12.08.12

 

Sor María Luz tuvo que pedir permiso con poco más de cuarenta años para vivir fuera del convento y atender a sus ancianos padres muy limitados por la enfermedad. Más de veinte años en el pueblo, durante los cuales pudo hacer de todo: profesora de religión, catequista, colaboradora de la parroquia, clases particulares a niños con problemas. Lo mismo dirigía el coro parroquial que visitaba enfermos.

Por supuesto la atención a los padres lo primero. La madre, en silla de ruedas. El padre, cascadillo por los muchos años. Pero si tenía un rato, era para los demás.

Más de veinte años hasta que fallecieron los dos. Y cuando su padre dejó este mundo recuerdo que tuvimos una preciosa charla en su casita del pueblo. Me confesó que mucha gente del pueblo le pedía que no regresara al convento y siguiera con la enorme labor que había estado haciendo.

Le dije: mira, después de más de veinte años viviendo fuera del convento, no te va a ser fácil el regreso. Y si deseas quedarte en el pueblo, todos lo vamos a entender. Ahora bien, si vuelves, sólo puedes hacerlo de una manera, que es presentarte a la provincial y decirle: aquí esta sor María Luz. Sin condiciones. Sin pedir nada. Ir donde vea conveniente. Hacer lo que ella disponga. Obedecer con alegría. Si no es así, no vuelvas.

Volvió. Unos años más tarde, con los setenta cumplidos, me contó llena de gozo que marchaba destinada a Chile. Sus palabras fueron estas: “qué grande es Dios, mira que acordarse de mí, a mis años, para cruzar el charco…”

Lo que más habla de santidad de una persona es su capacidad de obedecer. Una obediencia que además es alegre, confiada, fiel, sin condiciones. Me sorprende leer hoy –mejor dicho, no me sorprende- que la presidenta de LCWR, esa asociación de religiosas de Estados Unidos que ha recibido ya algún rapapolvo de Roma, diga que están dispuestas a dialogar si se respetan ciertas cuestiones.

Estas reverendas, que yo sepa, tienen un voto de obediencia, como los sacerdotes tenemos una promesa de obediencia a nuestro obispo. Y el voto de obediencia, según el derecho canónico no acaba en el superior inmediato correspondiente, sino que llega hasta el sumo pontífice.

Me parece una falacia hablar de obediencia con adjetivos. Ya se sabe: obediencia responsable, obediencia dialogada, obediencia madura, obedecer en conciencia, obediencia madurada ante el Señor, que no es otra cosa que afirmar que uno obedece exactamente en aquello que le da la gana, lo cual es una obediencia un tanto chunga.

Obedecer es sor María Luz: “aquí estoy de vuelta para lo que sea”. Obediencia la de Raúl, que el día que nos presentaron a un nuevo obispo diocesano se dirigió a él con estas palabras: “como decimos en Madrid, a mandar, que pa eso estamos”.

Me da igual que la asociación LCWR congregue al 80 % de las religiosas de Estados Unidos. Una asociación de la que no han querido formar parte las Misioneras de la Caridad de la beata Teresa de Calcuta, sólo por esto ya me parece sospechosa. Tampoco dudo de la buena voluntad, hasta ahí podíamos llegar. Pero la cosa es sencillita: estas hermanas parece que andan despistadillas según han dicho desde Roma. Pues nada: lo sentimos, y cambiaremos en lo que sea menester. Olé y olé. Ahora eso de dialogaremos pero… no me gusta. Eso no es obedecer. Eso es hacer la santa voluntad. Y así no se va a ninguna parte.