520 aniversario de la salida de las tres carabelas del puerto de Palos de la Frontera


 

Se cumple este año el 520 aniversario de la salida de las tres carabelas del puerto de Palos de la Frontera, en el río Tinto, con rumbo al descubrimiento de un nuevo mundo.

En esta época, Moguer contaba, además de su Iglesia Mayor, con el convento de San Francisco y el Monasterio de Santa Clara, cuya Abadesa, Inés Enríquez, era tía del Rey Fernando el Católico. Fue importante su intervención para que los Reyes aceptaran el proyecto presentado por Colón.

Aportó Moguer parte de la marinería, entre ellos, los hermanos Niño y una de las carabelas, la “Niña”, construida en su puerto. Al regreso de esta carabela y en la iglesia de este convento, Colón asistió a una Misa de Acción de Gracias, el 16 de marzo de 1493, al regreso de su primer viaje, en cumplimiento del “voto” que realizaron los tripulantes, al verse implicados en una tormenta, que estuvo a punto de hundir la carabela, a la altura de las Azores.

Escribe Bartolomé de las Casas que esta carabela fue botada en la ribera de Moguer en 1488 y bautizada con el nombre de “Santa Clara”, aunque después fue conocida por el apellido de sus propietarios, la “Niña”, que al regreso del viaje, Colón la hizo nave capitana.

El Monasterio moguereño de Santa Clara, merece ser visitado por su belleza, las actividades que realiza y la exposición permanente de la pintora Teresa Peña.

Pero regresemos al siglo XV: “Santa María” era propiedad de Juan de la Cosa. Esta nao fue construida en Galicia y se hundió en la Nochebuena de 1492, mal fondeada en la isla La Española.

La carabela “Pinta” fue construida en los astilleros de Palos de la Frontera y capitaneada por Martín Alonso Pinzón.

Las tres carabelas abandonaron el puerto de Palos el 3 de agosto de 1492, siendo las ocho de la mañana y alguno de los grumetes entonaría el saludo de cada día:

“Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad:
bendita sea el alba…”

A bordo no subió ningún sacerdote, ni hombres de armas, ni mujeres, pues calcularon que su viaje duraría un año, aproximadamente, por lo que llevaban en las bodegas: tinajas, toneles, cajas y fardos que contenían: agua, aceite, vino, vinagre, bizcochos, carne salada, pasas, etc.

La vida a bordo estaba cargada de religiosidad, sin ser devotos ni religiosos. Con frecuencia invocaban a Dios y a la Virgen.

El tiempo lo contaban valiéndose de relojes de arena, que marcaban los turnos de relevos de guardias, a babor y estribor. Colón dedicaba este tiempo monótono en observar la vida a bordo, la lectura de un Libro de Horas, escritura…

Todos consideraban lo imprescindible del auxilio de Dios y de la Virgen, en aquellos avatares marineros. Al anuncio del alba, antes indicado, seguía el rezo de un Padrenuestro y un Ave María, concluyendo con la plegaria:

“Dios nos dé buenos días, buen viaje, buen pasaje haga la nao”.

Al iniciarse la primera guardia de la noche y apagarse el fogón, un grumete gritaba:

“Bendita sea la hora en que Dios nació. Santa María que lo parió”.

Cada sábado, el canto de la Salve era un momento hermoso y espectacular, que sobrecogería el ánimo de aquellos rudos marineros. Sería hermoso el silencio de la noche interrumpido con el bello canto dirigido a la Madre:

“Salve Regina, Mater misericordia…”

Y así, con esta monotonía, interrumpida por las labores diarias de cada nao, llegamos al 12 de octubre de 1492 y tras el grito de ¡Tierra!, de Juan Rodríguez Bermejo (Rodrigo de Triana) y el ruido de una lombarda, anunciaron la buena nueva.

Colón, engalanado de grana, desembarcó, acompañado del estado mayor y arrodillándose besó la tierra y tomó posesión de ella, con banderas desplegadas y levantó la correspondiente Acta.