14.08.12

Un amigo de Lolo - Ser hijo de Dios

A las 12:35 AM, por Eleuterio
Categorías : Un amigo de Lolo
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

……………………..

Enlace a Libros y otros textos.

……………………..

Manuel Lozano Garrido

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Ser hijo de Dios

“Hijo de Dios es un título que, lógicamente, debe costar más hacerse que de una entrada de fútbol”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor ( 79 )

En más ocasiones de las que debería ser posible tener como tales tenemos que ser hijos de Dios es algo que nos viene dado por el simple hecho de serlo. Y eso, con ser verdad no es toda la verdad de tan maravillosa realidad que muchos, al olvidar, se procuran un corazón vacío del Padre y lleno de mundo.

Por eso, saberse hijo de Dios ha de suponer, para nuestras vidas, tan arrastradas por el mundo en el que nos ha tocado peregrinar, un regalo de inmenso valor que no podemos vender por nada que se nos pueda ofrecer a cambio. El Maligno siempre está a punto para vencer nuestra voluntad fiel hacia nuestro Padre y Creador.

Dice Lolo que es un título. Y es cierto que ser hijo de Dios es una causa, es una razón y es un motivo. Y es causa porque es lo que origina nuestra relación con Quien nos crea y porque nos pone en la situación de nuestro origen estuvo en el corazón del Todopoderoso y en el mismo, por cierto, sigue; y es razón porque es instrumento que nos facilita comprender hasta dónde llega nuestra relación con Dios y hasta qué momento estamos dispuestos a no desprendernos de ella como si se tratara del abrigo que, al llegar a casa en invierno, dejamos colgado en la percha hasta que, por interés, volvemos a hacer uso de él; y es, por último, motivo porque personalmente aceptamos la filiación divina y porque en ella somos y existimos.

Y todo esto, el hecho de ser hijos de Dios, es una realidad espiritual muy valiosa para nosotros. Nos procura protección ante la adversidad al poder dirigirnos al Padre a través de la oración. Pero, además, nos ubica en el mundo como peregrinos que caminamos hacia el definitivo Reino de Quien todo lo creó y mantiene. Y, por si esto no fuera ya suficiente, ser hijos de Dios nos otorga la herencia que un padre, el Padre, nos entrega desde el mismo momento que somos concebidos: la vida eterna que tiene preparada para cada uno de nosotros y a la que acudiremos, de aceptar Su voluntad y el magisterio de Cristo, a ocupar una de las estancias que nos está preparando el Mesías.

Vale la pena, pues, no sólo darse cuenta de lo que supone ser hijo de un Padre que ama sin medida y tiene misericordia en sus propias entrañas sino, también, saber que lo que hacemos es contemplado por Dios y que, por lo tanto, nuestro hacer ha de suceder a nuestro creer y no ha de valernos para tratar de esconder nuestra voluntad (el Creador ve en lo secreto) y que, por fin, por mucho que suframos, física o espiritualmente, en este valle de lágrimas, tenemos la alegría eterna a nuestra disposición por ser, precisamente, descendencia de Dios.

Y aunque esto dicho hasta aquí supone, para nosotros, una facilidad inscrita en nuestro corazón que nos anticipa el resultado de un comportarse y de un pensar, no es poco cierto que tampoco es algo que resulta sencillo ni fácil de llevar a cabo. Sabemos que todo lo que nos cuesta conseguir es resultado, seguramente, de un esfuerzo denodado, de un tesón firme y de una perseverancia a prueba de todo lo que se oponga a nuestro querer. Y por eso, exactamente por eso, ser hijo de Dios es, también, un proceso arduo del que debemos gozar y disfrutar con los divinos sabores que nos proporciona, al corazón, Quien todo lo sabe de nosotros y Quien no escatima, para sus hijos, ni luchas ni vencimientos que, justamente ofrecidos, dan la medida exacta de lo que somos.
 

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán