31.08.12

Eppur si muove - ¿Para qué creó Dios al hombre y a la mujer?

A las 12:10 AM, por Eleuterio
Categorías : General, Eppur si muove

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Cuando Dios terminó su creación (que, por cierto, sigue manteniendo hoy mismo, mañana y siempre) haciendo lo propio con su creatura, semejante suya e imagen de Quien todo lo puede, no se limitó a decir algo así como “Ahí os quedáis” sino que les impuso una obligación grave que debía cumplir, que debemos cumplir.

Lo recoge, con exactitud meticulosa el primer libro de las Sagradas Escrituras. Además, es muy al principio, para que no haya duda de la importancia que tiene. Es esto (Gen 1, 28):

“Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.’

No parece que quepa duda de lo que quiere decir Dios cuando dice lo que dice. No cabe interpretación tergiversadora y ni siquiera podemos decir que no se entienda. Entre otras cosas (someted lo que les entregaba y ejercer el poder sobre lo creado) dice que el ser humano, el hombre y la mujer que creó, deben ser fecundos y multiplicarse o, lo que es lo mismo, continuar con su labor de creación.

 

Excursus

A es respecto, y para que se vea y se sepa que hay cristianos que tienen en su corazón el sentido exacto de lo que supone esa especial colaboración que Dios otorgó al hombre en la continuación de la creación, el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, en su libro “Mesa redonda con Dios” escribe, en un momento determinado y titulando lo escrito como “La mujer que espera” lo siguiente:

Ésta es la clave del ansia de rezo que tenemos todas las esposas. Lo que en nosotras late es el fluir divino de una fuente que te tiene por manantial. El regalo de esta semejanza de creadores hace que cada mujer tenga en los labios un rosal de gratitud. ¿Qué otra cosa que ‘gracias’ puede decir una criatura que te llegas a su barro siete días y la dejas que sea un peón que te amase la tierra y el agua donde tienes que infundir el soplo de vida?”


Fin del Excursus

Cabe, pues, darse cuenta de que el ser humano tiene algo muy importante que llevar a cabo y que no es otra cosa que transmitir la vida, dar vida a otros seres humanos que serán, como muy dice Cristo (Mt 19,5), el resultado de ser “una sola carne” con la unión de hombre y mujer (cf. Gen 2, 24) que luego confirmará el Salmo 127 (3) cuando dice “Tu esposa será como parra fecunda en el secreto de tu casa. Tus hijos, como brotes de olivo en torno a tu mesa” pues no iba Dios a dejar su trabajo a medias.

Es bien cierto que en determinados casos no se puede llevar a cabo tal mandato divino porque problemas físicos lo impiden. Y ahí nada se puede decir al respecto porque así pasa así lo tenemos que soportar con paciencia y humildad. Dios, en estos especiales casos, seguro dará otra ocupación en bien del prójimo a tales personas o, también, será posible acoger a una o varias criaturas a través de la adopción. Los caminos de Dios, como sabemos, son insondables y, en todo caso, siempre nos conduce, como bien dice el Salmo 23, a aguas tranquilas y “conforta mi alma”.

Sin embargo, aquí no se trae tales casos particulares sino aquellos en los que se busca, personal y perseverante, no colaborar con la creación y cegar el camino de la vida que Dios dejó abierto a su descendencia. Y me refiero a lo que de perverso tiene la homosexualidad, lo que no se alcanza con ella y lo que, al fin y al cabo, es intrínsecamente perverso.

Ya sé que, a la altura de esto que estoy escribiendo, alguna persona puede llevarse las manos a la cabeza pero, en verdad, ni vale lo políticamente correcto para un católico ni el respeto humano o qué dirán puede ser tenido en cuenta por un hijo de Dios que no quiera ser arrebatado por el mundo para aquí quedarse sin tener en cuenta lo que, en verdad, vale la pena y que es la vida eterna.

Pues sí, la homosexualidad, su práctica y, en fin, lo que supone, deja de lado la voluntad de Dios y olvida lo único que no se debería olvidar: estamos creados para dar la vida y, salvo las excepciones citadas supra, no es poco cierto que hacer otra cosa es maldecir el nombre del Creador y tirarle a la cara tal talento, tan especial, depositado en el cuerpo del hombre y de la mujer.

No debería extrañar , por lo tanto, que el cardenal Ennio Antonelli, que bien podría denominarse ministro de Familia de Benedicto XVI dijera, antes de la celebración del VII Encuentro mundial de las familias, llevado a cabo en Milán entre el pasado 30 de mayo y el 3 de junio que

Desde el punto de vista de la ética cristiana no debería ser necesario recordar que el comportamiento homosexual es contrario a la voluntad y al designio de Dios, como señala con claridad la Palabra de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, especialmente en las cartas del apóstol Pablo

En realidad, no es nada difícil de entender y, aunque sea por puro interés egoísta de mantenimiento de la especie humana (creada por Dios para gobernar el mundo hasta el fin de los tiempos), determinados comportamientos sexuales se deberían tener en cuenta para no promoverlos y no tenerlos como una opción más a escoger entre ser hombre y ser mujer y actuar según se espera de uno y de otra. Y es que una cosa es respetar que alguien se manifieste como homosexual y otra, muy distinta, no decir que actuar con todas las consecuencias según tal forma de ser es ir contra Dios y contra lo que tiene determinado para su creatura.

Y esto es una traición en toda regla, consentida, admitida y, demasiadas veces, promovida por unos y otros, por acción o por omisión, porque conviene o porque, sencillamente, se ignora lo más elemental y sencillo de la fe cristiana. O porque, en definitiva, no se tiene fe.

Y eso, con franqueza, no es sólo triste sino que es mucho, pero que mucho peor por las consecuencias que tiene y que, con cierta facilidad de entendimiento, han sido aquí expuestas.

Y ahora, quien tenga ojos para ver lo que pasa, que vea.

Eleuterio Fernández Guzmán