5.10.12

 

Me contaba la señora Rafaela que hace unos días la invitaron a una reunión de un grupo católico en Madrid. Ella, que estaba en la capi en casa de su hermana porque andaba de médicos, aceptó sin mayores complicaciones.

Al grupo le tocaban quejas. Se lamentaban de la situación de la iglesia. Hablaban de teólogos censurados, de falta de libertad de expresión, de censura, de que no se respetan los derechos humanos en la Iglesia.

Ellos, que ya sabían de qué pie cojeaba la señora Rafaela, la iban mirando de reojo. Y ella calladita. Hasta que comenzó a hablar. Y más o menos en este tenor:

Tenéis razón. En la iglesia no se respetan los derechos humanos, especialmente los derechos de los débiles. Os voy a poner algunos ejemplos.

En mi pueblo siempre nos enseñaron lo mismo. Teníamos nuestra iglesia, arreglada con el esfuerzo de todos los vecinos. Nos enseñaron la doctrina con el catecismo de Astete, se iba a misa, rezábamos el rosario, el mes de mayo, confesiones de vez en cuando, nuestros devocionarios, un pequeño ajuar que nos costó sudores disponer de él, alguna cofradía de hombres y mujeres, exposición del Santísimo… ya me entienden.

Pero llegó don Gabriel de párroco. Y decidió tirar la tribuna de madera de la iglesia. Y cambiar el altar de sitio y ponerlo en medio de la nave para que las misas fueran más comunitarias según él. Y nos tuvimos que aguantar porque para eso era el párroco. Más gastos que tuvimos que pagar entre todos. Nos dijo que rezar el rosario no servía de mucho y que para qué queríamos el Santísimo expuesto. Y que qué era eso del pecado.

Don Francisco a continuación. Ese decidió tirar las casullas viejas que tanto habían costado. Y las albas con puntillas. Y comprar otros ornamentos, que también hubo que pagar. Nos dijo que no hacía falta confesarse, que lo que decía el papa estaba fuera de lugar y que el obispo solo quería mandar y nuestros donativos. Este es el que intentó echar a la basura la pila bautismal, medieval por cierto, y que conseguimos mantener convirtiéndola en macetero.

Por el pueblo pasó don Julián, que después se casó y nos dejó las cuentas a cero porque se llevó todos los ahorros de la parroquia.

Más tarde vino Javi, que no quería que le llamásemos don Javier. Que decidió que la casulla era mejor no ponérsela. Vaya. Dinero tirado.

Pero don Juan, posterior, colocó de nuevo el altar en su sitio. Más gastos. Y volvió a la exposición del Santísimo, y a decirnos que cómo nos confesábamos tan poco.

Es decir, que los curas vais a las parroquias como el que va a su cortijo. Hacéis lo que os viene en gana. Cada uno predica lo que le apetece. Unos que el sexo es malo, otros que no es para tanto. Este que nos confesemos, este otro que para qué. Aquél que hay que estudiarse el catecismo. Ese que el catecismo no vale porque los obispos están tontos.

Por supuesto que no se respetan los derechos humanos, sobre todo los nuestros, los de la gente corrientita. Porque vosotros los curas hacéis lo que os da la gana, os pagamos el sueldo a fin de mes y las chorraditas que se os ocurren para la parroquia. Porque viene don Justo y levanta un altar para el Santísimo. Y a pedir dinero. Viene Paco se lo carga y monta otra cosa que le gusta más. Más dinero. Aparece Don Ángel y todo es pecado. Le sustituye Chus y todo vale.

Yo, obispo, os ponía a todos en vereda. Esto es lo que es. Y al que no le guste, que se vaya. Y más respeto a la gente, caramba. Que yo no sé mucho de derechos humanos, pero sí bastante de tomaduras de pelo. Y en eso algunos curas sois expertos.

También se quejaba Don Gabriel de falta de libertad y de que los obispos y el papa eran unos marimandones. Pero él, para cargarse la tribuna, el altar y lo que quiso, no contó con nadie. No falla. Cuanto más se quejan de opresión, más dictadores son. Lo tengo muy visto.