26.06.12

Treinta años de una carta pastoral sobre las sectas

A las 10:08 AM, por Luis Santamaría
Categorías : General

 

Los obispos, entre otras muchas formas de ejercer su magisterio ordinario, como sucesores de los apóstoles que escogió Jesús, cuentan con las llamadas “cartas pastorales”. Es una de las maneras de realizar su “munus docendi” u oficio de enseñar. En ocasiones son más extensas, con motivo de algún tema importante o extraordinario. Otras veces son breves, como ocurre con las que algunos prelados escriben con periodicidad semanal o quincenal para las revistas diocesanas y ahora, cómo no, para los medios digitales. Es digno de apuntar aquí que también reciben ese nombre, el de “cartas pastorales”, tres libros del Nuevo Testamento atribuidos a San Pablo: las misivas dirigidas a sus colaboradores Timoteo y Tito sobre la dirección de las primeras comunidades cristianas.

Este mes se cumplen treinta años desde que se publicara una carta pastoral sobre el fenómeno de las sectas. Puede parecer algo sin mucha trascendencia, ya que este género es vastísimo y abarca todos los temas habidos y por haber, al ser un tratamiento de la realidad que vivimos desde los ojos de la fe en Jesús y de su Iglesia. Además, muchos obispos han hablado y escrito sobre este desafío pastoral. Sin embargo, creo que la carta y su aniversario bien merecen un recuerdo. ¿Por qué? Porque se trata de un pronunciamiento de un obispo español realizado cuatro años antes de que la Santa Sede dedicara un documento a este tema, y siete años antes de que lo hiciera la Conferencia Episcopal Española. Y mi intención no es ni atribuir un mérito desmesurado al pastor responsable de la carta ni acusar a los órganos citados de retraso en la reacción. Al contrario: es un buen ejemplo de cómo, mucho antes de que haya una reacción “oficial” de un organismo eclesial en un documento, hay preocupación, trabajo y entrega con respecto al tema que sea.

Al grano. El obispo en cuestión fue Ramón Buxarrais Ventura, actualmente sin ejercer el ministerio episcopal, residente en Melilla, entre la prisión y un centro asistencial. Tras su estreno como obispo en Zamora (entre 1971 y 1973), rigió la Diócesis de Málaga entre los años 1973 y 1991. En junio de 1982 escribió una carta pastoral titulada “Nadie me sirve de guía”. Los medios de comunicación se hicieron eco de su publicación, y su referencia ha quedado para la posteridad en los escritos del sacerdote operario Julián García Hernando, fundador del Centro Ecuménico “Misioneras de la Unidad” y pionero del ecumenismo y de la preocupación pastoral por las sectas en la Iglesia católica en España. Lo mejor que podemos hacer es resumir los puntos principales de la misiva de Buxarrais y ver qué cosas pueden servirnos, treinta años después, de aquellas palabras que iniciaba con el saludo “Queridos diocesanos”.

¿Por qué el tema de las sectas? El entonces obispo malacitano apuntaba al comienzo que los dos grandes problemas que tenía su Diócesis eran “la falta de evangelizadores y la confusión entre evangelizados, a causa de grupos propensos al sectarismo”, y se refería a varios datos sociológicos preocupantes sobre la religiosidad de su pueblo. De ahí, señalaba, la necesidad de la evangelización. Y, junto a ella, la reflexión sobre las sectas y el sectarismo, porque sobre las dos cosas escribía don Ramón, y sobre las dos alertaba: los grupos sectarios como tales, y las actitudes sectarias dentro de la comunidad católica. De hecho, cuando definía las sectas, explicaba cómo “la historia de la Iglesia está salpicada toda ella de intentos sectarios, en contra de la cosmovisión total y radical que nace del evangelio proclamado por Jesucristo y encomendado a la comunidad cristiana, servida y presidida por sus legítimos pastores”. Además, prevenía contra la aplicación indiscriminada del término “secta” a todo grupo cristiano no católico.

Y el obispo se refiere a la preocupación social de su tiempo. Aquí debemos detenernos para reconocer la lucidez de este pastor para discernir un problema que no tenía grandes dimensiones a nivel mediático, pues tendrían que pasar más de cinco años para la aparición más frecuente de noticias sobre este tema en España. Sin embargo, aunque no era un fenómeno muy extenso a primera vista, sí era muy intenso en el daño provocado a las personas afectadas y sus familias, y de ahí la afirmación de que “son muchos los que se debaten entre la confusión y la angustia, sin saber cómo reaccionar ante esta avalancha extraña y sorprendente”. Reconociendo que se trata de un tema complejo, monseñor Buxarrais pretendía dar unas orientaciones desde su corazón apostólico: “ante la siembra pertinaz de ideas asombrosamente ingenuas y equívocas, no puedo permanecer callado, ni tolerar sin más ciertos métodos discordantes, empleados en la difusión y captación de prosélitos”.

El obispo, a continuación, escribía una carta dentro de la carta, a la que calificaba como “no tan imaginaria”, por lo que desconozco si la redactó él a partir de su experiencia, o si la copió directamente de alguna recibida. Unos padres, angustiados, no saben qué hacer con su hijo, captado por una secta. “Muchos padres podrían contarnos experiencias parecidas. Por una u otra razón, sus hijos han pasado a engrosar las filas de grupos juveniles surgidos en las tres últimas décadas”, afirmaba. Y apuntaba a la crisis –cultural, social y religiosa– como caldo de cultivo para el surgimiento del fenómeno sectario: “hoy nacen de la frustración de muchos, sobre todo jóvenes, inadaptados ante el tipo de sociedad cambiante y «sin-norte» en que vivimos. Sienten inquietud y no quieren ir a la deriva. Desean evadirse de una sociedad incapaz de llenarles, que, ante un seudo-pluralismo, niega la existencia de valores absolutos y mantiene la igualdad de opinión y opción ante cualquier oferta de nuevas doctrinas”.

Buxarrais reconocía algunas acciones positivas realizadas por las sectas, y profundizaba más al preguntarse por la verdadera razón de su éxito, la más oculta, la que se encontraba en el corazón de los neófitos, y la respuesta era la siguiente: “estos grupos responden a un hambre de algo más trascendente, al mismo tiempo que se constituyen en una viva protesta contra el consumismo egoísta y material”. Pero, desde la óptica evangélica, “se presentan, a mi juicio, síntomas preocupantes que parecen atentar directamente contra la libertad de pensamiento, sin la cual no puede haber libertad de opción espiritual”. Y detallaba algunas características de las sectas, típicas de los estudios sobre el tema.

Ante todo este complejo problema, el prelado malagueño cita al etíope de los Hechos de los Apóstoles (8,30-32), que dice no comprender las profecías de Isaías porque nadie le sirve de guía. He aquí, pues, la razón del título de la carta pastoral y, en el fondo, la preocupación de su autor: “¿no será que estos fenómenos sectarios ocurren al no funcionar algo en cada uno de nosotros y en toda la sociedad civil y eclesial? ¿Cómo puede la gran masa entender una serie de problemas éticos, morales, religiosos… si nadie sirve de guía?”. Y hacía una llamada clara a responder, defenderse y, más que corregir, prevenir.

Y aquí apuntaba hacia dentro de la propia Iglesia para reconocer las carencias internas que favorecen la aparición de sectas, algo que haría varios años después el documento del Vaticano: un “mea culpa” por la falta de calor familiar y personal en las comunidades cristianas, la ausencia de fraternidad y de paternidad espiritual, las carencias en la formación –bíblica, dogmática y moral, apostilla– y en la experiencia mística, los errores de los pastores, el recorte de la dimensión misionera de la Iglesia, la ausencia de oración y de vida interior, etc. Entonces, afirmaba sin ambages que “ante este anémico complejo de apatía, indiferencia y falta de formación, no es lícito extrañarnos que pululen por todas partes grupos y fenómenos más o menos sectarios, y que nos lleguen cada día noticias de las actividades proselitistas que desarrollan con éxito, no sólo en la Diócesis, sino en toda nuestra Patria”.

Como obispo en un lugar y momento concretos, don Ramón Buxarrais presentó esta preocupación y abrió su corazón para reconocer los propios errores, y llamó a la movilización de todos los fieles diocesanos. Y terminaba su carta con “una palabra de consuelo y aliento: trasladad a vuestros hijos y amigos la seguridad, el amor, la confianza, la felicidad, la libertad y el diálogo que necesitan, y que nos ofrece la fe celebrada y vivida en la comunidad cristiana”. Junto a la denuncia, la sanación. En unos momentos en los que la crisis en todos los niveles nos interpela, y la Iglesia católica llama a nivel universal a la nueva evangelización, he visto en esta carta pastoral “treintañera” una muestra luminosa de discernimiento cristiano de los signos de los tiempos ante el fenómeno de las sectas. Hoy quizás haya que hablar más de prácticas menos institucionalizadas de las nuevas espiritualidades, pero el desafío sigue estando ahí.

Luis Santamaría del Río
En Acción Digital, 15/06/12.