12.07.12

Cosas que los católicos tienen que saber

A las 12:22 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Sujetos activos contra la fe

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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El domingo pasado, 8 de julio, se produjo uno de esos momentos de confusión espiritual que pueden, en efecto, llevar a engaño a más de uno. Quisieron hacernos ver que las cosas son de otra forma a como son.

Se trata de lo siguiente.

En el programa de esRadio de Luis del Pino de título “Sin complejos” entrevistó el director del mismo a una persona que bien podía haber aparecido entrevistada en el diario, ahora sólo internáutico, “Público”, en el diario de papel “El País” o en que lo es de la red de redes de Enric SopenaEl Plural”. Es una persona que muy bien da el pego en tales lugares porque seguro que lo estiman y lo tienen en cuenta como persona de futuro, aunque, teniendo en cuenta la deriva anticatólica de personas como César Vidal, de la misma casa de Luis del Pino, aquí nada extraña…

Resulta que la entrevista vino referida a la masonería y el entrevistado fue don Óscar de Alfonso, a la sazón Gran Maestre de la masonería en España.

La entrevista fue, verdaderamente, deliciosa y, aunque yo la escuché yendo en coche, luego tuve tiempo de volverla a escuchar porque para eso están los medios de comunicación modernos que todo lo guardan.

De creer lo que en determinados momentos dijo tal señor podríamos decir que la Iglesia católica y la masonería se llevan la mar de bien, que no se puede ser católico sin ser masón y que, en fin, el mundo está al revés de como está.

A mí me basta con esto que dijo el masón “Para ser masón hay que ser creyente“.

No especificó qué tipo de creyente pero se entiende que cualquier tipo de creyente entre el que se encuentra el católico. Es más, dijo que con la Iglesia católica habían tenido relaciones sin especificar ni cuándo ni donde pero, al fin y al cabo, algún tipo de relaciones.

Esto, en realidad, es algo extraño porque si por algo se ha caracterizado la Iglesia católica es por mantener una firme oposición a la masonería que se expresa, por ejemplo, en estos documentos en los que se ha prohibido, reprobado y condenado a la misma y a cierto tipo de pensamientos no precisamente católicos:

In eminenti” del Papa Clemente XII, 28 de abril de 1738.
Providas” del Papa Benedicto XIV, 18 de mayo de 1751.
Ecclesiam” del Papa Pío VII, 13 de septiembre de 1821.
Quo graviora” del Papa León XII, 13 de marzo de 1825.
Apostolicae sedis” del Papa Pío IX, 12 de octubre de 1869.

También, las siguientes encíclicas:

Traditi” del Papa Pío VIII, 21 de mayo de 1829.
Mirari vos” del Papa Gregorio XVI, 15 de agosto de 1832.
Qui pluribus” del Papa Pío IX, 9 de noviembre de 1846.
Quanta cura” del Papa Pío IX, 8 de diciembre de 1864.
Etsi multa” del Papa Pío IX, 21 de noviembre de 1873.
Diuturnum illud“, del Papa León XIII, 1881
Etsi nos” del Papa León XIII, 15 de febrero de 1882.
Humanum genuns” del Papa León XIII, 20 de abril de 1884.
Ab apostolici” del Papa León XIII, 15 de octubre de 1890.
Praeclara gratulationis” del Papa León XIII, 18 de marzo de 1902.

Pero es que tiene gracia que dijera de Benedicto XVI que opinaba como Óscar Alonso, pero no como Gran Maestre de la masonería, que le parecía bien la labor de Benedicto XVI. Y digo que tiene gracia porque fue en 1981, siendo entonces prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe cuando el entonces llamado Joseph Ratzinger (que es la misma persona que es ahora el Santo Padre) cuando tal organismo vaticano dio a la luz pública el documento titulado “Declaración sobre la masonería” donde se dice esto:

“Se ha presentado la pregunta de si ha cambiado el juicio de la Iglesia respecto de la masonería, ya que en el nuevo Código de Derecho Canónico no está mencionada expresamente como lo estaba en el Código anterior.

Esta Sagrada Congregación puede responder que dicha circunstancia es debida a un criterio de redacción, seguido también en el caso de otras asociaciones que tampoco han sido mencionadas por estar comprendidas en categorías más amplias.

Por tanto, no ha cambiado el juicio negativo de la Iglesia respecto de las asociaciones masónicas, porque sus principios siempre han sido considerados inconciliables con la doctrina de la Iglesia; en consecuencia, la afiliación a las mismas sigue prohibida por la Iglesia. Los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión.
No entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba, según el sentido de la Declaración de esta Sagrada Congregación del 17 de febrero de 1981 (cf. AAS 73, 1981, págs. 230-241; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de marzo de 1981, pág. 4).
El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia concedida al cardenal Prefecto abajo firmante, ha aprobado esta Declaración, decidida en la reunión ordinaria de esta Sagrada Congregación, y ha mandado que se publique.

Roma, en la sede de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, 26 de noviembre de 1983”.

Pero, por si había dudas, en 1985, siendo el mismo Prefecto el que era Prefecto en 1983 o, lo que es lo mismo, el Santo Padre que dice admirar el Gran Maestre (que, además, lo pone como bueno frente a otros papas anteriores que eran muy viajeros refiriéndose, sin duda, al Beato Juan Pablo II), el mismo organismo emitió el documento titulado “Reflexiones sobre la Declaración de la Congregación para la Doctrina de la Fe referente a las asociaciones masónicasen el que se deja claro queFe cristiana y masonería son inconciliables”.

Dice tal documento esto otro:

“La Congregación para la Doctrina de la Fe publicó, el 26 de noviembre de 1983, una Declaración sobre las asociaciones masónicas (cf. AAS 76, 1984, 300; L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de diciembre 1983, pág. 9).

A poco más de un año de dicha publicación puede ser útil aclarar brevemente él significado de este documento.

Desde que la Iglesia comenzó a pronunciarse sobre la masonería; su juicio negativo se ha basado en muchas razones prácticas y doctrinales. No la ha juzgado responsable sólo de actividades contrarias a ella, sino que desde los primeros documentos pontificios sobre el tema, y especialmente desde la Encíclica Humanum genus de León XIII (20 de abril de 1884), el Magisterio de la Iglesia denunció en la masonería ideas filosóficas y conceptos morales opuestos a la doctrina católica. Para León XIII consistían esencialmente en un naturalismo racionalista que inspiraba sus planes y actividades contra la Iglesia. En su Carta al Pueblo Italiano Custodi (8 de diciembre de 1892) escribió: “Recordemos que cristianismo y masonería son esencialmente inconciliables hasta el punto de que inscribirse en una significa separarse del otro".

Por tanto, no era posible, dejar de tomar en consideración las posturas de la masonería desde el punto de vista doctrinal cuando en 1970-1980 la Sagrada Congregación estaba en comunicación con algunas Conferencias Episcopales más interesadas en el problema, porque personalidades católicas habían entablado diálogo con representantes de algunas logias que se declaraban no hostiles y hasta favorables a la Iglesia.

Ahora un estudio más concienzudo ha llevado a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe a reafirmar la convicción de que los principios de la masonería y los de la fe cristiana son radicalmente inconciliables.

Por tanto, prescindiendo de la consideración de la actitud práctica de las varias logias, sea o no de hostilidad respecto de la Iglesia, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con su Declaración del 26 de noviembre de 1983, se propuso situarse en el nivel más profundo y esencial, por otra parte, del problema, es decir, a nivel de los inconciliables principios en el plano de la fe y de sus exigencias morales.

Partiendo de este punto de vista doctrinal y siguiendo, por lo demás, la postura tradicional de la Iglesia como atestiguan los documentos citados de León XIII, se derivan consecuencias prácticas subsiguientes, válidas para todos los fieles que están afiliados a la masonería.

A propósito de la afirmación de que son inconciliables los principios, en algunas partes se hace ahora la objeción de que es esencial en la masonería no imponer ningún “principio", en sentido de posición filosófica o religiosa vinculante para todos sus afiliados; porque más bien se trata de reunir juntos, por encima de los confines de las diversas religiones y visiones del mundo, a hombres de buena voluntad sobre la base de valores humanistas para todos comprensibles y aceptables.

La masonería constituiría así un elemento de cohesión para todos los que creen en el Arquitecto del universo y se sienten comprometidos respecto de aquellas orientaciones morales fundamentales que se definen, por ejemplo, en el Decálogo; de esta forma no separaría a nadie de su religión, sino que sería, por el contrario, un estímulo para adherirse más a ella.

No pueden debatirse en este artículo los muchos problemas históricos y filosóficos latentes en estas afirmaciones. Que también la Iglesia católica estimula a una colaboración entre todos los hombres de buena voluntad, no es necesario subrayarlo después del Concilio Vaticano II. Pero asociarse en la masonería sobrepasa esta colaboración legítima y tiene un significado más relevante y determinante.

Ante todo se debe recordar que la comunidad de los “albañiles libres” y sus obligaciones morales se presentan como un sistema progresivo de símbolos de carácter sumamente comprometido. La rígida disciplina del arcano que lo domina refuerza aún más el peso de la interacción de signos e ideas. Este clima de secreto comporta, además, para los afiliados, el riesgo de llegar a ser instrumentos de estrategias que les son desconocidas.

Aunque se afirma que el relativismo no se asume como dogma, sin embargo se propone de hecho una concepción simbólica relativista y, por consiguiente, el valor relativizador de una tal comunidad moral-ritual no sólo no puede ser eliminado, sino que resulta determinante.
En este contexto, las diversas comunidades religiosas a que pertenece cada uno de los miembros de las logias sólo pueden considerarse meras institucionalizaciones de una verdad más amplia e inalcanzable. Por tanto, el valor de estas institucionalizaciones resulta inevitablemente relativo respecto de esa verdad más amplia que, en cambio, se manifiesta sobre todo en la comunidad de la buena voluntad, es decir, en la fraternidad masónica.

Además, para un cristiano católico no es posible vivir su relación con Dios en una doble modalidad, o sea, diversificándola en una forma humanitaria-sopraconfesional y en otra interna-cristiana. No puede mantener relaciones de dos especies con Dios, ni expresar su relación con el Creador con formas simbólicas de dos especies. Ello sería algo muy diferente de esa colaboración, obvia para el cristiano, con cuantos están empeñados en hacer el bien, aun partiendo de principios distintos. Por otra parte, un cristiano católico no puede compartir la comunión plena de la fraternidad cristiana y, al mismo tiempo, mirar a su hermano cristiano, desde la óptica masónica, como a un “profano".
Aun en el caso de que, como ya se ha dicho, no hubiera una obligación explícita de profesar el relativismo como doctrina, con todo, la fuerza relativizadora de tal fraternidad tiene en sí, por su misma lógica intrínseca, la capacidad de transformar la estructura del acto de fe tan radicalmente que no sea aceptable por un cristiano “para quien la fe es algo muy querido” (León XIII).

Esta tergiversación de la estructura fundamental del acto de fe se realiza, además, por lo general suavemente y sin que uno se dé cuenta de ello: la adhesión firme a la verdad de Dios revelada en la Iglesia pasa a ser mera pertenencia a una institución considerada como una forma expresiva particular, al lado de otras formas expresivas, más o menos posibles y válidas también de la orientación del hombre hacia lo eterno.

La tentación de ir en esta dirección es más fuerte hoy porque responde plenamente a ciertas convicciones dominantes en la mentalidad contemporánea. La opinión de que la verdad no puede conocerse es característica típica de nuestra época y, al mismo tiempo, elemento esencial de su crisis general.

Precisamente teniendo en consideración estos elementos, la Declaración de la Sagrada Congregación afirma que la afiliación a las asociaciones masónicas “sigue prohibida por la Iglesia” y los fieles que pertenezcan a asociaciones masónicas “se hallan en estado de pecado grave y no pueden acercarse a la santa comunión".

Con esta última expresión la Sagrada Congregación indica a los fieles que esta afiliación constituye objetivamente un pecado grave; y al aclarar que los afiliados a una asociación masónica no pueden acercarse a la santa comunión, quiere iluminar la conciencia de los fieles sobre una consecuencia grave que deben deducir de su adhesión a una logia masónica.

La Sagrada Congregación declara al final que “no entra en la competencia de las autoridades eclesiásticas locales pronunciarse sobre la naturaleza de las asociaciones masónicas con un juicio que implique derogación de cuanto se ha establecido más arriba". A este propósito el texto hace referencia también a la Declaración del 17 de febrero de 1981, que reservaba ya a la Sede Apostólica todo pronunciamiento sobre la naturaleza de estas asociaciones que implicase derogación de la ley canónica vigente entonces (can. 2335).
Del mismo modo el nuevo documento emitido por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe en noviembre de 1983 manifiesta iguales intenciones de reserva sobre pronunciamientos que discrepen del juicio formulado aquí según el cual los principios de la masonería y de la fe católica son inconciliables, sobre la gravedad del acto de afiliarse a una logia y sobre la consecuencia que deriva de ello en orden a recibir la santa comunión. Esta disposición indica que, no obstante las diferencias que puede seguir habiendo entre las obediencias masónicas, sobre todo respecto de su actitud declarada hacia la Iglesia, la Sede Apostólica encuentra en ellas algunos principios comunes que exigen la misma valoración por parte de todas las autoridades eclesiásticas.

Al hacer esta Declaración, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe no ha querido ignorar los esfuerzos realizados por quienes han tratado de entablar diálogo con representantes de la masonería, autorizados debidamente por este dicasterio. Pero desde el momento que existía la posibilidad de que se difundiera entre los fieles la opinión errada de que ya la adhesión a una logia masónica era lícita, ha considerado deber suyo darles a conocer el pensamiento auténtico de la Iglesia a este respecto y ponerles en guardia sobre una pertenencia que es incompatible con la fe católica.

Sólo Jesucristo es realmente el Maestro de la Verdad y sólo en El pueden encontrar los cristianos luz y fuerza para vivir según el designio de Dios, trabajando por el bien verdadero de sus hermanos.”

Por eso resulta de todo menos gracioso que alguien masón pueda decir que se puede ser creyente, también católico, y masón, pues queda meridianamente claro que eso es imposible. Y si hay algún católico, de a pie o no de a pie, que crea que eso es posible, debe hacérselo ver por algún especialista en la materia porque, sin duda, está bastante equivocado.

Escuchando tal entrevista pudiera dar la impresión de que hay masones “buenos” y masones “malos” y que la Iglesia católica bien puede tratar con los primeros pero no con los segundos. Sin embargo, está más que claro que lo que es, es y lo que no puede ser… pues no puede ser (esto lo deja claro: “Pero desde el momento que existía la posibilidad de que se difundiera entre los fieles la opinión errada de que ya la adhesión a una logia masónica era lícita, ha considerado deber suyo darles a conocer el pensamiento auténtico de la Iglesia a este respecto y ponerles en guardia sobre una pertenencia que es incompatible con la fe católica”)

Y es que hay cosas que, no por dichas, deberían ser sabidas por muchos católicos para que no se dejen embaucar por nadie que, con buenas palabras, siembra cizaña cual mal sembrador.

De todas formas, si he escrito por y con ignorancia, que me perdone quien corresponda.

Eleuterio Fernández Guzmán