24.03.12

¿Aplica el diálogo ecuménico a las iglesias ortodoxas?

A las 2:47 PM, por José Miguel Arráiz
Categorías : Ecumenismo

Ecumenismo

 

Recientemente mantenía una plática con unos amigos católicos donde mantuvimos esta conversación que parafraseo ahora:

Católico 1: “Si quieres hacer diálogo ecuménico te recomiendo hacerlo con las iglesias históricas: Como las Ortodoxas griegas, Rusas, la misma Luterana, Anglicana, otras Iglesias de oriente, etc.”

Católico 2: “Bueno, en el caso de las iglesias ortodoxas no se trataría de diálogo ecuménico, ya que ellas son católicas, son parte de la UNICA iglesia…“Allí no hay diálogo…somos UNO”

En un primer momento pensé que esta era una confusión puntual en un católico, pero luego de hacer una rápida encuesta me encontré que esta confusión estaba algo más extendida de lo que se podría imaginar. Algunos por ejemplo citaron la declaración Dominus Iesus para demostrar la unicidad de la Iglesia, otros enfatizaron que al referirnos a ellos como Iglesias hermanas no por eso se dice que se traten de miembros de otra Iglesia, y por tanto el ecumenismo no aplica a ellos sino solo a los protestantes históricos. Otros entendieron que decir que el diálogo ecuménico aplica también a los ortodoxos es como meterles junto con los protestantes en el mismo saco.

 

Concepto de Ecumenismo

En mi opinión este tipo de confusiones ocurre, porque no se leen los documento de la Iglesia, y si se leen se mal interpretan. A este respecto es indispensable por ejemplo, leer el decreto Unitatis Redintegratio, donde se explica que la finalidad del ecumenismo consiste en promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos.

Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los fines principales que se ha propuesto el Sacrosanto Concilio Vaticano II, puesto que única es la Iglesia fundada por Cristo Señor, aun cuando son muchas las comuniones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo; todos se confiesan discípulos del Señor, pero sienten de modo distinto y siguen caminos diferentes, como si Cristo mismo estuviera dividido. División que abiertamente repugna a la voluntad de Cristo y es piedra de escándalo para el mundo y obstáculo para la causa de la difusión del Evangelio por todo el mundo”
Unitatis Redintegratio 1

Una confusión frecuente es no distinguir cuando se habla de restaurar la unidad de los cristianos y la unidad de la Iglesia. La Iglesia no puede dividirse porque tal como profesamos en el Credo es Una, Santa, Católica y Apostólica (CEC 811) Lo que puede ocurrir es que los cristianos e inclusive sus iglesias particulares pierdan comunión con ella. Esta pérdida de comunión puede llegar a ser no plena como completa.

Campos del ecumenismo

Es en este contexto donde el diálogo ecuménico busca precisamente restaurar dicha unidad, reparar sus heridas, aclarar sus malentendidos, de manera que los cristianos podamos otra vez ser uno, conforme a la voluntad del Señor .

Por supuesto, si se entiende esto, no hay dificultad alguna entender que el ecumenismo aplica a las iglesias ortodoxas, siendo ellas las más próximas a nosotros en cuanto a doctrina, manteniendo como nosotros la fe de los primeros concilios, la sucesión apostólica y los sacramentos.

Esto tampoco implica colocarlos “en el mismo saco” que los protestantes, sino distinguir entre los distintos campos que abarca del diálogo ecuménico. Una explicación didáctica la da el Cardenal Kasper, como presidente del Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos:

“De modo más específico, podemos distinguir tres campos en el ecumenismo. Ante todo, el de las relaciones con las antiguas iglesias orientales y con las Iglesias ortodoxas del primer milenio, que reconocemos como Iglesias puesto que, a nivel eclesiológico, han mantenido como nosotros la fe y la sucesión apostólicas. En segundo lugar, el de las relaciones con las comunidades eclesiales surgidas directa o indirectamente —como las Iglesias libres— de la Reforma del siglo XVI; estas comunidades han desarrollado su propia eclesiología, tomando como fundamento la sagrada Escritura. Y, por último, la historia reciente del cristianismo ha registrado una “tercera oleada", la del movimiento carismático y el movimiento pentecostal, surgidos al inicio del siglo XX y extendidos luego por todo el mundo con un crecimiento exponencial. Así pues, el ecumenismo debe afrontar una realidad muy variada y diferenciada, que se caracteriza por fenómenos muy diversos según los contextos culturales y las Iglesias locales”
Cardenal Walter Kasper, Relación del Encuentro del Santo Padre con el Colegio Cardenalicio en la víspera del Consistorio público ordinario, año 2007

Tendríamos entonces tres campos para el ecumenismo:

1) El de las relaciones con las antiguas iglesias orientales y con las Iglesias ortodoxas del primer milenio

2) El de las relaciones con las comunidades eclesiales surgidas directa o indirectamente —como las Iglesias libres— de la Reforma del siglo XVI

3) La del movimiento carismático y el movimiento pentecostal

Nota: cuando el cardenal se refiere acá a las antiguas iglesias orientales y con las Iglesias ortodoxas, no se está refiriendo a aquellas iglesias orientales católicas que están en plena comunión con la Sede Apostólica y aceptan todos los dogmas de fe.

El Papa Juan Pablo II recuerda en su encíclica Ut unum sint (sobre el empeño ecuménico) lo que ya decía el decreto sobre el ecumenismo tocante a las Iglesias ortodoxas. Veamos:

El Decreto conciliar sobre el ecumenismo, refiriéndose a las iglesias ortodoxas llega a declarar que «por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de esas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios». Reconocer todo esto es una exigencia de la verdad.”

No podría referirse un decreto sobre el ecumenismo a unas iglesias ortodoxas sino estuvieran ellas incluidas en el diálogo ecuménico.

Pueden también los documentos del sitio del Consejo Pontificio para la unidad de los cristianos o el Directorio ecuménico donde esto está meridianamente claro.

Los obtáculos entre los ortodoxos

Para finalizar reproduzco un resumen de los obstáculos que existen todavía entre los ortodoxos, tomados del libro La Unión de los cristianos, del Cardenal Agustín Bea (págs. 43-45)

Cardenal Agustín Bea

Las dificultades no son en todas partes las mismas, antes difieren sobre todo debido al origen histórico y nacional de los grupos diversos. El grupo más antiguo separado de la comunión con la Sede de Roma, es el de las Iglesias Orientales. La Iglesia de Oriente perdió pronto, ya en el siglo IV, su unidad, principalmente a causa de las numerosas controversias acerca de la naturaleza de Cristo. Nacieron así las iglesias nestorianas, que durante la Edad Media se propagaron hasta la lejana China, pero son hoy de poca importancia. Al contrarío, la otra gran herejía, el monofisismo, está representada hoy todavía por las Iglesias copta, jacobita y armenia separada. La Iglesia de Constantinopla mantenía la verdadera fe (por esto tomó el nombre de «ortodoxa», esto es «de doctrina verdadera») y permanecía, bien que con interrupciones frecuentes, en comunión con la Iglesia de Roma hasta el siglo XI, en que en el año 1054, llegó la ruptura formal, que, a pesar de repetidos intentos de unión, dura hasta ahora. A esta Iglesia se habían unido, ya algunos siglos antes de la escisión con Roma, las cristiandades de diversos países eslavos —de Bulgaria, de Servia, y, sobre todo, de la que entonces se llamaba la magna Rusia—, debido a ejercer sobre ellos Constantinopla una cierta supremacía patriarcal.

En consecuencia, también estas cristiandades fueron poco a poco separándose de Roma y forman hoy el mundo de las iglesias llamadas «ortodoxas». Estas Iglesias tienen ciertamente grandes ventajas, si se comparan con los diversos grupos que se separaron en el siglo XVI. Las Iglesias ortodoxas poseen una sucesión apostólica regular en sus obispos y, por ello, sacramentos válidos, sobre todo la eucaristía; conservan en su doctrina la antigua tradición apostólica y patrística, y se diferencian de la fe de la Iglesia católica solamente en pocos puntos, concretamente en la negación de los dogmas definidos por los concilios después de la ruptura, como el primado y la infalibilidad del Romano Pontífice. La veneración de la Santísima Virgen es tenida entre ellos en gran estima aunque no hayan aceptado la definición dogmática de la Inmaculada Concepción y de la Asunción —dogmas contenidos en sus libros litúrgicos y admitidos generalmente por sus fieles—, por el hecho de haber llegado estas definiciones después de su escisión de Roma.

Con el correr de los siglos se ha transformado también en estas Iglesias el mismo concepto de la unidad de la Iglesia. Esta unidad, según la doctrina hoy más extendida entre ellos, no exige la subordinación y sumisión de todas y cada una de las Iglesias o grupos a un único Jefe, el sucesor de Pedro, Vicario de Cristo, el Romano Pontífice, sino que consiste sobre todo en la «comunión» mutua de todas y cada una de las iglesias locales, esto es, en la concordia en la fe y en los «misterios» (sacramentos) y en un cierto sentimiento de fraternidad. Cada una de las Iglesias no reconoce entre ellas a un Jefe con autoridad sobre todas; el Patriarca de Constantinopla, que en los tiempos del Imperio Bizantino tenía una cierta preeminencia, ha perdido esta posición con el hundimiento del Imperio, y las iglesias se han ido reagrupando más bien sobre bases nacionales. Así, los 165 millones de ortodoxos están hoy prácticamente divididos en 16 patriarcados nacionales independientes entre sí, más aun, enzarzados frecuentemente en mutuas luchas intestinas. La autoridad de los obispos y patriarcas ha ido disminuyendo poco a poco: junto a ellos se encuentra, en cada grupo nacional, el «Santo Sínodo», compuesto también por seglares, el cual decide, junto con el Obispo, acerca de las cuestiones eclesiásticas. No hay que añadir más para comprender cuanto dificulta esta complicada situación cualquier tentativa de unión con la Sede de Pedro.

La unión se encuentra también obstaculizada por tristes recuerdos históricos, tales, como por ejemplo, la toma de Constantinopla durante la cuarta Cruzada (1204), por la diversidad de mentalidad entre occidentales y orientales, que ciertamente no es de poca importancia y peso. No será, en realidad, cosa fácil vencer todas estas dificultades y será necesaria mucha luz y fuertes gracias para restañar heridas tan dolorosas y para encontrar un camino de reconciliación que tenga en cuenta prudentemente todos los factores en cuestión. Pero la gracia divina, que ha inspirado ya a tantos hermanos ortodoxos una nostalgia profunda de la unidad, nos indicará el justo camino, quizá lento y difícil, con tal que pidamos ardiente y fervorosamente esta gracia y colaboremos debidamente con ella.