19.09.12

Iglesia y paz en Colombia: campo minado

A las 6:38 PM, por Andrés Beltramo
Categorías : Iglesia en América

Del Vatican Insider

La paz es el gran sueño de toda Colombia. Por eso el mundo recibió con entusiasmo el anuncio de las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla de ese país, dado a conocer el 4 de septiembre por el presidente Juan Manuel Santos. Pero para la Iglesia católica la iniciativa se presenta como un “campo minado” donde se cruzan divergencias entre los obispos, el anhelo por el fin de la violencia y una prudente posición diplomática del Vaticano.

El territorio colombiano padece un encarnizado conflicto civil desde hace más de 48 años. Protagonizado no sólo por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la organización insurgente más famosa, sino también por otras agrupaciones como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y comandos paramilitares.

Procesos de paz se intentaron ya en el pasado; ninguno tuvo éxito. Tras la política de combate a los guerrilleros del ex presidente Álvaro Uribe Vélez, el gobierno de Santos estableció contacto con los rebeldes desde hace un año, en el mayor de los secretos y con la mediación de Cuba.

La Iglesia católica fue completamente marginada en el acercamiento. Ni siquiera ha sido considerada como facilitadora. Por ello sorprendió, en algunos sectores eclesiásticos, la reacción del presidente de la Conferencia Episcopal Colombiana (CEC), Rubén Salazar, al anuncio de Santos. Un día después, el miércoles 5 de septiembre, ofreció su apoyo unánime y sin cortapisas a la iniciativa del gobierno.

El también arzobispo de Bogotá dijo a la prensa haber recibido la noticia con “gran alegría y esperanza”, calificó de “valiente” la acción del presidente e instó a sus connacionales a no dejarse vencer por “la desesperanza y el escepticismo”. Y además destacó la importancia de que el diálogo se realice fuera del país (en Oslo y en La Habana) ya que “le dará prudencia, sigilo y discreción”.

Para algunos sectores católicos las declaraciones de Salazar fueron precipitadas e imprudentes, porque asumieron de facto la posición del gobierno y alejaron a la Iglesia de un anhelado rol por encima de las partes.

¿Por qué los obispos se anticiparon a apoyar un proceso que desconocen?, ¿cuál es su responsabilidad al declararse a favor sin saber los términos del mismo?, ¿olvidan acaso que en dicho proceso podrían fortalecerse todas las posiciones que defienden el relativismo y atacan la fe?, ¿cómo puede decirle al pueblo católico que es digno de apoyar un proceso que podría estar haciendo héroes a quienes combaten de manera persistente al cristianismo?”, advirtió un artículo del sitio web humanet.com.co.

Opinión que parecen compartir, con sus matices, algunos obispos. Al menos en privado, porque en público los prelados mantienen una actitud positiva. Como Gonzalo Restrepo Restrepo, arzobispo de Manizales, quien señaló al Vatican Insider: “La paz es un sueño y uno no sabe realmente si podremos llegar a lograrla, pero como sueño estamos dando pasos muy importantes porque en el corazón de todos los colombianos está el deseo de salir de esta noche oscura de guerra, de violencia. Siempre y cuando haya una mesa diálogo esperamos que las condiciones sean factibles y lleguen a ponerse de acuerdo por el bien de todos”.

El natural anhelo por el fin de la violencia, expresado por los obispos, contrasta con la prudente posición diplomática de la Santa Sede. El Papa no podía ignorar las conversaciones y las recordó durante el Ángelus del 9 de septiembre. Pero no respaldó incondicionalmente el diálogo con la guerrilla, más bien prefirió demandar a todos los involucrados dejarse guiar por “la voluntad de perdón y reconciliación, en la sincera búsqueda del bien común”.

Palabras para nada casuales. Demuestran que Roma es consciente de los límites de un proceso que no puede convertirse en un cheque en blanco para un grupo considerado como terrorista en 33 países del mundo, que insiste en afirmar que ya no secuestra y está muy lejos de considerar, en su léxico, la palabra perdón.