13.09.12

 

Leyendo el interesante artículo de Jesús Cacho sobre la situación creada tras el éxito de la manifestación independentista celebrada en Barcelona el martes, me he encontrado una cita de Lucio Cornelio Sila (138-78 A.C.), dictador de Roma entre los años 81 a. C. y 80 a. C.:

“Piensan que soy malo, la imagen de la dictadura. Soy lo que el pueblo se merece. Mañana moriré como todos morimos. ¡Pero te digo que me sucederán otros peores! Hay una ley más inexorable que todas las leyes hechas por el hombre. Es la ley de la muerte para las naciones corrompidas, y los esbirros de esa ley ya se agitan en las entrañas de la Historia. ¡Me sucederán otros peores!”

Si eso lo dijo un dictador, que llegó al poder “manu militari", de manera que difícilmente se puede argumentar que el pueblo tuviera alguna responsabilidad directa en su ascenso político, ¿qué no habríamos de decir hoy de las naciones que eligen en unas urnas a sus gobernantes?

Desde la llegada de la democracia a España, todos nuestros presidentes lo han sido porque los españoles les han votado mayoritariamente. Así ocurrió con Adolfo Suárez, con Felipe González, con José María Aznar, con José Luis Rodríguez Zapatero y con Mariano Rajoy. El único que no fue elegido tras ser candidato a la presidencia en unas elecciones fue Calvo Sotelo, que llegó a la presidencia cuando Suárez dimitió al constatar que la UCD era una jaula de grillos ingobernable.

No es momento ahora de analizar uno por uno a todos esos personajes. Quedémonos solo con los dos últimos. Zapatero es paradigma de la izquierda política de este país y Rajoy de la derecha. El primero, aparte de una gestión económica nefasta, trajo a España unas leyes de ingeniería social que han provocado una sonrisa de oreja a oreja en el Gran Arquitecto. Y don Mariano, ¡ay don Mariano!, está consiguiendo que buena parte de sus votantes se pregunten si han votado al PP o a una panda de traidores que hacen exactamente lo contrario de lo que dijeron que iban a hacer. Porque aunque la política económica puede venirle impuesta desde Europa -desde Alemania para ser más exactos-, es evidente que la política educativa -la EpC siga tan pancha- y la antiterrorista es cosa suya.

En ese sentido, el hecho de que el gobierno, en una decisión política disfrazada vulgarmente de humanitaria, haya concedido el tercer grado a un etarra no arrepentido que está enfermo de cáncer -pero lejos todavía de su muerte-, es visto como una puñalada trapera por las víctimas del terrorismo. Algo anda mal en España cuando los etarras están felices y a punto de ser decisivos para gobernar el País Vasco y las víctimas de ETA lloran. Y digo esto a la vez que felicito a Mons. Munilla por dar una soberana lección sobre la doctrina católica acerca de los presos.

Pero a nadie debería de extrañarle lo que está pasando. Este PP ya dio señales de por donde iba en la legislatura pasada. Cuando vieron que los españoles volvieron a votar masivamente a Zapatero después de que él reconociera que nos había mentido en relación a la negociación con ETA, los populares llegaron a la conclusión de que ese tema no movía votos, que es lo único que parece interesar a los partidos de este país. Por eso vemos lo que vemos ahora.

En conclusión, no todos lo españoles se merecen los gobernantes que tenemos. Pero la mayoría sí que se lo merece. Llevamos votando vez tras vez a quienes ya han demostrado su capacidad de llevarnos a la ruina económica y a la destrucción de la unidad del país. Y eso, con ser grave, no es nada con el desplome moral que ha venido refrendado por la leyes de ingeniería social que están vigentes, y la que llegarán (p.e, eutanasia). Daría igual que la nación no tuviera apenas paro o que el sistema autonómico funcionara magníficamente. Mientras cada día centenares de seres humanos sean aniquilados legalmente -con firma del Rey incluida- antes de nacer, mientras la institución familiar sea una pantomima más fácil de anular que un contrato mercantil, mientras el estado pretenda hacer de educador moral por encima de las creencias y valores de los padres, España no merecerá ser gobernada por gente de bien.

Recogemos lo que hemos sembrado mediante la apostasía. Y todavía no ha llegado lo peor. Toca a la Iglesia jugar el papel que le corresponde y reevangelizar el país. O al menos intentarlo.

Luis Fernando Pérez Bustamante