14.03.12

¿Benedicto XVI piensa en renunciar?

A las 2:07 AM, por Andrés Beltramo
Categorías : Papas
 

Parte del aire de “fin de pontificado” que se respira en el entorno de la Curia Romana desde hace no pocas semanas ha sido alimentado por el rumor, cada vez más difundido, de una supuesta voluntad de Benedicto XVI de renunciar a su puesto. Versión impensable en otras épocas que, hoy por hoy, ha dejado de ser tabú en los ambientes vaticanos.

Desde hace meses se habla del asunto en los pasillos sacros. Debate reforzado por un pasaje del libro-entrevista “Luz del Mundo”, de Peter Seewald con Joseph Ratzinger. El texto resulta bastante elocuente: “Por tanto, ¿puede pensarse en una situación en la que usted considere apropiada una renuncia del Papa?” le preguntó el periodista alemán al pontífice, quien sin titubear respondió: “Sí. Si el Papa llega a reconocer con claridad que física, psíquica y mentalmente no puede ya con el encargo de su oficio, tiene el derecho y, en ciertas circunstancias, también el deber de renunciar”.

Palabras que dejan poco margen a la especulación. Por ello han sido citadas por vaticanistas y observadores varios a la hora de tejer sus especulaciones sobre una posible (y próxima) dimisión papal. En tiempos de “Vatileaks”, el escándalo de los documentos confidenciales sobre temas espinosos de la administración apostólica publicados por la prensa, la hipótesis renuncia ha cobrado fuerza.

Según algunos clérigos el Papa estaría apesadumbrado por la lucha de poder desencadenada entre altos cardenales, nada menos que los “príncipes de la Iglesia”, que ha sido reflejada en esas filtraciones. Esta, argumentan, sería la razón principal que lo impulsaría a tomar la decisión dejar su cargo, junto a una (supuesta) creciente fragilidad en su salud.

Ahora bien, ¿renunciaría Benedicto XVI ante una crisis de “política interna”, más profana que sagrada? La respuesta parece darla él mismo en otro paso de “Luz del mundo”, mucho menos socorrido en estos tiempos.

Al referirse a la tragedia de los abusos sexuales contra menores cometidos por sacerdotes, Seewald lanzó directa la pregunta: “¿Ha pensado usted en renunciar?”. Sin mayor rémora Ratzinger contestó: “Si el peligro es grande no se debe huir de él. Por eso, ciertamente no es el momento de renunciar. Justamente en un momento como éste hay que permanecer firme y enfrentar la situación difícil. Esa es mi concepción. Se puede renunciar en un momento sereno o cuando ya no se puede más. Pero no se debe huir en el peligro y decir: que lo haga otro”.

Conceptos brindados por un Papa que, a esas alturas, había afrontado crisis de igual o peor magnitud que el llamado “Vatileaks”. Las conversaciones que dieron origen a “Luz del mundo” tuvieron lugar en el verano de 2010, en pleno escándalo pedofilia. Ya habían quedado atrás la polémica internacional desatada por su discurso de 2006 en la universidad de Ratisbona, que provocó violentas reacciones en el mundo islámico. Era historia también el “affaire Williamson”, con el levantamiento de la excomunión a un obispo lefebvrista pocos días después que pusiera en duda la existencia del Holocausto nazi contra los judíos en una entrevista difundida por la TV sueca.

Aún así y con las tempestades que azotaron a la barca de Pedro en aquellos tiempos, él mismo rechazó la hipótesis de abandonar el timón en medio de las turbulencias. ¿Habrá cambiado de opinión? No parece.

La salud del Papa es un capítulo aparte. En El Vaticano aseguran que se encuentra bien y, en cierto sentido, tienen razón. No existen elementos que induzcan a pensar que sufra de una enfermedad particular. De todas maneras no se trata de un hombre joven, se acerca su cumpleaños número 85 y eso se nota.

Benedicto XVI es una persona mayor. Tiene los “achaques” propios de un anciano pero, sobre todo, es consciente de sus limitaciones. Como buen alemán cumple todas las recomendaciones médicas al pie de la letra. Sugerencias que no aparecieron en las últimas semanas, sino desde el inicio de su papado. ¿El objetivo? Ahorrarle cansancio y fatiga excesiva.

Primero –varios años atrás- le aconsejaron seguir el Vía Crucis del Viernes Santo en el Coliseo romano sentado, sin participar. Después le adelantaron los horarios de la misa de Nochebuena y de la Vigilia Pascual en San Pedro, para evitar desveladas. Desde hace meses ya no recibe individualmente a los obispos que asisten al Vaticano para la tradicional visita “ad limina”, los saluda en grupos.

Como una gran parte de los hombres de su edad padece artritis en su pierna derecha y por ello comenzó a usar la plataforma móvil, un aparato con ruedas que le evita transitar largos espacios de caminata. Últimamente suspendió su tradicional procesión del Miércoles de Ceniza, que realizó a bordo de un “mini-papamóvil”. Y generalmente preside todas sus ceremonias sentado la mayor parte del tiempo.

Así las cosas más que una perentoria preocupación por la salud del Papa, en realidad asistimos al natural (y muy dignamente afrontado) desgaste de una persona mayor. Nada que haga pensar en la necesidad de escribir renuncias anticipadas. Una situación que no ha afectado, en lo absoluto, su lucidez mental. Ergo surge espontánea la pregunta, ¿a quién o quienes benefician este aire de “fin de pontificado”?