1.06.12

Eppur si muove - ¿Qué ha pasado con la forma de vestir del sacerdote y del religioso?

A las 12:52 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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El hábito no hace al monje”.

Este refrán o dicho popular nos viene a decir que, en realidad, no importa que una persona, que tenga que llevar determinada vestimenta por la profesión o el trabajo que desempeña, lleve tal vestimenta. Puede querer decir también que lo que importa es que trabaje bien y punto.

Sin embargo, no podemos negar que, en determinadas funciones sociales importa mucho que se haga como se tiene que hacer porque es conveniente y, en muchos casos, imprescindible, identificar a determinada persona según lo que es y hace en la vida.

Por ejemplo, si voy por la calle y, de repente, creo que estoy en peligro de muerte y veo a un sacerdote que lleva el hábito que le corresponde llevar, a lo mejor muero en gracia de Dios y no me veo abocado, podría ser, al mismo infierno. Y esto será así si haciéndole ver que lo necesito, el hombre con toda seguridad se ofrece a hacer lo que, en estos casos, corresponda hacer.

Y esto, que podría parecer un ejemplo algo traído por los pelos no viene nada mal para introducir lo que, por desgracia, para hoy día porque, al menos en España (no sé yo si en América o en otras partes del mundo) el traje eclesiástico o el hábito religioso brilla… pero por su ausencia.

Puede dar la impresión, seguramente comprobada, que sólo los sacerdotes especialmente concienciados de lo que son para la sociedad en la que viven y, en especial, para los creyentes de su fe y aquellos que pertenecen a determinados movimientos eclesiales llevan hábito sacerdotal (digamos la sotana o el clerman) porque, al parecer, al resto le parece de poca importancia.

Pues para esto me pido el comodín del P. Iraburu que viene, como siempre, la mar de bien. Dice, por ejemplo, en su “Hábito y clerman” (Editado por Gratis Date) esto:

Pues bien, la Iglesia, al establecer sus normas sobre el vestir de religiosos y sacerdotes, considerándolos como personas especialmente consagradas a Dios, se fundamenta muy principalmente –casi exclusivamente– en la gran conveniencia de significar sensiblemente su condición sagrada invisible. Por esa razón teológica, verdadera, profunda, importante, la Iglesia, fiel a la tradición de ya muchos siglos, quiere y manda con autoridad apostólica que por la misma vestimenta «se vea», se haga visible de modo patente, la condición especialmente sagrada de sacerdotes y de religiosos. La Iglesia quiere que el signo sagrado en sacerdotes y religiosos signifique visiblemente y cause lo que significa. Y esto lo quiere y ordena con tanto mayor empeño cuanto que advierte con todo realismo que estamos «en una sociedad secularizada, donde tienden a desaparecer los signos externos de la realidades sagradas y sobrenaturales» (Direct. 66). Comprobemos esta voluntad de la Iglesia en los dos documentos ya aludidos.

El que esto escribe ha tenido, precisamente teniendo como causa el libro citado del P. Iraburu, el gozo de escribir sobre el tema. En su día dije que “tras la celebración del Concilio Vaticano II se ha venido produciendo, en amplios grupos pertenecientes a la Iglesia católica, un alejamiento del lenguaje sagrado y, así, de lo que significaba el mismo y de todo a lo que se refería” porque, en realidad, se ha producido no poco desnortamiento por haber entendido de manera, digamos que, regular, lo que el Concilio citado quiso decir, supuso y dijo.

Por cierto, algo después de lo escrito por el P. Iraburu escribe (mismo libro y misma editorial católica) lo que, en realidad, aquí debe pasar. Es esto:

Por el contrario, aborrecen lógicamente la identificación visible de sacerdotes y religiosos todos aquellos que rechazan la enseñanza de la Iglesia Católica sobre la teología y la disciplina de lo sagrado; quienes estiman que el sagrado cristiano no debe tener –debe no tener– visibilidad sensible; quienes no aceptan que entre el «sacerdocio ministerial» y el «sacerdocio común de los fieles» haya una diferencia esencial, y no solo de grado (Lumen gentium 10); quienes niegan que, sobre la consagración bautismal de todo cristiano, haya en sacerdotes y religiosos una nueva consagración. Todos ellos –que normalmente son los mismos– aborrecen visceralmente el hábito o el clerman. Se oponen a ello por principio, por principio doctrinal, teológico; falso, por supuesto. Incluso no raras veces marginan y descalifican a quienes se atienen en el vestir a las normas de la Iglesia, y aún llegan en ocasiones a palabras y actitudes agresivas. Ellos, en cambio –merece la pena señalarlo–, no suelen recibir ataque alguno, ni dentro ni fuera de la Iglesia, a causa de la secularización completa o casi total de su apariencia.

Por esto pregunto si es que existen razones para que tantas personas que deberían llevar traje eclesiástico no lo lleven o, como mucho, lo lleven en determinados momentos que pudieran parecer más importantes como si no lo fuera el devenir de cada día. Si, además, nos dejan sin saber en quién, en determinado momentos, podríamos apoyarnos, es algo más que serio y que, como católicos, no deberíamos olvidar.

El hábito no hace al monje”. Eso es cierto porque, en determinados casos llevarlo no supone hacer bien su labor o del todo bien. Sin embargo, me pregunto qué se puede hacer sin mostrar lo que se es.

Eleuterio Fernández Guzmán