13.07.12

Volveré

A las 12:07 AM, por Tomás de la Torre Lendínez
Categorías : General

Hace varios siglos vivía un rey en su pueblo. Tenía esposa y varios hijos. Aquel rey había subido al trono tras librar una violenta guerra de sucesión. Consiguió reinar a pesar de haber nacido en el país vecino.

De pronto, la mala suerte le acompañó. Se murió su esposa. Anduvo muy triste hasta que encontró una nueva reina con la que compartir el trono. Esta segunda mujer era muy posesiva, y se percató que el rey tenía una voluntad quebradiza, en pocos años el matrimonio tuvo siete hijos.

Para curar sus males de la cabeza, el rey, inducido por la reina, llamó un mes de enero a su hijo heredero y le entregó los papeles de su abdicación. El joven de 17 años estaba casado con una niña de 12. Ambos fueron proclamados como nuevos reyes por los cortesanos y el pueblo.

El padre y su esposa marcharon a un palacio vecino, desde donde, seguían, sobre todo ella, manejando los hilos del poder gracias a un grupo de validos, cortesanos, bufones y buscadores de fortuna, entre los que se encontraban personas de la religión oficial de aquella nación.

El joven rey y su esposa, al ser unos adolescentes, estaban de saraos y fiestas a diario, siempre alimentadas por la reina madre, Sin saber ni cómo ni porqué el joven rey contrajo la enfermedad de la viruela y en unos días murió. Aquel reinado duró unos siete meses y varios días.

Otra vez, el padre tuvo que tomar las riendas del poder, pero como su mal de la cabeza no se curaba y seguía peor, su segundo reinado fue más desastre todavía. Era la reina, quien con los cortesanos y demás acompañantes hicieron que aquel país fuera dando tumbos en todos los aspectos de la vida de los súbditos.

El viejo rey iba perdiendo la cabeza a diario. No aceptaba lavar su cuerpo. No quería que le cambiaran las ropas. Huía de los barberos que deseaban cortarle el pelo, o las uñas de las manos y los pies.

El real enfermo no se fiaba de nadie. Casi no comía. Tomó miedo a los caballos existentes en los tapices que adornaban su palacio. Era un miedo doble: en algunos momentos deseaba subirse en ellos y otras corría diciendo que le perseguían.

El reino y el pueblo iban de mal en peor. Aquella situación duró largo tiempo hasta que un buen día el rey murió, siendo enterrado en un palacio que él se había construido imitando a otro de su país de origen.

El mal de la cabeza le llevó a vivir triste, solo, angustiado, asustado, huidizo, hasta su muerte. Le sucedió otro hijo que tuvo con la segunda esposa.

La moraleja de esta historia es sencilla:

Cuando la cabeza duele y se está mal de ella, es mejor retirarse, y nunca volver, porque si la primera parte fue un tormento, la segunda fue una verdadera locura dentro de un palacio real.

La cuestión es que todo esto ocurrió históricamente:

En España, con el rey Felipe V, el primero de la dinastía borbónica, con su hijo Luís, muerto de viruela, con la reina Isabel de Farnesio, y todos los cortesanos entre ellos dos cardenales Portocarreno y Alberoni.

Esta lección puede aplicarse a alguien, que reposará unos meses y ha dicho: Volveré.

Tomás de la Torre Lendínez