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Servicio diario - 6 de abril de 2012

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Semana Santa

Benedicto XVI: "Cuando las familias deban afrontar el dolor, miren a la cruz de Cristo"
Meditaciones del Vía Crucis en el Coliseo de Roma a cargo de una pareja de esposos

El Santo Padre presidió la celebración de la Pasión del Señor
Texto íntegro de la homilía del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Llamamiento a la oración y a la caridad en favor de la tierra de Jesús
ZENIT recuerda exhortación del cardenal Sandri en el día de la Collecta pro Terra Sancta

La Pascua, matriz de la Iglesia
La arquitectura sirve a la asamblea cristiana para vivir las celebraciones

Entrevista

La familia refleja el Via Crucis
Entrevista a los esposos Zanzucchi, encargados de las meditaciones en el Coliseo

En la escuela de san Pablo...

Como quien ha resucitado con Cristo, buscar las cosas de arriba (Domingo de Pascua, ciclo B)
Comentario a la segunda lectura dominical


Semana Santa


Benedicto XVI: "Cuando las familias deban afrontar el dolor, miren a la cruz de Cristo"
Meditaciones del Vía Crucis en el Coliseo de Roma a cargo de una pareja de esposos
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).-  El santo padre Benedicto XVI presidió el piadoso ejercicio del Via Crucis, que tradicionalmente se realiza la noche del Viernes Santo en el Coliseo de Roma.

Este año, los textos de las meditaciones y las oraciones para cada estación fueron preparadas por los esposos Danilo y Ana María Zanzucchi, del Movimento de los Focolares e iniciadores del movimiento “Familias Nuevas”.

Las antorchas que acompañaron la cruz fueron llevadas por jóvenes de la Diócesis de Roma, mientras la Cruz fue portada por el cardenal Agostino Vallini, Vicario General de su Santidad para la diócesis de Roma, así como por dos frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y por algunas familias provenientes de Italia, Irlanda, Burkina Faso y del Perú.

Al final del Via Crucis, antes de bendecir a los fieles, el Papa pronunció las palabras siguientes.  

*********

Queridos hermanos y hermanas:

Hemos recordado en la meditación, en la oración y en el canto, el camino de Jesús en la vía de la cruz: una vía que parecía sin salida y que, sin embargo, ha cambiado la vida y la historia del hombre, ha abierto el paso hacia los «cielos nuevos y la tierra nueva» (cf.Ap. 21,1). Especialmente en este día del Viernes Santo, la Iglesia celebra con íntima devoción espiritual la memoria de la muerte en cruz del Hijo de Dios y, en su cruz, ve el árbol de la vida, fecundo de una nueva esperanza.

La experiencia del sufrimiento y de la cruz marca la humanidad, marca incluso la familia; cuántas veces el camino se hace fatigoso y difícil. Incomprensiones, divisiones, preocupaciones por el futuro de los hijos, enfermedades, dificultades de diverso tipo. En nuestro tiempo, además, la situación de muchas familias se ve agravada por la precariedad del trabajo y por otros efectos negativos de la crisis económica.

El camino del Via Crucis, que hemos recorrido esta noche espiritualmente, es una invitación para todos nosotros, y especialmente para las familias, a contemplar a Cristo crucificado para tener la fuerza de ir más allá de las dificultades. La cruz de Jesús es el signo supremo del amor de Dios para cada hombre, la respuesta sobreabundante a la necesidad que tiene toda persona de ser amada. Cuando nos encontramos en la prueba, cuando nuestras familias deben afrontar el dolor, la tribulación, miremos a la cruz de Cristo: allí encontramos el valor y la fuerza para seguir caminando; allí podemos repetir con firme esperanza las palabras de san Pablo: «¿Quién nos separará del amor de Cristo?: ¿la tribulación?, ¿la angustia?,¿la persecución?, ¿el hambre?,¿la desnudez?, ¿el peligro?,¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado» (Rm 8,35.37).

En la aflicción y la dificultad, no estamos solos; la familia no está sola: Jesús está presente con su amor, la sostiene con su gracia y le da la fuerza para seguir adelante, para afrontar los sacrificios y superar todo obstáculo. Y es a este amor de Cristo al que debemos acudir cuando las vicisitudes humanas y las dificultades amenazan con herir la unidad de nuestra vida y de la familia. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo alienta a seguir adelante con esperanza: la estación del dolor y de la prueba, si la vivimos con Cristo, con fe en él, encierra ya la luz de la resurrección, la vida nueva del mundo resucitado, la pascua de cada hombre que cree en su Palabra.

En aquel hombre crucificado, que es el Hijo de Dios, incluso la muerte misma adquiere un nuevo significado y orientación, es rescatada y vencida, es el paso hacia la nueva vida: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn. 12,24).

Encomendémonos a la Madre de Cristo. A ella, que ha acompañado a su Hijo por la vía dolorosa. Que ella, que estaba junto a la cruz en la hora de su muerte, que ha alentado a la Iglesia desde su nacimiento para que viva la presencia del Señor, dirija nuestros corazones, los corazones de todas las familias a través del inmenso mysterium passionis hacia el mysterium paschale, hacia aquella luz que prorrumpe de la Resurrección de Cristo y muestra el triunfo definitivo del amor, de la alegría, de la vida, sobre el mal, el sufrimiento, la muerte. Amén.

© Librería Editorial Vaticana

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El Santo Padre presidió la celebración de la Pasión del Señor
Texto íntegro de la homilía del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap.
CIUDAD DEL VATICANO, viernes 6 abril, 2012 (ZENIT.org).- Este Viernes Santo en la tarde, el santo padre Benedicto XVI presidió en la Basílica de San Pedro en el Vaticano, la celebración de la Pasión del Señor. Durante la Liturgia de la Palabra, se leyó el relato de la Pasión según san Juan; acto seguido, el predicador de la Casa Pontificia, padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., tuvo a su cargo la homilía.

La liturgia continuó con la Oración universal y la adoración de la Santa Cruz. El primero en hacerlo fue el papa Benedicto XVI, a quien siguieron los señores cardenales, obispos y demás asistentes seleccionados. Con la distribución de la comunión y la oración final concluyó la ceremonia.

A continuación ofrecemos a nuestros lectores el texto de la prédica de Viernes Santo del predicador pontificio. 

*********

"Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos" (Ap. 1,18)

Padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Algunos padres de la Iglesia han encerrado en una imagen todo el misterio de la redención. Imaginemos, decían, que tenga lugar en el estadio una lucha épica. Un valiente ha enfrentado al cruel tirano que tenía esclavizada la ciudad, y con enorme esfuerzo y sufrimiento, lo ha vencido. Tú estabas en las graderías, no has luchado, ni te has esforzado ni te han herido. Pero si admiras al valiente, si te alegras con él por su victoria, si le tejes coronas, provocas y agitas a la asamblea por él, si te inclinas con alegría por el vencedor, le besas la cabeza y le das la mano, en definitiva, si tanto deliras por él, hasta considerar como tuya su victoria, te digo ciertamente que tú tendrás parte en el premio del vencedor.

Pero aún hay más: supongamos que el vencedor no tenga ninguna necesidad del premio que ganó, pero quiera más que nada, ver honrado a su sostenedor y considerar el premio por el que luchó, como la coronación del amigo. ¿En tal caso aquel hombre no obtendrá quizás la corona, incluso si no ha luchado ni ha sido herido? ¡Por supuesto que sí![1]

Así, dicen estos padres, sucede entre Cristo y nosotros. "Él, en la cruz, ha vencido a su antiguo enemigo". "Nuestras espadas --exclama san Juan Crisóstomo--, no están ensangrentadas, no estábamos en la lucha, no tenemos heridas, la batalla ni siquiera la hemos visto, y he aquí que obtenemos la victoria. Suya fue la lucha, nuestra la corona. Y visto que hemos ganado también nosotros, debemos imitar lo que hacen los soldados en estos casos: con voces de alegría exaltamos la victoria, entonamos himnos de alabanza al Señor"[2].

*    *    *

No se podría explicar de una manera mejor el significado de la liturgia que estamos celebrando.

¿Pero lo que estamos haciendo es también eso una imagen, la representación de una realidad del pasado, o es la misma realidad? ¡Las dos cosas! "Nosotros, --decía san Agustín al pueblo--, sabemos y creemos con fe certera que Cristo murió una sóla vez por nosotros [...]. Sabéis  perfectamente que todo esto sucedió una sola vez y sin embargo la solemnidad lo renueva periódicamente [...]. Verdad histórica y solemnidad litúrgica no están en conflicto entre sí, como si la segunda fuera falsa y sólo la primera correspondiera con la verdad. De aquello que la historia afirma que ha sucedido, en realidad, una sola vez, la solemnidad a menudo lo renueva en los corazones de los fieles".[3]

La liturgia "renueva" el evento: ¡Cuántas discusiones, durante cinco siglos, sobre el significado de esta palabra, especialmente cuando se aplica al sacrificio de la cruz y a la misa! Pablo VI utilizó un verbo que podría allanar el camino para un entendimiento ecuménico sobre este tema: el verbo "representar", entendido en el sentido fuerte de re-presentar, es decir, hacer nuevamente presente y operante el hecho.[4]

Hay una diferencia sustancial entre la representación de la muerte de Cristo y aquella, por ejemplo, de la muerte de Julio César en la tragedia homónima de Shakespeare. Nadie atiende, siendo vivo, al aniversario de su muerte; Cristo sí, porque Él ha resucitado. Sólo él puede decir, como lo hace en el Apocalipsis: "Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos". (Ap. 1,18). Debemos estar atentos en este día, al visitar los llamados "Repositorios" o al participar en las procesiones del Cristo muerto, no merezcamos el reproche que Cristo resucitado dirige a las pías mujeres en la mañana de Pascua: "¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?" (Lc. 24,5).

Es una afirmación osada, pero verdadera la de ciertos autores ortodoxos. “La anamnesi, o sea el memorial litúrgico vuelve al evento más verdadero de lo que sucedió históricamente la primera vez”. En otras palabras es más verdadero y real para nosotros que lo revivimos “según el Espíritu” de lo que era para quienes lo vivían “según la carne”, antes que el Espíritu Santo le revelara a la iglesia el significado pleno.

Nosotros no estamos celebrando solamente un aniversario, sino un misterio. Y nuevamente san Agustín explica la diferencia entre las dos cosas. La celebración “como en un aniversario”, no pide otra cosa –dice– si no la de “indicar con una solemnidad religiosa el día del año en el que se fija el recuerdo de este hecho”;  en la celebración como un misterio (“en sacramento”), “no solamente se conmemora un hecho sino que se hace de tal manera que se entienda su significado y sea acogido santamente”.[5]

Esto cambia todo. No se trata solamente de asistir a una representación, sino de “acoger” el significado, de pasar de espectadores a actores. Nos toca a nosotros por lo tanto elegir qué parte queremos representar en el drama, quién queremos ser: si Pedro, Judas, Pilato, la muchedumbre, el Cirineo, Juan, María… Ninguno puede quedarse neutral; no tomar posición es pretender una bien precisa: la de Pilatos que se lava las manos, o la de la muchedumbre que desde lejos “estaba mirando” (Lc 23,35). Si volviendo a casa esta noche alguien nos pregunta: “¿De dónde vienes, dónde has estado?” respondamos al menos en nuestro corazón: “¡En el Calvario!”.

Todo esto no se realiza automáticamente, solamente por el hecho de haber participado de esta liturgia. Se trata, decía san Agustín, de “acoger” el significado del misterio. Esto se realiza con la fe. No hay música si no existe un oído que escuche, por más que la música de la orquesta toque fuerte; no hay gracia allá donde no hay una fe que la acoja.

En una homilía pascual del siglo IV, el obispo pronunciaba estas palabras extraordinariamente modernas y se diría existencialistas: “Para cada hombre, el principio de la vida es aquel, a partir del cual Cristo fue inmolado por él. Pero Cristo se ha inmolado por él en cuanto él reconoce la gracia y se vuelve consciente de la vida que le ha dado aquella inmolación”.[6]

Esto sucedió sacramentalmente en el bautismo, pero tiene que suceder conscientemente y siempre de nuevo en la vida. Antes de morir debemos tener el coraje y hacer un acto de audacia, casi un golpe de mano: apropiarse de la victoria de Cristo. !Una apropiación indebida! Una cosa lamentablemente común en la sociedad en la que vivimos, pero que con Jesús ésta no solamente no nos está prohibida, sino que se nos recomienda. “Indebida” que significa que no nos es debida, que no la hemos merecido nosotros, pero que nos es dada gratuitamente por la fe.

Más bien vayamos a lo seguro, escuchemos a un doctor de la iglesia. “Yo –escribe san Bernardo– lo que no puedo obtener por mi mismo, me lo apropio (literalmente, !lo usurpo!) con confianza del costado traspasado del Señor, porque está lleno de misericordia. Mi mérito por lo tanto es la misericordia de Dios. No soy pobre de méritos mientras Él sea rico de misericordia. Pues si la misericordia del Señor es mucha (Sal 119, 156), yo tendré abundancia de méritos. ¿Y que es de mi justicia? Oh Señor, me acordaré solamente de tu justicia. De hecho esa es también la mía, porque tú eres para mí justicia de parte de Dios”. (cf. 1 Cor 1, 30).[7]

¿Acaso este modo de concebir la santidad volvió a san Bernardo menos celoso de las buenas obras, menos empeñado en adquirir la virtud? Quizás descuidaba la mortificación de su cuerpo y de reducirlo a esclavitud (cf. 1 Cor 9,27), el apóstol Pablo quien antes que todos y más que todos había hecho de esta apropiación de la justicia de Cristo la finalidad de su vida y de su predicación (cf. Fil 3, 7-9).

En Roma, como en todas las ciudades grandes existen los que no tienen un techo. Tienen un nombre en todos los idiomas: homeless, clochards, barboni, mendigos: personas humanas que lo único que tienen son unos pocos trapos que visten y algún objeto que llevan en bolsas de plástico.

Imaginemos que un día se difunde esta voz: en via Condotti (¡todos saben lo que significa en Roma la via Condotti!), está la dueña de una boutique de lujo que, por alguna razón desconocida, por interés o generosidad, invita a todos los mendigos de la estación Termini a ir a su negocio, a dejar sus trapos sucios, a ducharse y después a elegir el vestido que deseen entre los que están expuestos y llevárselos, así, gratuitamente.

Todos dicen en su corazón: “¡Esta es una fábula, no sucederá nunca!”. Es verdad, pero lo que no sucede nunca entre los hombres es lo que puede suceder cada día entre los hombres y Dios, porque, ¡delante de Él, aquellos mendigos somos nosotros! Esto es lo que sucede con una buena confesión: te despojas de tus trapos sucios, los pecados; recibes el baño de la misericordia y te levantas “cubierto por ropas de fiesta, envuelto en manto de victoria” (Is. 61, 10).

El publicano de la parábola que fue al templo a rezar dijo simplemente, pero desde lo profundo de su corazón: “¡Oh Dios, ten piedad de mí, que soy pecador!”, y “volvió a su casa justificado”. (Lc. 18,14), reconciliado, hecho nuevo, inocente. Igual, si tenemos su fe y su arrepentimiento, podrán decirlo de nosotros volviendo a casa después de esta liturgia.

*  *   *

Entre los personajes de la pasión con los cuales podemos identificarnos me doy cuenta que he omitido uno, que más que todos espera a quien quiera seguir su ejemplo: el buen ladrón. El buen ladrón confiesa completamente su pecado; le dice a su compañero que insulta a Jesús: “¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón porque nos lo hemos merecido por nuestros hechos; en cambio este, nada malo ha hecho” (Lc. 23, 40s.). El buen ladrón se muestra como un excelente teólogo. Solamente Dios, de hecho, sufre absolutamente como inocente;  cada persona que sufre debe decir: “Yo sufro justamente”, porque aunque si no es el responsable de la acción que le viene imputada, no está enteramente libre de culpa. Solamente el dolor de los niños inocentes se asemeja al de Dios y por esto es así misterioso y sagrado.

Cuántos delitos atroces se quedaron, en los últimos tiempos, sin un culpable, ¡Cuánto casos no resueltos! El buen ladrón lanza un llamado a los responsables: hagan como yo, salgan al descubierto, confiesen su culpa; experimentareis también vosotros la alegría que yo he sentido cuando escuché la palabra de Jesús: “¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!” (Lc 23,43).

Cuántos reos confesos pueden confirmar que fue así también con ellos: que pasaron del infierno al paraíso el día que tuvieron el coraje de arrepentirse y confesar su culpa. También yo he conocido a alguno. El paraíso prometido es la paz de conciencia, la posibilidad de mirarse en el espejo y mirar a los propios hijos sin necesidad de tener que despreciarse.

No lleváis a la tumba vuestro secreto; os procuraría una condena más temible que aquella humana. Nuestro pueblo no es despiadado con quien se ha equivocado, si reconoce el mal realizado, sinceramente, no solamente por conveniencia. Por el contrario, está listo a apiadarse y acompañar al arrepentido en su camino de redención (que en todo caso se vuelve más breve). “Dios perdona muchas cosas, por una obra buena”, dice Lucía en “Los Novios” de Alessandro Manzoni, al hombre que la había raptado. Aún más, tenemos que decir, Él perdona muchas cosas debido a un acto de arrepentimiento. Lo ha prometido solemnemente: “Aunque fuesen sus pecados rojos como la grana, como nieve blanquearán; y así rojeasen como el carmesí, como lana quedarán” (Is. 1, 18).

Volvamos ahora a hacer lo que hemos escuchado al inicio, que es nuestra tarea en este día: con voces de júbilo exaltemos la victoria de la cruz, entonemos himnos de alabanza al Señor.  “O Redemptor, sume carmen temet concinentium”.[8]  Y tú, Redentor nuestro, acoge el canto que elevamos hasta ti.

Traducido del italiano por H. Sergio Mora


 

[1] Nicola Cabasilas, Vida en Christo, I, 9 (PG 150, 517)

[2] S. Juan Crisostomo, De coemeterio et de cruce (PG, 49, 596)

[3] S. Agustín, Sermone 220 (PL 38, 1089)

[4] Cf. Paolo VI, Mysterium fidei (AAS 57, 1965, p. 753ss)

[5] S. Agustín, Epistola 55, 1, 2 (CSEL 34, 1, p. 170)

[6] Homilía pascual del año 387 (SCh 36, p. 59s.)

[7] S. Bernardo de Claravalle, Sermones sobre el Cantar, 61, 4-5 (PL 183, 1072).

[8] Himno del Domingo de las Ramas y de la Misa Crísmale del Jueves Santo.

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Llamamiento a la oración y a la caridad en favor de la tierra de Jesús
ZENIT recuerda exhortación del cardenal Sandri en el día de la Collecta pro Terra Sancta
ROMA, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).- El mismo día que se conmemora la Pasión del Señor, la iglesia universal impulsa la generosidad de los fieles con la colecta anual a favor de Tierra Santa, lugar donde Jesucristo nació y desarrolló su vida pública.

Recordamos también que el momento histórico actual pide que se rece con más empeño e intensidad en favor de Tierra Santa. Lo indicó el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación de las Iglesias Orientales, en una carta enviada el pasado mes de marzo a todos los pastores de la Iglesia.

“La espera cuaresmal de la Pascua del Señor --indicó Sandri- es una ocasión propicia para sensibilizar a toda la Iglesia católica sobre la Tierra Santa, promoviendo particulares iniciativas de oración y de caridad fraterna”.

Porque Jesucristo se inmoló por toda la humanidad en la ciudad santa de Jerusalén y desde ese momento “cada cristiano encuentra a sí mismo en aquella ciudad y aquella Tierra”, añadió el purpurado.

El cardenal Sandri además recordó el “pedido constante de Benedicto XVI para que sea sostenida generosamente la misión de la Iglesia en los lugares santos”. Se trata de una misión “específicamente pastoral”, sin olvidar “el estimable servicio social” que ofrece.

Este apostolado permite el crecimiento de aquella “fraternidad” capaz de abatir “las divisiones y discriminaciones”,y “que permite inaugurar siempre un nuevo diálogo ecuménico y la colaboración interreligiosa”. El alto prelado recordó la aprensión del santo padre en modo particular por Tierra Santa y Siria, así como su llamado para el cese del fuego en esta última nación.

El prefecto de la Congregación de las Iglesias Orientales, recordó además que el viernes santo es también el día de la Collecta pro Terra Sancta y que este año dicha fecha “parece interpretar aún más las necesidades de los pastores y de los fieles, que están incluidos en los sufrimientos de todo el Medio Oriente”.

El odio que los cristianos tienen que sufrir es el “pan cotidiano que alimenta la fe” y hace “resonar el eco del martirio en toda su actualidad”. Por ello su emigrar agravado por la “falta de paz”.

La generosidad de los cristianos de Tierra Santa, como el evangélico “grano de levadura” (cfr Gv12,24)  ha dado mucho fruto y “prepara sin lugar a dudas un mañana de bien”. Deben de todos modos ser sostenidas hoy “escuelas, asistencia médica, necesidad de alojamientos, lugares de agregación”.  

Conforta, indicó Sandri, tomar acto de la fe robusta de los jóvenes “deseosos de dar testimonio de las beatitudes, amando sus países, en el empeño por la justicia y por la paz con los medios de la no violencia evangélica”. Una fe cuyo testimonio llega de “quien profiere palabras de reconciliación y perdón, sabiendo responder así a la violencia y a veces a la prepotencia”.

“Tenemos el deber de restituir --prosiguió el purpurado- el patrimonio espiritual que hemos recibido de su milenaria fidelidad a las verdades de la fe cristiana. Lo podemos y debemos hacer con nuestra oración, ayuda concreta y con las peregrinaciones”.

El Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI, representará por lo tanto la ocasión “para mover nuestros pasos hacia aquella Tierra, peregrinando antes con el corazón entre los misterios de Cristo, en compañía de la Santa Madre del Señor”.

“El viernes santo --prosiguió Sandri- en torno a la cruz de Cristo, nos sentiremos junto a nuestros hermanos y hermanas: la soledad que a veces se asoma fuertemente en la existencia de ellos, sea vencida por nuestra fraternidad”.

Al concluir, el cardenal declaró que la Congregación que preside “se hace portavoz de la gratitud que el papa Benedicto XVI expresa a pastores, sacerdotes, religiosos, jóvenes y todos los que se prodigan por la Tierra de Jesús. Segura de interpretar el gracias de la diócesis patriarcal de Jerusalén, de la Custodia franciscana y de los locales e Iglesias orientales católicas.

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La Pascua, matriz de la Iglesia
La arquitectura sirve a la asamblea cristiana para vivir las celebraciones
Por Andrea Baciarlini*

ROMA, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).– "Vayan y prepárenos la Pascua para que la comamos" (Lc. 22,8).Llega la gran fiesta, la noche de las noches, el centro de la vida cristiana, el tiempo litúrgico de 50 días inaugurado por la gran vigilia, durante la cual la asamblea de los fieles revive en plenitud toda su experiencia de fe en los diversos momentos y tiempos rituales de la misma, como experiencia fundadora y basilar de su misma fe y existencia.

En este tiempo se propone por lo tanto la oportunidad de reflexionar sobre cómo esta liturgia no sea solo una experiencia ritual que se concluye en sí, sino que sea la matriz misma simbólica, semántica y espacial del edificio cultural cristiano, lo que determina sus espacios y sus ámbitos, plasmándolo en todos sus “fuegos litúrgicos”.

Todo esto de manera tal que el edificio cristiano sea imago ecclesiae, osea proyección espacial y temporal de la visión ontológica que la asamblea cristiana tiene de sí misma. Se inicia en la noche la gran vigilia con la liturgia del fuego, que inaugura la celebración de la vigilia y que se celebra en el exterior del edificio litúrgico, en un lugar muchas veces indefinido y anónimo, que denuncia la frecuente falta de reflexión proyectual sobre el mismo.

Aquí el pueblo de Dios se reúne entorno al fuego nuevo, que inaugura el nuevo tiempo con el encendido del cirio pascual que iluminará y guiará toda la procesión litúrgica que se concluirá dentro del aula, donde con la introducción del melódico canto del Pregón Pascual, se realizará la vigilia por toda la noche, así como se hizo de generación en generación desde los tiempos del pueblo de Israel antes, y desde la comunidad cristiana después.

Entretanto este lugar, lejos de ser banal e indefinido, en realidad posee características formales y espaciales que lo distinguen de todos los otros espacios externos del edificio cultural: que debe ser amplio, acogedor, colocado en la proximidad de la entrada de la iglesia; debe prever un lugar dedicado a la preparación del fuego y debe permitir reunirse a la asamblea cristiana.

Este lugar identificado en el espacio anterior, el atrio, es el mismo que contendrá a la asamblea antes y después de las celebraciones durante todo el año litúrgico, siendo el lugar destinado para el ágape fraterno, elemento imprescindible del trípode de la vida cristiana, enriquecido a propósito con la presencia de aquellos elementos naturales que lo vuelven gozoso, aumentando el valor espiritual del estar juntos a los hermanos (Sal. 133), anticipación del libre congregarse de la asamblea celeste y festiva que se realizará en el cielo.

Qué experiencia entusiasmante en esos hermosos atrios de tantas iglesias históricas, sean basílicas paleocristianas, iglesias medioevales o del renacimiento, o maravillosas iglesias barrocas o neoclásicas que han conservado este elemento insustituible, el cual con discreción y acogedor amor junta a la asamblea cristiana preparándola a las celebraciones litúrgicas.

Asamblea cristiana que después de haber sido congregada toma forma y se prepara disponiéndose en procesión debajo del nártex, o sea el pórtico anterior a la entrada, y aquí ya ordenada, se pone en marcha la procesión litúrgica inicial que la llevará desde afuera hasta el interior. Se cruza el majestuoso portal de entrada (signo de Cristo puerta, límite entre lo sacro y lo profano, división entre el externo y el interno del aula de la celebración) en etapas, con una  breve pausa en las cuales se canta el “Christus lux mundi … Deo gratias”, en memoria de las etapas del pueblo de Dios en el desierto, que evocan su peregrinar.

Etapas por lo tanto que normalmente son entendidas por quien guía la procesión, y de los cuales seguramente han tenido en consideración aquellos que en los valiosos recorridos procesionales de los mosaicos cosmatescos, han querido indicar con sus motivos geométricos --sólo aparentemente decorativos pero en realidad fuertemente dotados de expresividad simbólica y semántica--, las pausas de la procesión, de manera que los ministros sepan donde realizarlas y puedan guiar con solemne dignidad tal rito.

Introducidos en el aula de la celebración, la liturgia se realiza entorno al ambón, en donde el diácono vestido de blanco como los ángeles del sepulcro vacío, anuncia el misterio pascual cantando: Hæc nox est, in quā, dēstructīs vinculīs mortis, Chrīstus ab īnferīs victor ascendit.  

Es justamente el ambón, con su tribuna elevada y envolvedora, que hace presente al pueblo fiel que el sepulcro está vacío y que la luz del evangelio se dirige a las tinieblas para destruirlas.

Qué emoción intensa y viva, visitar el complejo ambón de San Clemente en Roma, donde tenemos tres puestos diversos: el primero más bajo para el antiguo testamento; el segundo más alto y separado del primero por los graduus (donde se cantaba el salmo gradual) y dirigido hacia el presbiterio, porque sobretodo a ellos se dirigen las epístolas de los apóstoles.

La tercera, para finalizar, la más elevada y rica de todas, contiene en el centro frontal una gran piedra oscura que indica el sepulcro vacío, que se dirige hacia las tinieblas del Norte para destruirlas con la luz del evangelio.

A continuación el presidente celebrante, desde su sede en el presbiterio elevado en el ábside, comienza la celebración. Como en el Apocalipsis "el Cordero en medio de los ancianos", conduce a todo el pueblo en oración y lo exhorta colegialmente unido a los otros ministros reunidos a su alrededor en la sede común o Synthronos, más abajo del presidente, en donde están sentados ordenadamente.

Cuánto amor por la liturgia han tenido los constructores de tantas iglesias paleocristianas y bizantinas, como Santa Irene en Constantinopla o Santa María en Cosmedin en Roma, o la catedral de Torcello, que han diseñado y realizado en el ábside de los presbíteros, ricos de símbolos, capaces de acoger a tantos ministros ordenados de manera jerárquica según sus funciones, entorno a quien preside toda la celebración, dejando este lugar solamente en el momento de los ritos eucarísticos en el altar.

De hecho gran parte de la celebración se realiza entorno a estos fuegos litúrgicos que dan así dinamismo a la liturgia, volviéndola viva y animada, nunca estática ni teatral.

Avanzando en la liturgia se llega al corazón de la Vigilia, que es el momento solemne de la administración del sacramento del bautismo, que esta noche se administra como tono principal y solemne, ya que da nuevos hijos a la iglesia, regenerándola y renovándola en el tiempo.

Tal sacramento viene también revivido con la renovación de las promesas bautismales de todos los fieles, quienes se reúnen alrededor de la fuente bautismal cerca al ingreso de la iglesia, desde donde los neófitos avanzarán en procesión hasta el altar para completar ritualmente el sacramento apenas recibido.

Por lo tanto todos los fieles se reúnen festivamente alrededor al evento articular de la pascua: la venida sacramental de nuestro señor Jesucristo en las sagradas especies eucarísticas en el altar, centro de todas las acciones litúrgicas y del congregarse de los fieles que el antiguo misal romano llamaba con buena razón circumstantes.

Para subrayar esta intensa presencia del Espíritu Santo, en la tradición oriental y en la latina más antigua, el altar es visiblemente cubierto por una envoltura material, el Ciborio, recordando la “carpa de la reunión” del desierto.

Así, toda la asamblea de los fieles, ya avisada de la claridad proveniente de la Fenestrella Orientis puesta en el ábside, de que la noche llega a su término y que resplandece la estrella de la mañana, estrella que no conoce ocaso y que lleva consigo el amanecer de la aurora, llena del Espíritu Santo, participará corporalmente al sacramento Culmen et Fons de la vida cristiana en las sagradas especies eucarísticas.

Se revive así íntimamente el misterio del amor con el amado divino esposo, el cual anhela a la par de la esposa del cántico de los cánticos, y como ella levantando la mirada de esperanza al firmamento expresada por la cúpula con decoraciones siderales, puede finalmente cantar: ¡Maranathà, ven señor Jesús! “Llévame en pos de ti: ¡Corramos!, ¡Con razón eres amado!” (Ct. 1,4).

Terminada la vigilia de la celebración, se sale al externo del Aula litúrgica, como María Magdalena que en el jardín, envuelta por el amor y abrazando los pies de Cristo grita feliz “Rabbuni”, también ella en el interior del hortus conclusus del claustro grita feliz su casto amor al Resucitado.

Con tal grito se inaugura este tiempo nuevo de la victoria pascual que la iglesia celebra y anuncia a todo el mundo: Christus resurrexit! Christus vere resurrexit!

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* Andrea Baciarlini es arquitecto y profesor de Historia del Arte en Roma. Además de ocuparse de arquitectura civil ha realizado numerosos proyectos en el sector de la arquitectura litúrgica y eclesiástica.

Entre estos, la restauración y rehabilitación litúrgica, en Roma, de la Capilla de San Columbano en las Grutas Vaticanas; la iglesia de Santa María en Vallicella; de Santa María Liberadora, de la Capilla de los Mártires de Irlanda en el Pontificio Colegio Irlandés, de la Casa General de los Hermanos Cristianos de Irlanda y, la restauración del complejo de San Giovanni en Porta Latina.

Durante muchos años enseñó en la Pontificia Universidad de Santo Tomás (Angelicum) y en el Pontificio Instituto de San Anselmo en Roma.

Traducido del italiano por H. Sergio Mora

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Entrevista


La familia refleja el Via Crucis
Entrevista a los esposos Zanzucchi, encargados de las meditaciones en el Coliseo
Por Salvatore Cernuzio

ROMA, Viernes, 6 abril 2012 (ZENIT.org) – Previo a la celebración del Via Crucis en el Coliseo de Roma, presidido por el santo padre Benedicto XVI, ZENIT conversó con los esposos Danilo y Ana María Zanzucchi, invitados por el papa a escribir y dirigir las meditaciones de esta piadosa práctica.*

Los esposos Zanzucchi son originarios de Parma en Italia y tienen cinco hijos. Fueron consultores del Pontificio Consejo para la Familia y fundaron en 1967 el proyecto de "Familias Nuevas" dentro del movimiento de los Focolares, que tiene como objetivo dar el valor correcto a la estructura familiar en la sociedad, ahora más que nunca en el centro de crisis y ataques.

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El punto central de sus textos es el tema de la familia. ¿Cómo la han insertado en las reflexiones de la Cruz?

-Tratamos de ver el Via Crucis en la correspondencia que pueda tener con la vida familiar. En nuestra vida de casados, y también en la experiencia en el movimiento "Familias Nuevas", hemos conocido, y en cierto modo participado, del dolor de muchas familias, viendo cómo, en cada uno de estos sufrimientos hay un reflejo del Via Crucis de la familia.

Es siempre un misterio, de hecho, el dolor de la familia, ya que afecta a la persona y también a los cónyuges juntos o a los niños cuando están. Es un dolor comunitario que tiene repercusiones también en la sociedad.

¿Cuáles son los problemas más urgentes para la familia natural hoy?

- Podríamos mencionar al menos dos: en primer lugar, la presencia de orientaciones ideológicas, que con el fin de equiparar a la familia con todas las formas de convivencia, quisieran vaciar a la familia natural de su profundo significado y de sus tareas específicas.

Lo segundo es la falta de atención que, en estos tiempos de dificultad económica y social, dedican los organismos políticos y legislativos a la familia.

Sobre la base de todo esto, ¿podemos decir que hay esperanza en el futuro para las familias y especialmente para aquellas numerosas?

- Creemos que la falta de reconocimiento y atención a la familia sea una fase de transición. Ya estamos experimentando los efectos negativos de la reducción casi a cero de los nacimientos. Creemos que a partir de esto, venga pronto una nueva conciencia del valor de la procreación también para el bien común. Por lo tanto, habrá un apoyo mayor a las familias que generosamente se dispongan a dar un futuro a nuestra sociedad.

¿Cómo se puede --en esta etapa de 'transición' que han mencionado--, alimentar el deseo de la maternidad y la paternidad en las parejas más jóvenes?

- Testimoniando y difundiendo una conciencia sobre la alegría que trae la maternidad y la paternidad. Como "Familias Nuevas", vemos que muchas jóvenes parejas se sorprenden al inicio y luego quieren experimentar de primera mano este regalo. Organizamos, por lo tanto, cursos de formación para parejas jóvenes que quieren confrontarse y ayudarse en la experiencia educativa hacia sus hijos.

Traducido del italiano por José Antonio Varela V.

*Los textos de las meditaciones del Via Crucis pueden leerse en el sitio web de la Santa Sede: http://www.vatican.va/news_services/liturgy/2012/documents/ns_lit_doc_20120406_via-crucis_sp.html

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En la escuela de san Pablo...


Como quien ha resucitado con Cristo, buscar las cosas de arriba (Domingo de Pascua, ciclo B)
Comentario a la segunda lectura dominical
ROMA, viernes 6 abril 2012 (ZENIT.org).- Nuestra columna "En la escuela de san Pablo...", ofrece el comentario y la aplicación correspondiente para el Domingo de Pascua.

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Pedro Mendoza, LC

"Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él". Col 3,1-4

Comentario

El domingo en que celebramos la Resurrección del Señor la 2ª lectura de la liturgia de la Palabra nos ofrece un pasaje de la carta a los Colosenses. En él san Pablo nos revela las consecuencias de la Resurrección de Cristo para nuestra vida y afirma que también nosotros hemos resucitado con Cristo.

El pasaje está colocado en una de las secciones exhortativas que se alternan con las secciones dogmáticas de la carta a los Colosenses. Previamente el Apóstol ha ratificado nuestra pertenencia a Cristo por el bautismo (2,11-13a), un tema que retomará más adelante (3,5-11). De este modo el tema del bautismo funge de marco al pasaje propuesto para este domingo de Resurrección, en cuanto que por el bautismo participamos en el misterio pascual de Cristo: pasión, muerte y Resurrección.

En primer lugar san Pablo revela que el bautismo no consiste en una piadosa ceremonia, sino que es un gran misterio y, como anteriormente ha indicado, lo más importante que puede acontecer en la vida del creyente (2,11-13). El motivo reside en que en el bautismo participamos plenamente del misterio pascual, de modo que un hombre viejo muere y es resucitado un hombre nuevo "juntamente con Cristo". De esta realidad acontecida en el bautismo, deriva la consecuencia inmediata del cambio de mirada interna que debe caracterizar la vida del cristiano. Ya no puede tenerla fija en las cosas de abajo, sino que tiene que dirigirla resueltamente hacia "arriba" (v.1). Allá está el nuevo centro donde deben converger los deseos de la comunidad cristiana y de cada uno de los cristianos: Cristo, que desde su ascensión a los cielos está enaltecido a la derecha de Dios. El que busca a Cristo allí le encuentra.

Juntamente con este nuevo horizonte que dirige nuestro caminar por esta tierra y hacia donde debemos elevar nuestra mirada, san Pablo recomienda encarecidamente a "aspirar" a las cosas de arriba (v.2). De este modo su exhortación se especifica aún más invitándonos a elevar nuestros juicios, pensamientos y anhelos al "cielo" (es decir, a nuestro Señor Jesucristo glorificado, en quien ya se ha renovado toda la creación), no a las cosas terrenas. Esto significa, sin duda, una radical transmutación de todos los valores y exige del cristiano un desprendimiento creciente de las cosas terrenas. Pero esto no quiere decir que el cristiano pueda descuidar sus obligaciones y tareas terrenas (cf. también 1Tes 4,11s), mas no debe extraviarse en ellas, como si tuvieran un valor definitivo y supremo. El cristiano cumple sus obligaciones terrenas dirigiendo sin ruido su mirada a Cristo, su Señor y su esperanza.

Como refiere el v.3: "habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios", san Pablo apoya su exigencia precedente de dirigir resueltamente la mirada hacia arriba, en la indicación de que ya hemos "muerto" en el bautismo (cf. 2,12). Pero también se nos ha dado en Él la nueva vida, la participación en la vida de Cristo resucitado (2,13), que ahora está sentado en el trono de la gloria celestial. Esta vida se sustrae por ahora a la mirada terrena, como el Señor glorificado, está "oculta, juntamente con Cristo, en Dios". Con estas palabras, el Apóstol no quiere decir que el cristiano tenga una doble existencia, una impropia en la tierra y otra propia en el cielo. Lo que se sustrae a la mirada terrena es la misteriosa conexión vital del bautizado con Cristo, manantial de su vida oculta: porque ésta es el mismo Cristo (3,4). El cristiano vive del misterio que se llama Cristo. Por eso, su mirada también tiene que estar dirigida a Él.

San Pablo concluye este pasaje de la carta señalando el último fin de la vida del creyente y de la historia: "Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (v.4). Cristo se manifestará al fin del mundo. Entonces saldrá de su retiro celestial y se mostrará como el verdadero Señor del mundo, con miras al cual todas las cosas fueron creadas (1,16), y en quien están "recapituladas" todas las cosas de los cielos y de la tierra (Ef 1,10). Aquél será el momento en que también cesará de ser invisible y oculta la "vida", de la que Dios nos ha hecho donación en el bautismo. Esta vida aparecerá gloriosa, y entonces también abarcará el cuerpo, para reproducir en nosotros "la imagen de su Hijo" (Rom 8,29).

Aplicación

Como quien ha resucitado con Cristo, buscar las cosas de arriba.

La fiesta de Pascua es la más importante de todo el año litúrgico. Todas las lecturas de este domingo nos ayudan a captar toda la trascendencia de esta fiesta de luz: Cristo resucitado infunde en nuestros corazones el gozo de su triunfo glorioso, y nos llena de esperanza y de amor. El relato del Evangelio refiere los eventos de la mañana del domingo de Pascua en donde aparecen los primeros testimonios de la Resurrección. El pasaje de los Hechos de los apóstoles recoge el testimonio que san Pedro da a un pagano sobre este gran acontecimiento. Y san Pablo, con la profundidad de su mirada, además de señalar las consecuencias de la Resurrección de Cristo para nuestra vida, afirma nuestra condición de resucitados con Cristo.

En la primera lectura san Pedro proclama el mensaje de la Resurrección de Jesús en la casa del centurión Cornelio (Hch 10,34.37-43). En breves pinceladas presenta la vida pública de Jesús y el desenlace de la misma: su muerte injusta, el poder de Dios que lo ha resucitado y su aparición a muchos. Indica la potencia de Cristo resucitado que otorga a sus discípulos el poder de perdonar los pecados. Cristo ha vencido el pecado y la muerte y por eso es capaz de otorgar este poder a quien quiere. Pero también ha recibido el poder de juzgar, en base a la acogida o al rechazo de Él por parte de los hombres. Este juicio tendrá lugar, después de nuestra vida terrena, cuando nos presentaremos a Él.

El evangelista san Juan nos presenta, en el pasaje del Evangelio de este domingo de Pascua, los primeros testimonios de la Resurrección (Jn 20,1-9). María Magdalena, encontrando la tumba vacía, es la mujer privilegiada destinataria de los signos de la Resurrección de Cristo. La experiencia de Cristo resucitado la convierte en unos de los primeros testigos de este gran acontecimiento. Llena de admiración y de gozo por lo sucedido se dirige a los apóstoles para comunicarles la buena noticia. Entonces toca a san Pedro y a san Juan constatar la tumba vacía donde antes habían colocado el cuerpo del Maestro. Ahí están las primeras pruebas que ratifican las predicciones que Cristo les había hecho: "que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos" (v.9).

Ya en la misa de medianoche san Pablo, con el pasaje de la carta a los Romanos (6,3-11), nos ha explicado que con el bautismo hemos sido sepultados juntamente con Cristo en su muerte, para unirnos a Él también en su Resurrección. Por tanto, nosotros, en un cierto sentido, hemos resucitado ya con Cristo; la vida de Cristo nos ha transformado interiormente. De ahí las consecuencias que se derivan para nuestra vida y que el pasaje de la lectura de la misa dominical resalta (Col 3,1-4). El Apóstol señala, como uno de los deberes correspondientes a la nueva vita que participamos como resucitados, el buscar las cosas de arriba y el aspirar a las cosas de arriba y no a las de la tierra. Por tanto no debemos ya buscar sólo los bienes de esta tierra, sino tomar conciencia de que nuestra vida recibe todo su valor de la unión con Cristo en el amor. A esta comunión de vida nos llama Cristo desde el momento en que por el bautismo nos hemos unido a Él para compartir con Él su vida entera. A ejemplo de Cristo que ha dado su vida por nosotros, buscar las cosas de arriba significa entonces vivir con generosidad, con espíritu de servicio, con gran atención a las necesidades de nuestro prójimo. Vivamos, pues, como quienes han resucitado con Cristo y buscan en todo las cosas de arriba.

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