Fe y Obras

Con María en el corazón

 

 

04.05.2012 | por Eleuterio Fernández Guzmán


Hace pocos días que ha empezado el mes de mayo que, tradicionalmente, es dedicado por la Iglesia católica a recordar, aún más, a María, Madre de Dios y Madre nuestra porque no puede, no podemos, dejar de tener en cuenta a quien tanto bien hizo en vida de Jesús y quien tanto hace en el cielo por cada uno de los que a ella se dirigen.

Todos sabemos que hay muchas oraciones con las que podemos gozar de la Santísima Virgen María. Una de ellas es  la que dice “Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza; a Ti, celestial Princesa, Virgen sagrada María, te ofrezco desde este día alma, vida y corazón. ¡Mírame con compasión, no me dejes, Madre mía!” y es una oración bella que dedicamos a quien está siempre pronta a echarnos una mano a los creyentes que necesitamos que se nos eche.

Por eso, cada día del mes, desde el primero al último, deberíamos tener, al menos, un pensamiento, una jaculatoria, un recuerdo, hacia María. Acordarnos, así, de que es Madre, de que es buena, de que es dulce, de que nunca abandona a quien a ella se dirige implorando consuelo, de que es nuestra compañera y  de que nos mira con ternura.

María, aquella joven que dijo sí a Gabriel cuando la llamó le dijo, “Dios te salve, llena eres de gracia, el Señor es contigo” (Lucas 1,28) respondió, entonces y a lo largo de su vida, “He aquí la Esclava del Señor” (Lucas 1,38). Aquella que supo decir “Haced lo que El os diga” (Juan 2,5) cuando unos novios estaban necesitados de ayuda y de la que “Nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo 1,16) es la que, solícita, nos espera en la oración y a la que no podemos olvidar nunca.

A María la conoció bien su prima Isabel cuando la visitó y le dijo  “Cómo se me concede que venga a mí la Madre de Mi Señor” (Lucas 1,43), y “Guardaba todas las Palabras de Jesús en su Corazón” (Lucas 2,51) porque la vida del Hijo de Dios fue vivida muy de cerca por ella. Por eso, en el momento clave de la Pasión de Nuestro Señor, pudo expresar éste “Mujer, ahí tienes a tu hijo, después dijo al discípulo, he ahí a tu Madre” (Juan 19, 26-27) y luego, cuando todos tenían miedo, “Estaban unidos, insistiendo en la oración, con María la Madre de Jesús” (Hechos 1,14) porque ella representaba el recuerdo directo de quien había muerto, y muerte de cruz, por todos ellos.

Por otra parte, si miramos dentro de nuestro corazón, lugar donde el amor tiene el centro de su vida, encontraremos, sin duda, la huella y la suavidad de la mirada de María, que sembró en nuestro surco para recoger limpio fruto. María, cuyo nombre no es rémora al ser repetido sino que llena de dicha nuestra boca o nuestro pensamiento si la nombramos entre la multitud, solitarios a pesar nuestro pero acompañados por su recuerdo.

Si estamos adormeciendo una idea para que permanezca en nuestro yo y no olvidarla nunca, seguro que querremos que sea el estado de la Madre, la virginidad de inmaculado ser, el que esté con nosotros cuando necesitemos su apoyo y esperemos una mano que acoja nuestra tristeza; seguro que sentiremos, como quisiéramos siempre si nuestra fe no la olvidáramos, que el ejemplo de su atribulada existencia de hija predilecta y madre elegida fuera nuestro espejo o, mejor dicho, fuera una imagen impresa en nuestra alma, para poder alcanzar, alguna vez, el camino por donde ella paso, y besar, siempre, el polvo que levantó sus pisadas.

María, Madre nuestra que nunca nos abandona; María, dulce gozo del Padre que nos da cada día para que nunca olvidemos que su Madre es, también, la nuestra. Y lo tengamos en cuenta en nuestra vida y seamos dignos hijos suyos.

Valga, pues, este poema, para dar gracias a María por ser cómo es con nosotros. Su título es “Palabra”:

“Ciencia de Dios es tu palabra, ejemplo de doctrina y esencia
de vida.
Verbo divino del Padre es tu palabra, miel para los labios
del creyente.
Sílaba áurea que revoca, del entendimiento, el maligno ejemplo, es tu palabra,
Virgen Madre, reposo del corazón enamorado.
Viento que muestra el camino es tu palabra, surgir de agua santa
que emana.
Luz para el que busca es tu palabra, alimento para el alma,
reconocimiento de nuestro destino.
Milagro en esencia es tu palabra, respuesta al ruego que hace
quien espera, en ti, el resumen de una vida.
Esperanza para siempre es tu palabra, fe de quien sabe y conoce
la voluntad de quien lo envía, ángel desesperado por un amor,
para tener destino para el Hijo.
Canción de maravilla es tu palabra, verso diamantino,
expresión del mundo dado a sufrir para encumbrar al Padre.
Estancia en el Reino es tu palabra, Virgen Madre,
pináculo desde donde ver a Dios, excelso cruce de vidas. “

Y que así sea siempre.

Eleuterio Fernández Guzmán
eleu@telefonica.net