13.08.12

 

Las Flores del mal (en francés “Les Fleurs du mal") es una colección de poemas de Charles Baudelaire, poeta galo del siglo XIX. Considerada una de las obras más importantes de la poesía moderna, el libro debió llamarse en principio “Los limbos” o “Las lesbianas", pues la intención primitiva era la de escribir un libro sobre los pecados capitales. Finalmente Baudelaire renunció a ello siguiendo los consejos de un amigo pero su libro fue catalogado de inmoral ya que exaltaba el goce pecaminoso de la vida y de las pasiones.

Las Flores del mal es también uno de los temas del LP “Volumen Brutal” de Barón Rojo. La letra de la canción parece que hace referencia al armamento nuclear con toques apocalípticos. Sin embargo, el mensaje del tema no deja de tener su actualidad. Vean parte de la letra…

Ya nadie lucha por el futuro
todo es provisional.
Y el egoísmo se hace estandarte
internacional.
Ojo por ojo, diente por diente
es ley fundamental.
Y así sin duda nos llevarán
al juicio universal.
¿qué genios locos van a impedir
que este siglo llegue a su fin?
¿Por qué germinan en cualquier
lugar, sin un control
las flores del mal?

… actual, ¿verdad?

De igual manera que en el mundo hay flores del mal, la Iglesia ha convivido siempre con sus propias “fleurs du mal", que han tomado la forma de herejía, inmoralidad y tibieza. Aquella que es columna y baluarte de la fe ha estado rodeada, por no decir infectada, del error y la mentira. Pero pocas veces como ahora ese error y esa mentira han florecido tanto y han producido semejante daño. En otras épocas la herejía pareció conquistarlo todo. Fue el caso de la crisis arriana. Y hubo siglos en los que la inmoralidad parecía haberse adueñado hasta de la propia Sede Apostólica en Roma. Sin embargo, la Iglesia supo combatir el error y el pecado. Y tal combate no se libró solo mediante la exposición de la verdad sino también mediante la denuncia y disciplina eclesial de la mentira. Quien piense que una de esas dos vías sobra, va en contra del evangelio y de la Tradición.

En el discurso durante la inauguración del Concilio Vaticano II, el Beato Juan XXIII, Papa, aseguró que “siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas“. Bien, era una opción posible y sin duda así se ha actuado desde entonces. Otra cosa es cuáles han sido las consecuencias pastorales de esa forma de actuar.

De hecho, justo después de esas palabras, el Papa Roncalli afirmó lo siguiente:

“No es que falten doctrinas falaces, opiniones y conceptos peligrosos, que precisa prevenir y disipar; pero se hallan tan en evidente contradicción con la recta norma de la honestidad, y han dado frutos tan perniciosos, que ya los hombres, aun por sí solos, están propensos a condenarlos, singularmente aquellas costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, la excesiva confianza en los progresos de la técnica, el bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida".

Así que los hombres estarían propensos a condenar las doctrinas falaces, las opiniones y los conceptos peligrosos, ¿verdad? Así que los hombres se opondrían a las costumbres de vida que desprecian a Dios y a su ley, ¿verdad? Pues lo que vemos hoy es aborto masificado, matrimonio homosexual, alquiler de vientres maternos, manipulación genética para obtener niños a la carta, pornografía por todas partes y secularización brutal de la propia Iglesia, que pasó de condenar con severidad los errores a permitir que los que los profesan hayan poblado, dominado y controlado multitud de iglesias locales e incluso las más grandes órdenes y congregaciones religiosas.

Más bien parece que los profetas de calamidades, “avezados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente” no estaban del todo errados. Siempre se les ha mirado mal. No es nuevo que el pueblo de Dios prefiera oír la voz de quienes les anuncian buenos tiempos que la de quienes piden santidad, conversión y penitencia para evitar la condenación de las almas y de los pueblos.

Lo que vemos en Estados Unidos, con una organización representativa del 80% de las religiosas “católicas” de ese país alzándose orgullosa contra la Iglesia y exigiendo diálogo sobre doctrinas que no admiten discusión, es la consecuencia de tanta misericordia mal entendida. Porque no hay misericordia alguna en mirar para otro lado ante el error. Porque no hay verdadero amor en consentir que la herejía se extienda cual veneno por el cuerpo de la Iglesia. Porque de poco va a valer aplicar tarde y mal la disciplina a quien ha vivido toda su vida ajena a la misma. Se han perdido una o dos generaciones de católicos. Se ha dejado a multitud de fieles en manos de auténticas fleurs du mal. Y ahora que parece -solo lo parece- que se intenta arrancar dichas flores, las mismas advierten: “Podrán aplastar algunas flores, pero no podrán detener la primavera“. Habrá quien se ría al ver a pámpanos desarraigados y secos hablando de primavera, pero a quienes aman la Iglesia y las almas perdidas esas muestras patéticas no producen risa sino pena y dolor.

Sí, es cierto que algún cardenal advierte que si no quieren reformarse, lo mejor es que desaparezcan, pero ahí aparece el arzobispo responsable de lidiar con ellas para decir que los obispos están profundamente orgullosos de esas religiosas rebeldes. Eso no es palo y zanahoria. Eso es falta de coraje apostólico para atajar de raíz el cáncer que está arrasando una parte muy importante del Cuerpo de Cristo. A Dios gracias sabemos que las Puertas del Hades no prevalecerán. Pero también sabemos que está profetizada una gran apostasía antes del fin. Y solo apostatan los que una vez han creído.

Pero claro, decir esto convierte a quienes lo dicen en fundamentalistas, nuevos profetas de calamidades, imprudentes, bla, bla, bla. Pero es preferible que hablen ellos a que lo hagan las piedras.

Luis Fernando Pérez Bustamante