21.09.12

 

Llevo doce años viviendo en tierras oscenses. Seis en Sariñena, capital de Los Monegros, y seis en Huesca capital. Cuando llegué con mi familia a esta tierra, todavía vivía Mons. Javier Osés, aunque el cáncer que provocó su muerte ya estaba avanzado.

Durante este tiempo he sido testigo, que no protagonista, de buena parte de las tensiones habidas tras la llegada de nuestro anterior obispo, Mons. Jesús Sanz Montes, que sin duda representaba una sensibilidad eclesial muy diferente a la de don Javier. Parecía claro que desde la Santa Sede se buscaba dar un giro a la realidad diocesana tanto en Huesca como en Jaca. E igual de claro estaba que buena parte del clero de esta diócesis -de la de Jaca prefiero no hablar-, no estaba especialmente feliz ante esa tesitura. Cuando don Jesús cambió a los responsables de la delegación de familia, tuvo una fuerte contestación. Cuando decidió que el seminario debía de volver a Huesca, de forma que nuestros seminaristas se formaran acá y no en Zaragoza y en base al plan de estudios de San Dámaso y no el del Creta, la oposición de muchos sacerdotes fue frontal. La absoluta falta de vocaciones “nativas” hizo que Mons. Sanz Montes abogara por la idea de traer seminaristas de fuera. Llegaron de Hispanoamérica y de África. Ese hecho no gustó tampoco a esa parte del clero que no vivía feliz con el nuevo pastor.

En Huesca había una especie de omnipresencia de Acción Católica (AC). Yo mismo asistí a muchas reuniones del Movimiento Rural Cristiano -una de las ramas de AC- en Robres. Lo que allí me encontré fue buenos católicos con ideas tan interesantes como la del proyecto en Ocotal, un pueblo nicaraguense cuyos niños tienen hoy una expectativa de futuro mejor gracias a esa iniciativa.

Otra de las circunstancias que viví en esos primeros años en Huesca fue la secularización de algunos sacerdotes jóvenes. No hace falta que dé los nombres porque no viene al caso. Si a eso se le unía el hecho de que morían bastantes más de los que se ordenaban, parece obvio que la diócesis iba camino de una crisis de presencia sacerdotal, que sería más acusada precisamente en el mundo rural. La idea de formar a seglares y religiosas para presidir celebraciones de la Palabra fue dejada a un lado. Como ya he dicho, se optó por traer a seminaristas, y algunos sacerdotes, de fuera de la diócesis.

La presencia de otros movimientos eclesiales en la diócesis era, y es, escasa. Apenas un grupo de la Renovación Carismática, otro del Camino Neocatecumenal, unos cuantos seglares de Christifideles laici, muy pocos de Comunión y Liberación, etc. La excepción a esa regla es el Opus Dei, que sí cuenta con una presencia importante en esta iglesia local. Pero a decir verdad, la inmensa mayoría de los fieles oscenses no forma parte de otra cosa que no sea su parroquia.

Sin arrinconar Acción Católica -el que diga lo contrario, miente-, Mons. Sanz Montes quiso dar más protagonismo a esas otras realidades eclesiales. No hay que ser especialmente listo para saber la razón. Si en la Iglesia presente en el resto del mundo, esos nuevos movimientos han demostrado ser capaces de revitalizar muchas diócesis, algo podrían aportar a la diócesis oscense. Pero no era fácil cambiar una tendencia presente durante los treinta años anteriores.

Ninguno de los cambios que llevó a cabo don Jesús ha servido para solucionar el principal problema -al menos para mí- de esta iglesia local. A saber, la ausencia casi total de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa. No en vano esta fue la diócesis española donde el Multifestival David tuvo menos presencia de jóvenes locales. No en vano esta fue la diócesis española donde la llegada de la Cruz de la JMJ tuvo una acogida más discreta y fría. No en vano esta es la diócesis donde si a un joven cura de parroquia rural le da por proponer la creación de grupos de jóvenes no adscritos a ningún movimiento, se le dice que “para eso está la Acción Católica". No en vano esta es la diócesis donde un sacerdote organiza una exposición de Ayuda a la Iglesia Necesitada en un colegio religioso, y ninguno de los colegios católicos de la diócesis lleva a sus alumnos a ver dicha exposición. Tampoco el colegio sede de la misma. No en vano esta es la diócesis en la que si a un cura “de fuera” se le ocurre formar un grupo de jóvenes en un colegio donde da clase de religión, se le ve como elemento sospechoso al que se le acusa de buscar llevar a esos muchachos al movimiento eclesial del que forma parte. Ese cura acaba de partir hacia otra diócesis.

La partida de Mons. Sanz Montes vino acompañada de la llegada de Mons. Ruiz Martorell. Que don Jesús y don Julián tienen personalidades diferentes salta a la vista. Pero eso pasa en todos los órdenes de la vida. No somos seres clonados. Cada cual es como es y en todo caso, Dios sabe sacar de nosotros lo mejor si es que ponemos nuestra vida en sus manos y nos acogemos a su gracia.

Como he dicho en muchas ocasiones, los obispos pasan y el clero y los fieles quedan. Por mucho que Roma envíe obispos con diferentes cualidades, poco va a cambiar si los que siempre están aquí no recorren el camino que la Iglesia quiere para sus diócesis. En ese sentido, el papado de Juan Pablo II y el de Benedicto XVI han dado las pistas suficientes para saber cuál es el camino que deben recorrer todas la iglesias locales. Por ejemplo, en relación al Concilio Vaticano II ha de descartarse cualquier interpretación del mismo que suponga una ruptura con la Tradición de la Iglesia. O recorremos la senda de la hermenéutica de la continuidad, o no tendremos senda que recorrer. Y, desde luego, hemos de huir de cualquiera de las tendencias teológicas y eclesiales que han provocado una secularización interna que ha sido denunciada por los obispos españoles. Da igual que el obispo se llame Jesús, Julián o Francisco José. Una iglesia local empeñada en ir por un camino diferente al marcado para la Iglesia en todo el mundo, y de paso en el país donde está, va camino del suicidio.

Don Julián, nuestro obispo, ha tardado un año y pico en llevar a cabo cambios importantes. Pero cuando se ha puesto a ello, lo ha hecho a conciencia. El seminario pasa a estar en manos de otros responsables. Aunque sigue adscrito a San Dámaso, cambia el rector, el jefe de estudios y el director espiritual. Y, hasta donde yo sé, se van también algunos profesores que representan una tendencia eclesial muy concreta. También hay cambios en parroquias muy significativas. El revuelo que se ha formado es considerable porque, se quiera o no, muchos piensan que se vuelve a la situación previa a la llegada del anterior obispo. Y, sinceramente, tanta vaivén de un lado para otro no puede ser bueno para ninguna diócesis.

El principal problema, al menos tal y como lo entiendo, es que la diócesis está dividida en dos bandos y da la sensación de que uno está actuando cual Cid Campeador ganando batallas después de muerto. No sé si lo habrán hecho a conciencia, pero en el plan pastoral recientemente aprobado, al hablar de la necesidad de presentar los distintos movimientos de la Iglesia se refiere a ellos como “Acción católica y otras realidades eclesiales". O sea, mención nominal de uno y conjunta del resto. De hecho, todo el plan parece escrito bajo los parámetros típicos de AC. Bien está que AC tenga un papel importante en el presente de esta diócesis, pero o aquí se cuenta con todos, o al final apenas podrán contar con unos pocos porque el resto se irá o se desentenderá. Lo cual, dicho sea de paso, sería un error. No es hora de irse sino de servir lo mejor que se pueda a nuestra iglesia.

En las últimas semanas he hablado -y/o intercambiado emails- con más gente de la diócesis que en mis anteriores doce años. Lo he hecho con el obispo, con el vicario, con sacerdotes y con seglares. A todos les he dicho lo que pienso. Todo saben que apenas he usado este blog para comentar las cosas que ocurren en mi diócesis. Y así va a seguir siendo, porque no quiero implicar al portal que dirijo en las movidas internas de acá. Ya hay un blog donde un grupo de laicos -entre los que todavía no me encuentro- están mostrando su opinión sobre lo que ocurre. Y sospecho que está al caer otro blog que hará lo mismo desde otra “sensibilidad eclesial". Como dice el Concilio Vaticano II, corresponde al obispo ejercer “en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, Pastor y Cabeza“, reunir “la familia de Dios como una fraternidad, animada con espíritu de unidad” , y conducirnos a todos “a Dios Padre por medio de Cristo en el Espíritu” (LG 28). Pido al Señor que ayude a nuestro pastor, don Julián, a hacer todo eso.

Luis Fernando Pérez Bustamante