8.09.12

También nació María

A las 12:05 AM, por Eleuterio
Categorías : General

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Natividad de María

Aunque a muchos de los que no crean en la realidad física de Jesucristo tampoco guste esto, lo bien cierto es que María, joven judía que dio a luz a un niño fruto del amor al sí y concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, también vino al mundo. Y lo hizo sin pecado alguno por gracia otorgada por Dios, su Padre e Hijo.

María, aquella niña (pues lo era cuando dijo sí al Ángel Gabriel) nació porque Dios quería tener una Madre que fuera mujer de oración y de humildad demostrada a lo largo de su, hasta entonces corta, vida. Es de imaginar al Hijo de Dios presentándole al Padre a la mujer que había elegido para ser Madre suya pues ya lo había hecho el Creador desde toda la eternidad. Convencer a Dios de que frente a Eva, aquella primera madre que traicionó su bondad y se vendió por una ilusión, había otra criatura suya que podría acogerlo en su seno y ser portadora de paz y de gozo universal, no debe ser fácil pero con el amor que le tiene el Padre al Hijo es de creer que aceptó enviar a su Ángel a que, al menos, le preguntara si quería ser agraciada con la gracia y el don especial de Dios.

Pero antes, tampoco mucho antes en años hablando, un pequeño ángel tenía que venir al mundo. Y lo hizo sin aquello que lastra a todo ser humano y que, causado por nuestros primeros padres, nos pesa en el alma hasta que somos bautizados. Del primer pecado, por eso original, estaba liberada María por gracia de Dios y así lo ha entendido todo creyente desde que se convirtió en Madre de todos los hijos de Dios.

En realidad, aunque no sea, éste, el día en el que se recuerda y celebra y recuerda que el Papa Pío IX, con su bula Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854) dejara escrito que

“…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…”

no es poco cierto que cuando nace María, ahora sí, hoy mismo se tiene por tal día éste, nace sin pecado y, por eso, lo hace, por ejemplo,

para dar el sí a Dios y para colaborar con la salvación del mundo,
para ser Madre mediadora como bien dijo el Beato Juan Pablo II en una catequesis dada el 6 septiembre de 1995 dijo que “María, como mediadora maternal nos transmite los dones divinos, intercediendo continuamente en nuestro favor” y, en fin,
para sufrir y llevar en su corazón lo que a Jesús sucedía.

Y nace María por todo lo que necesitábamos que naciera y por todo lo que no somos capaces de decir porque no tenemos palabras suficientes para decir gracias, gracias, gracias joven y primera discípula de Cristo. Esto, al menos, sí decimos:

Iluminada la mañana, otorgando a la luz la dicha que
le corresponde,
haciendo de cada afán un misterioso devenir de nuestra vida,
vemos acompañado el camino que trazamos en cada paso
con la gracia de tu visión, María Madre, con la verdadera esencia
de la entrega fundamentamos un quehacer que nos libera
de este mundo-valle tan incierto y tan perecedero.
Vestida nuestra alma, de algún modo infinita por tu presencia,
vertebramos nuestras manos con recuerdos de versos
que sobre ti hablan, que de tu amor narran las hojas
que del calendario caen, haciendo estrepitoso el paso del tiempo.

Resueltos a tener como fin y destino el Reino del Padre,
vencedores del hastío y del aburrido mirar sobre una canción triste,
suenan en nuestras sienes los clamores fugaces de la lejana noche,
estímulo para que los dedos escancien los aromas que de ti
tienen, momento oportuno para demandar a Dios ayuda y auxilio
que por ti nos llegan, María Madre, que tu función santa ilumina
con el terciopelo del arraigado venir hacia nosotros.

Llegado el día de la entrega y la soñada presencia ante tu estancia
sea dado por el Padre la ocasión para admirar tu rostro,
para reconocer, en la eternidad de ese Reino,
lo que tanto buscamos,
rebosantes de amor y de voluntad libremente manifestada,
amando lo que tanto hemos descrito
y que lleva el nombre de la Madre,
la de Dios y la nuestra,
y que traemos al corazón nuestro
porque somos, con ella, doblemente hijos.

Por cierto, aunque puedan decirme que me repito, la imagen que he traído para el artículo referido al nacimiento de la Santísima Virgen María es la misma que utilicé el año pasado. Lo que pasa es que lo bueno nunca cansa y lo puro, tampoco.

Eleuterio Fernández Guzmán