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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 7 de abril de 2012

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Semana Santa

Benedicto XVI: "La verdad es más fuerte que la mentira"
En la Vigilia Pascual fueron bautizados 8 neófitos de manos del papa

María, la pasión y la resurrección de su Hijo
El gozo inefable de la Madre y el encuentro con el Hijo resucitado

En la Pascua se recrea nuestra vida
Reflexión del Arzobispo de La Plata

Santa Sede

Falleció en Roma el cardenal sirio Ignace Moussa I Daoud
Benedicto XVI envió telegrama de condolencias al patriarca de Antioquía de los Sirios

El papa nombra al Legado Pontificio para el Congreso Eucarístico Internacional de Dublín
El cardenal Marc Ouellet asistirá en su representación

Mundo

Vida, familia, educación, libertades y derechos serán temas del Congreso Mundial de Familias de Madrid
Profesionales de todas las disciplinas podrán presentar sus aportes al evento

Nuevo rector del Centro Internacional de Schoenstatt en Roma
Se trata del presbítero alemán Stephan Müller

Flash

Luto en el episcopado español
Murió el obispo emérito de San Cristóbal de la Laguna

Mensaje a nuestros lectores

¡Feliz Pascua de Resurrección!
Mensaje a nuestros lectores


Semana Santa


Benedicto XVI: "La verdad es más fuerte que la mentira"
En la Vigilia Pascual fueron bautizados 8 neófitos de manos del papa
CIUDAD DEL VATICANO, sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).-  Este sábado en la noche, el santo padre Benedetto XVI presidió en la Basílica de San Pedro la solemne Vigilia Pascual de la Noche Santa, considerada la celebración más antigua, más importante y más rica de contenido de la liturgia católica de rito latino.

La ceremonia empezó en el atrio de la Basilica Vaticana con la bendición del fuego y la preparación del cirio pascual, que fue donado como es habitual, por la comunidad Neocatecumenal de Roma.

Acto seguido, el papa ingresó en procesión mientras se aclamaba el Lumen Christi; luego el cirio fue ubicado al lado de la pila bautismal como signo destacado de la Vigilia pascual. Terminada la entonación del pregón Exsultet a cargo del diácono, se retomó la concelebración con la Liturgia de la Palabra, proclamada y cantada en varias lenguas modernas y en latín.

Durante la misa, concelebrada por los señores cardenales y otros prelados y presbíteros presentes en Roma, el santo padre administró el sacramento del Bautismo a 8 neófitos adultos provenientes de Italia, Albania, Eslovaquia, Alemania, Turkmenistán, Camerún y Estados Unidos de Norteamérica, quienes fueron preparados también para recibir la Confirmación y la Eucaristía.

Publicamos a continuación la homilía pronunciada por Benedicto XVI al final de la proclamación del Evangelio.

*************

Queridos hermanos y hermanas:

Pascua es la fiesta de la nueva creación. Jesús ha resucitado y no morirá de nuevo. Ha descerrajado la puerta hacia una nueva vida que ya no conoce ni la enfermedad ni la muerte. Ha asumido al hombre en Dios mismo. «Ni la carne ni la sangre pueden heredar el reino de Dios», dice Pablo en la Primera Carta a los Corintios (15,50).

El escritor eclesiástico Tertuliano, en el siglo III, tuvo la audacia de escribir refriéndose a la resurrección de Cristo y a nuestra resurrección: «Carne y sangre, tened confianza, gracias a Cristo habéis adquirido un lugar en el cielo y en el reino de Dios» (CCL II, 994). Se ha abierto una nueva dimensión para el hombre.

La creación se ha hecho más grande y más espaciosa. La Pascua es el día de una nueva creación, pero precisamente por ello la Iglesia comienza la liturgia con la antigua creación, para que aprendamos a comprender la nueva. Así, en la Vigilia de Pascua, al principio de la Liturgia de la Palabra, se lee el relato de la creación del mundo. En el contexto de la liturgia de este día, hay dos aspectos particularmente importantes.

En primer lugar, que se presenta a la creación como una totalidad, de la cual forma parte la dimensión del tiempo. Los siete días son una imagen de un conjunto que se desarrolla en el tiempo. Están ordenados con vistas al séptimo día, el día de la libertad de todas las criaturas para con Dios y de las unas para con las otras. Por tanto, la creación está orientada a la comunión entre Dios y la criatura; existe para que haya un espacio de respuesta a la gran gloria de Dios, un encuentro de amor y libertad. En segundo lugar, que en la Vigilia Pascual, la Iglesia comienza escuchando ante todo la primera frase de la historia de la creación: «Dijo Dios: “Haya luz”» (Gn. 1,3). Como una señal, el relato de la creación inicia con la creación de la luz. El sol y la luna son creados sólo en el cuarto día. La narración de la creación los llama fuentes de luz, que Dios ha puesto en el firmamento del cielo. Con ello, los priva premeditadamente del carácter divino, que las grandes religiones les habían atribuido.

No, ellos no son dioses en modo alguno. Son cuerpos luminosos, creados por el Dios único. Pero están precedidos por la luz, por la cual la gloria de Dios se refleja en la naturaleza de las criaturas.

¿Qué quiere decir con esto el relato de la creación? La luz hace posible la vida. Hace posible el encuentro. Hace posible la comunicación. Hace posible el conocimiento, el acceso a la realidad, a la verdad. Y, haciendo posible el conocimiento, hace posible la libertad y el progreso. El mal se esconde. Por tanto, la luz es también una expresión del bien, que es luminosidad y crea luminosidad. Es el día en el que podemos actuar.

El que Dios haya creado la luz significa: Dios creó el mundo como un espacio de conocimiento y de verdad, espacio para el encuentro y la libertad, espacio del bien y del amor. La materia prima del mundo es buena, el ser es bueno en sí mismo. Y el mal no proviene del ser, que es creado por Dios, sino que existe solo en virtud de la negación. Es el «no».

En Pascua, en la mañana del primer día de la semana, Dios vuelve a decir: «Haya luz». Antes había venido la noche del Monte de los Olivos, el eclipse solar de la pasión y muerte de Jesús, la noche del sepulcro. Pero ahora vuelve a ser el primer día, comienza la creación totalmente nueva. «Haya luz», dice Dios, «y hubo luz». Jesús resucita del sepulcro.

La vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios, que vale para todos nosotros.

Pero, ¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede llegar todo esto a nosotros sin que se quede sólo en palabras sino que sea una realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la profesión de la fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel que lo recibe: Fiat lux, que exista la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega también para nosotros. Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora él te apoyará y así entrarás en la luz, en la vida verdadera. Por eso, la Iglesia antigua ha llamado al bautismo photismos, iluminación.

¿Por qué? La oscuridad amenaza verdaderamente al hombre porque, sí, éste puede ver y examinar las cosas tangibles, materiales, pero no a dónde va el mundo y de dónde procede. A dónde va nuestra propia vida. Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo.

Hoy podemos iluminar nuestras ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe, que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la verdadera luz.

Queridos amigos, quisiera por último añadir todavía una anotación sobre la luz y la iluminación. En la Vigilia Pascual, la noche de la nueva creación, la Iglesia presenta el misterio de la luz con un símbolo del todo particular y muy humilde: el cirio pascual. Esta es una luz que vive en virtud del sacrificio. La luz de la vela ilumina consumiéndose a sí misma. Da luz dándose a sí misma. Así, representa de manera maravillosa el misterio pascual de Cristo que se entrega a sí mismo, y de este modo da mucha luz. Otro aspecto sobre el cual podemos reflexionar es que la luz de la vela es fuego. El fuego es una fuerza que forja el mundo, un poder que transforma.

Y el fuego da calor. También en esto se hace nuevamente visible el misterio de Cristo. Cristo, la luz, es fuego, es llama que destruye el mal, transformando así al mundo y a nosotros mismos. Como reza una palabra de Jesús que nos ha llegado a través de Orígenes, «quien está cerca de mí, está cerca del fuego». Y este fuego es al mismo tiempo calor, no una luz fría, sino una luz en la que salen a nuestro encuentro el calor y la bondad de Dios.

El gran himno del Exsultet, que el diácono canta al comienzo de la liturgia de Pascua, nos hace notar, muy calladamente, otro detalle más. Nos recuerda que este objeto, el cirio, se debe principalmente a la labor de las abejas. Así, toda la creación entra en juego. En el cirio, la creación se convierte en portadora de luz. Pero, según los Padres, también hay una referencia implícita a la Iglesia. La cooperación de la comunidad viva de los fieles en la Iglesia es algo parecido al trabajo de las abejas. Construye la comunidad de la luz. Podemos ver así también en el cirio una referencia a nosotros y a nuestra comunión en la comunidad de la Iglesia, que existe para que la luz de Cristo pueda iluminar al mundo.

Roguemos al Señor en esta hora que nos haga experimentar la alegría de su luz, y pidámosle que nosotros mismos seamos portadores de su luz, con el fin de que, a través de la Iglesia, el esplendor del rostro de Cristo entre en el mundo (cf. Lumen gentium, 1). Amén.

© Librería Editorial Vaticana

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María, la pasión y la resurrección de su Hijo
El gozo inefable de la Madre y el encuentro con el Hijo resucitado
Padre Stefano Maria Manelli, FI*

ROMA, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- Realmente, no hace falta reflexionar mucho para darse cuenta que la alegría pascual es avasalladora; es la alegría de la vida que avasalla la muerte; es la alegría del triunfo sobre la derrota; es la alegría de la inmortalidad sobre la caducidad; es la alegría de lo eterno sobre el tiempo.

Toda esta alegría trascendente y metafísica, histórica y meta-histórica, celeste y terrestre, relacionada con el evento divino y cósmico de la resurrección de Cristo ¿quién la tuvo antes? ¿Y quién podría ser capaz de tenerla en toda su plenitud transfigurada?

Una sola persona en el mundo podría estar en esta situación: María Santísima.

Ella sola, de hecho toda identificada con Cristo, totalmente cristificada, enteramente co-crucificada con el Hijo crucificado, ha vivido en una riqueza de fe sin igual la realidad del estar “muerta-con, sepultada-con, resucitada-con”, con Cristo como enseña el Apóstol de las gentes (Col. 3, 1-2).

El evangelio, por sí mismo no nombra a María Santísima entre las mujeres pías que fueron al sepulcro de Jesús. ¿Por qué ella habría debido ir? Su fe en la resurrección de Jesús era diamantina. Ella no necesitaba ver el sepulcro vacío como los otros. Ella era solamente la única que creía. Solo ella habría visto primero a su Hijo resucitado.

Escribe de hecho el biblista P. Pietrafesa: “La primera aparición de Jesucristo fue a su madre, aunque el evangelio calle sobre esto”. Lo mismo dice el biblista C. De Ambrogio, explicando que “el silencio del evangelio es un silencio de pudor”. Y subsiste al antiquísimo evangelio de Gamaliel (evangelio apócrifo), la primera descripción de la aparición de Jesús resucitado a su madre. La tradición de los santos padres, además --fuente también primaria de la fe, con la sagrada escritura--, nos ha transmitido esta verdad histórica y teológica de la primera aparición del Resucitado únicamente a su santísima madre. No podría ser de otra manera.

Contra quienes niegan ayer y hoy esta verdad, el ardiente san Ignacio de Loyola, reflexionando y meditando como simple cristiano, además que santo, afirmó con decisión que “solamente dudar de esta aparición de Jesús resucitado a su madre, sería una privación de la inteligencia”. 

Es obvio que una no aparición del Resucitado a su madre santísima, resultaría no solamente inexplicable, sino también irreconciliable con la más sana y humana realidad de las relaciones filiales de unión del Hijo con la madre y de aquel Hijo con aquella madre.

Si Jesús era el Hombre-Dios, es natural que la delicadeza y la finura de su naturaleza humana exigieran una atención especial hacia su madre, especialmente después del terrible momento del Calvario, que fue dolor y martirio para su corazón materno. Baste reflexionar un poco sobre esto y se entiende en seguida que para Jesús resucitado, aparecerse a su divina madre fue su primer impulso ardiente, fue el inestimable movimiento de su corazón y de la voluntad hacia su dilecta e indivisible corredentora.

Sobre esto, aún más autorizada es la palabra de Juan Pablo II que enseño que “el carácter único y especial de la presencia de la Virgen en el Calvario y su perfecta unión con el Hijo en el sufrimiento, parece postular una particular participación en el misterio de la resurrección (…) completando de tal manera su participación a todos los momentos esenciales del misterio pascual”.

De otro lado, justamente el sensus fidelium del pueblo de Dios siempre ha advertido como lógico y natural esta necesidad de que Cristo se apareciera sobretodo a su santa madre, a quien fue por toda la vida, socia inseparable en la obra de la redención universal.

Esta convicción “gana terreno –escribe el biblista F. Uricchio- con el pasar de los siglos, en todos los niveles, en la iglesia latina y en la comunidad oriental”, y añade que “era necesario que el triunfo del Hijo fuera anticipado a ella, así cercana a Él en el dolor, en la lucha y en el triunfo”. ¿Y quién podría imaginarse cómo sucedió este encuentro y lo que sucedió? No es lícito imaginarse fantasías sobre las cosas inefables. La resurrección de Jesús es un hecho divino, humano, cósmico, y lleva consigo una inmensa alegría, esa también divina, humana, cósmica.

La Virgen fue abundantemente plena de aquel gozo en el abrazo amoroso al Hijo resucitado, y seguramente se puede decir con san Pablo que ni ojo humano vio, ni oído oyó nunca, ni la inteligencia humana entendió nunca (…) lo que sucedió entre madre e Hijo en aquel encuentro. Se sabe --es verdad--, que hay siempre una proporción entre la alegría y el sufrimiento, y aún es cierto que Dios dará siempre con magnanimidad, y quiere recompensar “al ciento por uno” (…) lo que se hace por Él. Pero es verdaderamente imposible, en este caso, recoger la medida de la gloria probada por María Santísima con la aparición del Resucitado, porque cada medida respecto a ella es casi sin medida, y para decirlo con santo Tomás de Aquino, roza o toca el infinito.

Ciertamente si se piensa en la inconmensurable medida de las pruebas durante toda la vida de María entre sufrimientos e incomprensiones, en el silencio y de manera escondida, hasta las pruebas crueles de la pasión y muerte de su Hijo, ¿quién podrá decir cuán grande y desmedida habrá sido su alegría al encontrar personalmente a su Hijo resucitado?

Si además se piensa en la medida sin medida del amor de Jesús hacia su divina madre y a su necesidad de recompensarla de los horribles sufrimientos por ella sentidos para corredimir el universo, se podrá quizás intuir la inmensidad de la alegría inefable de la beata madre en el primer encuentro con su Hijo resucitado.

Si san Bernardino ha dicho que los dolores sufridos por la corredentora fueron tan grandes y terribles, que si fuera dividido entre todos los hombres de la tierra todos habrían muerto de inmediato, más aún se puede decir que si fuese dividida entre los hombres la alegría inmensa y sobrehumana experimentadas por la Virgen con la aparición de Jesucristo, igualmente todos los hombres habrían muerto abrumados por la alegría.

Esta parecería una exageración, y tal lo sería si se prescinde del misterio de la encarnación de Dios y de la redención universal que unen el cielo y la tierra, a Dios y los ángeles, el hombre y el cosmos, el tiempo y la eternidad, recapitulados todos en Cristo resucitado, alfa y omega, siempre unido a su madre María.

La luz celestial de la resurrección que reanimó el cuerpo de Jesús encerrado en la tumba y que provocó el milagro de la imagen impresa en la sabana santa, tiene que haber invadido el alma de la Virgen elevándola a la más sublime contemplación de todo el plan salvador de Dios, proyectado hacia el escaton de la resurrección final.

Si queremos gustar de su alegría pascual, es sobretodo y solamente a Ella, a su divina madre, a quien debemos pedir de poder participar, tan solo de un único punto: de su inefable alegría, la más pura y sublime, la más alta y profunda, matriz de todas sus otras alegrías en la tierra y en el cielo.

*Mariólogo y fundador de los Franciscanos de la Inmaculada.

Traducido del italiano por H. Sergio Mora

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En la Pascua se recrea nuestra vida
Reflexión del Arzobispo de La Plata
LA PLATA, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- Con motivo de la Pascua de Resurrección, el arzobispo de La Plata en Argentina, monseñor Héctor Aguer, se refirió a esta celebración como aquella mediante la cual “se recrea nuestra vida”, porque “desde la vertiente dela Resurrección, nos ilumina acerca de la realidad humana, nos revela quién es el hombre”.

A continuación, la reflexión completa del alto prelado argentino.

*********

La Pascua Cristiana que celebramos cada Semana Santa encuentra su momento culminante en la Vigilia Pascual.En la celebración nocturna, entre el sábado y el domingo, se nos permite ver, incluso estéticamente, el tránsito de la muerte a la vida, de la Pasión y la Sepultura del Señor a la Gloria dela Resurrección, a la Luz Pascual. La Vigilia que precede al santo día de Pascua es la clave para interpretar el sentido de esta fiesta central del calendario cristiano.

La semana pasada recordábamos que el Misterio Pascual tiene dos vertientes y puede ser representado como las dos hojas de un díptico: una es la Pasión y la Muerte y otra es la Resurrección y la Gloria. El tránsito del sábado al domingo, que se representa litúrgicamente en la gran Vigilia del año, muestra precisamente eso: cómo se resuelve el drama de la Pasión en la gloria de la Resurrección.

También tendríamos que considerar aquí qué significa respecto de la imagen de Dios y respecto de la imagen del hombre el punto central de la Pascua Cristiana. Respecto de Dios. El poder de Dios, su gloria, su majestad, su belleza, ahora se verifican en la humanidad de Jesucristo Resucitado.

La tradición de la Iglesia, a partir dela Sagrada Escrituray del cumplimiento de las Profecías, muestrala Resurrecciónde Jesús como una nueva creación, que sólo puede ser obra de Dios. Mas aún, la liturgia pascual nos ilustra acerca de una historia de la salvación que comienza con la primera creación y que alcanza su punto culminante en la nueva creación que esla Resurrecciónde Cristo, el comienzo de los últimos tiempos.

Ya no es posible esperar una revelación ulterior, una manifestación ulterior de Dios, porque ya todo ha sido dicho enla Resurrecciónde Jesucristo. Es allí donde Dios manifiesta su poder creador renovando el universo en primer lugar en la humanidad del Hijo hecho hombre, y a partir de él en la gracia que renueva espiritualmente a los que se unen a él por la fe y el bautismo.

Dios ha enviado a su Hijo al mundo para que el que crea en Él no muera sino que tenga vida eterna. Es esa vida eterna la que aparece, entonces, en la manifestación pascual de Jesús. Y tambiénla Pascua, en este sentido, desde la vertiente dela Resurrección, nos ilumina acerca de la realidad humana, nos revela quién es el hombre.

El hombre, decía Heidegger, es un “ser para la muerte”. Esa definición es correcta, pero no dice toda la verdad, dice sólo su mitad. El hombre es, en efecto, un ser para la muerte; a causa del pecado vamos a la muerte, pero el hombre es sobre todo un ser para la resurrección y para la vida eterna. Y allí está la originalidad del mensaje cristiano.

Nosotros no nos damos a nosotros mismos esa plenitud que es la resurrección y la vida eterna sino que la recibimos de Dios. Esto es importante también en el contexto cultural, el que influye en nuestra mentalidad de hombres de este tiempo. Estamos acostumbrados a que todo lo construimos nosotros. Somos dueños de la naturaleza, la transformamos y hacemos lo que queremos con ella, la hemos puesto a nuestro servicio.

El hombre de hoy se cree autocreador, autor absoluto y excluyente de la historia: cambia las costumbres, incluso altera las propiedades naturales de su condición humana. ¿Adónde llevará semejante desmesura?

El Siglo XX es una parábola interesante acerca de dónde conduce el humanismo sin Dios, que ha endiosado al hombre. Ha acabado en la ruina, en el fracaso, y ahora nos encontramos sumidos en un desconcierto muy grande, y sin embargo el hombre persevera frecuentemente en esa idea de que es autocreador. La gracia pascual nos muestra que nuestra verdadera realización, el futuro de la humanidad y de la historia es un don de Dios, así como la resurrección es la mayor de las obras divinas.

La última página deLa Biblia, el final del Apocalipsis, nos muestra la situación definitiva de la creación en la figura dela Jerusalénque desciende del cielo, una ciudad nueva totalmente impregnada de la luz de Dios, pero que desciende del Cielo como un don. No todo lo fabricamos nosotros. Podemos fabricar muchas cosas, pero no todo, y especialmente no nos fabricamos a nosotros mismos. Nuestro futuro definitivo es objeto de esperanza, porque es un don de Dios.

La Pascua del Señor nos ayuda a reubicar una especie de esperanza puramente terrestre, para abrirnos a la gratuidad del don de Dios, que tiene que ser multiplicado en la gratuidad de nuestro amor, ofrecido a todos.

+ Héctor Rubén Aguer - Arzobispo Metropolitano de La Plata

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Santa Sede


Falleció en Roma el cardenal sirio Ignace Moussa I Daoud
Benedicto XVI envió telegrama de condolencias al patriarca de Antioquía de los Sirios
ROMA, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).– Falleció esta mañana Su Beatitud, el cardenal Ignace Moussa I Daoud, prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias Orientales y patriarca emérito de Antioquía de los Sirios. Había sido internado en una clínica de Roma por un problema cardiovascular.

Las exequias se realizarán el martes 10 de abril a las 17.00, en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro.

El cardenal fallecido nació el 18 de setiembre de 1930 en Meskané, un pueblo de la archieparquía de Homs, Hama et Nabk de los sirios en Siria. Fue ordenado sacerdote el 17 de octubre de 1954 en Charfet, Líbano. El sínodo católico patriarcal sirio, reunido en Charfet el 2 de julio de 1977 lo eligió obispo para la sede de la eparquía de El Cairo de los sirios en Egipto, lo que fue aceptado por el papa Pablo VI el 22 de julio del mismo año. Fue consagrado obispo el 18 de setiembre de 1977.

Posteriormente se convirtió en el arzobispo de la archieparquía de Homs, Hama et Nabk de los sirios, el 1 de julio de 1994 y fue elegido patriarca de Antioquía de los sirios, en Líbano, el 13 de octubre de 1998, habiendo recibido la ecclesiastica communio de Juan Pablo II el 20 de octubre.

Habiendo renunciado al gobierno pastoral del patriarcato, fue prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales del 25 de noviembre de 2000 al 9 de junio de 2007 y asumió el cargo de canciller del Pontificio Instituto Oriental. Fue creado cardenal en el consistorio del 21 de febrero de 2001.

Publicamos para nuestros lectores el telegrama de condolencias del santo padre Benedicto XVI, enviado a Beirut a Su Beatitud Ignace Youssif III Younan, patriarca de Antioquía de los Sirios.

*******

AL SABER CON DOLOR DE LA MUERTE DE SU BEATITUD EL CARDENAL IGNACE MOUSSA I DAOUD, PATRIARCA EMÉRITO DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS Y PREFECTO EMÉRITO DE LA CONGREGACIÓN PARA LAS IGLESIAS ORIENTALES, DESEO EXPRESARLE MI UNIÓN EN LA ORACIÓN CON SU IGLESIA PATRIARCAL, CON LA FAMILIA DEL DIFUNTO Y CON TODAS LOS AFECTADOS POR ESTA PÉRDIDA.

EN ESTOS DÍAS EN QUE CELEBRAMOS LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR, RECORDANDO A LOS POBLADORES DE LA REGIÓN QUE VIVEN MOMENTOS DIFÍCILES, LE RUEGO QUE ACOJA EN SU ALEGRÍA Y SU PAZ EL ALMA DE ESTE FIEL PASTOR QUE SE HA DEDICADO CON FE Y GENEROSIDAD AL SERVICIO DEL PUEBLO DE DIOS. EN PRENDA DE CONSUELO, IMPARTO DE CORAZÓN A USTED, BEATITUD, LA BENDICIÓN APOSTÓLICA, QUE EXTIENDO A LOS OBISPOS, SACERDOTES Y FIELES DEL PATRIARCADO DE ANTIOQUÍA DE LOS SIRIOS, A LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA DEL DIFUNTO Y A TODOS LOS QUE TOMARÁN PARTE EN LA ESPERANZA DE LA LITURGIA DE EXEQUIAS.

                                                                                                  BENEDICTO PP XVI

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El papa nombra al Legado Pontificio para el Congreso Eucarístico Internacional de Dublín
El cardenal Marc Ouellet asistirá en su representación
CIUDAD DEL VATICANO, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- El santo padre Benedicto XVI ha nombrado al cardenal canadiense Marc Ouellet, pss, prefecto de la Congregación para los Obispos y de la Pontificia Comisión para América Latina, como Legado Pontificio para la celebración del 50° Congreso Eucarístico Internacional, que se llevará a cabo en Dublín, Irlanda, del 10 al 17 de junio de 2012 (www.iec2012.ie/es/).

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Mundo


Vida, familia, educación, libertades y derechos serán temas del Congreso Mundial de Familias de Madrid
Profesionales de todas las disciplinas podrán presentar sus aportes al evento
MADRID, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).– El Congreso Mundial de Familias (WCF) que tendrá lugar en Madrid los próximos 25, 26 y 27 de mayo constituye una oportunidad extraordinaria para compartir información acerca de los temas que se tratarán en el evento: familia, políticas familiares, demografía, mujer, ideología de género,cultura de la vida, cultura de la muerte, libertad religiosa y de conciencia, amor y sexualidad.

Cualquier participante en el Congreso puede hacer uso de este foro internacional para dar a conocer sus investigaciones y aportaciones. Para presentar comunicaciones es imprescindible inscribirse en el Congreso, someter el resumen de la misma a la aprobación del Comité Científico internacional y realizar un poster resumen de la misma antes del 3 de mayo.

Los dos mejores trabajos, a juicio del Comité Científico Internacional, serán presentados ante los participantes al Congreso. El resto de los trabajos serán expuestos a lo largo del Congreso en un espacio  físico dedicado a las comunicaciones.

El Comité Científico Internacional está formado, entre otros, por los doctores Allan C. Carlson, presidente de The Howard Center (EE.UU.)y  Carlos Polo, director para Latinoamérica del Population Research Institute, así como por la doctora Menchu de la Calle, de la Universidad Francisco de Vitoria (España).  

Toda la información para presentar comunicaciones en el WCF: http://congresomundial.es/el-wcf-vi-madrid/comunicaciones/

Para saber más del WCF en la web: http://congresomundial.es/el-wcf-vi-madrid/

En Facebook: http://www.facebook.com/WCFMadrid2012 

Para seguirlo en Twitter: @WCFMadrid2012

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Nuevo rector del Centro Internacional de Schoenstatt en Roma
Se trata del presbítero alemán Stephan Müller
ROMA, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- El obispado de Eichstätt autorizó al presbítero Stephan Müller, para que asuma la tarea de rector del Centro Internacional de Schoenstatt de Belmonte en Roma, por cinco años.

Con ello, el obispo de esa diócesis, monseñor Gregor María Hanke, respondió a la solicitud del rector general del Instituto de los sacerdotes diocesanos de Schoenstatt, monseñor Peter Wolf. Con esta medida, el obispo expresó su aprecio por el servicio pastoral de la Obra de Schoenstatt a la diócesis de Eichstätt.

El padre Stephan Müller fue ordenado sacerdote en Eichstätt, en 1993. Desde 1994 hasta 1997 fue secretario de la diócesis y vicario capitular y finalmente conferenciante del obispo. En 2002 fue nombrado párroco en la parroquia de Neuendettelsau, en el decanato de Herrieden. Desde 2006 dirigió además la parroquia de Sajonia Lichtenau y hace un año el obispo lo nombró decano.

Müller integró la juventud masculina de Schoenstatt y, siendo estudiante de teología, ingresó al Instituto de los sacerdotes diocesanos de Schoenstatt. Ha trabajado por el movimiento apostólico en su diócesis de origen, Eichstätt. Su responsabilidad es con la juventud masculina y colabora con la Obra Familiar. Desde 1999 forma parte de la dirección regional del Instituto de sacerdotes.

En su diócesis, el padre Müller es, por parte de Schoenstatt, colaborador de los movimientos eclesiales y, desde hace años, iniciador, motor y moderador de “Juntos por Europa” en el nivel diocesano. En el área del ecumenismo es miembro de la Comisión ecuménica del obispado y se ha comprometido, en el equipo de Schoenstatt “Juntos por la unidad de los cristianos”. El año pasado dirigió los ejercicios de Milwaukee.

El nuevo rector asumirá su nueva tarea en setiembre de este año en Roma.

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Luto en el episcopado español
Murió el obispo emérito de San Cristóbal de la Laguna
TENERIFE, Sábado 7 abril 2012 (ZENIT.org).- Falleció en la tarde del Viernes Santo, monseñor Felipe Fernández García, obispo emérito de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife.

El prelado nació en San Pedro de Trones, en la diócesis española de Astorga, el 30 de agosto de 1935, y fue ordenado sacerdote el 28 de julio de 1957. Electo a la sede residencial de Ávila el 22 de octubre de 1976, fue consagrado obispo el sucesivo 28 de noviembre.

Fue transferido a Tenerife el 12 de junio de 1991. Renunció al gobierno pastoral de la diócesis el 29 de junio de 2005.

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Mensaje a nuestros lectores


¡Feliz Pascua de Resurrección!
Mensaje a nuestros lectores
Queridos amigos y amigas:

…Él dijo que era el hijo de Dios, habló de una humanidad nueva, iluminada por la búsqueda de la verdad, la justicia y la belleza. Era bueno y misericordioso, ayudaba a todos, enseñaba el amor, la caridad y el perdón.

Hoy en día todavía hay quienes se burlan de él, que se niegan a escuchar su mensaje y a ver su imagen reproducida en un crucifijo. Pero su venida a la tierra, su pasión y resurrección, ha marcado y salvado la vida de todos, incluso de sus perseguidores.

Por eso el sufrimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte misma adquirieron un sentido de salvación en la Pascua que los cristianos celebramos hoy.

Con la esperanza de una vida siempre renovada en el bien, cuenten con nuestras oraciones por ustedes --nuestros cientos de miles de lectores--, y por sus seres queridos.

Son los sinceros deseos de todos los que trabajamos en ZENIT.

7 de abril de 2012

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