17.07.12

Un amigo de Lolo - Arder por Cristo

A las 12:22 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Un amigo de Lolo

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Manuel Lozano Garrido

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Arder por Cristo

¿Si no ardes, de qué vales?
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (212)

Mientras estoy escribiendo sobre la influencia de Lolo en mi vida espiritual escucho como el Santo Rosario se reza en una emisora de radio que tiene por patrona a la Madre de Dios. Me pregunto, ahora mismo, si tal forma de manifestar la fe en el Creador es arder en el sentido íntimo del quemarse para dar luz y poder, así, iluminar el camino por el que los más descarriados andan y se entregan al mundo y a sus carnalidades. Y me parece que sí.

Arder, en el sentido estricto del término, es, también, estar muy agitado por una pasión o un movimiento del ánimo que le lleva, a quien así se siente, a manifestar que se siente algo muy especial que le conduce por la vida y que, al fin y al cabo, le hace poder ser, para su prójimo, alguien en quien poder mirarse.

Arder es, también, quemarse porque cuando algo arde se consume pero lo hace, si es buscada la combustión, para obtener algún provecho y obtener un bien. Y así ha de arder el hijo de Dios que se sabe hijo de Dios y quiere que se sepa que es hijo de Dios y, por tanto, heredero de su Reino cual semejanza que es del Creador. Por eso se arde por la fe y se arde por Dios. Y se arde a pesar de lo que el mundo atrae para que no se arda y para que se sea, silenciosamente, como una llama que nadie ve porque ha quedado escondida debajo de cualquier celemín.

Y se arde como fuego que ilumina y no como simple acto de consumirse por nada. Y tal es así porque cada cual, en su cada instante de una vida larga o corta, fácil o perjudicada por las circunstancias, está bajo la mano del Padre y nada de su existencia es desconocido o no querido por Quien supo que lo que había hecho era muy bueno y que los primeros seres humanos o trasunto de los mismos de otras criaturas venidas serían, por su voluntad, lo que quería que fueran… si se dejaban serlo.

Pero también, no lo deberíamos olvidar nunca, se arde por Cristo, Hijo de Dios y hermano nuestro (¡hermano nuestro!) que supo arder para que los demás pudiéramos gozar de la vida eterna. Y se quemó produciendo una luz que, desde entonces, ilumina lo que había sucedido hasta su llegada cual efecto retroactivo hacia la creación del mundo de su muerte pero, sobre todo, iluminó lo que el ser humano ha sido capaz de hacer desde aquel mes de Nisán en el que unos que creyeron matar a un hombre no se dieron cuenta de que habían abierto la puerta de la salvación eterna y que, en efecto, no sabían lo que hacían.

Arder por Cristo, arder por Cristo y darse al mundo como se da la llama que consume y da luz a los que están en su entorno sin poner, para ello, traba alguna a la situación de la que cada cual parta y sin poner como obstáculo lo que de dificultad física nos aqueje y consuma el cuerpo.

En realidad, todo es bastante sencillo y viene referido a lo que podemos o no podemos, a lo que debemos o no debemos y, en fin, a lo que haremos o no haremos según nuestra conducta de hijos de Dios. Arder en un sentido cristiano, aquí católico, es no darse con recato o con pacatería sino sin sentirse extenuado por lo que se hace y recordando que, como ya dijo Cristo, el Hijo del hombre no tiene ni donde recostar la cabeza y esto otro de que el discípulo no puede ser más que el maestro pero tampoco menos en entrega y sacrificio.

Arder es darse y darse es arder para bien del mundo aunque el mundo no quiera iluminar con la Verdad, con el Camino y con la Vida. Al fin y al cabo, para nosotros es suficiente con sembrar y con saber que el fruto de nuestra vocación de teas espirituales (pues la resina que impregna nuestro corazón viene, directamente, de la Palabra de Dios que, en su día, dejó caer, cual semilla, la boca divina de Cristo) será recogido cuando el Creador quiera que sea recogido. Y, para eso, nada mejor que Arder por Cristo.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán