«Comer el coco»

 

Quien ha practicado la promiscuidad es sencillamente un incapaz de amar a nadie de modo duradero, si es que es capaz de amar de algún modo, pues lo que hay en esa persona es una ausencia total de principios morales.

22/08/12 8:34 PM


Una acusación, que normalmente se nos hace a los católicos y muy especialmente a los sacerdotes, es que intentamos comer el coco a nuestros alumnos. Hace ya mucho tiempo que me he dado cuenta que quien realmente come el coco a sus alumnos en particular y a la juventud en general, son nuestros adversarios.

Ya en el Nuevo Testamento, la Carta a los Efesios nos lo advierte. Dice así: “Esto es lo que os digo y aseguro en el Señor: que no andéis ya, como es el caso de los gentiles, en la vaciedad de sus ideas, con la razón a oscuras y alejados de la vida de Dios; por la ignorancia y la dureza de su corazón. Pues perdida toda sensibilidad, se han entregado al libertinaje, y practican sin medida toda clase de impureza” (4,17-19).

Estas frases, que pueden parecer duras, son sin embargo, de total actualidad. Con el rechazo de la Ley Natural se incurre en el relativismo y su ausencia de valores morales. Para el relativismo todo da igual, todas las culturas y modelos de familia valen lo mismo, salvo la familia normal o natural, que es una institución a combatir, y lo que ocurre según ellos es que con la evolución surgen nuevos modelos de familia. Nuestra Conferencia Episcopal denuncia esto:

“Una sociedad moderna, se nos dice, ha de considerar bueno “usar el sexo”, como un objeto más de consumo. Y si no cuenta con un valor personal, si la dimensión sexual del ser humano carece de una significación personal, nada impide caer en la valoración superficial de las conductas a partir de la mera utilidad o la simple satisfacción. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto. No es difícil constatar las nocivas consecuencias de este vaciamiento de significado: una cultura que no genera vida y que vive la tendencia cada vez más acentuada de convertirse en una cultura de la muerte” (“La verdad del amor humano”, 26-IV-2012, 57).

Estamos en las consecuencias de la revolución del 68 y su famoso eslogan; “Prohibido prohibir”. En pocas palabras, y para llamar a las cosas por su nombre: se nos recomienda la promiscuidad sexual. Actualmente muchos la aceptan en nombre de una libertad que considera que lo realmente importante es el placer físico. La crisis familiar, la ausencia de convicciones y valores religiosos, el ambiente hipersexualizado y los anticonceptivos han contribuido poderosamente a su incremento.

Estos individuos de ambos sexos se autojustifican diciendo que tienen grandes necesidades sexuales en cantidad y calidad y que deben cambiar de comparte, sea en intercambio de pareja, sea en trío. Olvidan que la sexualidad es relación recíproca y que lo que toman por fuerte sexualidad no es sino la consecuencia patológica de una sexualidad bloqueada que toma las características de una adicción, siendo hasta tal punto así que es bastante frecuente que vaya acompañada de otras adicciones, como dependencia de fármacos, desórdenes en la comida, ludopatía, alcoholismo.

El "don Juan” no es ningún prototipo de virilidad, sino un pobre hombre, esa fue la opinión de Marañón. En las mujeres se llama ninfomanía, y es una compulsión sexual que les impele a multiplicar sin freno las experiencias sexuales, lo que las puede conducir a una prostitución voluntaria y a una insatisfacción sexual imposible de llenar.

Un pasado demasiado lleno de aventuras amorosas es para el futuro no sólo un obstáculo, sino que incluso hace imposible un verdadero amor profundo para toda la vida. Quien ha practicado la promiscuidad es sencillamente un incapaz de amar a nadie de modo duradero, si es que es capaz de amar de algún modo, pues lo que hay en esa persona es una ausencia total de principios morales.

El intercambio de parejas, relativamente frecuente entre gentes de mediana edad, no sólo va contra la fidelidad, sino que conduce a la superficialidad y a la alienación. Además, estadísticas fiables demuestran que la promiscuidad sexual y el amplio uso de anticonceptivos multiplican los embarazos no deseados y abortos consiguientes, aparte de ser una conducta de alto riesgo que lleva a las enfermedades de transmisión sexual, al alcoholismo y la droga, siendo otros de sus efectos posibles la impotencia en los chicos y la frigidez y  esterilidad en las chicas. Esto hace que la promiscuidad sea un pecado no solo contra la castidad, es decir contra el sexto mandamiento, sino también contra el quinto, al poner en riesgo la propia salud.

Con ello, lo único que consiguen las personas que se han dejado engañar y comer el coco por los defensores de estas ideas, es la infelicidad y una vida muy desgraciada, como podemos atestiguar montones de psiquiatras y sacerdotes, porque el separar sexo y amor y dejarse llevar de los instintos, incapacita para el amor, que es el sentido que tiene la vida de cualquier ser humano.

 

Pedro García Trevijano, sacerdote