos de sus discípulos cuando adelantó en qué iba a consistir la doctrina sobre la Eucaristía, no tiene nada de particular que a un obispo le abandonen sacerdotes y fieles por repetir en qué consiste la doctrina católica sobre el matrimonio. Al fin y al cabo, siempre habrá incrédulos a quienes la verdad moleste. Siempre habrá personas que prefieran vivir en las tinieblas y por ello se apartan de la luz.

Hemos sabido también que Tony Blair ha pedido a los diputados laboristas que voten a favor del matrimonio homosexual. Lo de este señor es un ejemplo de fraude espiritual de primer orden. Se dijo que se había convertido al catolicismo. Es obvio que no. Pero es igual de obvio que su mujer tampoco es católica. Alguien que, como la esposa de Blair, apoya a organizaciones abortistas no puede serlo. Alguien que, como la esposa de Blair, ataca públicamente la doctrina católica en televisión, no puede serlo. Por eso, cuando se dijo que él iba a convertirse al catolicismo para seguir los pasos de su esposa, algunos nos temimos que esa no era una conversión real. El tiempo nos da la razón. Estoy convencido de que en nuestra Iglesia han sido muchos los que quisieron, y quieren, aprovechar esa falsa conversión para “sacar pecho” y decir: mirad qué fuerte es la fe católica que hasta un primer ministro británico se convierte. Pues ya ven ustedes. Para este viaje no hacían falta esas alforjas. Mejor habría sido que se hubiera quedado como anglicano y que su esposa se hubiera “convertido” al anglicanismo. Recemos, en todo caso, para que Dios les conceda a ambos la verdadera conversión a la fe católica.

Luis Fernando Pérez Bustamante