ZENIT

El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 11 de octubre de 2012

EL CONCILIO VATICANO II HOY

'Aleteaba en el aire un sentido de expectativa general'
Benedicto XVI recuerda hoy la apertura del Vaticano II al que asistió como profesor de teología y perito

Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe

La separación entre cristianos vuelve menos convincente el rostro de Cristo
El arzobispo anglicano Rowan Williams, invitado por Benedicto XVI, se dirigió al sínodo de obispos

La evangelización es desbordamiento, resultado del viaje del discípulo hacia la madurez en Cristo
Les deseo el gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo, en la comunión aquí y ahora

AÑO DE LA FE

Inaugurado el Año de la Fe
En misa solemne presidida por el papa Benedicto XVI

Benedicto XVI: Reavivar en la Iglesia aquella positividad del anuncio de Cristo al hombre contemporáneo
En el desierto, se necesitan personas de fe que, con su vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida

Testimoniar juntos el mensaje de salvación y curación de los más pequeños
Bartolomé I invitó a unirse en favor de pobres, oprimidos, marginados del mundo creado por Dios

Santa Sede

Nuevo libro del papa: La infancia de Jesús es histórica no un mito
Benedicto XVI avanza en su reflexión teológica volviendo a la 'antesala' del origen de la fe cristiana

Mundo

El cardenal De Paolis concede al padre Álvaro Corcuera un descanso por motivos de salud
El director general de la Legión de Cristo cesa en sus funciones hasta el capítulo general

Los obispos de Venezuela se congratulan por unas elecciones ejemplares
Comunicado de la Conferencia Episcopal

Espiritualidad

Santa María, modelo de evangelización
La Madre de Jesús sigue engendrando en la fe a muchos hermanos nuestros

Mensaje a nuestros lectores

Festividad de Nuestra Señora del Pilar


EL CONCILIO VATICANO II HOY


'Aleteaba en el aire un sentido de expectativa general'
Benedicto XVI recuerda hoy la apertura del Vaticano II al que asistió como profesor de teología y perito
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el texto completo de los recuerdos personales de Benedicto XVI sobre la apertura del Concilio Vaticano II hace cincuenta años. Ha sido publicado hoy por el diario vaticano L'Osservatore Romano.

*****

Fue un día espléndido aquel  11 de octubre de 1962, en el que, con el ingreso solemne de más de dos mil padres conciliares en la basílica de San Pedro en Roma, se inauguró el concilio Vaticano II. En 1931 Pío XI había dedicado este día a la fiesta de la Divina Maternidad de María, para conmemorar que 1500 años antes, en 431, el concilio de Éfeso había reconocido solemnemente a María ese título, con el fin de expresar así la unión indisoluble de Dios y del hombre en Cristo. El Papa Juan XXIII había fijado para ese día el inicio del concilio con la intención de encomendar la gran asamblea eclesial que había convocado a la bondad maternal de María, y de anclar firmemente el trabajo del concilio en el misterio de Jesucristo. Fue emocionante ver entrar a los obispos procedentes de todo el mundo, de todos los pueblos y razas: era una imagen de la Iglesia de Jesucristo que abraza todo el mundo, en la que los pueblos de la tierra se saben unidos en su paz.

Fue un momento de extraordinaria expectación. Grandes cosas debían suceder. Los concilios anteriores habían sido convocados casi siempre para una cuestión concreta a la que debían responder. Esta vez no había un problema particular que resolver. Pero precisamente por esto aleteaba en el aire un sentido de expectativa general: el cristianismo, que había construido y plasmado el mundo occidental, parecía perder cada vez más su fuerza creativa. Se le veía cansado y daba la impresión de que el futuro era decidido por otros poderes espirituales. El sentido de esta pérdida del presente por parte del cristianismo, y de la tarea que ello comportaba, se compendiaba bien en la palabra “aggiornamento” (actualización). El cristianismo debe estar en el presente para poder forjar el futuro. Para que pudiera volver a ser una fuerza que moldeara el futuro, Juan XXIII había convocado el concilio sin indicarle problemas o programas concretos. Esta fue la grandeza y al mismo tiempo la dificultad del cometido que se presentaba a la asamblea eclesial.

Los distintos episcopados se presentaron  sin duda al gran evento con ideas diversas. Algunos llegaron más bien con una actitud de espera ante el programa que se debía desarrollar. Fue el episcopado del centro de Europa — Bélgica, Francia y Alemania — el que llegó con las ideas más claras. En general, el énfasis se ponía en aspectos completamente diferentes, pero había algunas prioridades comunes. Un tema fundamental era la eclesiología, que debía profundizarse desde el punto de vista de la historia de la salvación, trinitario y sacramental; a este se añadía la exigencia de completar la doctrina del primado del concilio Vaticano I a través de una revalorización del ministerio episcopal. Un tema importante para los episcopados del centro de Europa era la renovación litúrgica, que Pío XII ya había comenzado a poner en marcha. Otro aspecto central, especialmente para el episcopado alemán, era el ecumenismo:  haber sufrido juntos la persecución del nazismo había acercado mucho a los cristianos protestantes y a los católicos; ahora, esto se debía comprender y llevar adelante también en el ámbito de toda la Iglesia. A eso se añadía el ciclo temático Revelación – Escritura – Tradición – Magisterio. Los franceses destacaban cada vez más el tema de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno, es decir, el trabajo en el llamado Esquema XIII, del que luego nació la Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual. Aquí se tocaba el punto de la verdadera expectativa del Concilio. La Iglesia, que todavía en época barroca había plasmado el mundo, en un sentido lato, a partir del siglo XIX había entrado de manera cada vez más visible en una relación negativa con la edad moderna, sólo entonces plenamente iniciada. ¿Debían permanecer así las cosas? ¿Podía dar la Iglesia un paso positivo en la nueva era? Detrás de la vaga expresión “mundo de hoy” está la cuestión de la relación con la edad moderna. Para clarificarla era necesario definir con mayor precisión lo que era esencial y constitutivo de la era moderna. El “Esquema XIII” no lo consiguió. Aunque esta Constitución pastoral afirma muchas cosas importantes para comprender el “mundo” y da contribuciones notables a la cuestión de la ética cristiana, en este punto no logró ofrecer una aclaración sustancial.

Contrariamente a lo que cabría esperar, el encuentro con los grandes temas de la época moderna no se produjo en la gran Constitución pastoral, sino en dos documentos menores cuya importancia sólo se puso de relieve poco a poco con la recepción del concilio. El primero es la Declaración sobre la libertad religiosa, solicitada y preparada con gran esmero especialmente por el episcopado americano. La doctrina sobre la tolerancia, tal como había sido elaborada en sus detalles por Pío XII, no resultaba suficiente ante la evolución del pensamiento filosófico y la autocomprensión del Estado moderno. Se trataba de la libertad de elegir y de practicar la religión, y de la libertad de cambiarla, como derechos a las libertades fundamentales del hombre. Dadas sus razones más íntimas, esa concepción no podía ser ajena a la fe cristiana, que había entrado en el mundo con la pretensión de que el Estado no pudiera decidir sobre la verdad y no pudiera exigir ningún tipo de culto. La fe cristiana reivindicaba la libertad a la convicción religiosa y a practicarla en el culto, sin que se violara con ello el derecho del Estado en su propio ordenamiento: los cristianos rezaban por el emperador, pero no lo veneraban. Desde este punto de vista, se puede afirmar que el cristianismo trajo al mundo con su nacimiento el principio de la libertad de religión. Sin embargo, la interpretación de este derecho a la libertad en el contexto del pensamiento moderno en cualquier caso era difícil, pues podía parecer que la versión moderna de la libertad de religión presuponía la imposibilidad de que el hombre accediera a la verdad, y desplazaba así la religión de su propio fundamento hacia el ámbito de lo subjetivo. Fue ciertamente providencial que, trece años después de la conclusión del concilio, el Papa Juan Pablo II llegara de un país en el que la libertad de religión era rechazada a causa del marxismo, es decir, de una forma particular de filosofía estatal moderna. El Papa procedía también de una situación parecida a la de la Iglesia antigua, de modo que resultó nuevamente visible el íntimo ordenamiento de la fe al tema de la libertad, sobre todo a la libertad de religión y de culto.

El segundo documento que luego resultaría importante para el encuentro de la Iglesia con la modernidad nació casi por casualidad, y creció en varios estratos. Me refiero a la Declaración  “Nostra aetate” sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas. Inicialmente se tenía la intención de preparar una declaración sobre las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo, texto que resultaba intrínsecamente necesario después de los horrores de la Shoah. Los padres conciliares de los países árabes no se opusieron a ese texto, pero explicaron que, si se quería hablar del judaísmo, también se debía hablar del islam. Hasta qué punto tenían razón al respecto, lo hemos ido comprendiendo en Occidente sólo poco a poco. Por último, creció la intuición de que era justo hablar también de otras dos grandes religiones — el hinduismo y el budismo —, así como del tema de la religión en general. A eso se añadió luego espontáneamente una breve instrucción sobre el diálogo y la colaboración con las religiones, cuyos valores espirituales, morales y socioculturales debían ser reconocidos, conservados y desarrollados (n. 2). Así, en un documento preciso y extraordinariamente denso, se inauguró un tema cuya importancia todavía no era previsible en aquel momento. La tarea que ello implica, el esfuerzo que es necesario hacer aún para distinguir, clarificar y comprender, resulta cada vez más patente. En el proceso de recepción activa poco a poco se  fue viendo también  una debilidad de este texto de por sí extraordinario: habla de las religiones sólo de un modo positivo, ignorando las formas enfermizas y distorsionadas de religión, que desde el punto de vista histórico y teológico tienen un gran alcance; por eso la fe cristiana ha sido muy crítica desde el principio respecto a la religión, tanto hacia el interior como hacia el exterior.

Mientras que al comienzo del concilio habían prevalecido los episcopados del centro de Europa con sus teólogos, en el curso de las fases conciliares se amplió cada vez más el radio del trabajo y de la responsabilidad común. Los obispos se consideraban aprendices en la escuela del Espíritu Santo y en la escuela de la colaboración recíproca, pero lo hacían como servidores de la Palabra de Dios, que vivían y actuaban en la fe. Los padres conciliares no podían y no querían crear una Iglesia nueva, diversa. No tenían ni el mandato ni el encargo de hacerlo. Eran padres del Concilio con una voz y un derecho de decisión sólo en cuanto obispos, es decir, en virtud del Sacramento y en la Iglesia del Sacramento. Por eso no podían y no querían crear una fe distinta o una Iglesia nueva, sino comprenderlas de modo más profundo y, por consiguiente, realmente “renovarlas”. Por eso una hermenéutica de la ruptura es absurda, contraria al espíritu y a la voluntad de los padres conciliares.

En el cardenal Frings tuve un “padre” que vivió de modo ejemplar este espíritu del Concilio. Era un hombre de gran apertura y amplitud de miras, pero sabía también que sólo la fe permite salir al aire libre, al espacio que queda vedado al espíritu positivista. Esta es la visión a la que quería servir con el mandato recibido a través del Sacramento de la ordenación episcopal. No puedo menos que estarle siempre agradecido por haberme llevado a mí  — el profesor más joven de la Facultad teológica católica de la universidad de Bonn — como su consultor a la gran asamblea de la Iglesia, permitiéndome frecuentar esa escuela y recorrer desde dentro el camino del concilio. En este volumen se han recogido varios escritos con los cuales, en esa escuela, he pedido la palabra. Peticiones de palabra totalmente fragmentarias, en las que se refleja también el proceso de aprendizaje que el concilio y su recepción han significado y significan aún para mí. Espero que estas diversas contribuciones, con todos sus límites, puedan ayudar en su conjunto a comprender mejor el concilio y a traducirlo en una justa vida eclesial. Agradezco de corazón al arzobispo Gerhard Ludwig Müller y a sus colaboradores del Institut Papst Benedikt XVI el extraordinario empeño que han puesto para la realización de este volumen.

Castelgandolfo, en la fiesta del santo obispo Eusebio de Vercelli,

2 de agosto de 2012

Benedicto XVI

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Nueva Evangelización para la transmisión cristiana de la fe


La separación entre cristianos vuelve menos convincente el rostro de Cristo
El arzobispo anglicano Rowan Williams, invitado por Benedicto XVI, se dirigió al sínodo de obispos
Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO jueves 11 de octubre de 2012 (ZENIT.org).- El arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, primado de la Iglesia de Inglaterra y líder espiritual de la Comunión Anglicana se dirigió a los participantes del sínodo para la nueva evangelización y la trasmisión de la fe, por invitación de Benedicto XVI.

"Vivir la contemplación como un medio para encontrar el verdadero rostro de Cristo" fue el punto central de su invitación, pues "cuanto más separados estemos como cristianos de distintas confesiones, menos convincente será ese rostro", con el riesgo de que las Iglesias sean vistas como "instituciones puramente humanas, ansiosas, ocupadas, competitivas y controladoras".

El arzobispo de Canterbury, hablando ante los 262 obispos católicos presentes en el sínodo, inició citando al Concilio Vaticano II que calificó como un redescubrimiento del mensaje del evangelio que produjo una renovación dentro de la Iglesia católica y un aumento de su credibilidad ante el mundo.

Y añadió que el Concilio demostró "que la Iglesia era suficientemente fuerte para plantearse cuestiones difíciles en cuanto a su cultura y sus estructuras y si éstas eran las adecuadas para la tarea de compartir el Evangelio con la compleja, a menudo rebelde y siempre inquieta mente del mundo moderno".

El arzobispo británico citó en particular los documentos conciliares Lumen Gentium y Gaudium et Spes los cuales, consideró, ofrecieron una visión de como "Cristo vivo en su Cuerpo en la tierra, a través del don del Espíritu Santo, puede hablar con palabras nuevas a la sociedad de nuestro tiempo, e incluso a quienes pertenecen a otros credos", y calificó al Sínodo para la nueva evangelización como parte de esa exploración continua de la herencia del Concilio.

El líder anglicano valorizó también la renovación de la antropología cristiana que produjo el concilio, pues "amplió los importantes elementos de una teología que volvía a fuentes más tempranas y ricas".

Rowan Williams tras citar a la filósofa alemana conversa Edith Stein --de origen judío y hoy santa Teresa Benedicta de la Cruz--, reivindicó que la contemplación "es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa".

Contrariamente, advirtió el primado anglicano: "tenemos que tener cuidado que nuestra evangelización no sirva sencillamente como elementode persuasión para que la gente le pida a Dios y a la vida del espíritu por los hechos dramáticos, excitantes o de autoadulación que tan a menudo satisfacen nuestra vida diaria".

Y el líder espiritual de la Comunión Anglicana indicó que "cuanto más separados estemos como cristianos de distintas confesiones, menos convincente será ese rostro".

Y subrayó las dos llamadas inseparables: "La llamada a la ‘oración y la recta acción’, como dijo el mártir protestante Dietrich Bonhoeffer, escribiendo desde su celda en la cárcel en 1944. La verdadera oración purifica el motivo, la verdadera justicia es el trabajo necesario para compartir y liberar en otros la humanidad que hemos descubierto en nuestro encuentro contemplativo".

Consideró central y vital "el testimonio de lugares como Taizé o Bose, pero también el de otras comunidades más tradicionales" y "las grandes redes de espiritualidad, como San Egidio, los Focolares, Comunión y Liberación" las cuales, "crean espacios para una visión humana más profunda porque todos ellos, de varias maneras, ofrecen una disciplina de vida personal y comunitaria que hace que la realidad de Jesús entre viva en nosotros". Recordó también a Clara Lubich y el modo sorprendente con el que Taizé ha desarrollado una ‘cultura’ litúrgica internacional accesible a una gran variedad de personas.

"A menos que nuestra evangelización abra la puerta a todo esto --prosiguió el primado de la Iglesia de Inglaterra- corremos el riesgo de intentar sostener la fe basándonos en una serie inmutable de hábitos humanos, con el consiguiente resultado demasiado familiar de la Iglesia vista como una más de las instituciones puramente humanas, ansiosas, ocupadas, competitivas y controladoras".

Se preguntó: "¿Qué buscamos? ¿Miramos con ansiedad los problemas actuales, la variedad de infidelidades o la amenaza a la fe y la moralidad, la debilidad de la institución? ¿O buscamos a Jesús, el rostro revelado de la imagen de Dios, a la luz del cual vemos la imagen de nuevo reflejada en nosotros y en nuestro vecinos?

Y concluyó sus palabras deseándole al sínodo "no sólo claridad o eficacia en la planificación, sino gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo y en el anuncio de esa plenitud en la alegría de la comunión uno con el otro, aquí y ahora".

Se puede leer el texto completo de la intervención del primado anglicano en: http://www.zenit.org/article-43340?l=spanish.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


La evangelización es desbordamiento, resultado del viaje del discípulo hacia la madurez en Cristo
Les deseo el gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo, en la comunión aquí y ahora
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- A las 10 horas de esta mañana, ante la Basílica Vaticana, Benedicto XVI presidió la celebración eucarística con motivo de la apertura del Año de la Fe. A la celebración eucarística, asistieron el patriarca ecuménico Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana su gracia Rowan Williams.

Previamente, este miércoles 10 de octubre 2012, comenzó la Quinta Congregación General, para la continuación de las intervenciones de los Padres Sinodales en el aula sobre el tema sinodal: «La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana».

Ofrecemos el texto de la presentación del primado anglicano y la propia intervención del arzobispo de Canterbury, en traducción al español facilitada por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

*****

Introduce al Arzobispo de Canterbury el Presidente Delegado con las siguientes palabras:

Su Gracia, el Reverendo y Honorable Dr. Rowan Douglas William, Obispo Anglicano, teólogo, poeta y prolífico escritor de talento. Es el centésimo cuarto (104) Arzobispo de Canterbury y actual Primado de toda Inglaterra y de la Comunión Anglicana, cargo que ejerce desde principios del año 2003. El Arzobispo Williams ha sido Obispo durante veinte (20) años, diez (10) como Obispo de Monmouth y Arzobispo de Gales (con lo cual ha sido el primer Arzobispo de Canterbury en tiempos modernos que no ha sido nombrado dentro de la Iglesia de Inglaterra) y diez (10) en su cargo actual. En los inicios de su carrera ha sido académico en las Universidades de Cambridge y Oxford sucesivamente. Desde su nombramiento como Arzobispo de Canterbury ha estado comprometido con fervor en la evangelización y la credibilidad de la fe en el mundo contemporáneo. El 16 de marzo de 2012, se anunció que había aceptado el cargo de Master del Magdalene College de la Universidad de Cambridge, del que tomará posesión en enero del año 2013. Espera su retiro del cargo de Arzobispo de Canterbury para diciembre de 2012.

Deseamos dar la bienvenida también a las personas que han acompañado a Su Gracia: Su Excelencia, el Reverendo Vincent Nichols, Arzobispo Católico Romano de Canterbury; Su Excelencia, el Honorable Nigel Marcus Baker, Embajador de Gran Bretaña ante la Santa Sede; el Canónigo David Richardson, Director del Centro Anglicano de Roma; Doña Margaret Richardson, su esposa; el Diácono Jonathan Goodall, Secretario del Arzobispo Williams y el Reverendo John O’Leary, Secretario del Arzobispo Nichols.
Y ahora, el Arzobispo Williams.

Intervención del Arzobispo de Canterbury:

Su Santidad,
Reverendos Padres,
Hermanos y hermanas en Cristo,
Queridos amigos:

1. Es para mi un honor haber sido invitado por el Santo Padre para hablar en esta asamblea: como dice el Salmista, ‘Ecce quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum’. La asamblea del Sínodo de los obispos para el bien del pueblo de Cristo es una de esas disciplinas que sostienen la salud de la Iglesia de Cristo. Hoy, en especial, no podemos olvidar la gran asamblea de ‘fratres in unum’ que fue el Concilio Vaticano II, que hizo tanto por la salud de la Iglesia, ayudándola a recuperar mucha de la energía necesaria para la proclamación de la Buena Nueva de Jesucristo de un manera eficaz en nuestro tiempo. Para mucha gente de mi generación, incluso más allá de los límites de la Iglesia Católica Romana, el Concilio fue un signo de gran promesa, un signo de que la Iglesia era suficientemente fuerte para plantearse cuestiones difíciles en cuanto a su cultura y sus estructuras y si éstas eran las adecuadas para la tarea de compartir el Evangelio con la compleja, a menudo rebelde y siempre inquieta mente del mundo moderno.

2. El Concilio fue, en muchos aspectos, un redescubrimiento de la inquietud y pasión evangélica, centrada no sólo en la renovación de la propia vida de la Iglesia, sino también en su credibilidad en el mundo. Textos como Lumen gentium Gaudium et spes ofrecieron una visión fresca y gozosa de cómo la inmutable realidad de Cristo vivo en su Cuerpo en la tierra, a través del don del Espíritu Santo, puede hablar con palabras nuevas a la sociedad de nuestro tiempo, e incluso a quienes pertenecen a otros credos. No es sorprendente que, cincuenta años después, sigamos debatiendo sobre algunas de las mismas cuestiones e implicaciones del Concilio. Y pienso que la preocupación de este Sínodo por la nueva evangelización es parte de esa exploración continua de la herencia del Concilio.

3. Pero uno de los aspectos más importantes de la teología, según el Vaticano II, era la renovación de la antropología cristiana. En lugar de la narración neoescolástica, a menudo tergiversada y artificial, sobre cómo la gracia y la naturaleza se relacionan en la constitución del ser humano, el Concilio amplió los importantes elementos de una teología que volvía a fuentes más tempranas y ricas: la teología de algunos genios espirituales como Henri de Lubac, quien nos recordó lo que significaba para el Cristianismo primitivo y medieval hablar de la humanidad hecha a imagen de Dios y de la gracia como la perfección y transfiguración de esa imagen, durante mucho tiempo revestida de nuestra habitual ‘inhumanidad’. Bajo esta luz, proclamar el Evangelio es proclamar que por lo menos es posible ser adecuadamente humano: la fe Católica y Cristiana es un ‘verdadero humanismo’, tomando una frase prestada de otro genio del siglo pasado, Jacques Maritain.

4. Sin embargo, De Lubac es muy claro sobre lo que esto no significa. Nosotros no sustituimos la tarea evangélica por una campaña de ‘humanización’. ‘¿Humanizar antes de Cristianizar?’, pregunta él. ‘Si la empresa tiene éxito, el Cristianismo llegará muy tarde: le quitarán el puesto. ¿Y quién piensa que el Cristianismo no humaniza?’. Así escribe Lubac en su maravillosa colección de aforismos, Paradojas. Es la fe misma quien forma el trabajo de humanización y la empresa de humanización estaría vacía sin la definición de humanidad dada en el Segundo Adán. La evangelización, primitiva o nueva, debe estar enraizada en la profunda confianza de que poseemos un destino humano inconfundible para mostrar y compartir con el mundo. Hay muchas maneras de decirlo, pero en estas breves observaciones quiero concentrar un único aspecto en particular.

5. Ser completamente humano es ser recreado en la imagen de la humanidad de Cristo; y esta humanidad es la perfecta ‘traducción’ humana de la relación entre el Hijo eterno y el Padre eterno, una relación de amor y adorada entrega, un desbordamiento de vida hacia el Otro. Así, la humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa. Edith Stein observó que empezamos a entender la teología cuando vemos a Dios como el “Primer Teólogo”, el primero que habla acerca de la realidad de la vida divina, porque ‘todas las palabras sobre Dios presuponen la propia palabra de Dios’. De forma análoga, podríamos decir que empezamos a comprender la contemplación cuando vemos a Dios como el primer contemplativo, el paradigma eterno de la desinteresada atención al otro que no trae la muerte, sino la vida a nuestro yo. Toda contemplación de Dios presupone el propio conocimiento gozoso y absorto en sí mismo de Dios, mirándose fijamente en la vida trinitaria.

6. Ser contemplativo, así como Cristo es contemplativo, es abrirse a toda la plenitud que el Padre desea verter en nuestro corazones. Con nuestras mentes sosegadas y preparadas a recibir, con nuestras auto-generadas fantasías sobre Dios y sobre nosotros acalladas, estamos por fin en el punto donde quizás empecemos a crecer. Y el rostro que necesitamos mostrar a nuestro mundo es el rostro de una humanidad en crecimiento infinito hacia el amor, una humanidad tan contenta y partícipe de la gloria hacia la que nos dirigimos que estamos dispuestos a embarcanos en un viaje sin fin, para encontrar nuestro camino más profundo en él, en el corazón de la vida trinitaria. San Pablo habla de cómo “con el rostro descubierto, reflejamos, ... la gloria del Señor” (2 Co 3, 18), transfigurados por un resplandor cada vez mayor. Este es el rostro que debemos esforzarnos por mostrar a nuestro prójimo.

7. Y debemos esforzarnos no porque estemos buscando alguna ‘experiencia religiosa’ privada que nos dé seguridad y nos haga más santos. Nos esforzamos porque en este olvidarse de uno mismo mirando fijamente hacia la luz de Dios en Cristo, aprendemos cómo mirarnos los unos a los otros, y a toda la creación de Dios. En la Iglesia primitiva había una comprensión clara de la necesidad de avanzar, desde una autocomprensión o autocontemplación instigada por la disciplina de nuestros ávidos instintos y ansias, hacia una ‘natural contemplación’ que percibía y veneraba la sabiduría de Dios en el orden del mundo, permitiéndonos ver la realidad creada por lo que realmente era a la vista de Dios, más de lo que era en el sentido de cómo podíamos usarla o dominarla. Y desde aquí, la gracia nos guiaría hacia la verdadera ‘teología’, mirando fija y silenciosamente a Dios, meta de todo nuestro discipulado.

8. En esta perspectiva, la contemplación está lejos de ser sólo algo que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad, libertad de las costumbres egoístas y codiciosas, y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene. Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la práctica contemplativa es aprender lo que necesitamos para vivir de una manera verdadera, honesta y amorosa. Es una cuestión profundamente revolucionaria.

9. En su autobiografía, Thomas Merton describe una experiencia que le ocurrió poco después de entrar en el monasterio donde pasó el resto de su vida (Silencio elegido). Tenía la gripe y estuvo ingresado en la enfermería durante unos días y, dice, sintió una ‘alegría secreta’ por la oportunidad que este hecho le dio para rezar y ‘hacer todo lo que quería hacer, sin tener que correr por todo el lugar respondiendo a campanillas’. Está obligado a reconocer que su actitud revela que ‘todos mis malos hábitos... habían entrado subrepticiamente conmigo en el monasterio y habían recibido los hábitos religiosos conmigo: glotonería espiritual, sensualidad espiritual, orgullo espiritual’. En otras palabras, él intentaba vivir una vida cristiana con el bagaje emocional de alguien todavía profundamente desposado con la búsqueda de la satisfacción individual. Es un aviso poderoso: tenemos que tener cuidado que nuestra evangelización no sirva sencillamente como elemento de persuasión para que la gente le pida a Dios y a la vida del espíritu por los hechos dramáticos, excitantes o de autoadulación que tan a menudo satisfacen nuestra vida diaria. Esto fue expresado de forma más contundente hace algunas décadas por el estadounidense estudiante de religión Jacob Needleman, en un libro controvertido y desafiante titulado Cristianismo perdido: las palabras del Evangelio, dice, están dirigidas a los seres humanos que ‘ya no existen’. Es decir, responder, entregándose, a lo que el Evangelio pide de nosotros significa transformar completamente nuestro ser, nuestros sentimientos y nuestros pensamientos e imaginación. Convertirse a la fe no significa sencillamente adoptar un nuevo grupo de creencias, sino transformarse en una nueva persona, una persona en comunión con Dios y con otros a través de Jesucristo.

10. La contemplación es un elemento intrínseco de este proceso de transformación. Aprender a mirar a Dios sin tener en cuenta mi propia satisfacción inmediata, aprender a escudriñar y relativizar las ansias y fantasías que surgen dentro de mi, esto es permitir a Dios ser Dios y, así, permitir que la oración de Cristo, la propia relación de Dios con Dios, entre viva dentro de mí. Invocar al Espíritu Santo es pedir a la tercera persona de la Trinidad que entre en mi espíritu y traiga la claridad que necesito para ver dónde soy esclavo de ansias y fantasías, para que me dé paciencia y sosiego mientras la luz y el amor de Dios penetran en mi vida interior. Sólo si esto empieza a suceder estaré liberado de tratar los dones de Dios como otro grupo de objetos que compro para ser feliz o para dominar a otros. Y mientras este proceso se desarrolla, soy más libre, tomando prestada una frase de San Agustín (Confesiones IV.7) - para ‘amar a los seres humanos de una manera humana’, amarles no por lo que me prometan a mi, amarles no porque me den seguridad y confort duradero, sino como mi prójimo frágil sostenido en el amor de Dios. Descubro entones (como hemos observado anteriormente) cómo debo mirar a las personas y a las cosas por lo que son en relación con Dios, no conmigo. Y es aquí donde la verdadera justicia, como el verdadero amor, tiene sus raíces.

11. El rostro humano que los cristianos quieren ofrecer al mundo es un rostro marcado por esta justicia y este amor y, por tanto, un rostro formado en la contemplación, en la disciplina del silencio y en la separación de los objetos que nos esclavizan y de los instintos irracionales que nos decepcionan. Si la evangelización es una cuestión de mostrar al mundo el rostro humano ‘revelado’ que refleja el rostro del Hijo vuelto hacia el Padre, debe llevar en él el compromiso serio de fomentar y nutrir la oración y la práctica. No es necesario decir que esto no quiere en absoluto discutir que esta transformación ‘interna’ es más importante que la acción por la justicia; más bien quiere insistir en el hecho de que la claridad y la energía que necesitamos para llevar adelante la justicia requiere que demos espacio a la verdad, para que la realidad de Dios la atraviese. De lo contrario, nuestra búsqueda de la justicia o de la paz se convierte en otro ejercicio de voluntad humana, socavada por la autodecepción humana. Las dos llamadas son inseparables: la llamada a la ‘oración y la recta acción’, como dijo el mártir protestante Dietrich Bonhoeffer, escribiendo desde su celda en la cárcel en 1944. La verdadera oración purifica el motivo, la verdadera justicia es el trabajo necesario para compartir y liberar en otros la humanidad que hemos descubierto en nuestro encuentro contemplativo.

12. Los que saben poco y se preocupan aún menos de las instituciones y jerarquías de la Iglesia, estos días se encuentran a menudo atraídos y retados por vidas que muestran algo de esto. Son las comunidades nuevas y renovadas las que de manera más eficaz llegan a aquellos que nunca han creído o que han abandonado la fe por vacía o añeja. Cuando se escribe la historia cristiana de nuestro tiempo, en referencia a Europa y América del Norte especialmente, pero no sólo, vemos cuán central y vital ha sido el testimonio de lugares como Taizé o Bose, pero también el de otras comunidades más tradicionales, transformadas en centros para la exploración de una humanidad más amplia y profunda de lo que fomentan los hábitos sociales. Y las grandes redes de espiritualidad, como San Egidio, los Focolares, Comunión y Liberación, muestran también el mismo fenómeno: crean espacios para una visión humana más profunda porque todos ellos, de varias maneras, ofrecen una disciplina de vida personal y comunitaria que hace que la realidad de Jesús entre viva en nosotros.

13. Y, como muestran estos ejemplos, la atracción y el reto de los que estamos hablando pueden crear compromisos y entusiasmos que crucen las líneas confesionales históricas. Nos hemos acostumbrado a hablar en estos días sobre la importancia vital del ‘ecumenismo espiritual’: pero ésta no debe ser una cuestión que, de alguna manera, se oponga a lo espiritual y lo institucional, y no debe reemplazar los compromisos específicos con un sentido general de sentimiento común cristiano. Si tenemos una descripción sólida y rica de lo que la palabra ‘espiritual’ en sí misma significa, enraizada en los contenidos bíblicos como los del pasaje de la Segunda Epístola a los Corintios mencionada antes, entenderemos el ecumenismo espiritual como la búsqueda compartida para nutrir y sostener las disciplinas contemplativas con la esperanza de revelar el rostro de una nueva humanidad. Y cuanto más separados estemos como cristianos de distintas confesiones, menos convincente será ese rostro. He mencionado el movimiento de los Focolares hace un momento: Ustedes se acordarán de que el imperativo básico en la espiritualidad de Chiara Lubich era ‘haceros uno’, uno con Cristo Crucificado y abandonado, uno a través de Él con el Padre, uno con todos los llamados a esta unidad y, por tanto, uno con los más necesitados del mundo. ‘Los que viven en unidad... viven haciendo que ellos mismos penetren más en Dios. Crecen siempre más cercanos a Dios... y lo más cercano que están de Él, lo más cerca que están de los corazones de sus hermanos y hermanas’ (Chiara Lubich: Escritos esenciales). El hábito contemplativo elimina una desatenta superioridad hacia otros creyentes bautizados y la suposición de que no tengo que aprender nada de ellos. En la medida en que el hábito de la contemplación nos ayuda a acercanos a esta experiencia como a un don, siempre nos preguntaremos qué es lo que el hermano o hermana puede compartir con nosotros, incluso el hermano o hermana que de alguna manera está separado de nosotros o de lo que suponemos que es la plenitud en la comunión. ‘Quam bonum et quam jucundum...’.

14. En práctica, esto puede sugerir que, allí donde se lleven a cabo iniciativas para alcanzar con nuevos medios a un público cristiano no practicante o postcristiano, debe realizarse un trabajo serio sobre cómo este alcance se puede enraizar en una práctica contemplativa, compartida ecuménicamente. Además del modo sorprendente con el que Taizé ha desarrollado una ‘cultura’ litúrgica internacional accesible a una gran variedad de personas, una red como la Comunidad Mundial para la Meditación Cristiana, con sus fuertes raíces y afiliaciones benedictinas, ha traído nuevas posibilidades. Y lo que es más, esta comunidad ha trabajado con ahínco para crear una práctica contemplativa accesible a los niños y a los jóvenes, y ello necesita el mayor impulso posible. Habiendo visto de cerca --en escuelas anglicanas de Inglaterra- el modo caluroso con que los niños responden a la invitación ofrecida por la meditación en esta tradición, creo que su potencial para introducir a la gente joven en la profundidad de nuestra fe es verdaderamente muy grande. Y para quienes se han alejado de la práctica regular de la fe sacramental, los ritmos y las prácticas de Taizé o de la CMMC (WCCM sus siglas en inglés) son a menudo un camino de regreso al corazón y al hogar sacramental.

15. Gente de todas las edades reconoce en estás prácticas la posibilidad, bastante sencilla, de vivir más humanamente, vivir con una codicia menos frenética, vivir con espacio para el sosiego, vivir esperando aprender y, sobre todo, vivir con la conciencia de que hay un gozo sólido y perdurable pendiente de ser descubierto en las disciplinas en las que olvidamos nuestro propio yo, bastante distintas de la gratificación que viene de éste o aquel impulso del momento. A menos que nuestra evangelización abra la puerta a todo esto, corremos el riesgo de intentar sostener la fe basándonos en una serie inmutable de hábitos humanos, con el consiguiente resultado demasiado familiar de la Iglesia vista como una más de las instituciones puramente humanas, ansiosas, ocupadas, competitivas y controladoras. En un sentido muy importante, una verdadera tarea evangelizadora será siempre también una re-evangelización de nosotros mismos como cristianos, un redescubrir por qué nuestra fe es diferente, pues transfigura, y un recuperar nuestra propia humanidad. 

16. Y, por supuesto, sucede de manera más eficaz cuando no estamos planificando o luchando por ella. Volviendo de nuevo a De Lubac: ‘Aquel que responderá mejor a las necesidades de su tiempo será alguien que no habrá tratado de responder a ellas primero’ (op.cit.). Y ‘el hombre que busca sinceridad en lugar de buscar la verdad en el olvido de sí mismo, es como el hombre que quiere estar distante en lugar de abandonarse completamente al amor’ (op.cit.). El enemigo de la proclamación del Evangelio es la autoconciencia y, por definición, no podemos superarlo siendo más conscientes de nosotros mismos. Debemos volver a San Pablo y preguntarnos: ‘¿Qué buscamos?’ ¿Miramos con ansiedad los problemas actuales, la variedad de infidelidades o la amenaza a la fe y la moralidad, la debilidad de la institución? ¿O buscamos a Jesús, el rostro revelado de la imagen de Dios, a la luz del cual vemos la imagen de nuevo reflejada en nosotros y en nuestro vecinos?

17. Esto nos recuerda sencillamente que la evangelización es siempre el desbordamiento de otra cosa: el viaje del discípulo hacia la madurez en Cristo; un viaje que no está organizado por un ego ambicioso, sino que es el resultado de la insistencia y de la atracción del Espíritu en nosotros. En nuestras deliberaciones sobre cómo hay que hacer para que el Evangelio de Cristo sea de nuevo apasionadamente atractivo para los hombres y mujeres de nuestros días, espero que nunca perdamos de vista qué es lo que hace que sea apasionante para nosotros, para cada uno de nosotros en nuestros diferentes ministerios. Les deseo alegría en estos debates, no sólo claridad o eficacia en la planificación, sino gozo en la promesa de la visión del rostro de Cristo y en el anuncio de esa plenitud en la alegría de la comunión uno con el otro, aquí y ahora.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


AÑO DE LA FE


Inaugurado el Año de la Fe
En misa solemne presidida por el papa Benedicto XVI
Por José Antonio Varela Vidal

CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- Cuando el santo padre dijo el otro día que la Nueva Evangelización tendría que "arder como un fuego", nadie pensó que la naturaleza se lo recordaría a los que asistieron esta mañana a la plaza de san Pedro, para celebrar la misa por el inicio del Año de la fe. Como nunca en esta época del año en Roma, el sol se dejó sentir y prácticamente quemaba rostros y calvicies de quienes no tenían ni solideo ni mitra, o que olvidaron el sombrero en casa…

Entre los asistentes de excepción, el arzobispo de Canterbury y presidente de la Comunión Anglicana, Su Gracia Rowan Williams, invitado a acompañar la misa desde una ubicación preferencial en el atrio, flanqueado por dos clérigos también anglicanos. Otro que asistió a la misa pero unos escalones más arriba, situado a la derecha del papa, fue Su Santidad Bartolomé I, Patriarca Ecuménico y Arzobispo de Constantinopla (Turquía), él también rodeado por tres clérigos de rito oriental.

Motivos para celebrar

En este ambiente de gentil aproximación, se recordó el 50 aniversario de la inauguración del Concilio Ecuménico Vaticano II y los 20 años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. Entre los presentes estuvieron 15 de los 69 padres conciliares aún vivos, a quienes la salud les permitió llegar hasta la sede de Pedro. De ese modo, pudieron conmemorar aquel acontecimiento vivido cuando la mayoría de ellos no cumplía ni los 50 años de edad.

Han concelebrado también 80 Cardenales, 8 Patriarcas de las Iglesias Orientales, 191 Arzobispos y Obispos que participan en la XIII Asamblea General del Sínodo de los Obispos y 104 Presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo.

Se podía contar un alto número de presbíteros y algunos diáconos permanentes que ayudaron a distribuir las especies sagradas a los concelebrantes y a los fieles. El servicio litúrgico fue asistido por diáconos y seminaristas del Colegio Pontificio Internacional “Maria Mater Ecclesia” de Roma.

Para la Oración Eucarística han subido al altar los cardenales Tarcisio Bertone SDB, Secretario de Estado y Angelo Sodano, Decano del Colegio Cardenalicio. Asimismo, los arzobispos Salvatore Fisichella y Octavio Ruiz Arenas, presidente y secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, respectivamente.

Expresiones de un solo Mensaje

La primera lectura, que ha sido pronunciada en inglés, fue tomada del libro del Eclesiástico que habla acerca del temor de Dios y el sostén que Él da a quienes lo aman. El Salmo responsorial fue el 21 y se proclamó en italiano. Cuando fue el turno de la segunda lectura, esta fue entonada en griego por un prebítero de rito católico griego, y correspondió al pasaje de la Carta de san Pablo a los Colosenses que habla de la necesidad que tiene el cristiano de revestirse de la caridad.

El Evangelio fue proclamado en latín por un diácono, el cual narró el anuncio del Reino de Dios por Jesús en la sinagoga de Nazaret. Sobre este pasaje centró su homilía el papa, la cual puede leerse en: www.zenit.org/article-43338?l=spanish

Terminada la homilía del santo padre, que estuvo centrada en una “necesidad de reavivar en la Iglesia aquella positividad del anuncio de Cristo al hombre contemporáneo”, se rezó la Oración de los fieles en cinco lenguas: español, chino, árabe, portugués y swahili.

Al final de la Oración después de la comunión, Su Santidad Bartolomé I dirigió un saludo a la asamblea, en el que invitó “a testimoniar juntos el mensaje de salvación y curación de los más pequeños, como son los pobres y oprimidos, así como los marginados del mundo creado por Dios”. El texto completo puede leerse en: www.zenit.org/article-43339?l=spanish.

Como acto de clausura de la emotiva celebración, el santo padre entregó --como lo hiciera el siervo de Dios Pablo VI, al final del Concilio Vaticano II--, los Mensajes a la humanidad que diera dicha asamblea ecuménica 50 años atrás. Dignos representantes de los gobiernos, de los intelectuales, científicos y artistas, así como de las mujeres y de los jóvenes, recibieron del papa un ejemplar de los mensajes. Un momento significativo fue cuando el papa los entregó a los pobres y a los enfermos, acercándose --no sin esfuerzo--, hasta una señora en silla de ruedas que esperaba su conforto.

El acto terminó con la entrega de ejemplares del Catecismo de la Iglesia Católica a dos representantes del pueblo de Dios, hombre y mujer. Fue una ocasión para recordar que el mismo cardenal Joseph Ratzinger recibió el encargo de llevarlo a buen término hace veinte años, por el hoy beato Juan Pablo II…

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Benedicto XVI: Reavivar en la Iglesia aquella positividad del anuncio de Cristo al hombre contemporáneo
En el desierto, se necesitan personas de fe que, con su vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- A las 10 horas de esta mañana, ante la Basílica Vaticana, Benedicto XVI presidió la celebración eucarística con motivo de la apertura del Año de la Fe. Concelebraron con el papa los cardenales, patriarcas y arzobispos mayores de las Iglesias Orientales católicas, obispos padres sinodales, presidentes de las conferencias episcopales de todos el mundo, y algunos obispos padres conciliares del Vaticano II, que se inauguró exactamente hace 50 años, el 11 de octubre de 1962.

A la celebración eucarística, asistieron el patriarca ecuménico Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana Rowan Williams.

Al término de la santa misa, el papa entregó a algunos fieles los mensajes del Concilio Ecuménico Vaticano II a la humanidad y el Catecismo de la Iglesia Católica.

Ofrecemos el texto de la homilía del papa, en traducción al español hecha pública por la Sala de Prensa vaticana.

*****

Venerables hermanos,
queridos hermanos y hermanas

Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury. Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales. Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes – a los que saludo con particular afecto – hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición. Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.

El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).

El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22). Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrarse nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI.

Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792).

A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión. Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.

Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado. Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.

Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.

Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Testimoniar juntos el mensaje de salvación y curación de los más pequeños
Bartolomé I invitó a unirse en favor de pobres, oprimidos, marginados del mundo creado por Dios
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- A las 10 horas de esta mañana, ante la Basílica Vaticana, Benedicto XVI presidió la celebración eucarística con motivo de la apertura del Año de la Fe. Concelebraron con el papa los cardenales, patriarcas y arzobispos mayores de las Iglesias Orientales católicas, obispos padres sinodales, presidentes de las conferencias episcopales de todos el mundo, y algunos obispos padres conciliares del Vaticano II, que se inauguró exactamente hace 50 años, el 11 de octubre de 1962.

A la celebración eucarística, asistieron el patriarca ecuménico Bartolomé I y el arzobispo de Canterbury y primado de la Comunión Anglicana Rowan Williams.

Ofrecemos el texto de la intervención del patriarca Bartolomé I, según traducción facilitada por la Sala de Prensa vaticana.

*****

Dilecto hermano en el Señor, vuestra santidad papa Benedicto,
Hermanos y hermanas,

Cuando Cristo se estaba preparando para la experiencia del Getsemaní, pronunció una oración por la unidad citada en el capítulo 17, versículo 11, del Evangelio según san Juan: “cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros” (las citas de la Biblia están tomadas de la traducción española de la página web de la Santa Sede). A través de los siglos fuimos verdaderamente custodiados con la potencia y el amor de Cristo y, en el momento adecuado de la historia, el Espíritu Santo descendió sobre nosotros e iniciamos el largo camino hacia la unidad visible deseada por Cristo. Esto fue confirmado en la Unitatis Redintegratio § 1: “Esta gracia ha llegado a muchas almas dispersas por todo el mundo, e incluso entre nuestros hermanos separados ha surgido, por el impuso del Espíritu Santo, un movimiento dirigido a restaurar la unidad de todos los cristianos”.

En esta plaza, una celebración potente y significativa manifestó el corazón y la mente de la Iglesia Católica Romana, conduciéndola en estos cincuenta años hasta el mundo contemporáneo. La apertura del Concilio Vaticano II, piedra miliar transformante, fue inspirada por la realidad fundamental que el Hijo y el Logos encarnado de Dios está “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre” (Mt 18, 20) y que el Espíritu que procede del Padre “los introducirá en toda la verdad” (Jn 16, 13).

En los cincuenta años subsiguientes, recordamos con claridad y ternura, pero también con exultación y entusiasmo, nuestros personales debates con obispos y con expertos teólogos durante nuestra formación --como joven estudiante- en el Pontificio Instituto Oriental, como también nuestra participación personal en algunas sesiones especiales del Concilio. Somos testigos oculares del modo en que los obispos experimentaron con renovada conciencia la validez, y un sentido reforzado de continuidad, de la tradición y de la fe que “de una vez para siempre ha sido transmitida a los santos” (Judas 1, 3). Fue un período prometedor, lleno de esperanza tanto dentro como fuera de vuestra Iglesia.

Notamos que para la Iglesia Ortodoxa éste fue un período de intercambios y de expectativas. La convocatoria de las primeras Conferencias Panortodoxas en Rodas, por ejemplo, condujo a las Conferencias Preconciliares en preparación del Gran Concilio de las Iglesias Ortodoxas. Estos intercambios demostraron al mundo moderno el gran testimonio de unidad de la Iglesia Ortodoxa. Este período, además, coincidió con el “diálogo del amor” y anunció la Comisión Internacional Conjunta para el Diálogo Teológico entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa, instaurado por nuestros venerables predecesores, el papa Juan Pablo II y el patriarca ecuménico Demetrio.

En el curso de los últimos cinco decenios, las conquistas alcanzadas por esta asamblea fueron varias, como ha demostrado una serie de importantes e influyentes constituciones, declaraciones y decretos. Hemos contemplado la renovación del espíritu y el “retorno a los orígenes” mediante el estudio litúrgico, la investigación bíblica y la doctrina patrística. Hemos apreciado el esfuerzo gradual por liberarse de la rígida limitación académica para pasar a la apertura del diálogo ecuménico, que ha llevado a recíprocas abrogaciones de las excomuniones del año 1054, el intercambio de saludos, la restitución de reliquias, el inicio de diálogos importantes, y las visitas recíprocas en nuestras respectivas sedes.

Nuestro camino no fue siempre fácil, ni estuvo exento de sufrimientos y desafíos. Sabemos, de hecho que “es angosta la puerta y estrecho el camino” (Mt 7, 14). La teología fundamental y los temas principales del Concilio Vaticano II --el misterio de la Iglesia, la sacralidad de la liturgia y la autoridad del obispo- son difíciles de aplicar con práctica asidua y se asimilan con esfuerzo durante toda la vida y con el compromiso de la Iglesia entera. La puerta, por tanto, debe permanecer abierta para una acogida más profunda, un mayor compromiso pastoral y una interpretación eclesial del Concilio Vaticano II cada vez más profunda.

Prosiguiendo juntos por este camino, ofrecemos gracias y gloria al Dios viviente --Padre, Hijo y Espíritu Santo- porque la asamblea misma de los obispos reconoció la importancia de la reflexión y del diálogo sincero entre nuestras “Iglesias hermanas”. Nos unimos en la “espera que, derrocado todo muro que separa la Iglesia occidental y la oriental, se hará una sola morada, cuya piedra angular es Cristo Jesús, que hará de las dos una sola cosa” (Unitatis Redintegratio §18).

Con Cristo, nuestra piedra angular, y con la tradición que tenemos en común, seremos capaces --o, más bien, puestos en condiciones de ser capaces por el don y la gracia de Dios--, de alcanzar una mayor comprensión y una expresión más completa del Cuerpo de Cristo. Con nuestros continuos esfuerzos, conformes al espíritu de la tradición de la Iglesia primitiva y a la luz de la Iglesia de los Concilios del primer milenio, podremos experimentar la unidad visible que se encuentra solamente más allá de nuestro tiempo de hoy.
La Iglesia siempre se destaca en su peculiar dimensión profética y pastoral, abraza su característica benevolencia y espiritualidad y sirve con humilde sensibilidad al “más pequeño de mis hermanos” (Mt 25, 40).

Dilecto hermano, nuestra presencia aquí significa y marca nuestro empeño en testimoniar juntos el mensaje de salvación y curación de nuestros hermanos más pequeños: los pobres, los oprimidos, los marginados en el mundo creado por Dios. Damos comienzo a oraciones por la paz y la salud de nuestros hermanos y hermanas cristianos que viven en Oriente Medio. En el actual crisol de violencia, separación y división que se va intensificando entre pueblos y naciones, que el amor y el deseo de armonía que declaramos aquí, y la comprensión que buscamos con el diálogo y el respeto recíproco, sirva como modelo para nuestro mundo. Que la humanidad pueda tender la mano “al otro” y que podamos trabajar juntos para superar el dolor de los pueblos en todas partes, de modo particular allí donde se sufre a causa del hambre, de los desastres naturales, de las enfermedades y de la guerra que, en última instancia, afecta a la vida de todos nosotros.

A la luz de todo cuanto la Iglesia del mundo debería aún cumplir, y con gran reconocimiento por todo el progreso que hemos compartido, tenemos el honor de haber sido invitados para participar --y modestamente llamados a ofrecer nuestra palabra- en esta solemne y festiva conmemoración del Concilio Vaticano II. No se trata sólo de una coincidencia que esta ocasión marque para vuestra Iglesia la solemne inauguración del “Año de la Fe”, dado que es la fe la que ofrece un signo evidente del camino que juntos hemos recorrido a lo largo del sendero de la reconciliación y de la unidad visible.

Como conclusión, con mucho afecto nos congratulamos con usted, santidad, dilecto hermano --unidos con la bendita multitud de los fieles hoy aquí reunidos--, y le abrazamos fraternalmente en la feliz ocasión de esta celebración conmemorativa. Que Dios los bendiga a todos.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Santa Sede


Nuevo libro del papa: La infancia de Jesús es histórica no un mito
Benedicto XVI avanza en su reflexión teológica volviendo a la 'antesala' del origen de la fe cristiana
ROMA, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- El nuevo libro de Benedicto XVI "La infancia de Jesús", anunciado ayer por el Vaticano, fue presentado ayer en Alemania en la Feria Internacional del Libro de Fráncfort. Será publicado en veinte idiomas, entre ellos español, y además alemán, inglés, italiano, polaco y portugués.

Un libro que demuestra la idea y en concreto el aporte de Benedicto XVI a la nueva evangelización, volviendo a proponer a los creyentes y no, el punto central de la fe católica que es el encuentro con Jesús, en particular con la infancia del niño Dios.

Benedicto XVI indicó en el prefacio, firmado en Castel Gandolfo el 15 de agosto, que este libro no es la tercera parte de "Jesús de Nazaret", sino una antesala de los dos últimos en los cuales ha abordado la vida, muerte y resurrección de Jesús.

"He intentado interpretar, dialogando con exegetas del pasado y del presente, lo que Mateo y Lucas cuentan al principio de sus Evangelios sobre la infancia de Jesús", indicó el papa en este libro que como en los dos anteriores se proyecta como un bestseller.

“Me he preocupado --indica el papa- de dialogar en este sentido con los textos. Con ello estoy consciente de que este coloquio en el que se entrelazan el pasado, el presente y el futuro no podrá nunca cumplirse y que cada interpretación se queda atrás con respecto a la grandeza del texto bíblico. Espero que este pequeño libro, a pesar de sus límites, pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia y con Jesús”.

Benedicto XVI se plantea preguntas: "¿Es verdad lo que cuentan los Evangelios? ¿Me afecta a mí? Y si me afecta, ¿de qué modo? Ante un texto como el texto bíblico, cuyo último y profundo autor, según la fe cristiana, es Dios mismo, la pregunta sobre la relación entre el pasado y el presente es parte ineludible de nuestra interpretación. Con ello, la seriedad de la investigación histórica no se disminuye, sino que aumenta”.

Historia y teología contradicen el mito

En los fragmentos adelantados, el santo padre indica: “Jesús nació en una época que se puede determinar con precisión. Al comienzo de la actividad pública de Jesús, Lucas ofrece una vez más una fecha detallada y cuidada del momento histórico: es el decimoquinto año del imperio de Tiberio César: además se menciona al gobernador romano y a los tetrarcas de Galilea, de Iturea y de Traconítide, como también de Abilene, y luego los jefes de los sacerdotes (cfr. Lc 3, 1 s). Jesús no nació y apareció en público en el impreciso ‘una vez’ del mito”.

“Él pertenece --escribe el papa- a un tiempo perfectamente ubicable y a un ambiente geográfico exactamente indicado: lo universal y lo concreto se tocan mutuamente. En Él, el Logos, la Razón creadora de todas las cosas, entró en el mundo. El Logos eterno se hizo hombre, y este forma parte el contexto de lugar y tiempo. La fe está relacionada con esta realidad concreta, aunque después, en virtud de la Resurrección, el espacio temporal y geográfico sea superado y el 'preceder a Galilea' (Mt 28, 7) por parte del Señor introduce en la vastedad abierta de toda la humanidad (cfr. Mt, 28,16ss)”.

Sobre el pesebre Benedicto XVI indica: “María envolvió al niño en paños. Sin ningún sentimentalismo, podemos imaginar con cuánto amor María fue al encuentro de su hora, habrá preparado el nacimiento de su Hijo. La tradición de los iconos, con base en la teología de los Padres, interpretó pesebre y paños incluso teológicamente. El niño envuelto en los paños se muestra como una anticipación de la hora de su muerte: Él, desde el inicio, es el Inmolado, como veremos con más detalle al reflexionar sobre la parábola del primogénito. Así, el pesebre aparecía representado como una especie de altar”.

“Agustín interpretó el significado del pesebre con un pensamiento que, en un primer momento, parece casi inconveniente --indica el papa- pero, examinado con mayor atención, contiene una profunda verdad. El pesebre es el lugar en el que los animales encuentran su alimento. Ahora bien, yace en el pesebre Aquel que se indicó como el verdadero pan del cielo –como el verdadero alimento que necesita el hombre para ser persona humana. Es el alimento que dona al hombre la vida verdadera, la vida eterna. De esta manera, el pesebre se convierte en un reenvío a la mesa de Dios, a la que el hombre está invitado para recibir el pan de Dios. En la pobreza del nacimiento de Jesús se traza la gran realidad, en la que se lleva a cabo, de forma misteriosa, la redención de los hombres”.

El libro en español

“La infancia de Jesús” saldrá a la venta en noviembre en España, según confirmó la editorial Planeta, que lo distribuirá en España. La obra, de la que el Vaticano adelantó ayer un pequeño extracto, es una “antesala” de los dos precedentes volúmenes sobre la vida, muerte y resurrección de Cristo. El libro es una de las 'estrellas' del stand del la Ciudad del Vaticano en Fráncfort, muestra de libros internacional, obligada para editoriales y libreros, si quieren estar al día de lo que se cuece en Europa. En el stand de 80 metros cuadrados del Vaticano, se exhiben la Librería Editorial Vaticana, los Museos Vaticanos, la Biblioteca Apostólica Vaticana y la editorial de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos (USCCB).

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Mundo


El cardenal De Paolis concede al padre Álvaro Corcuera un descanso por motivos de salud
El director general de la Legión de Cristo cesa en sus funciones hasta el capítulo general
Por D.N.R.

ROMA, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- En un comunicado recibido por nuestra Redacción, de la Oficina de Prensa de la Legión de Cristo, se dice lo siguiente: "El cardenal Velasio De Paolis concede al P. Álvaro Corcuera un periodo de descanso por motivos de salud para recuperarse de cara al próximo Capítulo general".

"No se trata de la dimisión de un oficio ni del nombramiento de un director general sustituto”, precisa la nota, sino de un “tiempo de descanso solicitado y concedido al director general, que permanece con su cargo pero cesa en sus funciones hasta que sea convocado el próximo Capítulo general”, explica De Paolis, que tendrá lugar en 2013 o principios de 2014.

El padre Álvaro Corcuera, confirma el padre Benjamín Clariond, portavoz de la Legión de Cristo, “sufre un agotamiento por el desgaste de estos años”. Sobre su dedicación durante este tiempo hasta los preparativos del Capítulo general “no tiene un plan definido”, informa el portavoz “pero convivirá y compartirá con distintas comunidades de legionarios del mundo”.

Para este período, que comienza el 15 de octubre y hasta el día en que se convoque el Capítulo general, ejercerá las facultades del director general el vicario general padre Sylvester Heereman, LC.

El padre Álvaro Corcuera LC, y el cardenal Velasio De Paolis han comunicado a través de sendas cartas la decisión tanto a la Legión de Cristo como al Regnum Christi.

Por su parte, el padre Álvaro Corcuera acepta en su carta : “No me es fácil reconocerlo pero he visto delante de Dios que no cuento con la salud y energías necesarias para enfrentar de manera responsable las exigencias del gobierno general en el momento histórico actual de la Legión y del Regnum Christi. Hace falta alguien que esté en plenas facultades de salud”, concluye quien fuera nombrado director general hace siete años.

El carde De Paolis ha subrayado que el padre Corcuera sigue siendo el director general: “Como se nota, no se trata de la dimisión de un oficio ni del nombramiento de un director general sustituto, sino solamente de una especie de 'año sabático' o tiempo de descanso solicitado y concedido al director general, que permanece con su cargo pero cesa en sus funciones hasta que sea convocado el próximo Capítulo general”.

El texto íntegro de todas las cartas aludidas arriba pueden obtenerse en: www.legionariosdecristo.org, www.regnumchristi.org

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Los obispos de Venezuela se congratulan por unas elecciones ejemplares
Comunicado de la Conferencia Episcopal
Por N.S.M.

CARACAS, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- En un comunicado, firmado el 9 de octubre, la Conferencia Episcopal felicita al pueblo venezolano por una jornada electoral que considera “ejemplar” y que revela la voluntad de pueblo venezolano de participar en los procesos que determinan el destino del país. En su comunicado llaman a todos “al diálogo y la reconciliación” ante la “existencia de dos visiones del país” que han puesto de manifiesto estos comicios.

Los obispos comienzan felicitando al pueblo venezolano por “la actitud respetuosa y ordenada, pacífica y ejemplar, demostrada en la recién concluida jornada electoral del 7 de Octubre que contó con una afluencia sin precedentes de votantes, lo que pone de relieve la voluntad de nuestro pueblo de participar de manera activa y protagónica en los procesos que determinan el destino del país”.

Señalan también “el comportamiento cívico de todos los factores implicados en la contienda electoral y el pronto acatamiento de los resultados oficiales publicados por el Consejo Nacional Electoral” lo cual debe “disipar definitivamente las dudas sobre posibles planes anticonstitucionales y amenazas de desestabilización”. En adelante, subrayan “nadie debería recurrir a esos argumentos sin experticias y fundadas razones”.

Tanto quienes han logrado el triunfo electoral como quienes no lo han hecho, dice el comunicado, “están invitados a reflexionar sobre las consecuencias y responsabilidades que esto lleva consigo, pensando siempre en Venezuela”.

“El respeto a la Constitución y las leyes, la defensa de los derechos de las personas, particularmente de los más pobres y necesitados, la promoción del bien común, un proyecto de país marcado por la inclusión, deben estar en la agenda de todos”, sugieren los prelados venezolanos.

Aún así constatan que “la existencia de dos visiones de país, puesta en evidencia en los resultados electorales, es un hecho que debe ser tenido en cuenta en función de la construcción del país, a fin de que podamos vivir en concordia, solidaridad y paz”.

Por ello, “el diálogo y la reconciliación entre los venezolanos es un desafío y una tarea permanentes de nuestra sociedad, más allá de la coyuntura electoral”, exhortan.

“Cada día es una oportunidad para reconciliarnos, en la familia, entre los vecinos, en el trabajo, entre los actores políticos, y en el afán por lograr el respeto y el entendimiento mutuos, que desemboque en bien de la colectividad”.

Llaman a todos los venezolanos “a ser constructores de esperanza”, una actitud que llevará “a superar las fracturas sociales y políticas”.

Consideran también propiacia la ocasión para resaltar y agradecer el testimonio de fe, de mutuo reconocimiento y de unidad que se puso de manifiesto entre los representantes de las diferentes religiones e Iglesias cristianas y de los diversos sectores de la vida nacional, que participaron, el pasado 5 de octubre, en el Encuentro de Oración por la reconciliación y la paz de Venezuela, convocado por la Conferencia Episcopal Venezolana, “comprometida evangélicamente a ser instrumento de paz”.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Espiritualidad


Santa María, modelo de evangelización
La Madre de Jesús sigue engendrando en la fe a muchos hermanos nuestros
TERUEL, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos a nuestros lectores en estas brillantes vísperas de Nuestra Señora del Pilar, patrona de la hispanidad, un artículo escrito este verano sobre la advocación que están celebrando todos los aragoneses, españoles, hispanoamericanos, y países de todo el mundo. Según la tradición, la fe llegó a España pasando por ese "pilar" que hoy sostiene la esperanza de muchos. El artículo está firmado por un obispo de la tierra aragonesa: el de Teruel y Albarracín, monseñor Carlos Escribano Subías.

*****

+ Carlos Escribano Subías

Obispo de Teruel y Albarracín

Los meses de verano vienen cargados de celebraciones patronales en nuestra geografía diocesana. Entre ellas, las fiestas dedicadas a Santa María tienen una especial relevancia.  El misterio de la Asunción, la fiesta de su Natividad, la Virgen del Carmen y las distintas advocaciones que salpican nuestros pueblos, templos parroquiales y, especialmente, ermitas nos hacen fijar nuestros ojos en ella en este tiempo estival.

La devoción a Santa María se ha convertido para muchos en camino privilegiado para vivir su fe cristiana. Desde pequeños, nos han enseñado que la Virgen es el camino más corto para llegar Jesús, su Hijo. Seguro que nuestra propia experiencia también nos lo ha demostrado.

Esa intuición de la que todo el pueblo de Dios es partícipe, surge de la contemplación de María en la Escritura. Ella es quien presenta a su Hijo a los pastores y en sus manos se encuentra cuando adoran a Jesús los reyes magos. En muchas de nuestras Iglesias y ermitas, la Virgen sigue hoy presentándonos a su hijo, los sostiene entre sus brazos, en sus rodillas y nos lo ofrece para que los acojamos en nuestras vidas.

Es como si María, también a nuestra generación, al mostrarnos a Jesús, se nos presentase como modelo de evangelizador. Ella nos lo puede ofrecer por ser la mejor testigo. Es necesario entender lo importante que es el testimonio de vida, antes que de las palabras. Solo los testigos son creíbles, solo los que testifican con su vida, pueden tocar el corazón para llevarnos a Dios. La reflexión de Pablo VI  se mantiene plenamente actual: el hombre moderno escucha más a quien testifica con su vida que al que enseña con palabras, y si llegase a escuchar a los maestros, sería solo si son testigos. Por ello la figura de la Virgen María ilumina la misión evangelizadora de la Iglesia. Ella es evangelizadora porque es evangelio vivido. Es el gran referente a seguir y la meta a alcanzar, por parte del evangelizador de hoy, al presentar a nuestros contemporáneos la Palabra de salvación.

Tenemos por delante retos de un gran calado. La Iglesia está preparándose para vivir el Año de la Fe, que se inaugura en la víspera de la fiesta de la Virgen del Pilar, y del inicio del nuevo Sínodo de los Obispos sobre la nueva evangelización para la trasmisión de la fe. La conversión del corazón del creyente, de cada uno de nosotros, para renovar nuestra fe y acoger y trasmitir el evangelio, se presenta ante nosotros como un gran reto que debemos afrontar de la mano de María.

También, la puesta en marcha de nuestro Plan diocesano de pastoral, es una tarea compleja que debemos abordar con ilusión y esperanza. La figura de Santa María va tener especial relevancia en todo el trabajo que podamos desarrollar, pero especialmente cuando profundicemos en la pastoral de los pueblos más pequeños, pues en muchos de ellos, la Madre de Jesús ha engendrado y sigue engendrando en la fe a muchos hermanos nuestros.

A Santa María, Estrella de la Nueva Evangelización, nos encomendamos nosotros y toda nuestra tarea evangelizadora.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba


Mensaje a nuestros lectores


Festividad de Nuestra Señora del Pilar
 
MADRID, jueves 11 octubre 2012 (ZENIT.org).- Con motivo de la festividad de Nuestra Señora del Pilar, fiesta no laborable en todo el territorio español, ZENIT seguirá en contacto con sus lectores también este día, aunque ofrecerá un servicio reducido.

El equipo de la agencia hará el esfuerzo de mantener el servicio en lo imprescindible, debido a los importantes acontecimientos que están teniendo lugar en la Ciudad del Vaticano.

Redacción de ZENIT en español.

Envìa esta noticia a un amigo

arriba