5.04.12

E instauró la Santa Misa como Eucaristía

A las 12:33 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Defender la fe

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Jueves Santo

Te ergo quasumus, tuis famulis subveni, quos pretioso Sanguine redemisti
(Te rogamos, pues, que vengas en ayuda de tus siervos, a quienes redimiste con tu preciosa Sangre)

Surge desde la noche, desde cuando la Palabra necesita un alba,
desde cuando el amor no se sobra con la entrega que dona;
se apodera del ambiente la sensación de ternura del Padre,
el primer aliento que comunica, al universo todo, la raíz y origen del hombre.

Sobre la mesa rebosan aurora los hechos nuevos que han de transmitir la doctrina,
las sílabas que, olvidadizas, mueren ante el mensaje que Cristo entrega con gratitud franca, la renovación de la fe como afirmación del alma del Hijo del Padre.

Se renueva la Alianza que pactaran nuestros padres, primer aliento de Dios.

En el corazón de los discípulos anida un rostro, una raíz ocupa su espacio
entre las manos que transmitirán la nueva del Reino que llega,
una brisa que esconde al Ser llega para quedarse y ser luz
que lleve hasta donde la voluntad de Dios quiera,
hasta donde la mañana adorna el final de la noche.

 

Ácimos que son el cuerpo, que suponen la verdad en forma,
que son la elaboración de un misterio que estremece la razón,
que convocan, en sí mismos, la salvación de la caída
y el final de la desazón, el adiós al recuerdo que oscurece el alma;
sangre que trae la vida al nuevo Pueblo de Dios,
líquido santo que constituye el discurrir hacia el mar donde perece el fluir
de la tristeza,
camino seguro para no perder el paso que al Reino lleva,
célula esencial que forma lo que de eterno dejó Dios en nosotros.

Sacrificio que se inicia con esta última Pascua que nace, para ser nuevo afán.

Desde esa mesa pasión y resurrección se hacen centro de la misma causa,
facilitan la comprensión que desde la Encarnación continúa,
permite la llegada hasta Dios desde esta primicia de entrega.

He aquí la luminaria que fecunda el corazón de gracia,
la vertebración de la gloria que hace miembro vivo, de la Iglesia, al hombre,
la incorporación de la esperanza al quehacer de los hijos.

 

La cena que compartió Jesús con sus más cercanos allegados fue algo más que una cena de Pascua. Jesús sabía que era la última que iba a tomar con ellos y, por eso mismo, muchos símbolos cambiaron a lo largo de la misma y tomaron un significado distinto al que, hasta entonces, habían tenido según la tradición del pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra.

Supuso, por ejemplo, el reconocimiento del servicio a los demás como una obligación del discípulo de Cristo. Por eso, cuando Jesús (Jn 13, 4-17) se pone a lavar los pies a sus apóstoles lo hace para demostrar, lo dice Él mismo, cómo debía ser la actitud de los que, en lo sucesivo, quisieran seguirle: servir al prójimo y ser el último de entre los que estuvieran con ellos, era lo que tenían que hacer. Así conocerían que eran discípulos suyos. Aquellos que entonces se encontraban en aquella cena no es de extrañar que miraran preocupados a Jesús porque, sin duda alguna, aquella era labor de esclavos…

También dio carta de naturaleza a lo que muchas veces se había olvidado por haber impuesto la ley sobre la misericordia. Cuando Jesús dice (Jn 15, 12) “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” quiso que todos siguiéramos una actitud que consistía en dar la vida por los amigos (cf. Jn 15, 13) que era lo que Él mismo, en pocas horas, iba a consentir que hicieran con la suya, santa vida. Y a eso lo hemos dado en llamar amor fraterno porque entre hermanos, todos hijos de Dios somos, es.

Pero lo que caracterizó, sobre otras realidades espirituales, a la noche en la que Jesús estuvo especialmente entregado a los que le escuchaban, fue la instauración de la Santa Misa.

El Evangelio de San Marcos (14, 22-24) lo dejó escrito de la siguiente forma:

“Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: ‘Tomad, este es mi cuerpo.’ Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: ‘Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.’”

Y desde tan importante momento aquellos que nos consideramos discípulos suyos recordamos que tal sacrificio nos salvó para toda la eternidad y damos gracias por el mismo y, aunque muchos odien al mismo y a lo que supone para millones de personas, estamos más que seguros que Dios quiere que así sea. Si entregó a su único Hijo para que muriera en una cruz no fue por capricho sino porque nos convenía a todos.

Esto es mi cuerpo” y “Esta es mi sangre”. Y nosotros miramos, desde este tiempo en el que nos ha tocado vivir, aquel pan y aquel vino que, junto a la cruz es todo lo que tenemos para salvarnos.


Eleuterio Fernández Guzmán