5.10.12

Año de la Fe

El próximo jueves, 11 de octubre, dará comienzo el denominado “Año de la Fe”. En realidad todos los años, todos los días, han de ser el día y el año de la fe. Pero, siendo como es Benedicto XVI no podemos negar que ha de haber intención buena en haberlo convocado hace ya unos meses.

Para muchas personas no creyentes que se convoque un año, tiempo extenso donde caben muchos días para muchas realidades llevar a cabo, les debe importar, más o menos, un comino o, en fin, nada de nada. Pero para los creyentes católicos debería ser muy importante que se haga eso y que sea recibido como tiene que ser recibido.

En realidad, ¿Para qué se convoca un Año de la Fe?

En el número 13 de la Carta Apostólica (en forma de Motu Proprio) de título “Porta fidei” por la que Benedicto XVI convocaba el Año de la Fe, dice esto el Santo Padre:

“A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.”

Dice, muy bien, las razones por las cuales, este especial año “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Pf 6).

Necesitamos conversión y, en todo caso, siempre necesaria confesión de fe. No podemos olvidar, por tanto, ni lo que somos, hijos de Dios, ni lo que estamos obligados a demostrar y que no es otra cosa que, en efecto, lo somos (cf. 1 Jn 3, 1). Y para eso, de tanto en tanto se nos han de traer al ahora mismo que vivimos y que existimos, las realidades de la fe, lo que supone la misma para quien dice tenerla y, sobre todo, las consecuencias que tiene no dejar atrás lo que fuimos y no ser lo que debemos ser.

Pero, además, hay más (Pf 7):

”Por eso, también hoy es necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe. El compromiso misionero de los creyentes saca fuerza y vigor del descubrimiento cotidiano de su amor, que nunca puede faltar”

En realidad, todo esto no es nada extraño ni es que se nos pida, digamos, la luna ni otra cosa imposible de alcanzar por nosotros mismos. Simplemente se nos recuerda lo que es obvio pero que, demasiadas veces, olvidamos por intereses egoístas y en exceso ciegos y sordos.

Un Año de la Fe es, para la nuestra, esencial y al mismo debemos dedicarnos con la fuerza y gracia que nos dé Dios y sepamos así entenderla y, luego, llevar a la vida que llevamos.

Al fin y al cabo, “la puerta de la está siempre abierta para nosotros” (cf. Pf 1) y no está nada bien que, sin más ni más, la cerremos nosotros o la cierren otros corazones más atraídos por el mundo que por Dios.

Y por eso hace falta un Año de la Fe. Por eso.

Eleuterio Fernández Guzmán