11.08.12

 

Las viejas herejías son como las olas de calor: siempre vuelven. El pelagianismo está superado desde el concilio de Éfeso (431), pero sigue apareciendo de cuando en cuando y con especial fuerza en estos tiempos.

Normal. Vivimos momentos de exaltación del ego: “tú vales mucho”, “tienes que cuidarte”, “cultiva tu yo”, que suena muy bien pero que es de un egoísmo que tira de espaldas. Al rebufo de estas viejísimas teorías revestidas de modernez de lo más “in” se ha desarrollado una corriente de libros y experiencias de autoayuda que a servidor le parecen una mezcla de engaño, ingenuidad, comercio y ganas de vivir a la última.

Merece la pena darse una vuelta por cualquier librería y observar los títulos que más se venden. Gente como loca que desea corregir su yo profundo, enfatizar sus experiencias vitales, sublimar las energías positivas, analizar el subconsciente edípico y neutralizar la negatividad para conseguir el equilibrio cósmico y la armonía existencial. Hasta en mi pueblo, donde he venido para celebrar el cumpleaños de mi anciana madre, he visto carteles anunciando cosas de estas.

Pues señores, en todo esto hay un fallo fundamental. Y es que la clave en los desórdenes del ser humano está en una cosa mal vista, y que se quisiera ocultar, y se niega, y se omite, pero que está ahí y se llama pecado.

Y querer vencer el pecado con autoanálisis del yo y reconocimiento de funciones discordantes, con el esfuerzo de uno sin más es como pretender alcanzar la luna meneado los bracitos a guisa de alitas en ciernes. Vamos, que no.

El hombres sólo puede vencer el pecado y llegar al hombre perfecto en plenitud por los méritos de Cristo. En Cristo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Sin la ayuda de Cristo, sin su gracia, sin su amor, sin su perdón, no somos nada. No hay transformación, no hay santidad, no hay vida, no hay misericordia.

Cristo nos da su gracia en la oración y en los sacramentos. Por eso pretender cambiar, convertirse, llegar a la perfección a la que nos sentimos llamados desde lo hondo –Dios está en lo más íntimo del hombre, San Agustín dixit- sin oración y sin sacramentos es tarea baldía.

¿Quieres cambiar de corazón, quieres ser la persona perfecta, deseas ser santo? Deja los libros de autoayuda. Pídeselo al señor de corazón, reza con insistencia. Una buena confesión para que el Señor perdone tus pecados. Misa y participar de la Eucaristía, que es el alimento del camino. Y olvidarse de Pelagio que lleva enterrado muchos años.