23.08.12

 

Antes de nada no empiecen por llamarme anti-catalán porque ahí patinan. Para empezar no me gusta ser anti nada, pero es que además resulta que servidor los poquitos días que se escapa de la parroquia para descansar en verano los suele pasar precisamente en Cataluña, y en algunas ocasiones ha coincido estar en esa tierra en la “Diada” del 11 de septiembre.

Me parece fantástico que la gente ame a su tierra. Lo contrario sería de desagradecidos. Que un catalán ame Cataluña es tan lógico y tan bonito como un andaluz feliz de su Andalucía o un gallego que se emocione ante el apóstol, la gaita y el pulpo a feira.

Leo en Religión digital que “el Arciprestazgo comarcal del Baix Penedés se ha negado a acceder a la petición de la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC) de colgar la bandera catalana en diversas parroquias y campanarios durante la próxima Diada de Cataluña, aduciendo que la iglesia no puede tomar parte en reivindicaciones.”

Pues esto me parece que es exactamente un arciprestazgo sensato. Las parroquias estamos para anunciar a Jesucristo muerto y resucitado, no para reivindicar la identidad catalana ni gallega, la bandera, el idioma, la sardana o la jota manchega. Quizá se pudiera justificar si estuvieran prohibidos y la iglesia se pusiera del lado de los oprimidos a los que se les niega el pan y la sal de su identidad y su cultura. Pero no es el caso. Más bien estamos en todo lo contrario.

Hoy los oprimidos no son los catalano parlantes ni los catalanes de pura cepa nacidos o subidos al carro de lo políticamente correcto. Ya no cuela eso del centralismo opresor. Hoy los pobres y oprimidos en Cataluña son esos padres que no pueden escolarizar a sus hijos en su español materno, los que no pueden rezar ni celebrar los sacramentos en su español de siempre, los que son obligados a rotular sus establecimientos en un catalán que ignoran o simplemente no desean utilizar usando esa libertad que les reconoce la constitución.

Una iglesia sensata no puede colocarse del lado de los que están haciendo en Cataluña una división de sus gentes entre ciudadanos de primera o de segunda simplemente por razón de idioma, sentimiento nacionalista – separatista a ultranza y militancia en el Barça. Estar con los pobres y servir a los pobres es mucho más que un estribillo mal aprendido. Hoy es colocarse al lado de todo aquel que sufre discriminación por su lengua, sus ideas políticas, su forma de entender su catolicismo, porque le gusten las corridas de toros (curiosamente malas mientras se apoyan los correbous), o por ser del Madrid.

Nunca seré párroco en Cataluña. Mi diócesis es otra y de catalán ando flojito, aunque lo comprendo bastante bien. Pero si lo fuera, con motivo de la Diada diría a la Asamblea Nacional de Cataluña que no sólo voy a poner la senyera, sino las dos: la senyera y la bandera de España. Y que además en mi parroquia habrá misas y servicios en castellano y catalán. Y que voy a luchar para que sea posible la libertad auténtica de los padres de escoger la lengua vehicular que deseen en la educación de sus hijos, para que se pueda rotular una tienda en catalán, español, tailandés o sánscrito, y para que vuelva a abrir la plaza de toros monumental de Barcelona.

Me imagino que en aras de la libertad de expresión mi parroquia sería declarada “non grata” y que servidor tendría que salir por piernas. Pero es lo que tiene optar por los pobres. Al final, como no podía ser menos, sales cobrando.

Bien por los hermanos sacerdotes del arciprestazgo del Baix Penedés. Muy bien para empezar. Pero todavía creo que se quedan cortos.