Solemnidad de la Ascensión el Señor 2012
Hech 1,1-11; Ef 4,1-13; Mc 16,15-20
Celebrando hoy la Ascensión del Señor, volvemos a proclamar el
misterio central de nuestra fe: Dios ha resucitado a su Hijo de
entre los muertos y lo ha glorificado como Señor del universo. Dios
ha exaltado y ha dado la razón a aquel Jesús contradicho y
despreciado. Es su triunfo ya definitivo, el final de un largo
camino nada fácil y la consecuencia de la fidelidad mantenida
incluso en las circunstancias más duras. Y los discípulos, que han
tenido la posibilidad de experimentar la realidad de su victoria
sobre la muerte, reciben ahora un encargo bien preciso: anunciarlo
al mundo entero con la fuerza del Espíritu empezando por Jerusalén,
la ciudad en la que habían intentado acabar con su vida.
Comienza así el tiempo de la Iglesia. Es el principio de una
Historia descrita en términos de separación pero no de abandono.
Jesús no va a desentenderse de los problemas de los hombres, ni los
discípulos van a estar solos en la misión. No sólo se les anuncia
que volverá de nuevo sino que siempre estará presente en la
comunidad: “he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta
el fin de este mundo” (Mt 28, 19). Es el cumplimiento del
significado de su nombre, Emmanuel: «Dios entre nosotros».
La ascensión expresa el cambio en Jesús resucitado, una nueva manera
de ser, gloriosa, glorificada, una presencia gozosa de Jesús que
sigue viviendo en la Iglesia y que la sostiene. La comunidad de los
Hechos de los Apóstoles expresa esa experiencia relatando las
apariciones del resucitado en los momentos difíciles de la Iglesia
(a Esteban, a Pedro, a Pablo), pero sobre todo la vive en la
experiencia permanente del Espíritu Santo.
La Ascensión de Jesús es el preludio de la larga ascensión de la
humanidad regenerada que está destinada a esa misma glorificación
aunque, mientras peregrina por este mundo, todavía no la comparte
definitivamente, pero que está llamada a vivirla encaminando sus
pasos hacia la patria futura con esperanza gozosa y activa. Se pone
así de manifiesto nuestra “vocación suprema”: estamos llamados a la
vida eterna del Reino de Dios. Aquel Jesús, hecho semejante a
nosotros en todo menos en el pecado, con su victoria anticipa la
victoria de toda la humanidad: en él, desde entonces, nuestros
problemas, nuestras incapacidades, nuestras limitaciones todas…
tienen solución: Ésta es la Buena Noticia que hemos de vivir y
comunicar.
Para ello, San Lucas dice que Jesús comunica el Espíritu Santo a los
discípulos y reciben una “fuerza” que hará de ellos sus testigos. No
les comunica el Espíritu como un privilegio personal, sino como una
capacitación para la misión. Por eso, se les pide que no se cierren
en el pasado ni se dediquen a cultivar la evasión (¿qué hacéis ahí,
mirando al cielo?), sino que vuelvan a su vida ordinaria
anunciándolo a todos y a la espera del Día de su vuelta.
Este es el encargo recibido por todos los bautizados: en principio
ningún rincón de la tierra y ningún grupo humano queda excluido, la
destinataria de la Gran Noticia es toda la humanidad. Jesús nos
asegura su ayuda y, porque la cosa es seria, el Señor confirma la
predicación apostólica con signos extraordinarios de victoria sobre
el mal. Signos que darán credibilidad al anuncio, garantizando que
el mensaje que anunciamos es el suyo. Nos corresponde, pues, hacerle
presente en cada tiempo y lugar con la creatividad y con todos los
medios que el Señor ponga a nuestro alcance.
Y en este punto, hemos de hacer referencia necesariamente a la
Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales que cada año
celebramos en el día de la Ascensión y a la llamada que nos ha hecho
el Sucesor de Pedro a evangelizar con un Mensaje que, en la
perspectiva del ya próximo “Año de la Fe”, nos invita a la acogida
de la Palabra en la reflexión y el silencio porque, dice Benedicto
XVI, “allí donde los mensajes son abundantes, el silencio se hace
esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y
superficial”.
Se dice que uno de los males de nuestro tiempo es que vivimos de
acciones y reacciones, de afirmaciones y comentarios, y que todo se
desarrolla a gran velocidad de manera que la palabra muchas veces es
superficial y sin un verdadero contenido “comunicativo”. En este
sentido, el mensaje del Papa es una cierta provocación para una
sociedad como la nuestra en la que hay mucho ruido y mucha
información, pero dedicamos poco tiempo a la reflexión, cosa que
hace difícil una comunicación profunda. Esto es todavía más
necesario cuando queremos hablar de la grandeza de Dios, porque
nuestro lenguaje resulta siempre inadecuado y es necesario abrir un
espacio a la contemplación silenciosa que nos sumerge en la fuente
del Amor, y que nos conduce hacia nuestro prójimo para sentir su
dolor y ofrecerle la luz de Cristo, su Mensaje de vida, su don de
amor total que es el que salva.
También en el silencio Dios nos habla (insiste el Papa), y nosotros
igualmente descubrimos en el silencio la posibilidad de hablar con
Dios y de Dios. Necesitamos el silencio que se transforma en
contemplación, que nos hace entrar en el silencio de Dios y así nos
permite llegar al punto donde nace la Palabra, la Palabra que
transforma.
El mundo de las comunicaciones, a pesar de su complejidad y de sus
ambigüedades, ha de favorecer que el Señor pueda llegar al umbral de
nuestras casas y de nuestros corazones y abrir nuevas perspectivas y
posibilidades para poner en práctica la misión de la Iglesia.
Desde nuestra Comisión episcopal de MCS agradecemos el trabajo de
los comunicadores cristianos que ejercen su vocación con
profesionalidad y espíritu de servicio en favor de las personas y de
la entera sociedad, siendo a la vez coherentes con su identidad
cristiana. A ellos va de manera especial nuestra cercanía y aprecio
por la labor que desarrollan junto con los demás compañeros de
profesión, para quienes también tenemos en esta Jornada un recuerdo
agradecido.
Y, teniendo en cuenta también el difícil momento socioeconómico que
vivimos, pedimos a todos ellos que contribuyan a fomentar una
cultura de la solidaridad cada día más necesaria, difundiendo
opiniones y proyectos que puedan ayudar al aprovechamiento de
recursos y a la buena gestión, así como iniciativas de ayuda a los
más afectados, a la vez que denuncian la corrupción y el
enriquecimiento fraudulento. Contribuir así a la misión
evangelizadora es algo apasionante y esperanzador.
Y, sin menoscabo de la atención debida a los desempleados de
cualquier sector, queremos dirigir nuestra mirada en esta Jornada
Mundial de las Comunicaciones Sociales a los miles de periodistas en
paro, sobre todo jóvenes, que hay en estos momentos en España según
datos de las asociaciones profesionales… Por ellos rezamos
especialmente en este día, así como por los comunicadores que en
diversas partes del mundo han muerto o sufren persecución y
limitación de su libertad en el ejercicio de su profesión.