18.08.12

El Concilio Vaticano II y la música sacra: malentendidos

A las 10:04 AM, por Raúl del Toro
Categorías : General

 

Con este artículo echa a andar el blog Con arpa de diez cuerdas, dedicado a la música y su relación con la fe y la liturgia católicas. En sucesivos artículos irán apareciendo cuestiones como las enseñanzas al respecto del Magisterio de la Iglesia, el canto gregoriano, la polifonía, las formas musicales litúrgicas, los compositores de música sacra, diversas audiciones ilustradas de ejemplos del repertorio, reflexiones sobre el estilo de la música sacra, y muchas otras más.

Al observar el hoy de la música litúrgica católica, cualquier persona con un poco de cultura musical se podría preguntar: ¿Qué fue del repertorio litúrgico católico, quicio y fundamentoa del arte musical occidental durante al menos un milenio? ¿A qué iglesia, catedral u oratorio se debería acudir para encontrar vivo ese caudal inagotable de belleza que atraviesa páginas y páginas en los manuales de historia de la música?

Entre los temas pendientes para la hermenéutica de la continuidad está el de la relación del arte con la fe y, en lo que toca a la música, su relación con la liturgia de la Iglesia. Es lugar común -que yo comparto- constatar la desalentadora mediocridad musical -espantoso empobrecimiento, en palabras del hoy Benedicto XVI- de que habitualmente adolecen las celebraciones litúrgicas, fenómeno que, por alguna razón que desconozco, se da con más intensidad en los países de habla española.

Continuamente se deslizan mensajes como que “la Iglesia Católica abandonó el canto gregoriano después del Concilio Vaticano II”, que “la polifonía religiosa cayó en desuso a raíz del Concilio”, o incluso que la presencia habitual de buena música en la liturgia es algo preconciliar. El no avisado puede acabar deduciendo que la fealdad artística es una configuración profética a los signos de los tiempos.

Naturalmente no es así. El Espíritu Santo estuvo al quite para evitar los disparates que algunos ciertamente tenían previstos, y entre otras cosas el Concilio acabó estableciendo que:

  • La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de circunstancias, por tanto, hay que darle el primer lugar en las acciones litúrgicas. Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal que respondan al espíritu de la acción litúrgica a tenor del artículo 30. (Sacrosanctum Concilium, 116).
  • Téngase en gran estima en la Iglesia latina el órgano de tubos, como instrumento musical tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las realidades celestiales. (Sacrosanctum Concilium, 120).

Ahora bien, ¿Qué pasó después? El canto gregoriano no sólo no recibió ese primer lugar, sino que en la práctica fue expulsado de la liturgia, exceptuadas bastantes catedrales y algunos monasterios.

Suerte pareja corrió la polifonía. Muchos coros parroquiales y catedralicios fueron extinguidos, y a lo que dieron paso no fue tanto a un vibrante canto popular, como a pequeños grupos de cantores que introdujeron un repertorio totalmente desconectado de la tradición de la Iglesia, demasiadas veces risible en lo musical y casi siempre depauperado en lo espiritual.

En cuanto a los órganos de tubos, no son pocas las ocasiones en que reciben más atención desde fuera de la Iglesia que desde dentro. Caso frecuente: el órgano antiguo cuidadosamente restaurado gracias a una subvención pública o donación particular, pero que nunca suena en la liturgia. A veces porque no hay quien lo toque, y otras veces porque se prefieren otros instrumentos, como la guitarra o el “órgano” electrónico con altavoces que algunos osan llamar pomposa e indebidamente órgano litúrgico. Aclaro que estoy aludiendo a las iglesias que sí cuentan con un órgano de tubos y no lo quieren usar, no a las que lo perdieron en el pasado, ni a las que no pueden hacerse con uno en el presente: en casos tales es obvia la necesidad de soluciones imperfectas.

No quisiera incurrir en una interpretación simplista del proceso. En el inicio de todos estos errores aparecían motivaciones importantes como hacer comprensible la liturgia para las personas que no entienden el latín, o fomentar mediante el canto una mayor participación de los fieles. Tampoco se puede reducir el problema a la dimensión estética: bajo la pobreza artística muchas veces laten deficiencias de índole teológica, litúrgica o espiritual.

Creo que ha quedado demostrada la inocencia del Concilio Vaticano II en lo que no dudo en calificar como ruina musical acaecida al orbe católico. Dios mediante, iremos abordando más detenidamente los diversos aspectos de la cuestión, con el fin de aportar un poco de luz para que las auténticas disposiciones conciliares sobre la música sacra puedan empezar a ponerse en práctica.