lunes, 17 de septiembre de 2012

 
 

La población catalana está absolutamente dividida entre partidarios de la independencia y contrarios a la misma. Es un hecho y no voy a entrar a discutirlo. Pero de ello se desprende, lógicamente, que una mitad de los catalanes está opuesta a la secesión. Y supongo que algún respeto merecen. En tal caso, ¿cómo pueden algunas parroquias exhibir los símbolos independentistas?, ¿cómo pueden tomar partido por una opción que desdeñan la mitad de los catalanes?, ¿no acogen entre sus feligreses a aquellos que se muestran contrarios, o simplemente reacios, a la separación?, ¿son parroquias abiertas a todos o sólo a los independentistas?, ¿puede una parroquia, normalmente por la simple decisión del rector o del consejo parroquial, tomar visiblemente partido por una opción que únicamente acepta la mitad de la población?, ¿no es un caso manifiesto de discriminación? 

 
Esta discriminación se ha hecho patente con ocasión de la última Diada. Lo curioso es que aquellas parroquias que se han mostrado más beligerantes, colgando banderas estelades en sus templos o haciéndolas visibles en sus páginas digitales, se corresponden con las comunidades más decadentes, las más abandonadas, aquellas que menos poder de convocatoria tienen y de las que muchos feligreses han huido hacia parroquias vecinas.


La foto de la izquierda corresponde a la parroquia de Sant Medir del barrio de La Bordeta, donde se colgó la estelada en la torre de la iglesia, en la que se cobijan los locales parroquiales y un buen numero de diversas entidades. Inmueble propiedad de la diócesis. En la que, hasta el día de hoy, cabemos todos, independentistas o no. Esta parroquia, de pasado muy combativo, se halla hoy en un absoluto ocaso, en lo que hace referencia a su actividad pastoral. Acudan un domingo por la mañana a sus misas, de escasa afluencia y con una paupérrima asistencia juvenil. ¡Cuantos feligreses han abandonado Sant Medir y han cruzado la Riera Blanca hasta la vecina parroquia de San Isidro Labrador! 

 
Otro caso de flagrante discriminación lo podemos encontrar en la web de las parroquias de Poble Sec. 

 
Son viejos conocidos. Los mismos que se declararon en huelga de misas el pasado 29 de marzo. Ahí los tienen: cuatro parroquias (Santa Madrona, Sant Salvador d''Horta, Sant Pere Claver y Nuestra Señora de Lourdes), clavando la estelada y poniendo como enlace a la Assemblea Nacional Catalana. El muy progre Cabot, el comunista Catà y el jesuita Ollé, tan revolucionario en su pasado juvenil de Sabadell. Otras cuatro parroquias abandonadas. La de Santa Madrona en un estado lamentable, apuntalada en su semi-ruina; la de Sant Salvador d'Horta, que será de las primeras en cerrar en Barcelona (¡pobre mossèn Foraster!); la de Lourdes, desvencijada y llena de desconchones, aunque eso sí arreglaron los locales y ¡la vivienda del párroco! Acudan algún domingo a visitarlas y comprobarán sus bancos vacíos, su aspecto crepuscular, su falta de ventilación.

 
Se escuchan numerosos lamentos (entre ellos el de Morlans en un reciente programa de radio) de que cada vez acude menos gente a las iglesias y los que acuden sólo son personas mayores. Cabezas blancas y escasas de pelo. En esas parroquias, no cabe duda. Pero hay otras (lo siento, pero las germinantes ) en las que se pueden ver niños, jóvenes adolescentes, familias enteras y matrimonios de mediana edad. No digamos en los nuevos movimientos. Las iglesias del Opus o las del Camino están repletas de juventud. Allí no hay bancos vacíos, ni sentimiento depresivo. Curiosamente, en ninguno de estos templos se les ha ocurrido colgar una bandera independentista y discriminar - cuando no ofender- a muchos de sus feligreses. En esas parroquias caben todos. En las otras, no es que no quepan, es que no van. 

 
Luego está la Cataluña interior, esa que se hizo presente en masa en la manifestación de la Diada y a la que pertenecen los campanarios de la foto que encabeza el escrito. Más de mil autocares desplazados, bajo el lema de ¡ Tots a Can Fanga ! Incluso hubo un sacerdote gerundense, que nunca se viste de clergyman, pero que bajó ataviado de tal guisa a Barcelona y con esa vestimenta se puso a dar saltitos gritando " Boti, boti, boti, espanyol el que no boti" . En esta Catalunya interior la estelada estuvo colgada de un buen número de iglesias, en algunas sin el permiso del cura, como en el Baix Penedès en que el arcipreste se manifestó en contra y ha visto, tras sufrir numerosas amenazas, como muchos valientes se han prestado a colgar ellos la bandera. Ellos que no acuden nunca a misa y ahora se apropian de los templos como si fueren suyos. Esperemos que quede sólo en eso.

 
Pero que nadie se crea que en esa Catalunya interior (rural y no tan rural) la religiosidad se mantiene. Al revés, se asombrarían de la vertiginosa caída que se ha producido en apenas quince años. La asistencia a la misa dominical, los matrimonios canónicos, los bautizos, las primeras comuniones, no digamos las confirmaciones, han sufrido un descalabro monumental. Si alguien volviera a esos lares -antaño tan católicos- quince años después, se pensaría que se halla en otro planeta. El abandono de la práctica (y de la fe) en los pueblos catalanes se ha acentuado de una manera mucho más progresiva que en Barcelona y su metrópolis.

 
Vienen tiempos complicados, en los que Cataluña va a vivir un proceso de división que puede amenazar y fracturar la convivencia. No parece de recibo que algunas parroquias tomen un partido tan descarado por una de las facciones. Menos que se correspondan con las que se hallan en un estado de absoluta decadencia. 

 
Oriolt.