2.05.12

La crisis de los jesuitas (latinoamericanos)

A las 1:08 PM, por Andrés Beltramo
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Dieron a la Iglesia un pasado glorioso, eran la vanguardia católica en un mundo convulsionado, un ejército al servicio de Cristo en medio de una encarnizada batalla cultural. Hicieron historia y escribieron la historia. Hoy viven una tremenda crisis, increíble. Una debacle en cantidad pero, sobre todo, en calidad. Tanto que si su santo fundador reviviera se retorcería sin cesar en su tumba. Es la Compañía de Jesús, la orden de los jesuitas.

Como bien reportó el colega español Francisco José Fernández de la Cigoña en su blog, la fundada por San Ignacio de Loyola es una comunidad que va en picada en todos los sentidos. Él se refirió a la estrepitosa caída en el número de miembros, que en poco más de 50 años fue de prácticamente la mitad: en 1959 eran 34 mil 293 y a enero de 2011 sumaban 17 mil 908 esparcidos en mil 755 casas alrededor del mundo.

De todas maneras sigue siendo el instituto religioso más numeroso y concentra un gran poder. Entre sus miembros existe de todo, desde verdaderos santos hasta personajes muy cuestionables. Su pasado reciente está plagado de turbulencias, por decir lo menos. A comenzar por la intervención a la cúpula dictaminada por Juan Pablo II a inicios de su pontificado y que intentó enderezar el camino de la institución tras el gobierno del prepósito general Pedro Arrupe.

En este contexto quienes han perdido definitivamente el rumbo son los jesuitas latinoamericanos. Históricos plasmadores de la cultura continental, en las últimas décadas han apoyado causas tan excéntricas como poco ortodoxas. Por ejemplo en México, donde han sostenido al más rancio progresismo de izquierda o en Perú, donde han sido los principales impulsores de la “resistencia radical” en la Pontificia Universidad Católica. Un movimiento en abierta rebeldía no sólo con los obispos locales sino también con el mismo Papa Benedicto XVI, al cual han desobedecido una y otra vez.

La crisis se manifiesta de muchas maneras y para muestra basta un botón, como el video que abajo presentamos. En el mismo el jesuita chileno Pedro Labrín habla de su trabajo pastoral con los homosexuales, muchos de los cuales se sentían “castrados y censurados” por quienes no sabían escucharlos. Y no dudo que sus sentimientos sean esos, como cualquier pecador –todos lo somos- que lidia día a día con sus fantasmas.

Pero a este ilustre miembro de la Compañía de Jesús se le ocurrió que la mejor manera de consolar a sus amigos gay es admirarlos. Y así resumió su pensamiento: “si tú tienes esta condición (homosexualidad), nadie como tú está llamado a vivirla en plenitud y si el creador te ha dado esta condición lucha con fuerza, somos muchos los que deseamos estar contigo porque esta condición es amada por Dios, objeto de tu orgullo y causa de nuestra admiración”.

El Catecismo de la Iglesia Católica es claro respecto a cómo debe ser el trato de los fieles hacia quienes sienten atracción por las personas del mismo sexo. Nadie debe ser discriminado y eso vale para todos, absolutamente todos, más allá de las pulsiones de cada quien. No existen pecadores de “primera” o de “segunda”, unos que merezcan más compasión o simpatía que otros.

Pero utilizar este mandato evangélico para justificar la subversión del orden de la naturaleza es, a todas luces, producto de una grave confusión mental. Y una traición al mismo Evangelio. No imagino a Cristo salvando a la prostituta y diciéndole: “ve y vive en plenitud tu condición de meretriz, siéntete orgullosa y nosotros te admiramos”.