24.06.12

La Palabra del Domingo .- 24 de junio de 2012

A las 1:56 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Apostolado laico -La Palabra del Domingo
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Lc 1, 57-66. 80

Biblia

57 Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. 58 Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. 59 Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, 60 pero su madre, tomando la palabra, dijo: «No; se ha de llamar Juan.» 61 Le decían: «No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre.»62 Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase.63 El pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Y todos quedaron admirados. 64 Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios.65 Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; 66 todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: «Pues ¿qué será este niño?» Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él.

80 El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

COMENTARIO

Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento

A pesar de que Zacarías había mostrado cierta duda al Ángel Gabriel cuando le dijo que la mujer, Isabel, a la que llamaban estéril, iba a concebir un hijo, el caso es que la voluntad de Dios iba a cumplirse a su tiempo que era el necesario para que la naturaleza creada por el Todopoderoso hiciera su labor.

Y llegó el día en el que Isabel iba a dar a luz porque no es poco cierto que Dios puede hacer lo que, para el hombre, es imposible.

Aquellos que conocían al matrimonio formado por Zacarías e Isabel sabían perfectamente que Dios había hecho una gran cosa con la mujer del sacerdote de Israel. Como no era normal que tuviera hijos, el hecho mismo de ir a tenerlo sólo podía deberse a una gran gracia de Dios.

Aquel niño que iba a nacer debía tener un nombre porque, además de ser importante para un ser humano llamarse de alguna forma, para el pueblo judío era, el nombre, algo muy importante que definía a una persona e iba más allá que la mera identificación. Por eso, por ejemplo, fue tan importante que Dios cambiase el hombre del Padre de los creyentes (Abrahám) y, otro ejemplo, Cristo cambió el nombre a Cefas y pasó a llamarlo Pedro. El nombre, pues, llevaba aparejada, también, una misión que cumplir.

El nombre que iba a tener el nacido lo había dicho, tiempo atrás, el Ángel de Dios. Era Juan y Juan debía ser la forma de llamar, desde entonces, al que presentaría a su primo Jesús como el Cordero de Dios.

Todo se cumplió. Exactamente como había dicho Gabriel el nombre de aquel niño sería Juan y sería, en efecto, el precursor del Hijo de Dios y hermano nuestro.

Los que habían visto aquello que habían visto y que, seguramente, entendían y comprendían como un hecho extraordinario, dice el texto que guardaban aquellas cosas en su corazón. Aquel guardar los convertía en hijos de Dios por haber comprendido que Juan, que sería Bautista de Cristo, estaba especialmente bendecido por Dios después, sobre todo, de que María visitara a su prima Isabel y, al recibir ésta el saludo de la esposa de José, el niño que llevaba en su vientre, Juan, saltó de gozo y alegría al recibir a su Señor.

Y, así, con el paso del tiempo, dice el texto de evangelista San Lucas, Juan se fue fortaleciendo, físicamente y, sobre todo, en la fe y en el Espíritu de Dios. Y lo hacía en el desierto porque, seguramente, tuvo que ir a vivir, tras la muerte de sus ancianos padres, con una comunidad de esenios.

Pero eso, en verdad, es otra cuestión…

PRECES

Por todos que no aceptan la voluntad de Dios y manifiestan dudas de fe.

Roguemos al Señor.

Por todos los que no quieren fortalecerse en la fe.

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a tener en cuenta, en nuestra vida, la fe de Juan el Bautista.


Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

Eleuterio Fernández Guzmán