5.08.12

 

Don Pedro Rizo ha escrito un post en su blog en Religión Digital que ha titulado: Lutero y Lefebvre, comparación criminal. En el mismo arremete contra las declaraciones del Cardenal Kurt Koch en las que comparaba la oposición de los lefebvrianos a algunas enseñanzas del Concilio Vaticano II con la postura del heresiarca alemán acerca de la autoridad de la Iglesia tanto en sus papas como en sus concilios ecuménicos.

Apelar al hecho de que Lutero profesó herejías en multitud de doctrinas para atacar al cardenal Koch es un tanto absurdo. El purpurado alemán no acusa a los lefebvrianos de ser solofideístas, de negar el carácter sacrificial de la Misa, de oponerse al culto a María y los santos, etc. Pero sí apunta a un hecho que no admite discusión. A saber, que cuando un fiel, o grupo de fieles (obispos incluidos) se cree con la autoridad suficiente como para juzgar y condenar las enseñanzas de un concilio ecuménico, se sitúa inmediatamente fuera de la comunión eclesial. O, como poco, al borde de la ruptura. Lutero pretendió basarse en el “sola Scriptura” para defender sus tesis contrarias al Magisterio. Los lefebvrianos pretenden basarse en la Tradición para oponerse a algunas enseñanzas del Concilio Vaticano II. Pero el “uno” y los “otros” comparten el mismo delito. El hecho de que los “otros” no hayan llegado al nivel de herejía del “uno” no disminuye la gravedad de su atentado contra la comunión eclesial. Es más, el hecho de que Mons Lefebvre y los obispos ordenados ilícitamente por él sean sacramentalmente sucesores de los apóstoles, cosa que no era Lutero, añade un plus de gravedad a sus actos.

Ni que decir tiene que cualquier fiel puede pedir las aclaraciones que sean necesarias sobre un texto conciliar. De más está afirmar que todo concilio debe de interpretarse conforme al Magisterio anterior a él. Eso es la hermenéutica de la continuidad de la que ha hablado el Papa Benedicto XVI.

Pero una cosa es pedir clarificación y otra rechazar e incluso condenar textos de un concilio ecuménico. Sucede, sin embargo, en los lefebvristas, que cuando la Iglesia da esas explicaciones continuistas no son aceptadas. De hecho, muchos documentos postconciliares son una explicación y desarrollo de los textos conciliares, que aseguran a estos con autoridad docente apostólica, y contra malas interpretaciones de progresistas y pseudo-tradicionalistas, una interpretación de continuidad con la Tradición y el Magisterio pontificio anterior.

Pero de poco valen estos documentos para los lefebvrianos, y para el resto de pseudo-tradicionalistas que no se fían en absoluto de Roma y siembran en el pueblo cristiano esa desconfianza y malevolencia hacia la Santa Sede. En este sentido, gran vergüenza es que la noble tarea interpretativa y aclaratoria del Magisterio postconciliar sea maliciosamente interpretada, como lo hace Mons. Fellay en una reciente entrevista:

“Las autoridades oficiales no quieren reconocer los errores del Concilio. Ellas no lo dirán nunca de manera explícita. Sin embargo, si leemos entre líneas, se puede ver que quieren remediar a algunos de estos errores” (entrevista publicada en DICI 7-06-2012).

Según esta deplorable interpretación, la Dominus Iesus, por ejemplo, sería una retractación implícita de los errores conciliares sobre el ecumenismo; la Redemptoris missio, igualmente, una retractación de los errores del decreto conciliar sobre las misiones; las encíclicas eucarísticas de Juan Pablo II y de Benedicto XVI, que enfatizan el carácter sacrificial de la Misa, serían igualmente retractaciones vergonzantes del Concilio y del Novus Ordo; etc.

Como decía en una carta a Mons. Lefebvre el Card. Ratzinger, en el nombre del Papa, afirmar la imposibilidad de válidas explicaciones del Concilio, que aseguren con autoridad apostólica la continuidad de las enseñanza conciliares con el Magisterio y la Tradición anteriores, “se opone profundamente a la estructura fundamental de la fe católica” (20-07-1983). El gravísimo problema lefebvriano no se da únicamente en clave cismática, sino también herética, al negar o poner en duda la indefectibilidad de la Roca de Pedro.

Recordemos que es el magisterio actual quien interpreta correcta y válidamente, con autoridad, al magisterio previo. Si no aceptamos que se use la Escritura, inspirada por Dios, para refutar las enseñanzas de un concilio ecuménico o de un Papa, tampoco aceptaremos que se use el magisterio conciliar y papal para el mismo fin. El mecanismo herético de los sola escrituristas y los pseudo-tradicionalistas es el mismo. Tampoco es válido el argumento de que no hay definiciones infalibles en el Concilio Vaticano II, que ya advierte lo siguiente:

Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doctrina, ya sea por la forma de decirlo.
Lumen Gentium 25

En todo caso, y para terminar, creo oportuno recordar lo que el Papa Pablo VI dictaminó al finalizar el Concilio Vaticano II. Las negritas son mías:

BREVE PONTIFICIO
‘’IN SPIRITU SANCTO'’
PARA CLAUSURAR EL CONCILIO VATICANO II

PABLO VI
PARA PERPETUA MEMORIA

8 de diciembre de 1965

 

El Concilio Vaticano II, reunido en el Espíritu Santo y bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, que hemos declarado Madre de la Iglesia, y de San José, su ínclito esposo, y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, debe, sin duda, considerarse como uno de los máximos acontecimientos de la Iglesia. En efecto, fue el más grande por el número de padres venidos a la sede de Pedro desde todas las partes del globo, incluso de aquellas donde la Jerarquía ha sido constituida recientemente; el más rico por los temas que durante cuatro sesiones han sido tratados cuidadosa y profundamente; fue, en fin, el más oportuno, porque, teniendo presente las necesidades de la época actual, se enfrentó, sobre todo, con las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se esforzó grandemente por alcanzar no sólo a los cristianos todavía separados de la comunidad de la sede apostólica, sino también a toda la familia humana.

Así, pues, finalmente ha concluido hoy, con la ayuda de Dios, todo cuanto se refiere al Sacrosanto Concilio ecuménico. Y con nuestra apostólica autoridad decidimos concluir a todos los efectos las constituciones, decretos, declaraciones y acuerdos, aprobados con deliberación sinodal y promulgados por Nos, así como el mismo Concilio ecuménico, convocado por nuestro predecesor, Juan XXIII, el 25 de diciembre de 1961, iniciado el día 11 de octubre de 1962 y continuado por Nos después de su muerte, mandamos y también ordenamos que todo cuanto ha sido establecido sinodalmente sea religiosamente observado por todos los fieles para gloria de Dios, para el decoro de la Iglesia y para tranquilidad y paz de todos los hombres. Hemos sancionado y establecido estas cosas, decretando que las presentes letras sean permanentes y continúen firmes, válidas y eficaces, que se cumplan y obtengan plenos, íntegros efectos y que sean plenamente convalidadas por aquellos a quienes compete o podrá competer en el futuro. Así se debe juzgar y definir. Y debe considerarse nulo y sin valor desde este momento todo cuanto se haga contra estos acuerdos por cualquier individuo o cualquier autoridad, conscientemente o por ignorancia.

Dado en Roma, junto a San Pedro, bajo el anillo del Pescador, el día 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, el año 1965, tercero de nuestra pontificado.

Esto es bastante simple de entender. No hace falta ser doctor en la teología por la Gregoriana o por la Lateranese. Estamos ante un concilio ecuménico cuyas enseñanzas han sido ratificadas por un Obispo de Roma, sucesor de San Pedro. Quien rechaza la autoridad de dicho concilio -acusándole de sostener errores doctrinales- y del Papa que lo sancionó -y de paso de sus sucesores-, difícilmente puede pretender ser católico.

Luis Fernando Pérez Bustamante