21.05.12

Meditaciones sobre el Credo 4.- Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado

A las 12:22 AM, por Eleuterio
Categorías : Serie meditaciones sobre El Credo

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

4.- Padeció Bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado .

Padeció bajo el poder...

El Evangelio de San Juan recoge, entre los versículos 18 y 27 de su capítulo 15 el argumento a favor de la persecución de los cristianos por sustentarse la misma sobre la que sufrió el mismo Jesucristo, fundador de la Iglesia que lleva el apellido de universal. Y dice lo que sigue:

“Si el mundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Su fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo. Acordaos de la palabra que os he dicho: El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi Palabra, también la vuestra guardarán. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado. Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado. El que me odia, odia también a mi Padre. Si no hubiera hecho entre ellos obras que no ha hecho ningún otro, no tendrían pecado; pero ahora las han visto, y nos odian a mí y a mi Padre. Pero es para que se cumpla lo que está escrito en su Ley: ‘Me han odiado sin motivo’. Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio”.

En realidad, Jesús sufrió un juicio que sabemos fue injusto por incumplir las características de tal tipo de procesos judíos. Luego que fue entregado al Gobernador Pilato para que lo condenara a muerte porque el pueblo judío no podía hacer tal cosa. Y que padeció…

Cristo, sin embargo, no fue a la muerte sin saber que iba a la muerte y sin aceptarla. Muy al contrario fue lo que le sucedió porque, como muy bien escribió San Lucas en los Hechos de los Apóstoles (2, 23) “Fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios” y, además, Él mismo dijo que no había mejor amigo que quien daba su vida, precisamente, por sus amigos y a ellos les llamaba, a sus discípulos, amigos, lo cual era, claramente, un aviso profético. Además, en otro momento, y como explicación para ser justamente entendida, recoge San Marcos (10, 45) que “El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” como, en efecto, sucedió tras su Pasión.

A este respecto, no podemos olvidar que Jesús, si bien murió por todos en la cruz es lo más cierto, como dice Él mismo en el texto citado arriba de san Marcos, que no todos se han de salvar. En realidad, dice que da su vida como rescate “por muchos” porque sólo quien se convierta y crea en Cristo se salvará y quien no se convierta y no crea, se condenará eternamente y es bastante claro que no todos creen ni se convierten teniendo posibilidad de hacerlo pues otra cosa es no tener conocimiento del Hijo de Dios.

Pero el caso es que Dios, en su Amor y Misericordia, permite que todo esto pase. Y para que se cumpla su voluntad permitió que unas personas se vieran llevadas por una ceguera mundana a endurecer su corazón y a procurar, cada uno en la medida de sus posibilidades, la muerte de Jesús. Así, Judas entrega a Jesús a los que podían, con su particular juicio acusatorio, condenarlo; estos lo entregan a Pilato para que la condena fuera, digamos, perfecta y, por fin, el Gobernador, llevado por el miedo a lo que pudiera pasar en el territorio que dirigía, lo entrega a los soldados para que culminaran el trabajo que, en realidad, ya estaba escrito como atestiguan profetas del Antiguo Testamento y, en concreto, Isaías.

Y, sin embargo, no vaya a creerse que los seres humanos, aún eligiendo lo que hacen, son los protagonistas de este drama divino. Al contrario es lo que sucede porque es Dios quien establece lo que ha de suceder y Cristo quien obedece porque no otra cosa hace cuando, en Gethsemaní, justo antes de ser atrapado, en un éxtasis de oración proclama su voluntad de sometimiento a la de Dios y dice “Que pase de mí este cáliz pero no sea mi voluntad sino la tuya” (Mt 26, 42).

Y se entregó a la cruz.

Entre aquellos maderos cruzados se estaba ganando la salvación eterna y, entre ellos, las palabras de Cristo son muestra de entereza, de piedad, de misericordia y, además, puramente proféticas.

Así, pide por los que le están maltratando (“Perdónales, porque no saben lo que hacen”, en Lc 23,24) y lo hace al Padre porque conocer que sólo Él es capaz, ante tal atrocidad, de hacer valer sus entrañas de misericordia y, en un rasgo de fidelidad a la palabra dada, ser otra vez el Creador que perdona a su criatura que, aunque malvada, sigue siendo su criatura.

También ofrece su salvación al ladrón que comprende que Jesús no tiene que sufrir aquel daño y aquel calvario. Así le promete el Reino de Dios (“En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso”, en Lc 23,43) porque le ha pedido que lo tenga en cuenta y eso es, exactamente, una conversión instantánea.

Se comporta, además, como un hombre que, ante la situación por la que estaba pasando, dice que tiene sed (cf. Jn, 19, 28) que viene a ser como un bautismo que recibe para abrirnos a todos la fuente que mana agua viva para la eternidad. Por eso manifiesta también, o pudiera parecerlo, cierta tristeza cuando clama “Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado” (Mc 15, 34) pero no sin saber que, en primer lugar, Dios, su Padre, jamás lo iba a abandonar y, en segundo lugar, comprendiendo que aquella muerte era instrumento de la redención y de la salvación eterna.

Por otra parte, la expresión puramente profética de Cristo en la cruz la cumple cuando entrega a su Madre a Juan, el discípulo que tanto amaba el Hijo de Dios. Por eso, cuando le dice a María “Mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26) y cuando le dice a Juan “Ahí tienes a tu Madre” (Jn 19, 27) está estableciendo para toda la eternidad una maternidad divina en la persona de su Madre, la Santísima Virgen María.

Y, ya por último, cuando Jesús, en su última agonía exclamaTodo está cumplido” (Jn 19, 30) y “Padre en tus manos pongo mi Espíritu” (Lc 23, 46) muestra que ha cumplido con la voluntad de Dios y que la obra de la redención había llegado a su culminación.

Tras su muerte, Cristo fue sepultado y “arrancado de la tierra de los vivos” (Is 53,8).

San Lucas recoge tal momento crucial de la existencia de la humanidad. Dice, al respecto (23, 50-54)

“Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo, que no había asentido al consejo y proceder de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús y, después de descolgarle, le envolvió en una sábana y le puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y apuntaba el sábado”

Y Jesús, dejado en aquel lugar santo se preparó para cumplir con la voluntad de Dios que, como era de esperar, no lo había abandonado.

En todo este itinerario vital Jesús se vio sometido a una voluntad mundana que quiso juzgarlo sin derecho y así actuó en su contra; pretendió hacer valer un poder que no estaba por encima del de Dios pero quiso tomarse, por su mano, el cumplimiento de una condena a la que no tenía derecho y, por último, impuso una pena excesiva porque siempre es ir demasiado lejos hacer caer sobre las espaldas de un inocente la ira del mundo.

Y Jesús, ante esto, fue manso y humilde.

¡Alabado sea Dios que quiso, para nosotros, una tal salvación!

Leer 1.-. Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra

Leer 2.- Creo en Jesucristo, su Hijo, nuestro Señor

Leer 3.- Que fue concebido del Espíritu Santo y nació de la Virgen María

Eleuterio Fernández Guzmán