1.09.12

 

No me he vuelto loco. No he apostatado de la fe católica al escribir el título de este post. Es una cita sacada de la Carta al Duque de Norfolk, escrita por el Beato Henry Newman en respuesta a las acusaciones contra el papado y la Iglesia Católica de William Ewart Gladstone, el estadista inglés más importante del siglo XIX, cuatro veces Primer Ministro por el partido liberal. La tesis de Mr. Gladstone se resume fácilmente: es tal la pretensión de soberanía papal sobre las conciencias de los católicos, que estos son antes súbditos del Papa que ciudadanos fieles a sus propias naciones.

El contexto histórico-religioso de la controversia entre el político británico y el cardenal beato converso si sitúa en el periodo inmediatamente posterior a la promulgación del dogma de la infalibilidad papal y la publicación tanto de la encíclica Cuanta Qura como del Syllabus del beato Pío IX. Sobre la naturaleza y/o carácter magisterial de este último documento, Newman hace unas reflexiones la mar de interesantes que convendría tener en cuenta a la hora de emitir juicios excesivamente pomposos sobre la perennidad de la literalidad de todas sus afirmaciones. Pero eso daría para otro post.

A lo que realmente se refiere el beato inglés es a la potencia comunicativa del periodismo. A finales del siglo XIX, cualquier discurso, homilía o documento magisterial papal tardaba meses en difundirse por todo el mundo, si es que llegaba a lograr semejante difusión. El efecto que podía tener sobre la vida de la Iglesia y sobre la conciencia de los fieles y los no católicos era, por tanto, de lenta asimilación. Sin embargo, la creación o formación de la opinión pública, que va unida siempre al periodismo, tanto en el ámbito meramente opinativo como en el del tipo de noticias que se da y la forma de darlas, tenía y tiene una inmediatez que hace que su eficacia, tanto para lo bueno como para lo malo, sea muy destacada.

Hoy la Iglesia tiene a su disposición todos los medios capaces de obrar esa inmediatez a la hora de transmitir los mensajes de Papas y obispos, pero su política comunicativa tiene que combatir con la de los mass media, que en la mayor parte de los casos están en manos poco amistosas hacia nuestra fe. Eso, junto al alto grado de desconocimiento -cuando no indiferencia y/o desprecio- de las realidades espirituales, doctrinales y morales por parte de los profesionales del periodismo y los “creadores” de opinión pública de nuestro tiempo, hace que la misión eclesial de ser luz del mundo se vea oscurecida.

Para evitar dicho oscurecimiento no queda otra que hacer un uso inteligente y eficaz de los medios ya mencionados. Pero los principios operacionales de la Iglesia en cuanto a su acción informativa no pueden siempre -ni mayoritariamente- estar copiados del mundo. Puede que en determinadas circunstancias convenga tener una radio, una televisión o un periódico “clonados” de sus homólogos generalistas, a condición de que el ideario cristiano no sea un mero elemento decorativo o acompañante de políticas comunicativas poco conformes con dicho ideario. Pero sin lugar a dudas hay que poner en marcha, fomentar, alentar y apoyar medios de comunicación confesionales hasta la médula, en la que todo lo que se ofrezca tenga como objetivo directo la evangelización -de las personas y la sociedad- y la formación de los ya evangelizados.

Radio María, al menos tal y como actúa en España, ejemplifica lo que quiero decir. Y ahí está también EWTN (el canal de la Madre Angélica) como modelo de medio de comunicación católico eficaz. Bien haría la Iglesia en España potenciando ese tipo de iniciativas, antes que dedicar esfuerzos económicos importantes a intentar hacer la competencia a los medios generalistas. No sugiero que se abandone lo que lleva funcionando desde hace décadas (Grupo Cope), pero sí que se entienda que su capacidad de influir de verdad en la configuración de la opinión pública y la conciencia de nuestra sociedad es muy limitada y necesita ser fortalecida por medios más “intensamente” católicos.

El problema de los medios muy confesionales estriba en la dificultad de hacer que su mensaje cale en sectores de la sociedad poco interesados en lo que el cristianismo tiene que ofrecer al mundo. Pero para eso estamos los cristianos, que tenemos a nuestra disposición la herramienta de internet y sus redes sociales. Ese es uno de nuestros principales campos de evangelización. Sin olvidar ni dejar de lado el contacto personal con quienes nos rodea, ahí es donde podemos y debemos hacernos presentes de forma constante y sabiendo que nuna seremos una mayoría conforme a lo políticamente correcto sino una minoría rechazada y despreciada.

Nos corresponde a nosotros llevar al mundo no solo el mensaje de Papas y obispos en cuanto a su contenido literal sino la labor de “traducción” de dicho magisterio al lenguaje que sí pueden entender los no cristianos. Que lo entiendan no significa que lo acepten, pero difícilmente se puede aceptar lo que ni siquiera se conoce. Con esto no digo que Papas y obispos se expresen de tal manera que el mundo no les entiende, pero como he señalado antes, el filtro corruptor de los medios de comunicación mundanos eclipsa y distorsiona el mensaje de nuestros pastores. Ahí está el reciente ejemplo de la polémica montada en torno a unas homilías de Mons. Reig Pla.

Retomando la idea del beato Newman, cabe decir que no es tanto que el periodismo sea más poderoso que el Papa sino más bien que la labor del Papa puede verse altamente beneficiada por un periodismo auténticamente católico, ajeno a clericalismos y oficialismos estériles pero fidelísimo en la obediencia a lo que el Vicario de Cristo y el resto de pastores quieren hacer de cara a que la Iglesia cumpla su misión en este mundo.

Recemos todos para que ese tipo de periodismo sobreabunde en medio de tanta mediocridad y de tanto ataque a los principios evangélicos que fueron, en su día, los cimientos de la civilización cristiana.

Luis Fernando Pérez Bustamante