2.04.12

Despedida de Juan Pablo II en el aeropuerto. Polonia

Hace casi un año que Benedicto XVI proclamaba beato a Juan Pablo II, y hace ya siete que moría después de una larga y fecunda vida. En contra de lo acostumbrado, la fiesta no es hoy, es el 22 de octubre, aniversario del comienzo de su pontificado.

Se ha escrito mucho, y más que se escribirá. Sekotia acaba de lanzar la que creo que es la primera novela en castellano sobre el pontífice,«Hasta el último aliento. Juan Pablo II, el santo que cambió el mundo». Tengo ganas de leerla, por el tema y por el escritor, a quien aprecio, pero del que desconocía su faceta literaria. Como no hago publicidad en el blog, ya contaré mis impresiones.

Me llama la atención que continúe la especial inquina de unos y otros hacia su persona. No es en lo único que coinciden. Me llama la atención, pero les comprendo, estoy convencido que yo en su lugar también se la tendría.

De entre las fotografías que tengo archivadas he estado dudando cuál me gusta más. La que he elegido me pareció la más simbólica: por el lugar, por la postura, por el gesto alegre que igual puede ser llamada, trasladar ánimo y valentía, un hasta pronto o un simple gracias. Y por la soledad.

Es un buen día para dar gracias a Dios por el Papa que nos ha dado, para pedir por su santidad y por sus intenciones, por «el dulce Cristo en la tierra», como le llamaba Santa Catalina de Siena. Y, sí, soy consciente de que esa expresión disgusta a muchos.

La Providencia, ese cuidado amoroso, nos ha regalado, durante los últimos siglos, «gigantes» en lo humano en la Cátedra de Pedro. Pero ese no es el fundamento de nuestro cariño, ni de su misión. Tampoco lo que nos merecemos. Y desde luego todos tenemos responsabilidad del cuidado de nuestros pastores: sacerdotes y obispos.