22.08.12

Con plumero y despacito

A las 11:24 AM, por Jorge
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Ayer, en Borja, pero eso de que aparezca una persona de buena voluntad y se cargue para siempre una imagen, un cuadro, un retablo, o lo que sea es más común de lo que nos pensamos.

Yo lo he sufrido en carne parroquial más de una vez. En Navalafuente, un pequeño pueblo que atendí durante nueve años a la vez que era párroco de Guadalix de la Sierra, lo único que se salvó de la guerra civil fue una imagen sedente del niño Jesús rodeado de angelitos a sus pies. Madera estofada y policromada, posiblemente de mediados del siglo XIX. Cuando llegué al pueblo el pobre niño Jesús estaba en un estado lamentable:

las cabezas de los angelitos desprendidas, el estofado levantado, la policromía desaparecida en varios puntos. La sacristana me explicó lo que había pasado: en un ataque de limpieza decidieron poner al niño en remojo en agua y escamitas de jabón para que quedara reluciente, con el resultado que es de suponer. Lo recuperamos, en un taller de restauración y costando la broma un pico.

Tengo una lectora que me reprocha que sólo ponga ejemplos de mujeres. Puede ser, pero es que las iglesias están llenas sobre todo de mujeres y la colaboración es mayoritariamente femenina, por tanto las anécdotas llevan el mismo camino. Para compensar, una de hombres.

Una parroquia cercana. Un magnífico retablo principal de madera dorada con bajorrelieves policromados. Algún desconchón, unos arañazos. Y un par de señores que se ofrecen para resolver el problema. Un bote de purpurina dorada y los rotuladores de los niños para reparar el policromado de los bajorrelieves. Creo que no hace falta decir más.

Por eso en las parroquias por las que he pasado tengo dada una orden tajante: las imágenes, con plumero y despacito. Porque todavía en la parroquia actual descubrí a la persona encargada de la limpieza quitando el polvo a la imagen de la beata María Ana Mogas, la titular, una talla en madera, encerada, con una bayeta empapada en agua y jabón.
Las imágenes, las cosas de la iglesia, los retablos, los cuadros… con plumero y despacito.

Y esto por dos razones:

La primera, la de preservar la obra con los menos daños posibles. Y si hay que hacer un tratamiento especial, para eso están los talleres de restauración. En Madrid, por cierto, tenemos uno diocesano que es una maravilla. Confiar una imagen, un fresco, un retablo, un candelabro, una casulla medio buena a la buena voluntad de un feligrés, es jugar con pólvora. Lo de Borja es un magnífico ejemplo.

Pero es que, además, es una cuestión de respeto. No se puede limpiar una imagen igual que si fuera una silla vieja, el caldero de la abuela, o la muñeca de la niña. No se puede tomar un cáliz para su restauración con la misma displicencia que un cenicero de plata. Las imágenes, los objetos litúrgicos, deberían ser limpiados y cuidados como en una oración. Es la imagen de la madre del Señor, es un santo al que se le tiene cariño, es un cáliz que ha contenido la sangre del Señor, y no pueden ser tratados a zurriagazos.
Por eso insisto.

Por cuestiones de conservación de patrimonio, por respeto a imágenes y objetos sagrados, la limpieza y conservación “con plumero y despacito”.

La imagen corresponde a la iglesia parroquial de San Bartolomé, de Navalafuente (Madrid)